A tu meme le falta calle
No podemos culpar a la herramienta, sino a nuestras pocas ganas —o cansancio—de elaborar un discurso que sustente esas representaciones más allá de su simplificación.
Me encanta internet. Soy lo que se diría en el argot chronically online, solo que, con una diferencia, a mí internet sí que me sirve para crear relaciones y lazos profundos con personas con las que lo mismo puedo compartir una reunión de zoom que un café por la mañana.
Dicho esto, y aunque a mí me guste alimentar la parte social de las redes sociales, sí que creo que internet tiene un discurso muchas veces problemático ya que se basa en la simplificación y de esto me ha hecho pensar el libro Memeceno: la era del meme en internet, donde se unen varias voces en torno a este tema, coordinado por Álvaro L. Pajares y editado por La Caja Books. Son nueve ensayos y un epílogo, escrito por Luna Miguel, de autores y autoras que nacieron el año en que me vino la menarquia. Y ahí me doy cuenta de mi fervor por internet cuando pese a mi condición de señora GenX recuerdo todos los virales y memes que referencian en los textos.
Hablan sobre la historia del meme y los códigos de comunicación que transmiten y cómo se ha utilizado políticamente por parte de la izquierda y de la derecha (sobre todo de la derecha, como siempre, amigas) para viralizar contenidos políticos alterados y fake news.
El código comunicativo del meme es la simplificación. Una imagen y una frase, un pequeño montaje, algo que nos haga reír y pensar a la vez, pero poco, de las dos cosas. Sus mensajes implícitos carentes de contexto se pegan a las personas y sus idearios, sobre todo si tienen un escaso discurso político o carecen de marco teórico en el que encuadrar ciertas ideas. Ahí tenemos el caldo de cultivo perfecto para viralizar una mentira, o, lo que es peor aún, una media verdad.
Los memes han evolucionado, desde el comienzo de que la simpática rana Pepe servía como running gag en los foros 4Chan hasta convertirse en una representación de la derecha alternativa americana –y reapropiada por los mememakers del Estado español- con la que transmitir medio en broma, medio en serio fuertes discursos racistas, antifeministas y homófobos.
Hace unos días Elon Musk cambió el símbolo de Twitter, el pajarito azul que te lleva a tu página de inicio por Kabusu, un perro que se popularizó en Japón en el año 2010 gracias a una fotografía del animal que sacó su dueño y que ha terminado siendo símbolo de una de las empresas más importante de criptomonedas en red, además de formar parte de campañas para Google, Nascar y otras grandes corporaciones
¿Este cambio de logotipo temporal es una broma del excéntrico (por ser generosa) Musk o esconde detrás toda una dirección de hacia donde va su gestión de Twitter? Pues con la información de la que disponemos sobre los movimientos del magnate, podría ser o lo uno o lo otro por igual, con la red flag de que la red social se ha desconectado de otros generadores de contenidos como puede ser WordPress, y quizá eso sí que quiera decir algo de hacia dónde se dirige el patio de colegio de 280 caracteres que posee Musk.
Es en esta red social, donde los memes y las noticias se mueven con más velocidad y donde se crean discusiones eternas y baladís ante cualquier tema. Cualquier persona usuaria con 3.000 seguidores se permite a dar opiniones paternalistas sobre todo lo que le rodea. Con la campaña de Macarena Olona quedó demostrado que VOX tenía cuentas bot en Twitter para hacer ruido y esparcir discursos, así como, y copiando el modelo americano que tanto le sirvió a Trump, personas contratadas para crear contenido online viralizable que aupase en interacción a su líder. En el libro hablan de la famosa foto de Abascal vestido con un morrión, emulando a un conquistador, una segmentación histórica inexacta, ya no solo por la vestimenta que resulta tan anacrónica a sus intereses como la de cualquier feria medieval, sino por el discurso muy sesgado de un cortísimo periodo de tiempo donde se supone que el Estado español, ESPAÑA, era lo más de lo más, cuando realmente –y como citan a Joaquín Costa en 1914 el libro de Memeceno– “en 1898 España había fracasado como orgullo guerrero y yo le echaba la llave al sepulcro del CID para que no volviera a cabalgar”, por supuesto obviando detallitos históricos como el que se refería a que los ejércitos españoles no estaban compuestos de la raza aria española que la nueva derecha defiende y que sus héroes eran soldados de pago que se vendían a la guerra del mejor pagador. Pero es más fácil ver un meme que leer un libro de historia a la hora de agarrarse a un poco de épica edulcorada, ¿verdad?
Este problema se agrava, a mi entender, con la manipulación de imágenes a través de la inteligencia artificial. Estas semanas han sido populares la viralizaciones del papa con un abrigo de trappero al más puro estilo Bad Bunny que nos colaron como imagen real mientras era de inteligencia artificial y el periódico El Mundo ilustraba la presentación de campaña de Yolanda Díaz —quién también ha intentado memerizarse a sí misma con una campaña publicitaria de pegatinas y merchán político de lo más cuqui— con una imagen creada ad hoc con la política junto a Pablo Iglesias. Sí, el medio avisa en un pequeño recuadro que esa imagen es falsa, pero ¿con que se queda el consumidor medio del periódico a un simple golpe de vista? Ya lo has visto, y si no existió ese encuentro, ya existe, porque tu cerebro lo ha interiorizado, procesado y los sentimientos que provoca en él son reales y se asientan en tu neocórtex: ira, enfado, violencia por parte de la derecha más reaccionaria que terminará en una manipulación de la campaña, ya que si El Mundo puede sacar en su portada la poca probable coalición de Pablo Iglesias y Yolanda Díaz, ¿por qué no sacar al líder de algún partido con el que confraternicen al lado del mismísimo Jesucristo para conseguir votantes de su misma cuerda? Ahora mismo, y hasta que se regule, que entiendo que se hará, como ocurre con la publicidad, todo es posible.
Otro de los claros ejemplos de memerización política es la inefable Díaz Ayuso. Durante el encierro pandémico de 2020 pudimos ver memes de toda clase y condición de la política madrileña, aderezados con sus intervenciones que ya parecían un gag humorístico ¿Que ha conseguido doña Isabel con todo esto? Pues irse de rositas, y que su pésima gestión de la pandemia, las muertes violentas de personas abandonadas a su suerte, la infra alimentación de criaturas en situación de exclusión y las asignaciones económicas de recursos públicos a familiares y hospitales fake pasen como una balsa de aceite mientras nos reímos de un sticker que nos han mandado por WhatsApp con Ayuso con cara entre violenta y sensual y un pie que dice “Te chapo el barrio”.
A esta simplificación de las ideas sobre cuestiones que atentan contra las libertades más fundamentales, se suma, además, el miedo a la manifestación social que provocan leyes como la ley mordaza, la falta de organización social y la broma fácil en torno a todo, que hacen que los idearios discursivos se simplifiquen muchísimo y ya todo nos de un poquito igual o, como mucho, nos provoque un poco de enfado y una tarde de discusión en Twitter.
Otra de las reapropiaciones más absurdas por parte de la derecha de elementos de la cultura pop y la memerización de los mismos es la película Matrix, de las hermanas Wachowski, que muy lejos de querer caer en discursos reaccionarios —por motivos más que evidentes—, han visto como su famosa red pill se ha convertido en foros y grupos de negacionistas, misóginos, homófobos y xenófobos símbolo de verdad, y de no estar inmersos en universos alternativos y defenderse ante el peligrosísimo lobby queer que les acecha como hombres blancos, heterosexuales que nunca han tenido derechos ¡pobrecitos!
Volviendo al libro Memeceno, uno de los textos que más conflicto me ha creado es del Alba Lafarga en torno al feminismo digital. Si bien estoy de acuerdo con ella en que Tumblr y plataformas similares han ayudado a acercar referentes e idearios feministas a las usuarias, despertando una conciencia social y una reapropiación de los discursos y espacios digitales en favor de los derechos de las mujeres, tengo que poner un pero. Creo que sí que ha habido una parte de esta democratización de los lemas feministas que está provocando ciertos discursos muy sesgados y rupturas dentro del movimiento (sí, hablamos de las terfs otra vez).
El acercamiento al feminismo a través de creatividades con Hermione Granger y frases de empoderamiento femenino —¿veis como a vosotras también os da cringe esta palabra después de su abuso en internet? — está bien, y es una herramienta como cualquier otra, el problema es cuando esos discursos se quedan ahí. Sin más poso teórico, sin más debate profundo, sin más contrastar discursos, leer libros, sin activismo de calle, cada 8 de marzo se convierte en un desfile de post en Instagram vacíos de contenidos con colores chillones y tipografías cuidadas que rezan Girls just want FUNDAMENTAL Rights, pero eso no se gana publicando en stories, querides.
No podemos culpar a la herramienta, sino a nuestras pocas ganas —o cansancio—de elaborar un discurso que sustente esas representaciones más allá de su simplificación, que nos permita desarrollar una opinión crítica no condicionada por la estética visual y que solo nos quedemos con el meme de la política de moda hablando por teléfono antes la complejidad de lo que supone ceder el Gobierno de un estado que tiene todas las complejidades políticas y sociales que tiene ahora mismo el Estado español.
La vida no es meme, y por ello no debemos dejarnos llevar dulcemente por el río de las cuestiones simples, siempre será mejor compartir un meme de Chayanne deseándole a tus comadres buenos días, o una afirmación llena de colores flúor que te provoque la risa llanto. Porque si lo que pretendes es tener un discurso social y político a través de lo que circula viralmente por internet, te diré una cosa, a tu meme le falta calle.
Más cosinas: