Cinco errores frecuentes en el discurso feminista sobre la maternidad

Cinco errores frecuentes en el discurso feminista sobre la maternidad

El valor que se le otorga a la maternidad en esta sociedad patriarcal y capitalista siempre será superficial y jamás se materializa. Es un valor abstracto, irreal, como de cartel publicitario del día de la madre.

04/05/2023

Ilustración de Tetiana Garkusha (iStock).

Se acerca un día de la madre cargado de simbolismo: por un lado, campañas publicitarias llenas de estereotipos sobre maternidades “idealizadas”, tan irreales como inexistentes y, por otro, campañas reivindicativas, como la de PETRA Maternidades Feministas: “¿Y a las madres, quién las cuida?”. Esta doble visión marca las características del debate sobre la maternidad dentro del feminismo, donde el uso de conceptos divergentes nos impide hablar el mismo lenguaje. Quizás influya la ausencia de experiencia materna de algunas autoras, pero este motivo no parece ser suficiente para impedir la comprensión de la otredad, máxime cuando defendemos la interseccionalidad y el feminismo situado. Así que, para ver si logramos un mayor entendimiento, voy a citar cinco de los errores conceptuales más frecuentes que se producen en el debate feminista sobre las maternidades:

Como primer error encontramos que se sigue analizando la maternidad y el matrimonio como un todo. El concepto “esposa-madre” se suele utilizar actualmente desde la teoría feminista, a pesar de que las maternidades son diversas, no siempre con pareja y no siempre dentro del matrimonio heterosexual. Por otro lado, como ya nos dijo la feminista anarquista Emma Goldman y otras tantas autoras, la institución del matrimonio ha sometido la maternidad a través del poder del padre. Es importante percibir la relación de verticalidad y no de igualdad existente entre ambas. Si el matrimonio ha oprimido la maternidad a lo largo de la historia parece imprescindible su necesidad de liberación. Sin embargo, a menudo desde cierto feminismo se ha pretendido erradicar el todo, al opresor y a la víctima. Esto es un caso realmente extraño y aislado, que revictimiza y vuelve aún más precaria la situación de las madres, al considerarlas parte del problema en lugar de comprender que la solución se encuentra en la reapropiación de la maternidad, sacándola de la institución que la oprime.

En segundo lugar, otra relación que se ha mantenido de forma indiscriminada es la de maternidad y tareas del hogar. De ahí nace la urgente prioridad feminista de corresponsabilidad de los hombres en los cuidados. Sin embargo, cuando algunas madres reclaman tiempo para estar con sus criaturas, no están reclamando tiempo para limpiar la casa, planchar la ropa o hacer la comida. De hecho, toda madre feminista exige la corresponsabilidad absoluta en las tareas del hogar, aunque establezca diferencias entre la figura de la madre (gestante) y el otro progenitor o progenitora en la crianza temprana. Defender la corresponsabilidad no significa usurpar los espacios maternos. Es evidente que la crianza implica el cuidado de la vida en general, pero al desligarse de las tareas del hogar comprendemos dónde debería existir la igualdad absoluta y dónde prima la diferencia, siempre que la madre así lo elija (por ejemplo en la necesidad de exterogestación o de lactancia materna con una criatura). Vista de esta forma, la crianza no tiene por qué ser exclusivamente una actividad doméstica. Además, el reparto de las tareas no tiene que ser igualitario: si una madre está criando, el padre podría aumentar el porcentaje de su responsabilidad dentro de la casa. También se debe revalorizar el trabajo doméstico como actividad imprescindible para la vida, con la que deberíamos reconectar. Sin embargo, se sigue externalizando como única solución, dando forma a empleos precarios que suelen recaer en mujeres empobrecidas, mayoritariamente migrantes.

Soy consciente de que actualmente muchas feministas hacen la asociación “tareas del hogar/crianza” porque ven cómo las mujeres siguen siendo las principales encargadas de realizar ambas actividades. Pero también estamos viendo cómo, cuando los hombres se incorporan a la crianza, no lo hacen a las tareas del hogar, por lo tanto, la carga mental y física sigue siendo de la madre. Padres que empiezan a cuidar desde el juego, el parque, el baño, el cuento… pero no gestionando vestimenta, comida, limpieza, agenda, asuntos escolares y médicos, salud emocional, etcétera. Es necesaria una verdadera corresponsabilidad en el hogar para que la maternidad pueda liberarse. También es necesario dejar de asociar la crianza exclusivamente con lo doméstico, pero para ello la infancia y las madres deben estar presentes y ocupar todos los espacios, rompiendo con desfasados pares dicotómicos, como público – privado.

En tercer lugar, volvemos a la clásica dicotomía puta-santa, cuestionada desde el feminismo, donde la santidad queda ligada a la figura de la “esposa-madre”. Asociar maternidad y santidad significa disociar la función materna del cuerpo que la habita. Es decir, la experiencia encarnada es sustituida por la imposición social y los valores de sumisión y castración femenina. Sin embargo, la maternidad conlleva una serie de procesos que forman parte de nuestra sexualidad (embarazo, parto, puerperio, lactancia materna). Como expresa Casilda Rodrigáñez, existe una libido maternal, el deseo materno dirigido hacia la criatura, que se enfrenta a la sexualidad falocéntrica y la subvierte. Desde esta perspectiva, cuando observamos imágenes de la virgen de la leche nos sorprende cómo un acto sexual femenino de tal magnitud se ha colado en espacios tan reaccionarios y machistas, aunque después omitan o castiguen los partos. La leche materna es un fluido sexual y, sin embargo, como se pregunta Ester Massó, ¿por qué se plantea la posibilidad de no eyectar leche pero nadie plantea la no eyección de semen? El amamantamiento además puede ser orgásmico, como han referido numerosas madres, aunque sigue siendo un tabú e incluso ha sido criminalizado (recordamos aquel caso en 1991 de retirada de custodia por abuso sexual a un menor a una madre que sintió placer amamantando). Este es el problema de medir la sexualidad desde perspectivas adultocéntricas y falocéntricas. Además, el deseo materno en ocasiones choca con la sexualidad heteronormativa y muchos padres se sienten fuera de esa importante diada donde, quizás por primera vez, no son protagonistas.

En cuarto lugar, nos encontramos con la falacia de la maternidad intensiva. Por un lado, madres que deciden dedicar un tiempo a la crianza, aún sabiendo que esto las puede penalizar en el ámbito laboral, profesional, académico, social y político. Estas madres defienden que su prioridad ha cambiado. Otras no podrán parar un tiempo, debido a sus precarias condiciones de vida, que les impiden ausentarse, por ejemplo, de un mercado laboral incompatible con la vida. La falta de presencia con sus criaturas genera culpa. En aquellas que consiguen destinar un tiempo a la crianza también aparece la culpa, por la soledad, la sobrecarga, el aislamiento y la sensación de estar quedándose atrás mientras la sociedad avanza sin ellas.

La interpretación que hacen muchas autoras de este sentimiento de culpa materno es que se encuentran bajo los efectos de una ideología de la maternidad intensiva, que las llama al hogar y a la crianza. Nos dicen que las ambivalencias aparecen al no estar eligiendo libremente. Sin embargo, este planteamiento deja sin capacidad de agencia a las madres, considerándolas seres alienados que no conocen sus prioridades o que eligen mal. También deja, como dice Vandana Shiva, exento de responsabilidad a un sistema depredador de los cuidados. En mi experiencia, o en la experiencia de casi todas las madres de mi investigación, las mujeres antes de ser madres no eran conscientes de que sus prioridades iban a cambiar, porque la “ideología de maternidad” que hoy se nos impone es aquella que no afecte a nuestra productividad laboral y social. Esta sociedad no nos empuja a criar, sino a delegar, externalizar y a no caer en la tentación de sostener a las criaturas, esas que, por lo visto, nos manipulan y tienen el poder absoluto: la infancia como gran aliada del patriarcado para someter a las madres. Curiosa interpretación. Aquí entra en juego otro error conceptual: considerar la dependencia infantil en términos despectivos como una relación insana y compararla con dependencias patológicas entre personas adultas, obviando la necesidad de dependencia del bebé, principalmente hacia la madre. En una sociedad individualista, la interdependencia será vista como fragilidad y no como potencialidad.

Comparto con algunas de estas autoras que cuando una mujer va a ser madre se encuentra con una gran cantidad de expertos dando consejos de crianza, en ocasiones incluso contradictorios. Pero no es esta la razón de nuestras prioridades. Haber leído, por ejemplo, a Carlos González, no nos hizo dar teta, coger a nuestro bebé en brazos o querer calmar su llanto. Algunas de estas lecturas solo nos aportaron compañía. Saber que no éramos tan raras por sentir aquello, esa compañía que luego encontramos en los grupos de apoyo. El resto ya lo sabíamos sin la necesidad de ninguna palabra experta. En ocasiones las madres utilizan estos discursos profesionales para poder defenderse de ataques externos, no porque necesiten directrices. Pues ya sabemos que, en cuestión de crianza, las pautas fijas y establecidas son el mayor de los fracasos.

Solo hay que entrar en una casa, ejerza el tipo de crianza que ejerza, para comprobar que no hay un patrón fijo, porque criar significa intentar que confluyan las necesidades de la criatura y de la madre, con el entorno donde se desarrolla la crianza y las circunstancias de cada una. En ocasiones se trata simplemente de sobrevivir en entornos hostiles con la crianza (dentro de un sistema hostil, o dentro de un matrimonio hostil). Por ese motivo, los análisis simplistas no caben en esta ecuación. Y el análisis de la maternidad intensiva es profundamente simplista. Aún no comprendo cómo desde una parte (demasiado grande) del feminismo se ha podido caer en este error, tutelando a las madres, robándoles sus significados para construir teorías abstractas. Teorías que se han elevado tanto que omitieron a las madres aquí abajo, con los pies en la tierra y sus realidades cotidianas.

En quinto lugar, algunos discursos feministas consideran que esta sociedad patriarcal valora la maternidad y por ello empuja a las mujeres a cumplir este rol. Sin embargo hoy, gracias al derecho al aborto y otras luchas feministas, las mujeres podemos elegir libremente. Si la sociedad nos empuja de alguna forma a ser madres es exclusivamente por la necesidad de aumento de la tasa de natalidad y ni este objetivo consigue, ya que la infravaloración y negación de derechos a la maternidad, como actividad de la mujer en un sistema patriarcal, hace que se retrase cada vez más y se limite el número de hijas e hijos.

Por eso, el valor que se le otorga a la maternidad en esta sociedad patriarcal y capitalista siempre será superficial y jamás se materializa. Es un valor abstracto, irreal, como de cartel publicitario del día de la madre. Quedarse en ese trampantojo no parece propio de análisis profundos. Incluso si pensamos que aún quedan reductos de ese producto de marketing de maternidades idealizadas, no existen tales maternidades en lo tangible. Aquellas feministas que siguen contrariadas por la existencia de esa “ideología de la buena madre” luchan contra molinos de viento, mientras las madres (feministas incluidas) soportamos el peso de sus escudos. La realidad es más simple: en esta sociedad las madres no tienen poder. Se las aparta de todos los espacios, sin derechos, sin recursos, externalizando todas sus funciones, ignorando sus demandas. Se las va relegando hacia los márgenes, como aquellos colectivos y grupos sociales de los cuales debe partir la lucha antisistema. Por eso la maternidad consciente y feminista tiene las herramientas para desmontar la casa del amo, porque es una actividad y una identidad que se sitúa fuera de ella. Si el acceso de las mujeres al empleo capitalista se consideró subversivo a pesar de no desmontar nada, ¿por qué desde el feminismo no se considera subversivo justo aquello que el sistema infravalora y rechaza?

Error de conceptos: primero, unir maternidad y matrimonio; segundo, unir maternidad y tareas del hogar; tercero, no reconocer la sexualidad materna; cuarto, hacer de la maternidad un discurso vacío de realidad; quinto, pensar que la maternidad es un mandato patriarcal. Si eliminamos estos errores conceptuales, con los que se ha construido pensamiento, teoría e incluso leyes, las feministas podríamos empezar a hablar el mismo lenguaje. Mientras tanto, el entendimiento seguirá siendo imposible.

 


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