Sangre, violencia y cine …. sin hablar de Tarantino

Sangre, violencia y cine …. sin hablar de Tarantino

Es importante señalar la conexión directa entre la misoginia diaria, callejera, y la estatal e institucional que, al fin y al cabo, es el reflejo de la sociedad en la que vivimos.

26/10/2022

Imagen de promoción de Más de la mitad.

La copa menstrual llegó tarde a mi vida. Yo tenía 20 años y ya llevaba un cuarto de existencia sangrando por el coño. ¿Cómo no lo había descubierto antes? Os pongo en situación; me vino la regla el verano de segundo de la ESO, yo estaba en la playa con mi familia y el papel del baño se tintó de rojo; la verdad es que fue un detalle por su parte no hacerme manchar las sábanas o algo por el estilo. Mi madre procedió a cubrirme de cajas con compresas y tampones de todos los colores y tamaños, detalle un poco redundante en este caso, por eso de que los colores indican el tamaño y tal. En fin, de primeras me decidí por la opción compresa pero como no me permitía meterme tranquilamente en la playa duró poco y empecé a leerme las instrucciones de la caja de tampones. A partir de ese momento, aquellos pequeños cilindros de algodón se convertirían en mis compañeros indispensables de viaje, hasta tal punto que cuando me fui de Erasmus llevaba una mochila con cajas suficientes para pasar el año, modo ahorro absoluto. No sé qué pensarían de mí en el control del aeropuerto, ahora que lo digo, es una suerte que no me detuvieran por contrabando.

No sería hasta tiempo después que llegó a mis oídos eso de la copa menstrual. Por aquel entonces, andaba obsesionada con reducir mi impacto medioambiental, y fue así como me tropecé con este -nada novedoso- invento, que para mí fue toda una revelación: cómoda, económica, reutilizable, no reseca, no ocupa nada… una fantasía, vaya. Para quién le toque de cerca sabe de lo que hablo. ¿Cómo no lo había descubierto antes? ¿Se trataba de una conspiración de secretismo judeo-masónica internacional o solo era capitalismo con regustillo a patriarcado? Empecé a pensar entonces en lo poco que había oído hablar de la regla; expresiones como “esos días” (creo que he oído más nombrar a Voldemort que a la menstruación); la sangre azul de los anuncios (no sé qué es peor, que les de miedo mostrar el color real o que nos comparen con la Familia Real); esconder con vergüenza las compresas al ir al baño (como si de verdad fuéramos a traficar con ellas)… Casualidades de la vida, justo estaba buscando tema para mi trabajo de final de grado, y este prometía, aunque he de decir que la cosa se me fue un poco de las manos…

Antes de seguir tengo que hacer una confesión: yo he sido feminazi desde muy pequeña. Digamos que nunca he tenido talento para la subordinación. Ya en el colegio apuntaba maneras cuando algunas de mis compañeras y yo empezamos una larga lucha por conquistar la pista de fútbol. Recuerdo que montamos un lío importante, y no es que nos interesara especialmente ese deporte, pero estábamos hartas de corretear por las esquinas tratando de no molestar; en la periferia no se juega a gusto. Y así una tras otra, aunque mi naturaleza contestataria no me ha salvado de los daños colaterales -por decirlo de alguna manera- de vivir en esta nuestra sociedad; de ser tachada de marimacho por llevar el pelo corto y chándal, a tocamientos varios en discotecas; de no liarme con chicos por miedo a ser una ZORRA, a un profesor que se empalmaba en clase cuando salíamos a la pizarra; de moverme como un playmobil para tratar de ocultar mi pelambrera sobacal, a tener que luchar por mi espacio personal en el metro apartando la pierna del señoro-de-huevos-gordos de mi lado; de autoimponerme llevar pantalones largos a 40 grados a la sombra por pudor, a tener que aguantar todo tipo de comentarios y baboseos cuando me visto como me da la gana; “el condón me aprieta”, elegir entre señora y señorita para comprar un jodido billete de avión, “relájate que estamos de fiesta”, que el sexo acabe cuando él decida, “eres una histérica, no es para tanto”, avergonzarme de mi propio cuerpo, “entre colegas nos comportamos así”, que Google traduzca profesor cuando yo escribo profesora, “los que se pelean se desean”, obligarme a hacer algo que no quiero hacer, “tu no eres como las demás”, no conocer mujeres referentes, “…y vivieron felices y comieron perdices”, el caso de La Manada, “no, si ahora habrá que preguntar por todo”, un pintauñas que cambia de color si hay droga en la bebida, “menudo coñazo, tío”, que se descubra el clítoris mediante un juguete sexual en pleno siglo XXI, “¿te ha gustado?”, la pastilla del día después con todo lo que conlleva, “yo apoyo vuestra lucha pero…”, volver a casa por la noche apretando las llaves estilo puño americano, “[insertar piropos]”, creer que me moría del dolor de la regla, “déjala, está en esos días”, descubrir tarde la copa menstrual… y un largo etcétera.

Aquí es donde los relatos se juntan. De repente me di cuenta de que estaba muy cabreada, que llevaba mucho tiempo cabreada, y no sin razón. Razones me sobran, desde la pista de fútbol a la copa menstrual, años y años gestando este enfado ¿por qué? ¿tenía mala suerte? ¿me había cruzado con demasiado imbécil en la vida? La respuesta era más evidente, pero no por ello más sencilla: porque soy mujer, simple y llanamente. No es mala suerte, no son imbéciles que se cruzan en tu camino; es un sistema entero, que impregna todas y cada una de las áreas de la vida. Desde la familia a la administración; la educación, los medios de comunicación, el lenguaje, las leyes,… Y todas estas situaciones que sufrimos las mujeres son diferentes formas de VIOLENCIA, porque la hostia, la violación o el asesinato son solo el resultado lógico de una cultura que consiente y perpetúa muchas otras formas -menos evidentes- de VIOLENCIA contra las mujeres. Es importante señalar la conexión directa entre la misoginia diaria, callejera, y la estatal e institucional que, al fin y al cabo, es el reflejo de la sociedad en la que vivimos. Y eso me proponía hacer; decidí sacarle provecho a mi enfado, encauzando mi rabia en lo que tenía que hacer: el trabajo de final de carrera.

Cuando empecé a investigar flipé, tengo que reconocerlo; en España las leyes están bastante bien en lo que respecta a la igualdad de género, hay medidas previstas en casi todos los ámbitos: educativo, sanitario, administrativo, judicial… pero ¡sorpresa! No se aplican debidamente. ¿Falta dinero? ¿Voluntad política? Quizá, o simplemente las mujeres no somos tan importantes. Siempre hay cosas más urgentes de las que ocuparse que mejorar las condiciones de vida de más de la mitad de la población. Sea como sea, es bastante evidente que dichas medidas, de ponerse en práctica, lo hacen de manera bastante vaga e insuficiente. Y yo -y toda la sociedad- seguimos sufriendo las consecuencias. ¿Qué podía hacer? Una vez presentado el trabajo, terminada la carrera y sin más perspectivas laborales que pringar como becaria por dos duros 25/7, decidí no dejar en el cajón los frutos de mi investigación y saltar al vacío: iba a hacer un documental para denunciar todo esto. Así que cuando antes he dicho que la cosa se me fue de las manos, me refería a esta idea. Porque no, no iba a ser un corto, necesitaba más tiempo para contar todo lo que quería contar. Y me puse manos a la obra a hacer la que sería mi primera película. Currando de camarera a tiempo parcial para costear vida y vicios, con la cámara que me regalaron mis padres a los 16 y mi ordenador del pleistoceno -que se colgaba en los momentos más oportunos-, me puse a condensar toda la rabia que os he contado en imágenes. Y así, poco a poco, sin un duro pero con muchas ganas y unas amigas de 10, la cosa fue tomando forma…

¿El resultado? Más de la Mitad, un documental que trata con humor -y bastante sarcasmo, todo sea dicho- la cantidad de mierda sexista que aún impregna todas y cada una de las instituciones españolas y que claramente nos acaba salpicando, día tras día. Aún queda mucho camino por recorrer y con este trabajo quiero sumar mi granito de arena a la montaña desde la que hablo, construida por tantas y tantas mujeres antes que yo que, gritando o en silencio, se atrevieron; no se conformaron. Hicieron posible que hoy estemos donde estamos. Y ahora es nuestro turno, para que las que vengan detrás vayan más allá, y quizá, algún día, lleguemos.

PD: Muchas proyecciones (risas y lágrimas incluidas), coloquios, hacerme viral (¡famosa por un día!), viajes, mensajes de apoyo y un par de haters después, ya se puede disfrutar del documental libre en internet. GRAAATIIIIIISSSS, que sé que os gusta. Así que si quieres echarle un ojo puedes encontrar el enlace en el Instagram o aquí.

 


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