Ecofeminismos. La sostenibilidad de la vida
Reproducimos una parte de la conversación que Yayo Herrero López y Verónica Gago mantienen el en el libro 'Ecofeminismos. La sostenibilidad de la vida', editado por Icaria.
“¿Hay condiciones para que emerja un movimiento alrededor del cuidado, el freno, la precaución, la contención, el diálogo, la desobediencia, el reparto y justicia? ¿Es posible apostar por herramientas políticas, económicas y culturales que, más allá de la oportunidad o el cálculo, afronten la emergencia civilizatoria desde la resiliencia y la sostenibilidad de la vida?” —se
pregunta Yayo Herrero. Por su parte, Verónica Gago se interroga sobre “¿cómo pasamos de hablar de una lógica de resistencia, de poner el cuerpo, a pensar en una lógica de reapropiación, de riqueza colectiva, que permita sostener con otra fuerza todas esas infraestructuras?”. En este libro, las voces de ambas pensadoras —desde sus respectivos lugares de enunciación— se unen en un intento comunitario por dar respuesta a estas preguntas, y por pensar en un programa feminista y ecológico contra la precarización de la vida y el ecocidio.
Reproducimos una parte de la conversación que Yayo Herrero López y Verónica Gago mantienen el en el libro Ecofeminismos. La sostenibilidad de la vida, editado por Icaria.
Sobre el límite y la escasez: debatir sobre el (de)crecimiento
Yayo Herrero López: —Desde hace poco, en el Estado español al menos, casi todos los días (algo que antes no sucedía) se publican noticias en los medios de comunicación sobre la escasez. Por
ejemplo, existe una gran preocupación hay varias fábricas de automoción detenidas porque no se sirven los microchips. Y parece ser que China, que es el principal fabricante, no va a tener capacidad para aumentar la producción al menos durante los próximos dos años, dicen.
Hay problemas importantes en el abastecimiento de material de construcción, problemas importantes, por ejemplo, en el suministro de materias primas como la madera (que aquí han subido los precios de una forma tremenda), y ahora empieza a haber también una preocupación importante con el tema de los fertilizantes. El precio del gas natural y su escasez ha disparado los precios de la fabricación de fertilizantes de síntesis, y hay varias empresas —fundamentalmente algunas de las que están en Reino Unido— que se están planteando (ya ha cesado la producción) la posibilidad de cerrar de forma permanente. A todo esto, la Agencia Internacional de la Energía acaba de publicar un informe (lo estamos estudiando ahora mismo) en el que plantea ya como grave el pico de petróleo barato.
La guerra en Ucrania ha desencadenado un verdadero pánico alrededor del desabastecimiento de los recursos energéticos, fertilizantes u otras materias primas, hasta el punto en que se está considerando aceptable la reaparición de la extracción de carbón.
La idea de límite es una idea biofísica; la idea de escasez —en realidad— es una idea socioeconómica (porque algo es escaso de forma inducida, es decir, es escaso en relación a la forma en la
que se usa), pero el hecho real es que, a la escala del modelo globalizado industrializado, hay ya una buena parte de minerales, de energías y de materias primas que son escasas y no dan para
sostener la escala o el tamaño del metabolismo económico que se ha venido construyendo en los últimos años.
Tengo la sensación de que eso está directamente relacionado también con la emergencia de esa ultraderecha de corte racista, homófobo y machista, de la que hablamos, porque se empieza a advertir que el modelo de privilegio, es decir, que el que existan países, territorios o núcleos de población que sobreconsumen muy por encima de lo que les tocaría, es porque hay, obviamente otros territorios que son saqueados. Y el discurso que de alguna manera criminaliza o señala a la población migrante, que señala a las mujeres que, de repente —dicen— «quieren hacer lo que no
les es propio», está detrás de toda esa conciencia ya de límites. Es decir, ahora, para mantener las tasas de ganancia de capital de determinados sectores, hace falta expropiar o expulsar a sectores
cada vez más grandes de población.
Así, el discurso de la ultraderecha, al menos aquí en España, trata de capitalizar el descontento de un montón de varones forjados en la masculinidad heteronormativa y convencional que no tienen trabajo, y que tienen una auténtica falta de autoestima porque lo que se supone que les era propio y que marcaba su éxito como hombre no lo pueden cumplir. Estos discursos señalan, o
ayudan a señalar, que por encima de su malestar respecto al mercado, al trabajo o al empleo, ellos siguen teniendo poder sobre algunos ámbitos sobre los que, de forma natural, tienen que mandar: sobre su propia familia, sobre su propia mujer o sobre otros hombres que, en la jerarquía del patriarcado, están por debajo de ellos.
Este tipo de masculinidad, tan construida sobre la posibilidad de tener poder sobre lo que te rodea, se está convirtiendo en una herramienta absolutamente fundamental (en una muleta crucial) para que el neoliberalismo ultraconservador pueda tener cierto control político sobre la situación.
Además, te encuentras con la paradoja de que es cierto que el decrecimiento de la esfera material de la economía, más que una propuesta política, es un dato. Y entonces, claro, la clave es cómo abordar ese decrecimiento forzoso de la esfera material de la economía.
Puede ser por una vía fascista (que puede ser fascista de forma explícita o de forma implícita). A mi juicio, la Unión Europea, amparada o escondida detrás del discurso de los derechos humanos, está haciendo una política de fronteras que legitima el fascismo territorial o esa apropiación territorial, pero, por otro lado, si queremos afrontar el tema desde una perspectiva feminista y antirracista, es evidente que los principios de suficiencia, el reparto de todo (de los derechos y de las obligaciones) y la lógica del cuidado como faro y palanca de la política (del conjunto de la política, de la pública y de la que hacemos los movimientos sociales) son tres ejes son absolutamente imprescindibles.
Verónica Gago: —En Argentina, y creo que de modo bastante general en América Latina, es muy difícil introducir el discurso sobre el decrecimiento porque, por un lado, tiene como supuesto un crecimiento que, en nuestra región, se sigue considerando como no realizado o fallido.
Y, en comparación con los parámetros y horizontes europeos, es así. Eso, por otro lado, como ha dicho muy claramente en su momento Arturo Escobar, renueva una y otra vez la fábulas de las
«poblaciones fracasadas» que no logran alcanzar el desarrollo y repone una y otra vez aspiraciones neodesarrollistas que hoy en día tienen como supuesto la intensificación extractiva de la que
hablábamos antes. Entonces, el discurso del decrecimiento suena como algo para las regiones que sí ya han disfrutado y se han beneficiado del crecimiento. Acá, creo que esos lenguajes tienen
otras formulaciones.
La lucha antiextractivista, contra el despojo, por ejemplo, pero también las formas de disputar recursos públicos como parte de infraestructuras comunes es una manera potente, desde los movimientos feministas, populares y ecologistas, de plantear otros desarrollos y, sobre todo, abrir la pregunta por la reapropiación de la riqueza colectiva. Sin embargo, el lugar periférico desde el
punto de vista de la acumulación de capital que ocupa esta región, permite poner en juego otras tradiciones y genealogías a la hora de debatir el llamado crecimiento.
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