Crónica tardía de un 8M migrante
La escritura acontece o no acontece. Y esta noche aconteció. Esta noche, en esta primera marcha a la que asisto en esta ciudad que es tan nueva para mí, esta noche donde extrañé más que nunca mi casa.
No existe una única forma de escribir una columna. En esta columna no hay una tesis. No hay argumentación. Hay urgencia. Escribo ahora mismo sentada en un bar de mala muerte en una mesa en el medio de una avenida por la que hasta hace una hora marchaba. Escribo y escribir es trabajar aunque debería estar en huelga, pero soy mujer migrante.
Es 8 de marzo y son las once de la noche. Estoy lejos de las mujeres que más quiero. Estoy lejos de mi madre, de mi sobrina, de mis amigas. Amigas que a esta hora en Argentina están saliendo a la calle a marchar.
Ayer discutí con mi pareja. Dice que hace días que no sabe cómo voy a despertar. Que a veces estoy bien y otras veces mal. No soy boluda. Hace días, por no decir semanas, me siento como una pequeña piedra en la montaña: hay algo que voy a llamar viento que me envuelve y me arrastra a donde quiere. Puede ser tristeza.
El día de mi cumpleaños, que fue hace poco, mi padre me llamó para saludarme y apenas unos minutos después me preguntó si sabía lo que había pasado con las gemelas. ¿Qué gemelas? Había estado muy ocupada entre el trabajo y la maestría y cumplir años. Me dijo: dos nenas se suicidaron ahí donde vos vivís. Eran argentinas.
Antes de migrar, leí un libro que me conmovió: Ceniza en la boca, de la mexicana Brenda Navarro. La novela narra el suicidio de un adolescente que migra de México a España junto a su madre y su hermana. Un adolescente que la pasa mal, sobre todo en la escuela. Le dicen “El cule”. Culero en México quiere decir cobarde o maricón. Una novela que habla de desigualdad, de xenofobia, de desarraigo. Una novela que leí y no pude olvidar. Tampoco su nombre. Era Diego.
Al otro día del llamado, me senté frente a la computadora y empecé a googlear. Eran adolescentes. Dos gemelas que nacieron biológicamente mujeres en Argentina y que migraron con su madre y su padre a España en búsqueda de un futuro mejor. Como sucede con muchos argentinos, hay que decirlo: la migración actual es casi tan masiva como la de la crisis del 2001. Cada vez que voy al supermercado, en la cola para pagar, quien está adelante o atrás, es argentina o argentino.
Sus nombres de nacimiento, son Alina y Leila. Hace poco, Alina pidió que la llamen Iván. Se percibía varón. La voy a llamar por su nombre de varón: Iván decidió saltar del balcón de su departamento de Sallent, un pequeño pueblo en las afueras de Barcelona, ahí donde vivía con su familia, y su hermana saltó detrás, en un gesto de solidaridad. Iván murió. Su hermana permanece internada en el hospital.
No me voy a preguntar qué llevó a Iván a saltar. O sí. Quiero decir: es sabido que el bullying es moneda corriente en las escuelas. Imaginen si se trata de acompañar la transición de un adolescente. Y más aún: de un adolescente trans migrante.
Ahora bien: ¿qué fue lo que llevó a la hermana gemela a saltar? Qué fue lo que hizo que en vez de detener a su hermano o en vez de verlo caer desde el balcón, ella decidiera romper el cerco del edificio y caer al vacío.
El domingo quise viajar a Sallent. No pude. Hoy que era 8M quise viajar a Sallent. Tampoco pude. Quería ir y ver en persona el edificio. Los carteles que dejaron sus compañeras. Quería pasar por la escuela para entender por qué todavía no hay responsables, por qué la justicia acá tampoco es veloz.
Esta semana, creamos un grupo con algunas compañeras y compañeros de la maestría, con quienes tenemos en común la condición migrante, y lo llamamos Identidad precaria. Nuestro primer acto: intervenir el libro Estado de exilio de la autora uruguaya Cristina Peri Rossi. Yo intervine uno que se llama Carta de mamá II. El final dice algo más o menos así: A veces cuento las horas de diferencia / cuatro horas con vos / tres con tu hermano y valentina / dos las habitaciones vacías / no te olvides de nosotros que te queremos tanto / no te olvides de mí.
Este no es un mundo mejor, no es de verdad el mundo prometido, es un mundo diferente. Quien diga que migrar siempre es para mejor, miente. Migrar duele. Migrar es causa de muerte. Yo migré para estudiar. Miento. Migré porque si no me alejaba del escenario de los hechos, que es la casa de mi mamá y el pueblo; si no me alejaba de la justicia argentina que permanentemente me sentaba en el banquillo no importa cuándo, no importa dónde, no iba a poder a escribir, no iba a poder escribir algo diferente, no iba a dejar de ser víctima. Yo nací para escribir lo que quiero. No me puedo morir sin escribir lo que de verdad quiero.
La escritura acontece o no acontece. Y esta noche aconteció. Esta noche, en esta primera marcha a la que asisto en esta ciudad que es tan nueva para mí, esta noche donde extrañé más que nunca mi casa.
No voy a mentir: llegué a la plaza de la universidad enojada. Un poco con las terf que siguen creyendo en biologicismos y no se dan cuenta de que hay muchas trans que mueren, como Iván, por su falta de entendimiento. Otro poco por mi cabeza que iba y venía, hacía comparaciones, ponía el foco en la falta: extrañaba el verano argentino, los cuerpos desnudos y pintados y cubiertos de glitter, las consignas aguerridas, los megáfonos arengando, los cánticos populares, las columnas organizadas, las banderas avanzando por la Avenida de Mayo.
Extrañaba las manifestaciones que conozco: esas que duran hasta que la última se rinda. Y la sensación de que eso no sucederá nunca. Hemos madrugado. Hemos hecho vigilia. Hemos dormido en pasillos de universidad, en bares, en esquinas, para permanecer ahí, como la noche que se sancionó la ley de interrupción voluntaria del embarazo aquel treinta de diciembre añorado.
Así como digo que migrar puede matar, también digo que a veces añoro lo que está lejos y es pasado y ya no existe, porque esa frase de que el pasado fue mejor siempre está ahí. Pero no. No sé si era mejor o peor, lo que sé es que esta marcha fue diferente.
Estaba a punto de irme, quedamos solo una amiga y yo, porque eso también te da la migración, te da una amiga, una amiga nueva y diferente, pero una amiga al fin; estábamos por irnos y de pronto apareció una batucada de mujeres que venían de las afueras de Barcelona y se habían organizado: mujeres grandes y jóvenes y algunas niñas estaban tocando los bombos y redoblantes y nosotras las seguimos. La alegría volvió al cuerpo. Caminamos hasta el Arco del Triunfo. Bailamos un poco. Gritamos un poco. Leímos carteles en todas las lenguas. Algunas no las entendí. Carteles de compañeras de Argentina, de Chile, de México, de Ucrania, de Estados Unidos, obviamente de Catalunya. Vimos cómo los aerosoles grafiteaban las vidrieras de H&M y Zara y algunas publicidades de Chanel.
Quiero dejar de decir ¿tía, has llegado? Si la próxima soy yo salgan a las calles, griten mi nombre y abracen a mi mamá. Si mañana me toca a mí quiero ser la última. “anonim” era una dona. Somos el grito de las que no tienen voz. Mujer se hace. Prou pressió estètica. El abuso se alimenta de silencio. Hasta el coño de “eres muy madura para tu edad”. Vení y acosame ahora, cagón. Seré puta pero no terf. Mi cuerpo no quiere tu opinión. Marcho por mí y por mis weonas lindas. Trece mujeres nos faltan al día en méxico. Tots els cossos són vàlids. La transfobia mata. Regularización ya. Migrar no es delito.
Migrar no es delito.
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