Ironía y venganza en la poesía de Federici
La escritora ítaloestadounidense y la artista visual Begonia Santa Cecilia publican en colaboración 'Yuyu, poemas y flores', un libro escrito desde la soledad del confinamiento a través de epistolario y cuidados.
Yuyu, poemas y flores es una creación literaria y pictórica. Se trata de la colaboración de la ensayista Silvia Federici con la artista visual Begonia Santa Cecilia quienes, desde la soledad del confinamiento por la Covid-19, entablaron un epistolario de amistad, cuidados y diálogos artísticos que cristaliza en esta obra, recientemente publicada por la editorial La oveja roja. En ella hay versos, colores, formas, análisis, ficción y reflexión biográfica. Encontramos, también, un relato sobre otras historias de amor: el amor por los lazos que nos sanan en momentos de duelo; el pensamiento compartido; la sublimación que aplaca la tristeza; los procesos de creación artísticos que, inesperadamente, nacen y ven la luz tras muchos años como borradores y papeles sueltos. Ahora sabemos que Federici siempre escribió poesía. Ha sido gracias a los surcos de las acuarelas de Santa-Cecilia que se abrió el camino para que sus versos vieran la luz. Desde postulados más bien rancios, podría sorprender que una teórica feminista marxista, como Federici, se entregue a la belleza poética y a al encantamiento de la elaboración pictórica de Santa-Cecilia; y que, además, el título de su poemario aluda a una práctica espiritual africana. ¿Puede la magia del arte colarse en la revisitación del materialismo histórico? La respuesta que nos da este libro es un rotundo sí.
Hecho a cuatro manos, Yuyu incluye colaboraciones con otras muchas personas. Crear en comunidad es uno de sus ejes temáticos, donde la puesta en común de la emoción estética, la capacidad de imaginar, el poder de la confluencia de distintos lenguajes y una mirada sensitiva hacia la cotidianidad se vuelven un modo de activismo, una raíz tierna y potente que nos protege de la crueldad capitalista. Como nos enseñan Federici y Santa-Cecilia, la magia de la palabra y el serpenteo de los colores vivos de la acuarela son también formas de resistencia y de formación de tejido social. Pese a ser, en esencia, una obra que reivindica la belleza y la posibilidad de la alegría, no está exenta de denuncia. Así, vemos desfilar por el poemario una serie de personajes misóginos que son exorcizados en los versos. En el poema “Elogio de la dominación masculina”, leemos: “Querido Jack/que besas con lujuria/cada día de la semana/ el culo de tu jefe,/ ¿por qué me regateas/ la única noche que follamos/ unos lametazos en el coño? En este bello libro, creado y editado con cariño, encontramos una poderosa sensibilidad práctica puesta al servicio de formas de vida más justas y feministas.
En el libro se explica que, sin esta relación de amistad, ni los poemas ni las flores se hubieran convertido en obra publicada ¿por qué es tan importante crear en común y por qué es una rareza aún hoy hacer libros y obras en colaboración?
Begonia Santa Cecilia: No hay demasiados libros que se hagan en común, y más raro aún es que se construyan en conversación y pongan a dialogar diferentes lenguajes artísticos. En el nuestro, no hay imágenes ilustrando poemas, como suele hacerse, sino que es una conversación entre imágenes y poemas. Nació de un gesto.
Silvia Federici: La novedad reside en que el libro no fue planeado. Nació por sí mismo. Fue de verdad una cosa espontánea. Creo que es muy importante el trabajo colectivo, porque tiene que ver con el proceso de habituarse a trabajar en común. Ya sea por el resultado en sí o por la transformación que sufren las personas involucradas, el arte en común promueve prácticas de trabajo colectivo. En muchos lugares hay jóvenes artistas que rechazan la visión individualista del genio creador. Ellos se mueven en la dirección de la práctica colectiva. Nosotras hemos visto aquí, en Estados Unidos, cómo a las pocas semanas del asesinato de George Floyd, en muchísimos barrios y lugares públicos, la gente hacía murales con su cara, con flores y con reconocimientos. Hay muchos artistas que para su trabajo están involucrando a los vecinos de los barrios. Esta tradición es muy importante para nosotras. Incluso. cuando escribo sola, no hablo de cosas que nacen en mi cabeza, sino que vienen de conversaciones con otros mundos y otras prácticas. Esta forma de arte es también una práctica política.
Hasta que he leído Yuyu, flores y poemas, nunca había pensado en que la creación artística pudiera ser una forma de cuidado, en cambio, parece que Begonia lo tiene claro. ¿Puedes contarnos más sobre el papel que juegan los cuidados en tu pintura?
S. C.: No lo había teorizado demasiado, pero mi práctica artística a lo largo de los últimos años se ha ido mezclando con lo cotidiano de una manera muy importante. También con mi práctica política y activista. En mitad de la pandemia, estábamos tristes. Veíamos amigas morir. Entonces, yo estaba pintando estas pequeñas acuarelas, le mandé unas a Silvia y ese gesto de atención, de cuidado, tuvo un efecto. Ella devolvió el gesto desenterrando unos poemas que, en ese mismo momento, adquirieron otro uso, otro ritmo, otro fin que no era más que el de cuidarse, atenderse. Eso está en el libro de una manera muy clara. En 2019, estábamos inundados de imágenes del horror. A nivel visual, era el gran despliegue del hospital: muerte, respiradores, plástica, ambulancias, tecnología médica. Todas estas imágenes nos separaban completamente de la naturaleza y estábamos absorbidos por ellas. Entonces, si observas otras imágenes, que de repente sean gestos de vida, compruebas que hay posibilidades de abrir puertas a otros mundos. Ese es el poder del arte y de la poesí
S.F.: Regalitos. Nos hemos cambiado regalitos como dos niñas.
Una librera feminista me comentó una vez que lo que más vendía era poesía escrita por mujeres (Alejandra Pizarnik, Silvia Plath, Gabriela Mistral, Gloria Fuertes…) ¿Qué tiene este género tan marginal en ventas que atrae tanto a las lectoras feministas? O, dicho de otra manera, ¿qué consiguen captar y mostrar los lenguajes artísticos más abstractos que no se puede expresar con otros géneros?
S.F.: La poesía es un lenguaje más inmediato, un lenguaje que habla más directamente desde el cuerpo, desde las emociones, desde la imaginación que se expresa de una forma más intensa, más concentrada de lo que se puede explicar con otros mensajes. Por eso, creo que la gente quiere esa conexión inmediata, despojada del esfuerzo teórico e intelectual. Te toca el cuerpo y la imaginación. Está también la cuestión temporal. Este libro se puede abrir y cerrar por donde quieras. No tienes que dedicar horas y horas a una construcción teórica. Lo abres un ratito, lo cierras, vuelves a él…
B.S.C.: Creo que también la escritura de ensayo, por ejemplo, viene de una tradición más rígida, menos libre. Trae un lenguaje revestido por el poder, que lucha por imponer una verdad, una razón, explicarla, investigarla, defenderla… Rehúye lo emocional. A lo largo de la historia, las mujeres han sido expulsadas del lenguaje que pretendía crear verdad. Arrastramos esa huella del patriarcado que gente como Silvia está ayudando a cambiar. En cambio, hemos tenido un poco más de hueco en el arte, que es un espacio de una libertad enorme. Puedes decir las cosas que quieras en la manera que quieras. La poesía es un también un campo de posibilidades formidable.
Al final del libro hay una reflexión maravillosa sobre el trabajo de la acuarelista, sobre cómo la obra final está supeditada a los materiales: papel rugoso, colores, agua. En cambio, aunque podemos ver los borradores originales de los textos, no tenemos una reflexión sobre el proceso de la escritura, aunque sí encontramos un tremendo poema contra Derrida, precisamente, el teórico de la escritura. ¿Por qué?
S.F.: Me divertí mucho escribiendo contra Derrida. No me gusta. Lo encuentro muy pomposo. Se puede ver que en muchos de mis poemas hay mucha ironía. A menudo, he escrito cuando estaba asustada o con mucha pena y rabia. Creo que esto se siente en el libro. Escribir poesía me ayuda a superar el malestar. Es una forma de venganza. Además, la palabra para mí es una cosa muy material, en absoluto evanescente. Es muy material y física. Hubo en los años 80, en Francia, un grupo de feministas que usaban el lenguaje del cuerpo. Referían al hablar del cuerpo. La poesía, por supuesto, tiene una dimensión intelectual, pero exprime más directamente el lenguaje del cuerpo. Por eso es un lenguaje material. También tenemos a nuestras compañeras guatemaltecas que hablan del cuerpo-territorio, el cuerpo-emoción, el cuerpo-palabra.
B.S.C.: Está la cuestión de no intentar controlar las cosas, sino acompañar los procesos sin intentar controlarlos. En la acuarela hay cosas que escapan a tu control. Para nosotras, ahí hay un interés también político. En este texto que mencionas del final del libro, intentamos vincular el arte con las luchas políticas en torno a la reproducción de la vida: los vínculos entre arte y reproducción.
¿Cómo construye sus textos Silvia Federici y cómo enmarcamos lo material en la creación?
S.F.: Como en todas las cosas, como en la política, no es solamente imponer tu voluntad, imponer tu texto. Es también ver qué hay, mirar. Los colores están llenos de posibilidades, hay una diversidad que se desconoce a priori. Un rojo no es solamente un rojo, sino que puede modularse. Un color es como una música, puede modularse. Eso es lo que hace Begonia: no pone cerco, deja hacer, mira qué le dicen, explora las posibilidades del color.
B.S.C.: Se trata de percibir la realidad de otras maneras. Eso es lo que te da la poesía y el arte. No te dice cómo es la realidad, sino que abre puertas.
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