El hueco que deja Mamiki

El hueco que deja Mamiki

Nunca es fácil decir adiós a los proyectos que te cambian la vida. Mamiki, la konpartsa feminista de fiestas de Bilbao, deja de montar txosna en la Semana Grande. Dejan mucho más que un hueco en el recinto festivo.

21/06/2023

Ilustración: Zuriñe Burgoa.

Hay que amar Bilbao para entenderlo.

Amarlo tanto como lo aman Doctor Deseo o Zea Mays, como amamos aquí las gildas o las carolinas. Hay que haberse dejado las suelas en El Arenal para comprenderlo. Dejarse las suelas, desgastarlas, como se desgastan las pastillas de los discos de freno. Así, sin parar, cantarlo una y otra vez: “Ene, ene, ene, oi ai ene bada”. Las fiestas de Bilbao, Aste Nagusia, son una rara avis en las fiestas populares del mundo entero. Perdonen la osadía, pero jamás hemos oído por aquí que exista nada parecido en ningún otro lugar.

La historia tiene tela, la verdad. En 1977, Quico Mochales tuvo una idea. Entre otras cosas, era el responsable de relaciones públicas de El Corte Inglés. La democracia empezaba a asentarse —aún se nota ciento temblor— cuando este hombre consiguió que el Ayuntamiento de la ciudad convocase un concurso de ideas para imaginar cómo queríamos en Bilbao que fueran nuestras fiestas. ‘Hagamos populares las fiestas de Bilbao’ era el lema y, bueno, pues, dicho y hecho.

En agosto de 1978, diferentes agrupaciones de asociaciones vecinales y proyectos vinculados a movimientos sociales y culturales levantaban sus txosnas por primera vez. Las txosnas son estructuras construidas para la ocasión en las que se organizan actividades, se sirve bebida, se da de comer y, bueno, pues lo que surja. Que me disculpen los puristas de la historia bilbaína, pero todo esto se ha contado mucho ya. Quizá lo que no se ha contado es que, justo un año después, en agosto de 1979, fueron un grupo de mujeres las que quisieron también unirse a la fiesta.

En el local que tiene la Asamblea de Mujeres de Bizkaia-Bizkaiko Emakumeen Asanblada en Bilbao, en la calle Pelota, Maite Irazabal, Ana Ruiz y Clara Ginés son las encargadas de responder a mis preguntas. Tienen claras casi todas las respuestas aunque, a ratos, tengan que pararse a pensar. Ninguna de ellas participó en los primeros años del proyecto, pero todas conocen al dedillo la historia de la konpartsa de la que han formado parte hasta ahora. La primera y única txosna feminista ha anunciado que abandona la Federación que las aglutina a todas: Bilboko Konpartsak.

“Las compañeras que estaban entonces vieron la posibilidad de visibilizar el feminismo en las fiestas”, me cuentan cuando pregunto cómo empezó todo. Los primeros años no tenían nombre específico para konpartsa. En las fotos que se conservan, simplemente, aparece escrito Asamblea de Mujeres de Bizkaia, la asamblea que ha dado cobijo históricamente al proyecto. En 1981, tras una reflexión colectiva, llegó el nombre con el que desaparecen: Mamiki. No tiene una traducción literal, pero hacía alusión “a la mamia, a la esencia, a lo íntimo entre nosotras”. Mamiki, año a año, ha sido mucho más que eso para todas las que nos hemos dejado las suelas entre bailes, risas y amigas.

Cómo lo vamos a echar de menos, joder.

En aquellos primeros tambaleos de la democracia, las mujeres feministas de todo el Estado español empezaban a organizarse para exigir sus derechos. Reclamaban la amnistía para todas las mujeres que habían sido condenadas por el franquismo por los delitos considerados “de la mujer” y andaban organizándose ya para exigir el derecho al aborto. El juicio a las once mujeres de Basauri agitó a la sociedad española en 1981, pero esas once habían sido detenidas antes. La decoración de aquella primera txosna hacía alusión al caso: “No fue el motivo por el que se monta, pero tuvo relevancia. Se aprovechó como altavoz del juicio”. Mamiki siempre ha sido un proyecto de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia-Bizkaiko Emakumeen Asanblada y “la BEA”, como se conoce popularmente, fue en aquellos años el motor y el corazón de una gran transformación social. Eran cientos de mujeres que, desde diferentes puntos de la provincia, se organizaban en diferentes comisiones de trabajo y con diferentes objetivos. Uno de ellos, organizar Mamiki. El objetivo era visibilizar el feminismo en las fiestas, sí, pero también otras muchas luchas: lesbofeminismo, antimilitarismo, internacionalismo. Mamiki se ha ido construyendo como se ha construido el movimiento feminista de Euskal Herria: a palos, aprendizaje a aprendizaje, debate a debate, entre conflictos.

Las mujeres de “la BEA” montaban con sus propias manos la txosna. La decoración de 1983 fue arrasada por la inundaciones; en 1980, en un tira y afloja de la Federación con el Ayuntamiento nadie montó, pero, salvo esas excepciones, ahí estuvieron, año a año, hasta que la Covid-19 lo paralizó todo. Entonces, ya estaban cansadas por la falta de relevo. Cierto murmullo se escuchaba ya en los ambientes feministas de la ciudad. Teníamos que estar preparadas para el cierre de Mamiki: “Ya veíamos que necesitábamos más mujeres que estuvieran ilusionadas con el proyecto y no solo haciendo turnos [de barra en la txosna]. Siempre hemos sido hábiles para eso y hemos encontrado gente que apoya puntualmente, pero que entraran en la comisión es más complicado”.

Y eso que Mamiki causaba furor. En las jornadas de Granada de 2009, por ejemplo, dejaron boquiabiertas a las participantes. Proyectaron el documental que había sido grabado ese mismo año y seguro que más de una decidió entonces que el próximo verano lo pasaría en Bilbao. Hay que verlo. Ahí están, decenas de mujeres, construyendo un espacio de seguridad, un cuarto propio, un rincón de libertad en un ambiente altamente masculinizado y, en ocasiones, violento para nosotras. Para arriba, para abajo; falta esto, qué compramos; dónde está Carmen, la fontanera; qué ha dicho Raquel, la carpi; quién me ayuda con esto; hay que pintar. En Granada, claro, tuvieron que explicar qué era eso de una txosna: “Decían: ¿Qué es? ¿Una caseta? Bueno…  Es un espacio donde hay una konpartsa de mujeres feministas que peleamos por un modelo festivo popular, que nos autogestionamos”. Al principio, la autogestión era total, pero la crisis en los movimientos sociales es evidente y, en los últimos años, se externalizaron algunos trabajos.

Los problemas

Autogestión, sí, pero también trabajo en equipo. Para poder montar una txosna durante las fiestas de la ciudad hay que participar en Bilboko Konpartsak, la federación que las aglutina a todas: “Tienes una serie de responsabilidades de cara al colectivo porque la única manera de poder gestionar el espacio es hacer fuerza al Ayuntamiento en común”. Tratar de incorporar la perspectiva feminista a un espacio así no siempre fue fácil. Se han generado tensiones entre los grupos, sin ninguna duda.

Recuerdan una publicidad sexista en la feria de Santo Tomás, las críticas a la manera en la que los hombres ocupan el espacio en la asamblea o las resistencias a poner en marcha un protocolo unitario contra las violencias machistas en el espacio festivo: “Se consiguió que el protocolo fuera unitario, hacer cazeroladas si hay una agresión, parar la música, pedir explicaciones a Ayuntamiento y Policía, hacer seguimiento de las agresiones”. La presencia de Mamiki en la Jai Batzorde, la comisión de fiestas, durante cuatro años fue importante para impulsar estos cambios. Hoy, la conciencia feminista es relativamente evidente y, dentro de la propia federación, hay una comisión antiagresiones: “Todo ese recorrido ha sido gracias al empuje de Mamiki, aunque no solo gracias a nosotras”. Se les agolpan las anécdotas para explicar hasta qué punto han tenido que pelear y pelear. El último sábado de fiestas, por ejemplo, se organizan Herri Kirolak [juegos populares] entre las diferentes konpartsak. Al principio, apenas participaban mujeres: “Poco a poco fueron entrando y al final se dijo que era obligatorio que hubiera mitad y mitad. Se hizo la excepción con Mamiki”, espacio en el que solo participan mujeres. El estilo de pruebas empezaron a cambiar buscando la diversión con juegos en los que no fuera imprescindible una fuerza bruta. De equilibrio, por ejemplo. Participar en estos juegos es obligatorio para las konpartsak. Es obligatorio, eso sí, pero no solo: tienen que organizar las actividades durante la semana de fiestas, en Carnavales, en San Juan. Esto, para un grupo mermado como el de Mamiki, era insostenible.

La única txosna feminista de las fiestas de Bilbao no volverá a tirar el txupin, el cohete que da comienzo a las fiestas. La única que lo ha hecho en nombre de Mamiki ha sido Alazne Olabarrieta, en 1983, el año de las inundaciones. La txupinera se decide cada año por sorteo, pero va por rondas. Ahora volvería a entrar Mamiki, pero ya no estará entre las opciones.

Esa figura de fiestas, que siempre recae sobre alguna mujer, recuerda a una profesión local. Las txupineras eran trabajadoras del Ayuntamiento. Era un oficio que se trasladaba de madres a hijas. En la web de Bilboko Konpatsak cuentan que “consistía en avisar a los vecinos de la Villa mediante el disparo de varios ‘chupines’ de las grandes solemnidades populares”. Van siempre vestidas de rojo y acompañan, desde el pregón al final de las fiestas, a la pregonera o pregonero de cada año, que viste de amarillo. No son las dos únicas figuras de las fiestas. De hecho, la figura por excelencia es Marijaia, la imagen por antonomasia de la semana de fiestas más larga del mundo. Durante los nueve días, en cualquier esquina, puedes encontrarte con ella. Es una mujer vieja, gorda, diseñada por la artista Mari Puri Herrero. Llevarla de una txosna a txosna es todo un honor. En diciembre de 2022 el Ayuntamiento compró a la artista octogenaria los derechos de la figura por 440.000 euros.

Ahora, Herrero tiene mucho dinero, pero no va a poder comprar ningún Mamiki Berezi. Ese es el nombre de los bocadillos más famosos de la txosna. Una exquisitez de lomo con queso y pimientos, de producción local, que ha causado sensación durante más de treinta años. Las colas interminables y, dentro, las risas de las mujeres que trabajaban en cadena en la cocina. Durante los primeros años del proyecto no se hacían bocadillos ni se vendía alcohol. Vendían crepes y otro tipo de bebidas: “No había alcohol porque entendíamos que estaba vinculado con la violencia machista”. Con el tiempo empezaron a servir solo cerveza y kalimotxo y, años después, de alguna manera, pasaron por el aro. Al fin y al cabo, ellas mismas acababan consumiendo en otras txosnas: “Luego ya llegó el tequila rosa, pero esa es otra historia”. Hoy, ese planteamiento es una batalla perdida. El modelo festivo cada vez está más alejado de la propuesta popular, política y participativa que se proponía: “Todas las fiestas están encaminadas a que tengas un vaso en la mano”. Del botellón ya hablan suficiente en Telebilbao.

Un taller de saberes

Mamiki ha sido un taller de saberes. No sabían de electricidad, vale, pero siempre acaban encontrando a alguna mujer que pudiera enseñarlas. “Aprendí a utilizar la caladora”, cuenta orgullosa Clara Ginés. Durante años, la decoración de Mamiki se sacaba a concurso entre artistas consolidadas. Se presentaban diferentes artistas y la comisión de la Asamblea decidía quién era la ganadora: Dora Salaza, Matxalen Krug o Beatriz Silva, por ejemplo, diseñaron el espacio.  Últimamente, Maite Martínez de Arenaza, de La Taller, era la encargada de plasmar cada año las demandas de Mamiki. Luego, lo pintábamos entre todas. No solo eso. Desde Mamiki se impulsó también una fanfarria, Mamikiz Blai, que surgió en 1993. Dos compañeras se dedicaron durante meses a buscar chavalas por las escuelas de música. Aprendieron entre ellas y fueron, durante años, la unica fanfarria compuesta solo por mujeres. En 2008, y de forma parecida, otro grupo de mujeres decidieron que sí, que querían una batucada feminista, la batucada Mamiki, y se liaron la manta a la cabeza. Ahora, nos acompañan en las manis a golpe de tambor. La primera vez sonaba regular: “Una cosa es que nos hayamos ido de la Federación y otra, todavía no sabemos, qué camino vamos a seguir, pero como konpartsa, Mamiki sigue y, mientras Mamiki exista, la batucada está”. ¡Que siga resonando!

Dicen que han ido incorporando diferentes maneras de ver, eso que llaman ahora “los feminismos”, a sus planteamientos. “Quizá no hemos tenido la oportunidad de reflejar otras muchas cosas que nos atraviesan, pero hemos sido pioneras en algunas”, cuentan. Seguro que no todas se han sentido acogidas en Mamiki, pero insisten en que lo han intentado. Su apuesta estaba clara: construir un espacio autogestionado única y exclusivamente por mujeres: “Por y para nosotras. Se han acercado mujeres trans y aquí han estado”. Algunas otras tensiones, por ejemplo, no han podido evitarlas: “Hemos pasado años muy duros durante la lucha armada”.

Mamiki ha sido para la población de Euskal Herria un punto de encuentro, un referente imprescindible. Uno de los laterales, por ejemplo, ha sido históricamente el lugar de encuentro de lesbianas. Ahí, en esa esquinita al lado de la ría, teníamos un espacio de seguridad que no es fácil encontrar en otras partes del recinto festivo. Ahí, en Mamiki, hemos recibido a amigas de todo el territorio que miraban sorprendidas nuestra gran hazaña. Porque eso ha sido Mamiki: una hazaña. Un lugar de disfrute, de baile, de risas, de pitillos en las mesas de atrás, de amigas entrando a colarse al baño, de turnos inesperados, de chupitos de más. De hacer barra y bocadillos; de taladrar cosas y poner tubos; de sentirnos acompañadas. Un lugar al que ir aunque no hayas quedado con nadie, de ligar, de discutir, de romper.

Ene, ene, ene, oi ai ene bada. ¿Sin Mamiki qué va a pasar?


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