Mujeres migrantes enfrentan la desprotección en el Estado español
Ser mujer y migrante significa estar expuesta a múltiples discriminaciones. El podcast La Voz de las que Migramos, explora en cuatro episodios el día a día de las mujeres migrantes en el Estado español a través de los testimonios de una decena de mujeres.
“Cuando estaba de forma irregular, quería ser invisible. Para todo. Cuanto más pasara desapercibida, mucho mejor”, explica Dolores Jacinto. Ella es de origen mexicano y hace 10 años que decidió migrar a España. Vive en Valencia, donde trabaja en el sector de los cuidados y de la hostelería. Su deseo, ser invisible, es producto del miedo que sintió cuando llegó al Estado español: miedo a ser detenida, expulsada o internada en un CIE por no tener toda su documentación en regla. Jacinto pasó cinco años esperando para poder regularizar su situación, mientras no dejó de trabajar y tampoco de sentir miedo.
Como Dolores Jacinto, muchas mujeres migrantes quieren ser invisibles. Grethel Guevara, María Fernanda Medina, Joanna Valencia, Maryórit Guevara, Silvana Cabrera y Marita Zambrana protagonizan junto a Jacinto, el podcast “La Voz de las que Migramos” de la Fundación porCausa. Sus testimonios ponen voz a la realidad de más de 280.000 mujeres migrantes que viven en el Estado español en situación administrativa irregular.
La ley de extranjería española restringe el acceso a derechos básicos en función de tu lugar de nacimiento. Somete a una seria situación de desamparo y vulnerabilidad a las personas extranjeras en situación irregular, pues les obliga a residir en el país tres años como mínimo de manera continuada antes de poder optar a regularizar su situación. Sin documentación no puedes realizar tareas tan sencillas e imprescindibles en tu día a día como abrir una cuenta bancaria o alquilar una casa. Además de restringir el acceso a derechos básicos como el de salud, el trabajo, la vivienda o la educación, la irregularidad condena a la desprotección frente a situaciones de exclusión, explotación laboral y violencia de género.
Llegadas marcadas por las expectativas y el miedo
Hace tres años que Grethel Guevara migró desde Nicaragua. Lo hizo de manera sobrevenida debido a la situación política que asolaba a su país. A su llegada, realizó la solicitud de protección internacional. Pero la concesión de asilo no es inmediata y Guevara todavía espera con gran incertidumbre la resolución de su petición. “No estoy en situación de irregularidad. Pero la irregularidad me está soplando en el cuello, porque no sé en qué momento llegará mi resolución y sé que me puedo quedar de un momento a otro en el limbo, sin nada qué hacer, y se van a cerrar muchas puertas”, explica.
Como a Guevara, el miedo y la incertidumbre ante un futuro incierto produce ansiedad y condena a estas mujeres a vivir situaciones de vulnerabilidad. “Siempre tienes que andar con ojos en las espaldas para que no te detengan y no termines en un CIE. Los años que estuve de manera irregular tenía miedo de terminar en una cárcel por no tener un plástico que dice que tengo un NIE”, relata Jacinto.
Esta realidad al llegar es, en muchos casos, muy diferente a la que estas mujeres imaginaban. María Fernanda Medina, de origen colombiano, migró hace más de 20 años.“Cuando llegas aquí te estrellas con una realidad de muchísima gente durmiendo en la calle, a las puertas de los centros de acogida de migrantes y con el peligro de irte a un CIE o ser deportada”, recuerda.
La dificultad para encontrar un trabajo digno: una condena a la precariedad
“Después de acabar la universidad no puedo acceder inmediatamente a un puesto de trabajo porque la ley de extranjería no me lo permite. Tengo que cumplir muchos requisitos. Entonces, lo que haces es buscar vías alternativas”, explica Marita Zambrana, de origen boliviano. Llegó al Estado español hace diez años como estudiante de máster en Marketing y Comunicación. Actualmente, es presidenta de la organización SOS Racismo Madrid.
Si eres migrante, acceder a un trabajo cualificado en el Estado español es casi imposible por la gran cantidad de criterios exigidos. Por ejemplo, es necesario que la ocupación que se vaya a desempeñar esté incluida en el Catálogo de Ocupaciones de Difícil Cobertura del SEPE, o contar con una formación específica y muy técnica. Sin embargo, esto no es posible si no tienes la homologación de tu título universitario, cuyo proceso de obtención puede alargarse indefinidamente por las trabas administrativas que existen para ello. Medina llegó siendo ingeniera industrial: “Yo llego aquí siendo ingeniera y me doy cuenta de que mi título no vale un pepino”. Dadas las dificultades para homologar su título, la mayor parte del tiempo ha estado trabajando en entidades del tercer sector. Asimismo, derivó su formación a otros temas de cooperación, pedagogía, educación y medio ambiente. En este momento, está trabajando en la Asociación MIRA España.
Cuando no pueden trabajar en sus especialidades, para muchas mujeres migrantes la única -y más habitual- salida es dedicarse al sector de los cuidados. Joanna Valencia es auxiliar de enfermería, pero desde su llegada al Estado español hace cinco años solo ha podido trabajar como empleada del hogar y continúa en situación administrativa irregular. Según el informe “Migrar por derecho”, elaborado por Alianza por la Solidaridad-Actionaid, Cepaim, Médicos del mundo, Red Acoge y Rumiñahui, una persona migrante en el Estado español tarda hasta cuatro años en obtener la homologación de sus estudios. Esto, unido a otros factores, les obliga a trabajar en sectores precarizados, como el de las trabajadoras del hogar y los cuidados, sin contratos, sin estar dadas de alta en la seguridad social o sin la protección que cualquier otra trabajadora tiene.
Medio millón de mujeres trabajan como empleadas del hogar, de las que el 30 por ciento son migrantes, según el informe “Trabajo doméstico y de cuidados para empleadores particulares” de la UGT. Sin embargo, no tienen reconocidos los mismos derechos que el resto de las personas trabajadoras. Este sector se rige por el Régimen especial de las trabajadoras del hogar, aprobado en 2011, que no les permite cobrar el paro y por el que pueden ser despedidas sin motivo. “Estoy trabajando en un sector que no es reconocido como un sector laboral”, explica Jacinto. Frente a esto, llevan años exigiendo la aplicación del Convenio 189 de la OIT, que garantiza que las trabajadoras del hogar tengan acceso a los derechos de protección de la Seguridad Social. Dicho convenio entró en vigor en 2013, pero aún no ha sido ratificado en España.
Innumerables obstáculos para acceder a una vivienda digna
El derecho a una vivienda digna es una declaración constitucional. Sin embargo, no está garantizado. Si eres migrante, las dificultades se multiplican. Si estás en situación irregular, se vuelve casi misión imposible. “Te piden mucho que tengas documentos, porque tienes que pagar tres o cuatro meses por adelantado. Yo conseguí alquilar esta casa gracias a mi madre, que ya llevaba un tiempo aquí de forma legal. Ella es quien figura en el contrato”, explica Valencia.
La búsqueda de un piso también es difícil para Guevara. Actualmente, se encuentra estudiando una FP de Diseño y Amueblamiento y, aunque ha ingresado en el programa de empleo de Cáritas, cuenta que le es difícil encontrar un trabajo, lo cual complica acceder a un contrato de alquiler: “Lo primero que me piden es una nómina de un año, lo cual es imposible para mí en este momento”.
Esta situación hace que, en lugar de alquilar un piso completo, alquilar por habitaciones sea a menudo la única opción. Esta titularidad no requiere de papeles y les permite tener un lugar donde vivir a pesar de los bajos ingresos. En el caso de aquellas mujeres que migran con sus familias y tienen hijos a su cargo, se ven obligadas en ocasiones a compartir vivienda con otras personas o familias para paliar la precariedad económica en la que viven.
La discriminación por parte de agencias inmobiliarias y particulares es otro factor determinante. Según un estudio de Provivienda, las actitudes racistas en el mercado de alquiler son habituales. Silvana Cabrera, de Bolivia, vive en Valencia desde hace más de diez años, y ha vivido en primera persona la desconfianza de las inmobiliarias cuando buscaba piso. “Aunque tuviera la nómina que me pedían, me hacían preguntas incómodas como ‘¿de dónde vienes?’, ‘¿a qué te dedicas?’ Me pedían hasta una carta de la dueña de mi piso anterior en la que constara que siempre había pagado”, explica Cabrera.
El sostén comunitario como resistencia a la desprotección
La falta de garantías desemboca en la creación de alianzas para defender sus derechos. El papel de los colectivos sociales es vital, no solo por los lazos asistenciales que proporcionan, sino también por la oportunidad que brindan para compartir experiencias en espacios seguros.
Maryórit Guevara, quien vive en Mérida tras migrar desde Nicaragua, encontró en las organizaciones de mujeres un apoyo esencial a su llegada: “Al llegar contacté con la Fundación Mujeres y me dijeron que fuera a la Asociación Malvaluna, donde trabajo como voluntaria”. Cuenta que su red de apoyo más cercana ha sido “toda la gente súper solidaria en Mérida”, que conoció gracias al movimiento feminista.
El tejido social, “surge a causa de una desprotección del Estado, que es quien tiene que responsabilizarse por el bienestar de sus ciudadanos” recuerda Zambrana. No se trata de caridad o de pena, sino de que “asuman la responsabilidad que tienen de que las personas que están en situación administrativa irregular están en esa situación por decisiones políticas y económicas”, concluye.
Las protagonistas de “La Voz de las que Migramos”, ponen voz a la realidad de muchas mujeres migrantes en el Estado español, una realidad marcada por la incertidumbre, el estigma y la precariedad. Medina no entiende el rechazo y la indiferencia: “Yo vengo aquí a ofrecer mi fuerza laboral, mi inteligencia, mi corazón”. Ella salió por miedo, porque el terrorismo le tenía “atrapada”, pero entiende que hay muchas otras razones para migrar. “No creo que debamos juzgar a nadie. Cada uno tiene una misión y tiene que desarrollarla donde considere mejor y donde más genere bienestar para su entorno. ¿Qué tal si en vez de señalarnos a nosotras como la crisis migratoria, se nos viese como el regalo que nos da la humanidad?”, se pregunta.
* Este reportaje recoge los testimonios de las protagonistas del podcast La voz de las que migramos de la fundación porCausa. Puedes escuchar los cuatro episodios completos en este enlace.