Silencio, poder e impunidad: el #MeToo que no pudo ser
El juicio por la violación múltiple de Iruñea en 2018 fue el catalizador del Yo también español que cambió el relato mediático sobre el consentimiento y las violencias. El discurso de base que el movimiento feminista había articulado se viralizó, pero no cayó nadie poderoso como en el caso de Weinstein.
“Señalar a quien cometa un abuso sexual es una labor periodística igual que señalar a quien comete corrupción. Ha habido cierta frustración por que no hayan salido nombres poderosos. Un tiempo sí hubo la sospecha de que podía salir algo”, dice Ana Requena, periodista redactora jefa de género de eldiario.es, al evaluar las consecuencias que el movimiento conocido popularmente como Me too (yo también) ha tenido en el Estado español.
Hay cierto consenso en localizar el inicio de este Yo también a raíz de la violación múltiple que tuvo lugar en las fiestas de San Fermín, Iruñea, en especial tras la primera sentencia de 2018. “Es el punto de inflexión real y esto, unido a la huelga feminista más el contexto internacional, como el Ni una menos de Argentina [2015], ha propiciado un cambio cultural en España y en la conciencia colectiva”, explica la periodista June Fernández, una de las fundadoras de la revista Pikara Magazine. Según Requena, “la ruptura del silencio se da por mujeres que, viendo lo que está sucediendo en ese caso, se sienten interpeladas al leer que se contrató a un detective para vigilar a la víctima, o el voto particular de uno de los jueces… Y decidieron contar sus experiencias para romper la división entre ellas y nosotras”.
El alud de testimonios invadió las redes y el clamor, al grito de “No es abuso, es violación” y “Yo sí te creo”, inundó las calles en ciudades de todo el Estado. La periodista Cristina Fallarás, viendo la cantidad de testimonios de agresiones tras la sentencia, creó el hashtag #Cuéntalo para aunar con esta etiqueta todas las historias. El resultado fueron más de 2,75 millones de intervenciones y 150.000 relatos únicos de violencia machista contados en primera persona que quedaron recogidos en una web, primero, y en un libro después, Ahora contamos nosotras: #Cuéntalo: una memoria colectiva de la violencia.
El informe Contar sin legitimar: las violencias machistas en los medios de comunicación, elaborado por Pikara Magazine recoge que es en ese año cuando se da la explosión de informaciones en torno a la agresión. Muchos medios tuvieron que cubrir las movilizaciones y, por lo tanto, se abrió el debate social sobre lo que en ellas se reivindicaba: “El seguimiento de las manifestaciones y dar voz a las expertas permitió un debate más rico, que incluso provocó la revisión del término violación en la ley” y puso en el centro el consentimiento, señala. El mismo documento afirma que este respaldo permitió que la denunciante de la violación, como ella misma explicó en la carta enviada al El programa de Ana Rosa, “se sintiera apoyada y viera en los medios de comunicación un lugar donde tomar la voz”. Aunque se dieron coberturas con tintes de exclusiva y de suceso, el informe determina que, en comparación con otros casos mediáticos, la cobertura tuvo más matices al incluir la perspectiva feminista.
La periodista Laia Mestre, redactora de informativos de TV3 coincide: “En nuestro caso, el cambio fue radical y a inicios de 2019 nos dieron una formación de género a toda la plantilla de informativos para renovar de raíz la manera de abordar estas informaciones. Por ejemplo, hemos pasado de cubrir los feminicidios como suceso a tratarlos como una violación de los derechos humanos”. “No grabamos imágenes del cuerpo de la mujer siendo retirado de su domicilio. En su lugar, mostramos imágenes de los minutos de silencio para enfatizar la repulsa social que generan estos actos y, en el caso que el agresor haya sido detenido, hacemos imágenes de la comisaría para mostrar las consecuencias penales que hay para el agresor”, añade.
Andrea Momoitio, periodista y coordinadora de Pikara Magazine, considera que para que los medios se interesaran por el caso fue fundamental “que el movimiento feminista de Iruñea llevara tiempo trabajando las violencias”. Pero también entiende que sin el impulso de la prensa el caso no habría tenido el mismo impacto en las calles. El “auge del feminismo en los medios de comunicación y las redes” y “algunos cambios políticos que se han dado a partir del 15M en España”, son dos factores que ve como importantes para que se hayan viralizado algunas propuestas del movimiento feminista en los medios.
El silencio de los otros
La estrategia de poner en común, de hacer público lo que parece privado y político lo que parece individual es “una de las claves del feminismo. Ha pasado muchas veces, y parece que tiene más importancia política cuando participa gente del mundo mediático”, observa Momoitio. La periodista hace memoria de otros momentos históricos que también considera relevantes en este sentido, como el de Las 11 de Basauri que fueron juzgadas por abortar en el año 79 y a las que el movimiento feminista apoyó, con muchas mujeres declarando “Yo también he abortado”; o la muerte de María Isabel Gutiérrez Velasco, prostituta que murió en el año 77 en la prisión de Basauri, desencadenando una huelga entre sus compañeras, que también habían sufrido la violencia carcelaria. “Creo que la idea de que el Me too aquí empieza a partir del caso de la manada es una percepción de los medios de comunicación, porque el movimiento feminista hacía mucho tiempo que señalaba que la justicia no nos defendía de las formas de violencia que se dan. Como siempre las respuestas no son algo espontáneo y que sale de la nada, sino que vienen de un trabajo anterior, organizado”, señala por su parte la periodista y comunicadora Irantzu Varela.
El de San Fermín funcionó, como otros casos históricos, como catalizador de un discurso que se venía gestando hacía tiempo en el movimiento feminista, pero no solo. En los medios de comunicación también hubo antecedentes. En 2012 la periodista June Fernández había publicado Yo quería sexo pero no así, hablando de las agresiones que se dan en encuentros deseados, y cuestionando esa idea de que la mayoría de las violaciones se dan por parte de desconocidos. “Cuando lo publiqué la sección de Participa de Pikara Magazine estaba abierta y recibimos una cantidad increíble de escritos de mujeres que empezaron a contar sus historias. También fue importante el reportaje de Lo que las periodistas callan”, dice recordando este texto de Aurora Díaz Obregón en el que las profesionales denunciaban el acoso que reciben en la profesión.
El 3 de diciembre de 2017, la actriz Leticia Dolera había contado en un programa de La Sexta que un director de cine le había tocado un pecho en una fiesta “y nadie hizo nada”. Lo hizo sin dar nombres, pero la mayoría de las grandes cabeceras se hicieron eco. Poco antes de la confesión colectiva y masiva de 2018, el blog Micromachismos de eldiario.es había publicado el vídeo “A mí también me ha pasado”, donde la misma actriz y otras mujeres relevantes, como la política Ada Colau, contaban agresiones que habían sufrido. “En el vídeo también salía Teresa Rodríguez, porque hacía poco había denunciado que un empresario la acorraló contra una pared, le puso la mano en la boca y la besó. Hizo esa denuncia pública y fue un revuelo”, explica Requena, coordinadora del blog. Rodríguez sí dio el nombre: Manuel Muñoz Medina, que fue condenado por abuso sexual. También dio un nombre, ese mismo año, la modelo menorquina Margalida Malida, señalando como agresor al fotógrafo Danilson Gomes, conocido como ‘Longshoots’ en Instagram. A su denuncia se unieron otras que ella fue recopilando. No hubo gran revuelo mediático.
En Estados Unidos el movimiento Me too oficial -es decir, el de Hollywood, el mediático- había comenzado un año antes, en 2017, con un tuit de la actriz Alyssa Milano a raíz de las acusaciones por agresión y acoso que durante años planeaban contra el productor de cine estadounidense Harvey Weinstein. El movimiento, sin embargo, había empezado mucho antes, en 2006, cuando la activista afrofeminista Tarana Burke comenzó a utilizar la expresión en redes sociales para concienciar sobre la cantidad de agresiones sexuales que se dan contra las mujeres. “Está bien que utilicemos a las celebrities, pero no creamos que los procesos se inician ahí. Se inician siempre en los movimientos sociales”, recuerda Fernández.
El resto del Me too es historia. Actrices como Angelina Jolie o Gwyneth Paltrow se sumaron a la denuncia pública y el productor terminó despedido de su propia compañía. Pero en el Estado español no estaba ocurriendo lo mismo. “Ha habido mucho miedo. El sistema español tiene particularidades que han hecho que sea más difícil para algunas mujeres salir a dar la cara y decir un nombre. Arriesgas tu trabajo y tu carrera, porque aquí es todo más endogámico. Lo de Plácido Domingo lo publicó Associated Press y con testimonios de personas de fuera. La endogamia y el mercado pequeño han salido varias veces como una causa del miedo a señalar con nombres y apellidos. Y luego, periodísticamente, en Estados Unidos hay más cultura de ciertas investigaciones y creo que más amparo judicial”, explica Requena.
El caso del cantante de ópera es quizá el más sonado del famoseo español. “España no está preparada para un Me too porque en este caso había pruebas y declaraciones con nombres y apellidos. En Estados Unidos, país que tampoco es que sea la panacea feminista, se le retiraron las gracias, pero en cuanto pisó suelo español, tuvo ocho minutos de aplausos”, apunta Varela. De hecho, la comunicadora recuerda que sobre el cineasta Santiago Segura también han pesado acusaciones -un ejemplo es su supuesta vinculación con el caso Torbe-, “y no ha pasado nada”. Quizá uno de los ejemplos más claros de silencio mediático y social ha sido el del fotógrafo Kote Cabezudo, condenado en junio a 28 años de prisión tras nueve años de lucha de las 17 modelos que le denunciaron. En algún momento sonaron nombres relevantes, pero no pasó nada. La inacción era tal que las modelos tardaron más de cinco años en lograr que se retiraran de internet sus imágenes de carácter pornográfico.
“¿Cómo vas a denunciar a alguien en un país que ha dado un premio honorífico de cine a un hombre sentenciado por violencia machista? El movimiento feminista sí está preparado. La sociedad, no”, afirma Varela. Se refiere al galardón que el Festival de cine de San Sebastián otorgó a Johnny Depp en 2021. Su juicio con Amber Heard ha sido quizá uno de los más mediatizados a escala internacional. De hecho, la exposición de la actriz en el juicio y el escarnio al que se la sometió en redes y medios es, según June Fernández, una muestra de que señalar a hombres poderosos “deja a las mujeres en situación de vulnerabilidad”. “Es importante que un tío tan poderoso caiga, porque si él no es impune, se rompe la cultura de la impunidad para otros que no tienen tanto poder. Pero eso es la punta del iceberg. Lo importante aquí, aunque no haya caído nadie, es que se habla de la cultura de base. Ahora, además, la extrema derecha está machacando con el tema de las denuncias falsas. Así que veo en el Me too una ambivalencia: por una lado nos da legitimidad para denunciar las agresiones pero, por otro, refuerza el discurso de quienes dicen que ahora viven con miedo de que les acusen sin pruebas”, añade la periodista.
El goce contra el terror
El interés mediático que supuso la violación de San Fermín llevó a algunos medios de comunicación a informar sobre violaciones similares para aumentar las visitas, dando la sensación de que las agresiones múltiples habían aumentado, algo que no corrobora ningún informe. “Hablar de ciertas agresiones sexuales y no de otras más cotidianas puede favorecer el terror sexual, como ha pasado con los pinchazos este verano”, explica Requena. Laia Mestre también coincide en señalar el tema de los pinchazos como una mala práctica comunicativa que solo buscaba el clickbait fácil y señala, además, que en muchos medios estos temas solo se tratan en torno al 25N y al 8M, “sobre todo en espacios de prime time”.
Según estas periodistas, la responsabilidad del periodismo es evitar estas dinámicas para dejar de legitimar las violencias y cambiar esa cultura de base, afianzando ese cambio que se dio a raíz del juicio de 2018. “Lo que pasa es que en España hay un fenómeno que no se da igual en otros países y que es la prensa del corazón, que se nutre de dinámicas misóginas, patriarcales y da voz a maltratadores, exnazis y demás, contribuyendo a generar una cultura popular en la que se legitima la violencia contra las mujeres”, apunta Varela.
Para Fernández, una de las vetas que debe seguir trabajando el periodismo es buscar otras violencias que “están fuera de foco”: “El Me too denunció el acoso sexual de hombres con poder y coincidió con hablar del terror sexual en las fiestas. Esto supuso un espaldarazo al periodismo feminista que le ha dado fortaleza y legitimidad para contar otras violencias como la violencia vicaria o la obstétrica. Podemos seguir dándole vueltas al acoso y la impunidad y, al mismo tiempo, seguir avanzando”. “Aunque se ha escrito mucho sobre el tratamiento informativo de las violencias machistas, no está tan desarrollado cómo tendríamos que abordar la lesbofobia, por ejemplo, o la transfobia”, apunta por su parte Momoitio.
Otra de las claves sería seguir hablando de violencias sin dejar de lado el goce. “Parece más legítimo consumir espacio y recursos en hablar de violencia -que por supuesto que hay que hacerlo-, que de otros temas que tienen que ver con el placer, con el goce, con la sexualidad. Ahí no nos sentimos igual de legitimadas. Parte de la violencia sexual está relacionada con un imaginario de la sexualidad machista que no ha cambiado tanto”, apunta Requena. Fernández añade que “el terror sexual es muy destructivo, y si el resultado de denunciar estas violencias es que vamos a ejercer un mayor control de nuestra sexualidad, entonces ha ganado el patriarcado. Como bollera bibollo no estoy tan ahí, pero veo que este discurso naturaliza la idea del depredador, de la mujer víctima que tiene que escapar del acoso”. Ambas apuestan por entrar en otros discursos y romper tabúes sobre el placer. Y Fernández lo resume así: “El no es no se queda corto, igual que la ley del solo sí es sí. Es un debate más profundo, hay que trabajar cómo se construyen los roles femeninos y masculinos de deseo, porque a veces tampoco sabemos qué queremos”.
Este texto fue publicado previamente en Mèdia cat. Nosotras apostamos por la lógica de compartir y no competir y, por eso, tenemos relaciones muy bonitas con otros medios de comunicación críticos que apuestan también por otras dinámicas de periodismo. Suscríbete para que siga siendo posible.