Estoy que rabio con la violencia adultocéntrica y el maltrato a las criaturas

Estoy que rabio con la violencia adultocéntrica y el maltrato a las criaturas

Cada vez que escucho o veo a una criatura llorar, mi cuerpo empieza a temblar, mi estomago se llena de calor y me dan sofocos. Mi instinto maternal funciona y mis tetas reaccionan produciendo leche y, joder, no voy a ir dando teta a toda criatura llorona que vea por la calle.

Ilustración de Libreslios.

A mí me llaman la Chiqui
Pero de chica no tengo na’
Y no tengo complejo, yo soy así porque quiso Dios
Y en mi fardiquera llevo un cuchillo, una cuchara y un tenedor
Y si se presenta en algún momento oportunida’
Me lo como to’, yo no dejo na’
Milagros de los Reyes Bermúdez, Chiqui de Jerez, (1978-2023) cantaora y bailaora, por tangos

Debido a mi actual coyuntura laboral estoy viajando por todo el país y paso mucho tiempo en la capital. En sí, esta situación ya me resulta violenta y no es porque no esté acostumbrada y esas monsergas, no. No, es porque el sistema capitalista ha impuesto que la inmensa mayoría de la especie humana se someta a malvivir en estas macrociudades para facilitarle el acceso constante, continuo y sin coste alguno a la mano de obra cada día más sometida y más barata. Pero esa violencia estructural ‒que se da tanto en el ámbito urbano como en el rural‒ aunque explica no justifica en modo alguno que las personas adultas maltraten a nuestras criaturas, sí, nuestras porque son de todes y porque son la posibilidad de un futuro, el horizonte de esperanza que nos anima a continuar en el camino.

Y en esos viajes, sobre todo en las estancias en las ciudades grandes, sufro porque veo a adultos, sobre todo, y adultas maltratar a niñas, sobre todo, y a niños. Evidentemente, aquí también parece operar la dichosa brecha de género y a nuestras hijas las atraviesan también las intersecciones del machismo con el adultocentrismo.

Veo ese maltrato. Escucho cómo las criaturas lloran y gritan desesperadas sin que nadie haga nada para ayudarlas. Sí, veo a madres que intentan calmar el llanto de los bebés a cambio de chupar el chupete ‒un triste engaño que acabará malformando su gestión del deseo y su boquita‒ o de tomar el bibe ‒un falso sustituto de la leche materna‒. No veo que intenten averiguar por qué está llorando la criatura: ¿tiene frío?, ¿calor? ‒en Madrid, en la calle, hace frío y en el metro hace calor‒. Por mucho que se crean que están a la vanguardia, en la crianza como en tantos otros ámbitos, Madrid es un desastre y no, no veo padres maternando. Sí, sí, mucho rollo con las nuevas masculinidades, pero a los bebés los siguen cuidando mujeres.

A las criaturas en edad escolar sí suelen acompañarlas tanto padres como madres, o esa es mi percepción. Pero veo ‒y, por tanto, sufro po ellas‒, cada día a criaturas que van forzadas a la escuela; que lloran; que son obligadas a caminar o a subir al metro o al bus; que comen mientras caminan o sentadas en el transporte público, con los arreones que mete o el mal olor constante ‒¡ducharse más, que funguela baribú a chotuno!‒; veo a papás que van a toda prisa sin darse cuenta que las piernas de nuestres hijes son más pequeñas y que, además, llevan desproporcionadas mochilas.

No suelo ver estas conductas violentas adultocéntricas en mi pueblo ni en ninguno de los pueblos en los que he residido. No sé si es porque aquí esa violencia estructural que te obliga a malvivir en donde no quieres sino donde el capitalismo te consiente tiene un grado menor, un punto más débil, o por el control social ‒ya sabes, todas nos conocemos‒ y la violencia se esconde en el interior de las casas.

Lo que sí sé es que nadie, nadie, nadie, defiende a las criaturas.

La semana pasada fui valiente y me atreví a llamarle la atención a un macho que estaba peleando a voces con otro macho mientras su pobre hijo seguía agarrado de la mano y llorando de miedo y, a cambio, obtuve una retahíla de insultos a cual más machista. Por suerte, su agresión hacia mí quedó en eso y contribuyó a que el tipo se fuera relajando y, por tanto, que aquel pobre nene no siguiera llorando.

Y defiendo esto también por una cuestión egoísta: cada vez que escucho o veo a una criatura llorar, mi cuerpo empieza a temblar, mi estomago se llena de calor y me dan sofocos. Mi instinto maternal funciona y mis tetas reaccionan produciendo leche y, joder, no voy a ir dando teta a toda criatura llorona que vea por la calle.

El adultocentrismo es la subordinación de las necesidades de las criaturas ante la imposición de los deseos de las personas adultas. Es, una más, consecuencia del patriarcado y, por tanto, debe ser un ámbito de lucha del feminismo. Es decir, o las feministas defendemos a las criaturas o no lo hará nadie, tal y como pasa en la actualidad. Y yo sola no puedo, nos necesitan a todas.

N.B.: Uno de los insultos del señoro fue gorda. Y como buena gorda lo que me apetece es comérmelos, como dice mi Chiqui, que en gloria esté. Contribuir a que tomemos conciencia de la violencia adultocéntrica es mi manera de homenajear a quien se atrevió a cantarle por tangos a los Teletubbies porque sus criaturas les adoraban.

 


Silvia está que rabia:

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