La paria que proyectó palacios
Flora Tristán fue migrante, esclava, madre, escritora, obrera, noble por linaje, hija ilegítima según la ley y autodenominada paria. Fue una de las primeras feministas en unir clase y género, en luchar por la emancipación de las mujeres, proletarias del proletariado, como paso indispensable para lograr la liberación de toda la clase obrera.
Tenía identificado el problema, la miseria de la clase obrera; pensó una solución, crear una organización al margen del Gobierno para mejorar sus condiciones materiales y, con ellas, la moral proletaria. Sabía cómo podía financiarse: si cada obrero y obrera de Francia ponía dos francos al año, podría crearse esta colectividad dedicada a cuidados -cubrir la educación de “los niños y las niñas”, las bajas laborales y las jubilaciones-, y a nombrar una persona representante que defendiera al proletariado en el Parlamento. Flora Tristán lo dejó todo escrito en uno de sus libros capitales, Unión Obrera. Para ella, además, hablar de cuidados colectivos no era una abstracción: proyectó construir una red de espacios para ello por toda Francia, los Palacios de la Unión Obrera.
Tristán supo ver el problema de clase antes de que Marx y Engels lanzaran el Manifiesto Comunista –que se publicó cuatro años después de su muerte por tifus en Burdeos a los 41 años–. Estableció una diferencia entre quienes poseían los medios de producción y quienes no. Su unión obrera aunaba a quienes que sufrían las leyes aprobadas por los propietarios que se sentaban en la Cámara gubernamental. Anticipó también la necesidad de que la Unión Obrera francesa fuera el precedente de otras tantas uniones en otros países, con comunicación entre sí, creando una unión internacional, idea que puede considerarse un precedente de la Internacional Obrera. De Flora Tristán se suele decir que era socialista utópica. Si bien estaba influenciada por autores de esta corriente que imperaba en la época, Tristán criticará cierto aburguesamiento de algunos de ellos: “Se ha hablado a menudo de los obreros -escribe en Unión Obrera– en los tribunales, teatros, púlpitos, pero no se ha hablado a los obreros”. Ese hablar “a los obreros” es literal. Entendió que la mayor parte del proletariado no sabía leer o no tenía tiempo para hacerlo, y se propuso caminar de fábrica en fábrica para leerles su “librito”. Así calificó ella misma Unión Obrera, una obra que, aunque breve, fue precursora del comunismo y del feminismo de clase. Flora Tristán se sabía una proletaria más, atravesada por ser mujer, madre, paria y migrante durante un tiempo; por ley era también esclava de un marido que la maltrataba y del que tuvo que huir. Sus escritos reflejan sus obsesiones. Algunos títulos: De la necesidad de dar buena acogida a las mujeres extranjeras (1835), Petición para el restablecimiento del divorcio (1837).
En Tristán la teoría es encarnada. Trabajó por una misión que ella define como casi apostólica. La fe en dios le impulsaba, marcada por su propia vida y por lo que había visto en sus viajes por Perú, Inglaterra –escribirá en inglés Paseos en Londres (1840), que consolidó su fama y donde bautizó a la capital como “ciudad monstruo”– y por Francia. A dios atribuyó en gran medida su fortaleza y visión. Aunque religiosa, aborrecía la Iglesia por condenar a sus fieles al egoísmo, proponiendo el amor mediante rituales y no a través del cuidado a las personas allegadas. El amor de “esta sociedad organizada para el dolor”, dirá en Peregrinaciones de una paria (1833-1834), “es un instrumento de tortura”. El amor que Tristán pone en el centro es otro, que se percibe en lo que hizo y dijo, el de los cuidados: salir de la miseria, recibir educación, ser atendida en la enfermedad y acogida en la desgracia. Entender el potencial de la obra de Flora Tristán supone conocer su vida, que ella misma dejó escrita en parte.
El despertar de la paria
La versión oficial cuenta que Mariano de Tristán y Moscos, aristócrata y coronel peruano, y Thérèse Lesnais, se conocieron en Bilbao y vivieron en París, donde nació Flora Tristán el 7 de abril de 1803. En esta versión no se aportan más datos sobre Lesnais que el de su nacionalidad francesa. En los chascarrillos no probados se comenta que fue amante de Simón Bolívar y que este pudo ser el verdadero padre de Tristán. Lo que ha quedado confirmado para la historia es que el coronel peruano murió cuando Tristán tenía cinco años sin haber hecho oficial su matrimonio ante las leyes francesas y Tristán fue declarada hija ilegítima. Así pasó de tener una infancia acomodada, en una casa que recibía a importantes personalidades, a ser una paria y una desheredada que tuvo que mudarse con su madre a un barrio marginal de París. Trabajó en distintos oficios y a los 17 años se empleó en el taller de litografía del pintor André Chazal, seis años mayor que ella y con quien se casó poco después.
Peregrinaciones de una paria recoge el viaje de Tristán a Perú para conocer a su tío Pío Tristán y Moscoso, último virrey de la Administración española bien adaptado a la nueva república. Allí quiso reclamar la herencia de su padre, pero solo consiguió una pensión mensual. El libro es más que la narración de un viaje geográfico; recoge el despertar de la conciencia de clase, de la paria, de la defensora del internacionalismo de clase. Aunque pudiera esperar que la sociedad peruana fuera menos avanzada que la francesa, percibirá por otro lado que, pese a padecer el patriarcado, las limeñas tienen más libertad que las europeas.
A Tristán se le atribuye la frase de que la mujer es la proletaria del proletariado. Esta idea atraviesa sus escritos. Marx la reconoció como “precursora de altos ideales nobles” y sus libros formaban parte de su biblioteca. Engels la defenderá en el capítulo IV de La sagrada familia, donde dedica un apartado a la La Unión Obrera de Flora Tristán. Tristán dejó escrita una máxima en Unión Obrera: “A las mujeres las designo siempre como obreras a todas”. Da igual la clase, ellas son esclavas, propiedad de y no propietarias. Es más, cuando habla de las mujeres carga contra los sabios o los filósofos, la Iglesia y los jueces por ser los tres estamentos –conceptos, moral y leyes– que las han sometido, habla de la “raza mujer”. Para ella es imprescindible emancipar a las mujeres para liberar a la clase obrera. Y lo deja escrito con lenguaje inclusivo: “A los obreros y a las obreras”.
Se puede decir que Flora Tristán tenía, además, una mente marketiniana. Entendía que la transparencia y la publicidad eran esenciales para conseguir sus objetivos. El alegato en favor de la emancipación femenina de Unión Obrera pasa por convencer al obrero de que ser aliado de esta liberación conviene a sus intereses. Viene a decir así: no aguantas a tu mujer porque está amargada, y es normal. No tiene estudios, es tu sierva, trabaja sin descanso fuera y dentro de casa; si no fuera así, te cuidaría mejor. Tristán habla desde los cuidados y la crianza, pero tiene claro que su objetivo es derogar las leyes que someten a las mujeres y establecer lugares de cuidados colectivos y, especialmente, dar a las niñas y mujeres acceso a la educación, cuestión que le preocupa mucho. Su librito es incendiario. Llega a defender la violencia de las mujeres en legítima defensa. No frente a una agresión concreta, sino defensa frente a un sistema que las somete. Si son esclavas, no esperéis que además lo sean con una sonrisa. Si una mujer apuñala a su marido –hecho que relata en el libro, rescatado de una noticia de la época– puede considerarse homicidio, es decir, que no implica premeditación, y no asesinato.
Nadie quiso editar Unión Obrera. Publicar a Tristán daba problemas, era demasiado rebelde, demasiado clara, proponía demasiadas cosas. Solventó la falta de editor con un crowdfunding. Consiguió el dinero así para financiar el libro y dejó escrito el nombre de los mecenas en sus páginas, las cantidades aportadas, a qué iría destinada cada partida e incluso la recompensa para cada contribuyente: un ejemplar del libro.
Dos pistolas y una bala
Según cuenta ella misma en sus Peregrinaciones, el matrimonio con su patrón fue una unión obligada, sobre todo apremiada por su madre. Chazal y ella tuvieron dos hijos, Ernest y Alexandre -este murió siendo muy pequeño-, y una hija, Aline, que será madre del pintor Paul Gauguin. Con 20 años Tristán huye de casa de su dueño –de sí misma dice que es esclava- con las dos criaturas.
El divorcio era ilegal, así que Chazal inicia una persecución que la obliga a salir varias veces de París y en la que utiliza la custodia de Aline y Ernest como arma arrojadiza. A la Tristán le preocupaba especialmente el porvenir de Aline por la indefensión a la que estaban expuestas las mujeres. Aunque deja al hijo con su padre, “con gran pesar”, y se queda con la niña, Chazal percibe el amor que siente por esta y pide la custodia. Al pensar que Tristán había vuelto de Perú con una herencia sustanciosa, comienza a perseguirla con más ahínco. En la época en la que Ernest y Aline viven con su madre, los secuestra repetidamente y obliga a la niña a dormir con él en la cama. En una ocasión intenta violarla, provocando la furia de Tristán, que rescata a su hija y denuncia al padre.
En el largo proceso judicial que sigue a esa denuncia, fue ella la que acabó siendo juzgada por los tribunales y la opinión pública por mala mujer, por incumplir la ley, abandonar su hogar y por fingir, en Perú, que no estaba casada. Se llega a decir en el juicio, contradiciendo su palabra, que ella sí quería casarse y se muestran las cartas que había escrito a su marido cuando eran amantes, obviando las relaciones de clase, poder y de género que operaban en ese matrimonio. A él lo absolvieron. Finalmente, tras más de una década de batallas jurídicas, los jueces enviaron a las criaturas a un internado, permitiendo las visitas del padre y de la madre solo una vez al mes.
Fue en rue du Bac, días después del veredicto. Chazal la esperaba en la puerta de su casa con dos pistolas. Disparó solo una. No la mató, pero plantó una bala en su cuerpo, cerca del corazón, como una semilla de muerte: si se movía, fallecería. A Chazal le cayeron 20 años. A Tristán le quedó para siempre el miedo a que el asesinato de su esclavista se consumara, aun sin estar él presente.
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