De las cocinas kosovares a los Óscar
En 1999 las tropas serbias entraron en la localidad de Fahrije Hoti y se llevaron a un centenar de hombres. Esta viuda de guerra, que todavía busca el cuerpo de su marido, se organizó con otras mujeres para subsistir y hoy tienen la mayor empresa exportadora de alimentos de Kosovo.
La actriz kosovar Yllka Gashi aparece en la pantalla envuelta en un traje de apicultura mientras recolecta la miel de las cajas que actúan como colmenas. Tras esto, la mujer se cura las picaduras y se monta en el coche dirección a una pequeña asociación de mujeres. En el camino, piedras se estampan en el coche rompiendo los cristales. No está bien visto que las mujeres conduzcan en Kosovo en 1999, y mucho menos si son viudas.
Fahrije Hoti mira la escena sin pestañear. Emocionada: “Ahora todo el mundo puede ver esta historia, mostrar cómo eran los hombres y lo difícil que fue”. La escena pertenece a la película Hive, la gran ganadora del festival Sundance en su edición de 2021 y una de las favoritas para los Óscar, aunque al final no pudo ser. Esta cinta, dirigida por Blerta Basholli, cuenta la historia de Fahrije Hoti, una viuda de guerra que fundó una empresa de elaboración de conservas con el fin de hacer que las viudas de su comunidad pudiesen alimentar a sus familias. En la pantalla, Gashi no hace más que interpretar la historia en su día Hoti vivió en carne propia.
En 1999 las tropas serbias entraron en Krushë e Madhe, una pequeña localidad al sur de Kosovo, llevándose consigo a 109 hombres albaneses de entre 13 y 74 años, cuyos cuerpos siguen esperando ser localizados en alguna de las fosas comunes perdidas a lo largo del país. Aquella fue una de las mayores masacres ocurridas durante la última de las guerras de los Balcanes. El 92 por ciento de la población kosovar es albanesa, de acuerdo con el último censo realizado en el país (2011) el cual excluía los municipios del norte. Menos de un 2 por ciento es población serbia. El resto pertenece a otras comunidades étnicas como romaníes, turcos o bosniacos. Durante años, Hoti y las demás viudas de Krushë esperaron el regreso de sus maridos. Con el tiempo esa esperanza se convirtió en desesperación por encontrar las fosas comunes donde los serbios habían ocultado a sus seres queridos. Mientras tanto, estas mujeres debían alimentar a sus familias: “En esos tiempos, para una mujer, el hecho de estar en un sitio trabajando no era posible, era un tabú imposible de romper. Era muy duro encontrar un sitio donde nos dejasen trabajar e integrarnos en el mercado laboral”, explica Hoti.
La tradición albanesa, que rige a los miembros de este pueblo en los Balcanes, establece que la mujer debe mudarse a la casa de la familia del marido tras la boda. Allí vivirá con sus suegros, cuñados y esposas e hijos de estos. Las mujeres se encargarán de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos. Deben ser los hombres los que traigan el dinero a casa. En el caso de que fallezca alguno de los hombres de la familia, serán el resto de miembros los que cuidarán a la mujer e hijos del fallecido.
Esta viuda se negó a aceptar esa condición. Tenía una hija y un hijo que alimentar. No solo ella, otras viudas de Krushë se organizaron. Al principio, para reclamar la búsqueda de sus seres queridos, después, con el fin de aliviar la ansiedad de que no apareciesen. En el año 2000, Fahrije Hoti, Besire Duraku, Advie Duraku y Sadbere Hoti, fundaron una asociación que tenía como objetivo encontrar a los desaparecidos, a la que llamaron Las viudas de Krusha. La asociación se hizo con un pequeño local en el centro del pueblo que ellas mismas pagaban con el poco dinero que tenían y donde mostraban las fotos de los desaparecidos. Además, las mujeres organizaban marchas y protestas reclamando más trabajos de búsqueda de los desaparecidos de guerra. A día de hoy, más de 1.700 personas siguen en fosas comunes sin localizar en Kosovo, de acuerdo con los datos de la Comisión Internacional de Personas desaparecidas (ICMP, por sus siglas en inglés).
Durante estos años la agrupación creció, otras viudas se fueron sumando a la causa y no pararon de organizarse, pero sus seres queridos seguían sin aparecer. En 2005, asociaciones sin ánimo de lucro empezaron a proporcionales diferentes cursos gratuitos con el fin de ayudarlas a gestionar esa ansiedad; como clases de conducción o el taller a apicultura que se refleja en la película. “Yo intenté trabajar con las abejas en un principio, pero era alérgica y tuve que parar”, explica la mujer. El resto de mujeres sí que empezaron a producir miel gracias a este taller. Eran 30 mujeres viudas trabajando con las abejas. “Empezamos con dos cajas y en dos años teníamos sesenta”, añade Hoti orgullosa. En esos momentos, la miel que producían era para consumo propio, o los hombres de las respectivas familias la vendían en el mercado.
Gracias al taller de apicultura, Hoti se dio cuenta de que podía producir cualquier cosa y ganar dinero con ello. Sin embargo, debido a su alergia, la mujer tuvo que buscar otras opciones: “Todo esto empezó por la necesidad de tener algo, queríamos trabajar y ganar dinero porque teníamos que dar de comer a nuestros hijos, queríamos hacerlos crecer sin vivir lo que nosotras habíamos vivido”. Y fue entonces cuando esta madre se dio cuenta de la cantidad de paprikas, una variedad de pimientos propia de la región , que crecían en Krushë.
Un mercado escondido en un local del centro del pueblo
“Yo no podía venderlas en el mercado local puesto que sería juzgada por mi vecindario. Primero, por ser mujer. Pero era mucho peor porque, además, yo había perdido a mi marido y debía quedarme en casa esperando que algún día volviese o llorando su pérdida”, explica. Llevaba seis años sin noticia alguna de su marido, o más bien, de dónde se encontraba su cuerpo. Entonces, se le ocurrió algo mucho más útil: empezó a conservar las paprikas y a hacer ajvar, un condimento tradicional de los Balcanes elaborado principalmente a base de estos pimientos, que vendía a diferentes familias por su cuenta. Su condición de viuda le impedía poder ir al mercado a vender lo que preparaba. Por ello, debía vender sus productos de manera privada.
Algunas de las mujeres de la asociación de viudas de Krushë empezaron a ayudarla y usaron la oficina que tenían en el centro del pueblo para vender allí las diferentes conservas que preparaban en sus casas. “Al principio éramos tan solo tres mujeres, pero empezamos a crecer poco a poco: cinco, seis…”. Hoti empezó sola, pero al cabo de un año eran seis mujeres las que se reunían en su cocina para preparar conservas y venderlas. Cada viuda preparaba diferentes tipos con las paprikas y llevaba los botes a la asociación. El beneficio del bote vendido iba para aquella que lo había preparado.
Hoti no da muchos detalles acerca de cómo reaccionó su comunidad. Tan solo afirma que lo que aparece en la película es verdad. Etiquetada como “puta” por empezar a vender ajvar, fue víctima de agresiones físicas, acoso sexual, intimidación a su familia: “Cuando tenía que enfrentar todas las reacciones de la gente, el cómo me juzgaban, me desesperaba. Me preguntaba por qué me hacían cosas así. Y muchas veces casi me hicieron perder la esperanza, pero mis hijos me empujaron a continuar”.
Y continuó. En 2006 invitó a los medios de comunicación para mostrar lo que estaban haciendo e iniciaron un programa de televisión: “Nosotras sabemos, nosotras queremos y nosotras lo haremos”. Gracias a esto, la demanda creció tanto que en 2010 el Ministerio de Agricultura de Kosovo les concedió una subvención con la que se hicieron con un espacio más grande donde preparar sus conservas. En este momento ya eran 12 mujeres cocinando y vendiendo. Todas viudas de guerra. “Fue entonces cuando se empezó a concebir la idea de la cooperativa: empezamos a proveer a supermercados, creamos nuestro logo y registramos la marca”, narra.
Siguieron creciendo y en poco más de cuatros años el local que el Ministerio les había proporcionado se les había quedado pequeño. Ya eran 25 mujeres trabajando en la cooperativa. Y entonces fue la Unión Europea quien las contactó y les dio la ayuda financiera necesaria para suplir los problemas del espacio. En 2013, empezaron a exportar a Suiza. “Esto fue algo muy bueno. Abrió las puertas a un éxito mucho mayor; el mercado nacional seguía avanzando, pero también empezamos a tener conexiones con proveedores en otros países”. Entre 2014 y 2020 empezaron a trabajar con proveedores en Suiza, Alemania, Austria y Francia. Ya eran 34 mujeres trabajando y el edificio volvió a quedarse pequeño. De nuevo la UE las ayudó y, como si el mismo universo quisiera que todo el mundo viese la importancia de este proyecto, el 8 de marzo de 2020 inauguraron la cooperativa “KB Krusha”, el edificio donde estamos ahora.
La primera planta de una gran nave está destinada a la preparación y conservación de sus productos, y cuenta con una pequeña sala donde los exponen. En la planta alta están las oficinas y salas de reuniones. En KB Krusha, 50 mujeres trabajan a jornada completa, y muchas otras son contratadas en periodos temporales, subiendo esta cifra a 70 mujeres. La mayoría de ellas, viudas de guerra. La cooperativa ya exporta a Albania, Suiza, Italia, Alemania, Austria, Francia, Luxemburgo y Estados Unidos. “Ya estamos diseñando el nuevo plan de mercado: captar nuevos mercados internacionales, aumentar el número de trabajadoras y el de granjas con las que colaboramos”, exclama emocionada la fundadora de la cooperativa.
“El ego de los nombres les hizo creer que las mujeres no sabíamos nada”
“Mi actitud rompió muchos tabúes y fue muy útil para las mujeres, pero hay que tener en cuenta quien no quiere entender no va a entender”, lamenta Hoti. En la pantalla está Gashi descargando sacos de paprikas del coche cuando aparece una de las mujeres del pueblo para ayudarla, al tiempo que un hombre se para junto a ellas para observarlas. Fue una de las que al principio no quiso participar en la iniciativa por miedo las reacciones. Cuando Hoti empezó a cocinar el ajvar no todas se animaron a colaborar con ella. El miedo a las consecuencias era muy grande. Con el tiempo, ese miedo fue desapareciendo y más viudas empezaron a cocinar sus propios condimentos. Al principio se los daban a Hoti en secreto, sin que sus familias lo supiesen. Al final, el temor a las reacciones desapareció y empezaron a reunirse en casa de la protagonista. “No le hagas ni caso, solo coge esto”, dice la mujer en la pantalla, sorprendiendo a la actriz que interpreta a Hoti. Tras esta escena, otro plano muestra la asociación donde venden sus conservas destrozada, todos los tarros están rotos y el ajvar mancha las fotos de sus seres queridos. “Cuando la película ganó fue algo que me hizo muy feliz porque yo, quizás de manera individual, no podía decir a los hombres que las mujeres podíamos lograrlo, pero con la película el mundo ha visto todo esto, y los hombres han podido saber que las mujeres pueden hacerlo”, explica Hoti.
La tradición albanesa se basa en el Kanun, un libro en el que se recogen las leyes que han regido las normas sociales por décadas. La mayor parte de la población kosovar, al ser albanesa, siempre se ha regido por estas directrices. En este libro se considera a las mujeres como “un saco que los hombres tienen que soportar mientras ella vive debajo de su casa”. Y las que se deciden a ir en contra de sus preceptos suponen una vergüenza. De acuerdo con este libro, las mujeres solo pueden hacer cosas como fumar, conducir, salir solas o trabajar si hacen juramento de castidad de por vida y toman el papel de hombre, las llamadas ‘vírgenes juradas’, práctica aún sigue viva en zonas remotas de Albania y Kosovo. En lugares como las grandes ciudades es posible que el Kanun cada vez tenga menos peso, pero en los pequeños pueblos más aislados, donde reside la mayor parte de la población, sigue siendo la norma. La población rural en Kosovo supone un 62 por ciento del total, según la Agencia de Estadísticas de Kosovo.
El último informe disponible sobre la situación de las mujeres en el mercado laboral kosovar, realizado por la Red de Mujeres Kosovares (KWN), única institución que lleva un registro constante de estos datos, señala que tan solo el 20 por ciento de las mujeres del país están registradas en el mercado laboral y solo el 13 por ciento de la población femenina en edad laboral está en activo. Por su parte, el índice de desempleo femenino alcanza el 37 por ciento, una cifra que asciende al 64 por ciento cuando se trata de las mujeres más jóvenes. “El sistema patriarcal establecido en Kosovo mantiene normas y roles de género tradicionales que suelen ir en detrimento de las mujeres. La discriminación de género en el mercado laboral y la escasa participación en la toma de decisiones hasta el momento son las principales injusticias que enfrentan las mujeres y las niñas en Kosovo”, explica Adelina Tërshani, coordinadora de proyectos de la Kosova Women’s Network.
Ernera Dushica también trabaja para la KWM. Es encargada de análisis de presupuestos desde una perspectiva de género y señala la ausencia de un registro fiable en el país: “Muchas mujeres no están registradas en el censo y es imposible hacer un seguimiento de esto. Datos como la economía sumergida se nos escapan”. Además, la experta en género asegura que “es la tradición lo que pesa”, por ello no es raro que menos de la mitad de mujeres kosovares estén inscritas en el mercado laboral.
Hoti enseña orgullosa una foto en la que aparecen ella y otras tres mujeres pelando paprikas en el patio de la que era su casa. La foto tiene más de diez años. Todas estas mujeres sufrieron el desprecio de su misma comunidad y lo siguen sufriendo. “Éramos juzgadas en el 2000 y seguimos siendo en 2021”, dice mientras guarda la foto. Lo dice alto y claro, pero también exasperada. Aunque asegura que de lo que más orgullosa se siente es de la película, también admite que esta le ha hecho revivir muchas cosas, y experimentar aún más ese rechazo del que nunca se ha librado: “Cuando Hive se estrenó empezaron de nuevo las ofensas. Los hombres empezaron a acusarme porque, según ellos, lo que la película mostraba no era la realidad”.
En la cinta aparece el suegro de la mujer lamentándose de cómo sus vecinos hablaban de ella. Estos mismos hombres destrozan su coche y la asociación, e intentan violarla. “Todo lo de la película es real”, dijo Hoti cuando le pregunté por estas escenas. “Yo perdí a mi marido por la guerra, pero desde el 2000 yo estoy siendo matada poco a poco por toda esa gente que me ataca, que no para de cuestionar el por qué yo recibo toda esta atención”, explica.
KB Krusha es la empresa que más exportaciones factura anualmente en el país. Unos ingresos que no hacen más que crecer: en 2020 facturaron 550.000 euros, en 2021 150.000, y para este año esperan alcanzar el millón de euros. Estas mujeres abastecen a 28 mercados a lo largo y ancho de Kosovo, y preparan 8.000 tarros de ajvar para un solo pedido a Alemania. Está dirigida cien por cien por mujeres y así va a seguir. “Nuestro objetivo es emplear a cada vez más mujeres”, asegura la líder de la cooperativa. “Lo que ha hecho (Fahrije) es increíble. Somos muchas las jóvenes que queremos trabajar aquí”, cuenta desde la cooperativa Valentina Hoti, una de las jóvenes que trabaja en esta.
En la pantalla el teléfono suena. La actriz lo coge. Han encontrado las ropas de su marido en una fosa común. La mujer va a reconocer esas ropas. Cuando está ante estas se rompe. Asegura, entre sollozos, que no son las de su marido. “Estoy muy cansada de hablar de la parte de la guerra, pero si hablamos de mi sufrimiento, de todo por lo que he pasado, costaría mucho llegar a saber realmente quién es Fahrije, pero estoy feliz, porque nunca voy a parar”. A día de hoy, el cuerpo de Bashkim Hoti, su marido, sigue sin aparecer. Al igual que los cuerpos de otros 63 albaneses de Krushë e Madhe.
En una de las fotos que decora el pasillo de oficinas de la cooperativa aparecen las seis mujeres que empezaron este viaje sonriendo. “Yo veo esto como una comunidad, cuando llegamos lo primero que hacemos es tomar un café todas, luego nos vamos a trabajar siempre con música de fondo y hasta bailamos”, explica orgullosa Hoti.
KB Krusha sigue encabezado por las primeras seis mujeres que aparecen en esa fotografía. La asociación de viudas de Krusha ya no existe, pero sí que mantienen los trabajos de apicultura. Un proyecto que se inició con seis mujeres cocinando ajvar en sus cocinas y que, a día de hoy, emplea a casi una centena de mujeres, trabaja con casi 70 granjas en Albania y Kosovo, exporta a un total de ocho países y casi consigue llegar a los Óscar. “El ego de los nombres les hizo creer que las mujeres no sabíamos nada, pero nosotras somos una comunidad de mujeres, aquí estamos y no vamos a parar”, concluye Fahrije Hoti.
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