La inmensidad en los ojos de Nahui Olin
El centenario de ‘Óptica cerebral. Poemas dinámicos’ y el aniversario de la muerte de la poeta mexicana animan a rememorar su escritura disruptiva y feminidad disidente.
Para cuando Salvador Novo identificó el comportamiento desobediente y de espíritu libre de Nahui Olin como propio del “furor uterino”, a la poeta mexicana ya la habían llamado loca en más de una ocasión. Durante las primeras décadas del siglo XX —y ya antes— la locura estuvo enmarcada en teorías médicas repletas de fobias patriarcales. Ideas que veían en el deseo, en el afán de conocimiento y en la autonomía femenina el enemigo que combatir. Más que loca, lo que definía la personalidad de Nahui Olin era, precisamente, su deseo, su independencia y su inteligencia. Términos que estaban lejos de reflejar lo que el orden social androcéntrico entendía que debía ser una mujer.
La locura se asoció al comportamiento de mujeres disidentes con los valores tradicionales y, además, se vinculó a su sexualidad. Bajo esa premisa, la disparatada pero reposada opinión de ciertos hombres ilustres logró tachar de locas a quienes, como Nahui Olin, se rebelaron contra la norma. La loca era loca por reivindicar su sexualidad y autonomía, por expresarse en público, por no limitarse a escuchar, ni a obedecer, ni a estar. La loca era una mujer llena de deseos e ideas propias y la sociedad, influida por la opinión de determinados pensadores, vio en ella una conducta enfermiza que a menudo fue determinada como una anomalía psico-sexual.
Antes de Nahui Olin
María del Carmen Mondragón Valseca fue el primer nombre de Nahui Olin. La artista mexicana nació el 8 de julio de 1893 en el seno de una familia adinerada de Tacubaya. Fue la quinta de los ocho hijos del matrimonio burgués Mondragón-Valseca. Cuando cumplió cuatro años la familia se trasladó a vivir a Francia. Su padre, Manuel Mondragón, era militar y diseñador de armas y fue destinado a la capital francesa. En París se desarrollaron los primeros años que marcaron la educación artística de Nahui Olin, quien ya desde muy pequeña recibió clases de escritura, pintura y de piano instruida por su madre, Mercedes Valseca.
La biógrafa Adriana Malvido cuenta que la inteligencia de Carmen Mondragón “brilla desde su infancia”. La autora reconstruye la vida de la poeta y narra algunas anécdotas en su libro Nahui Olin, la mujer del sol (2017). El texto recoge sus años de estudio en el Colegio Francés y recupera las palabras de una profesora de la infancia, la monja Marie Louise, quien recuerda lo maravillada que estaba de la pequeña Carmen porque era una niña con una “intuición pasmosa que lo adivinaba y lo comprendía todo”. A los diez años, según la monja Marie Louise, ya “escribía las cosas más extrañas del mundo, algunas completamente fuera de nuestra disciplina religiosa”.
A su marido, el muralista Manuel Rodríguez Lozano, lo conoció en su ciudad natal. Después de casarse con él en 1913 regresó de nuevo a Francia para convivir dentro del círculo vanguardista de la época. Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial se mudaron a España y vivieron unos años en San Sebastián. En la ciudad vasca la artista mexicana inició de forma autodidacta su oficio como pintora. No se sabe demasiado de esta etapa vital de la poeta, pero hay investigaciones que señalan que en esta época nació y murió su único hijo: un bebé que falleció de forma prematura. En 1921 la pareja volvió a México, donde rápidamente se sumergieron en la efervescencia de los felices años 20. Al poco tiempo de su llegada, Carmen Mondragón se separó del pintor.
Labor literaria
La de Carmen Mondragón es una escritura que celebra la subjetividad femenina mediante lo corpóreo como símil de resistencia. En su artículo ‘Nahui Olin: el cuerpo en el verso’ (2021), la investigadora Carolina Narváez indica que los temas y el estilo de la autora “son muestra del pensamiento libre de una mujer que se percibió como autorizada para reflexionar sobre la ciencia, los valores, las reglas sociales, el amor, el deseo y el conocimiento”. Su labor literaria emerge en un contexto cultural vanguardista que influyó también en su pintura de estilo naif. En ella mezcla la prosa y el verso e introduce analogías del pensamiento científico, una disciplina que le fascinaba.
El interés de Carmen Mondragón por la escritura, como señala la investigadora, muestra, a la vez, su interés por el cuerpo y por sus formas de expresión. Interés que brotó a una edad muy temprana. Adriana Malvido explica que “el nudismo atrajo a Carmen desde los seis años”, más tarde, el desnudo pasó a formar parte de su “propuesta artística como acto comunicativo”. Para Olin nudismo y arte formaban parte del mismo universo y en 1927 posó para el fotógrafo Antonio Garduño convirtiéndose en una de las primeras modelos de desnudo de México.
El nombre artístico de Nahui Olin le fue dado en 1922 por su pareja, el pintor Gerardo Murillo, más conocido como Dr. Atl. En el calendario azteca “Nahui Ollin” hace referencia al movimiento renovador de los ciclos del cosmos. La pintora mexicana adoptó el nombre a falta de una letra, prefirió Olin: elección que demuestra su carácter desobediente. Ese mismo año Olin publicó su primer escrito y una de sus obras más importantes: Óptica cerebral. Poemas dinámicos (1922). Un poemario fundamental para entender lo innovador de su escritura, especialmente si se considera que es una obra que vio la luz hace cien años.
Más tarde llegaron otros títulos célebres como Tierna soy en el interior (1923), A los diez años en mi pupitre (1924) o Energía cósmica (1937). El segundo, explica la profesora Rocío Luque en su artículo ‘Nahui Olin: una mirada lúcida’, contiene fragmentos que demuestran “una extraordinaria precocidad intelectual”. Son textos en los que la poeta “plantea sus deseos de independencia, libertad y anhelos creadores, y pone en tela de juicio la opresión del ser femenino en la sociedad patriarcal”.
Cien años de ‘Óptica cerebral’
Los fragmentos del poemario Óptica cerebral. Poemas dinámicos (1922) abordan, entre otras cuestiones, el deseo corporal, el intelectual y el creativo. El primer poema lleva por título Insaciable Sed y constituye toda una declaración de aspiraciones subjetivas y creativas: “Mi espíritu y mi cuerpo tienen siempre loca sed, de esos mundos nuevos que voy creando sin cesar, y de las cosas, y de los elementos, y de los seres (…). Inagotable sed de inquietud creadora”.
Apelativos como ninfómana o promiscua condicionaron la identidad de Nahui Olin.
En otros poemas como Supremo egoísmo la autora aboga por la autonomía y proclama un yo aislado y autosuficiente: “El egoísmo supremo es el inagotable deseo, la ambición desmedida del vivirse en el aislamiento (…). No hay nada más interesante que el mundo que llevamos dentro”. La investigadora Carolina Narváez señala que para Olin “la fortaleza no vendrá del acto de amar y darse a otros, sino del mundo que se lleva internamente”. En este espacio, escribe la estudiosa, “es posible eliminar la necesidad o la dependencia. Nada menos acorde con la idea de la feminidad para la época que estos planteamientos”.
La genealogía literaria feminista tiene entre sus cometidos recuperar representaciones femeninas y resignificarlas lejos de la tradición androcéntrica. Una suerte de labor que es frecuente en la literatura escrita por autoras que, como Nahui Olin, cuentan con una conciencia feminista. La poeta reescribe el mito de la princesa Iztatzihuatl en su poemario y otorga a esta figura la autoridad que no tuvo en vida: “La mortaja fría de la Iztatzihuatl se tornará en los atardeceres en manto teñido de sangre roja, en grito intenso de libertad, pues bajo frío y cruel aprisionamiento ahogaron su voz; pero su espíritu de independiente fuerza no conoce leyes, ni admite que puedan existir para regirlo o sujetarlo”.
Feminidad disidente
En 1933 Carmen Mondragón conoció a Eugenio Agacino, capitán de barco con quien compartió un amor que retrató en su pintura. Un año después él murió intoxicado durante un viaje. Tras su fallecimiento —y la pérdida de íntimos amigos durante las décadas venideras— la artista mexicana se alejó de la escena pública. Se dedicó a escribir y a enseñar pintura en una escuela de primaria y, de forma ocasional, compartió su labor pictórica en exposiciones. Su labor artística comenzó a ser “marginada y ella estigmatizada”, explica la profesora Rocío Luque, quien en palabras de la biógrafa Patricia Rosas Lopátegui, afirma que a partir de ese momento “los actos de Nahui se encasillan en la locura”. La libertad que reivindicaba Olin, su autonomía vital y artística, incomodaron a una parte de la sociedad hasta el punto de provocar un “colapso de valores”.
La poeta mexicana Nahui Olin desplumó al ángel del hogar décadas antes de que Virginia Woolf animara a asesinarlo.
Nahui Olin rechazó el modelo de familia tradicional. Como indica Carolina Narváez: “Fue asesina de la figura del ángel en el hogar, un modelo de mujer con una sexualidad pasiva, entregada a su familia y al bienestar de la nación”. La poeta mexicana desplumó al ángel del hogar décadas antes de que Virginia Woolf animara a asesinarlo. Su feminidad disidente se vio convertida en algo negativo e impropio y, como otras tantas mujeres, tuvo que enfrentarse a la crítica y al estigma. La investigadora cree que la asociación con la ninfomanía pudo estar relacionada “con la demostración de una feminidad agresiva o con la insaciabilidad que dejó ver Nahui Olin en su escritura”. “A diferencia de otras escritoras en quienes la locura estaba expresada en melancolía y malestar corporal”, apunta Narváez, “a Nahui Olin se le atribuyó una locura sexual, asociada a una expresión maníaca de su deseo”. Apelativos como ninfómana o promiscua condicionaron su identidad.
Patologización del deseo
La profesora Pilar Folguera Crespo, en su artículo ‘¿Hubo una revolución liberal burguesa para las mujeres? (1808-1868)’, explica que “el discurso médico del siglo XIX es tanto más alarmante que el moral o religioso porque con él se justificó científicamente la teoría de la inexistencia del deseo sexual en ‘la mujer honrada’, de tal manera que cualquier manifestación contraria se entendió como un síntoma de enfermedad y de locura”. Cuando el ensayista Salvador Novo vio en Nahui Olin un “caso incurable de furor uterino”, tal vez, lo que pretendió, como advierten las estudiosas, fue identificar como “histeria” la personalidad de la autora.
Curiosamente, en el ámbito de la lexicografía española autores decimonónicos como Vicente Salvá y Ramón Joaquín Domínguez ya se habían ocupado de definir el término “furor uterino’. El primero lo explicó como “una enfermedad de las mujeres que las incita viva y constantemente a los actos venéreos”. El segundo como una “enfermedad peculiar del sexo femenino cuyo carácter es un delirio erótico producido por un deseo irresistible de unirse al otro sexo”. Definiciones como la de Domínguez favorecieron a que el deseo —aunque no solo el sexual, ni únicamente el referido a las mujeres— se viera patologizado.
De forma similar a términos como furor uterino, ninfomanía e histeria se conceptualizaron otros llamados trastornos. Se habló así de la andromanía: entendida como el “deseo desenfrenado de cohabitar con hombres”; o de la clorosis, más conocida como la fiebre amatoria que afectaba “especialmente a doncellas y a viudas”. En un artículo sobre ideología lingüística para la revista Orillas, la filóloga Mercedes Merín estudia el discurso moralizante de estos conceptos en el ámbito de la medicina durante varios siglos de historia. La docente subraya que estos términos marcaron los inicios de “un discurso psicopatologizado sobre sexualidad femenina”. Y, en sintonía con las ideas de otros autores, explica que durante décadas se creyó que “la ninfómana caía en el furor y el delirio” cuando “representaba su iniciativa erótica frente a los valores de la castidad”.
Durante muchos años la figura de Nahui Olin se encasilló en la locura y, durante muchos años también, esa locura estuvo referida a su sexualidad
La ninfómana fue una figura utilizada para evocar la “representación femenina de una desviación”. Su vinculación con el delirio y la locura desde antes del siglo XIX continuó con fuerza discursiva durante los primeros años del siguiente siglo. Se consideró un trastorno que debía ser abordado no solo por la ginecología y fue teorizado por la psiquiatría. A principios del siglo XX, según Carolina Narváez, “el furor uterino seguía marcando los idearios en torno a ciertas enfermedades de las mujeres, sobre todo las asociadas con el sistema nervioso y la sexualidad”.
Los ojos de Olin
Durante muchos años la figura de Nahui Olin se encasilló en la locura y, durante muchos años también, esa locura estuvo referida a su sexualidad. Rocío Luque cuenta que todavía en los años 70 Olin era conocida como “la Loca”, “la Perra” o “la Dama de los gatos” y otros estereotipos hirientes que perduraron incluso tras su muerte. Cuando Carmen Mondragón falleció el 23 de enero de 1978 a causa de una insuficiencia respiratoria, hace ya 45 años, su pérdida no quedó recogida en ningún obituario que la rememorara. Tampoco se rindió homenaje a su labor artística. Aunque todavía resuenan con fuerza las palabras que se dedicó a sí misma en Sobre mi lápida, en las que se decía: “Independiente fui para no permitir pudrirme sin renovarme; hoy, independiente, pudriéndome me renuevo para vivir”.
La recuperación de su vida y de su obra también resuena con fuerza. Las biografías, exposiciones e investigaciones que revalúan la historia de Carmen Mondragón sirven no solo para rescatarla del olvido, sino también para sanarla del estigma. Como sostiene su biógrafo Tomás Zurián: “Todas las desviaciones de Nahui Olin están en los supuestos, en el se dice”. “Más que corrupción sexual yo veo en ella una necesidad erótica de afirmar su existencia”. Precisamente, la actitud y el pensamiento de Nahui Olin desafiaron la feminidad restrictiva sirviéndose de lo erótico. Cuando reencarnó a Erato en el mural La Creación, de su amigo Diego Rivera, el erotismo emanaba de una larga cabellera rubia. En la Olin de carne y hueso el erotismo parecía brotar más bien de la inmensidad de sus ojos: órbitas consagradas a la pasión y a la belleza. Decía la crítica Teresa Fortoul que mirar los ojos de Olin era algo así como mirar el mar, un mar lleno de tonalidades de verde intenso.
Hay quienes, sin embargo, vieron locura en la inmensidad de los ojos de Nahui Olin y condenaron su mirada por sembrar el caos. A la academia y a la medicina parecían preocuparles ciertas “anomalías sexuales femeninas” que vinculaban a un deseo irresistible, cuando no, desenfrenado. A las mujeres como Nahui Olin no les preocupaba en absoluto manifestar tal deseo, principalmente porque les permitió romper con el subyugo y la opresión. Tal vez, lo que ciertos hombres ilustres veían en “la locura” de mujeres como Carmen Mondragón era una pérdida de su poder y de su control. Y, quizás, ese era su mayor temor. Hubo una época en la que las mujeres como Nahui Olin causaron, más que miedo, furor y rechazo. Finalmente, hoy su “locura”, fascinante para muchas otras, logra ser celebrada.
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