“Pueden quitar y poner las leyes que quieran, seré Manolita Chen hasta que me muera”
La que fuera pionera en visibilizar la realidad de las personas trans en España ahora lucha para ofrecer un entorno seguro a quienes buscan asilo huyendo del “sexilio” .
Manolita Chen, (Manuela Saborido Muñoz, Arcos de la Frontera, Cádiz, 1943) sabía que era una niña desde que su madre le daba palizas con la alpargata cuando pedía una cocinita para Reyes, cuando le suplicaba aljofifar a puerta cerrada o se pintaba coloretes mojando con saliva unas flores rojas que ella guardaba en la cómoda. Siempre lo tuvo claro, y por eso estuvo en un campo de concentración y sufrió las consecuencias de las leyes. Primero, de la de vagos y maleantes y después de la de peligrosidad social.
Nos recibe en su casa museo de Arcos de la Frontera, Cádiz, un santuario isabelino en el que conviven santas, vírgenes, ángeles, recuerdos familiares y banderas LGTBIQA+. Fue la primera mujer trans que cambió su DNI en España y que pudo adoptar, pero todavía hay gente que la llama Manolo.
¿Qué te parecen las declaraciones del líder del Partido Popular sobre la posibilidad de derogar la ley trans si su partido gana las elecciones?
Ahí es donde tenemos que estar nosotras este julio, porque esto es una chulería para ver cómo reaccionamos. Pueden quitar y poner las leyes que quieran, que yo seré Manolita Chen hasta que me muera, porque con siete años yo no solo estaba trabajando, también estaba perseguida. He estado toda mi vida perseguida… ¿Me tienen que seguir persiguiendo todavía? A mí me tienen que dar veinte tiros y me van a tener que empujar al suelo, pero no me voy a caer; o sea, que lo que este señor haga a mí me suda… me suda la peineta.
Nos atacan porque somos un colectivo fuerte, no somos un colectivo de cuatro; lo que tenemos que tener es fuerza y decir “aquí estoy yo con lo que sea”, porque yo no me escondo ni me he escondido nunca. Y si volviera a nacer sería la misma que he sido hasta ahora. A eso invito a transexuales, lesbianas, gais y transformistas, a que no se escondan de nada ni de nadie ni se avergüencen de lo que son. Yo nada más que tengo una etiqueta. Si me dan un pellizco me duele igual que a ti, como todas las cosas que le pueden doler a cualquier ser humano, porque soy un ser humano, no soy de trapo. Soy una mujer que le ha dado vida a un ser que está conmigo desde siempre, claro que por eso he sufrido mucho.
Háblanos de tu fundación Manolita, la creaste en diciembre de 2022 en Arcos (Cádiz) tu pueblo natal, con la donación de todo tu patrimonio inmobiliario para crear una red de casas de acogida para gente que ha sufrido rechazo por formar parte de la comunidad LGTBIQA+ ¿Qué quieres conseguir con este proyecto?
Después de que falleciera mi hija María en 2019, yo tenía mucho amor todavía que dar, y qué mejor que a esas mariquitas mayores y no tan mayores que se están muriendo solas o que tienen que huir de países como Marruecos. Tienen bastantes dificultades para entrar en un centro, ya sea en una residencia de ancianos o en centro de acogida para personas migrantes, porque muchas aún no han cambiado de nombre y eso es un obstáculo, aunque no debería serlo, porque un nombre es un nombre, no hay más nada. Estas personas necesitan mucho cariño y, sobre todo, poder morir con dignidad, con el amor de nosotras. Si les hace falta maquillarse yo lo haré, y si les hace falta ayuda para buscar un novio, yo se lo voy a buscar, pero por lo menos que tengan el amor de nosotras; esa es mi lucha.
¿Hay algún tipo de requisito para las personas que entran en acogida en tu fundación?
Aún no podemos acoger a personas mayores, porque se necesita personal como un médico, ATS… unos servicios con unos gastos que ahora mismo no puedo afrontar, aunque cuento con el apoyo de la Diputación de Cádiz y el Ayuntamiento de Arcos. Entonces estoy acogiendo a todos los chicos y chicas que vienen huyendo de la muerte porque no los quieren en sus países. Aquí tienen su casita.
La residencia de mayores se va a abrir pronto, en cuanto pueda. De momento tendremos en septiembre cuatro pisos en Sevilla. También quiero abrir en Córdoba, Cádiz, Torremolinos…pero todo vale mucho dinero, hija, porque tienes que ponerle su neverita, tienen que tener su buena cama, sus mueblecitos… Entonces voy poquito a poco. Empecé hace ya hace seis meses o siete y va todo muy bien porque hay muchas personas que me están ayudando, incluyendo la Diputación de Cádiz. Un día tenemos jamón o pescado y otro día tenemos un puchero. Yo pongo siempre mis lentejas, mi carne con papas, mi potaje de berza… Y eso le encanta a mis niñas y a mis niños. Ahora una va a hacer la comunión y otra se va a bautizar y yo, que soy su madrina, le haré su vestidito de comunión, las llevaré a comer a un restaurante y les daré el día feliz para ellas.
Estar siempre alegre para hacer feliz a los demás…
“Yo siempre alegre para hacer feliz a los demás” y “Soy como soy, ¿y tú?”. Esos son mis eslóganes de siempre.
¿Qué ha significado para ti la maternidad?
Yo me sentía madre aparte de mujer, tenía claro que quería ser madre y me costó muchísimo, pero es que tenía tanto amor que dar… A mi hija María, que fue la primera que adopté, sus padres no quisieron ni verla porque tenía síndrome de Down. Para ser madre no hay que parir. Yo no he parido pero he sentido y luchado por mis hijos los cuarenta años que han estado conmigo. De pequeña me planteé adoptar niños con discapacidad porque en Arcos, cuando yo tenía unos nueve años, unos vecinos tenían una niña con síndrome de Down y nunca la sacaban a la calle. La tenían encerrada en un cuarto, y eso era lo más feo que yo podía ver en una familia. Ya no era que no la quisieran, sino que no la veía nadie, esa niña nunca vio la luz del día.
Cuando adopté a María yo quería que mi niña estuviera con la sociedad, que vinieran los vecinos a casa. Salíamos a pasear, íbamos al cine… A mí no me importaba que ella no hablara o que no viera, ella tenía que tener una vida como la tenemos todas. A ninguno [de sus hijos] le daban mucha esperanza de vida, pero han estado cuarenta años conmigo. Todos están enterrados en Arcos y cuando yo me muera me enterrarán con mis hijos.
¿Eres creyente?
Sí, soy creyente, hija, aunque fui excomulgada y me echaron al menos tres veces de la iglesia. Pero yo la fe que tengo no me la quita nadie. Recuerdo que una vez estaba rezando delante de la patrona de Arcos, la Virgen de las Nieves, y llegó el alcalde, Don Laureano Barrera, y me preguntó qué estaba haciendo allí. Yo le dije que estaba rezando porque mi madre se estaba muriendo y no quería que me dejara todavía. Me dijo que me fuera y llamó a una pareja de municipales, me cogieron por un brazo y me llevaron arrastrando hasta la puerta de la calle, donde seguí rezando.
¿Y qué te da Dios a ti, Manolita?
Con que me dé la salud y la belleza que tengo, ¿te parece poco? Que yo tenga ganas de vivir con mi edad y luchando como estoy cada día. La belleza también por dentro, que es importante. Siempre he sido la persona señalada, de la que se reían los demás, pero eso me ha hecho más fuerte y más valiente. Me propuse tener mi DNI y lo saqué, me propuse ser madre y lo fui, y ahora me he propuesto tener hijos de acogida y lo estoy haciendo.
¿Están los armarios más llenos o más vacíos que antes?
Antes no se veían, porque los mariquitas entonces éramos las locas, las escandalosas, a las que llamaban a una boda, a cualquier fiesta para que contásemos cuatro tonterías: que si tengo la regla, que si tengo novio… Cuando ya tú contabas las cuatro tonterías te daban una tapita de morcilla y un poquito de refresco, una gaseosita de limón o de naranja, que era lo que había, y te echaban a la calle. Luego estaban las mariquitas cortijeras, que todavía hay algunas. Si tu padre tenía un nombre y unos apellidos concretos, era notario, o médico, o de esa nueva gente riquita, su hijo no podía ser mariquita, y eso es una pena, porque la gente sufre mucho. Hace unos días un chico de esta categoría me decía que le gustaría tener el valor que yo tengo para decirle al mundo entero: “A mí me gustan los hombres”. Cuando me veían con unos tacones de cinco centímetros y me decían que me iban a meter presa me ponía otros de dieciséis. Y si me decían que no me pintara los labios yo me los ponía más rojos todavía. Ya de pequeña me pintaba la sombra con el picón de la candela de mi madre.
Tú dices mucho “Yo lo cuento para que se sepa”. ¿Por qué es importante rescatar la memoria de las personas LGTBIQA+?
Mira, hace unos quince días una señora quería hablar conmigo, como tantas, y vino con su hija de nueve años. Eso es lo que yo quiero que se sepa. Mi madre no podía comprender que yo era una niña, para ella mis genitales eran de niño, de ahí no salía, y claro, que se presente una señora con su hija para que no sufra como sufrí yo… Que nadie haga sufrir ya más ni a un niño ni a una niña, que ya no haya más esposas, más calabozos, porque yo era una niña y me tenía que vestir de niño, de otra manera no podía salir a la calle. Lo que sí creo es que el cambio de sexo o de nombre tiene que ser algo meditado, con conciencia, que se hable en la familia para que el niño o la niña sepa bien lo que quiere.
¿Qué recuerdas de tu infancia?
Yo siempre cuento que en mi casa había una cuchara con una cruz para que nadie tocara esa cuchara, para que no se fuera a contagiar la homosexualidad; esa era la cuchara de Manolo. Nadie de mi familia me llamó nunca Manolita. Cuánta alegría me habría dado que mi madre o mis hermanos me hubieran dicho Manolita. Yo era Manolo, el que le tenía que lavar los pies a mis hermanos y cortarle las uñas porque era mariquita, para eso sí me querían, y para otras cosas más fuertes; si podían violarme, me violaban, después me daban una paliza y yo me tenía que aguantar.
¿Dudaste alguna vez sobre si eras una niña?
Yo nunca he dudado, ya te digo que a mí me tendrán que dar siete tiros y ni aun así me callo. Lo tengo claro desde que mi madre me daba palizas con la alpargata porque yo pedía una cocinita para Reyes, no sabía ni siquiera pronunciar bien cocinita y decía “cunita”. Me dio una paliza para matarme. Ella quería que yo pidiera un aro, un trompo o un caballo, pero yo nunca pedí eso porque no era lo que quería. Podría haber dicho que era un niño para que no me metieran presa, para que no me dieran palizas ni me obligaran a tomar un vaso así de grande de aceite de ricino y me tirara siete días vomitando. Habría podido evitar todo eso, paliza sobre paliza, pero yo era una niña, era mariquita. Siempre digo que no quiero más etiquetas. Yo soy mariquita, una mujer mariquita.
¿Se aprende algo de todo ese sufrimiento?
Claro, te enseña que tienes que ser fuerte, que no se apodere eso de ti porque si no fuera así ya me habría ido de este mundo. Lo que pasa es que yo lo tenía muy claro, siempre lo he tenido y lo tendré claro, con 11 y con 12 y con 15 años yo ya sabía que era una mujer. Recuerdo que mi madre le compró un reloj doradito a una chica para que se paseara conmigo y me decía que le cogiera el culo, que la besara, que la gente me viera del brazo con ella por la calle… María Antonia, una muchacha que ahora está casada y tiene sus hijos. A veces nos paramos las dos y comentamos estas cosas, así que dejemos ya las etiquetas.
¿Se puede perdonar?
Yo es que soy una persona que no odia a nadie, el odio no se hizo para mí. No tengo rencor y mira que me han hecho jugarretas. Una vez un chico me citó a las afueras del pueblo y fui porque me gustaba, me tiró a lo alto las pitas y yo llegué a mi casa toda llena de púas, llena, llena, la cara y el corazón. Y cuando mi madre me preguntó qué me había pasado le tuve que decir que me había resbalado. Así que lo único que pido es que no hagan sufrir más a los niños, que vivan una vida bien bonita, que tienen derecho a tener sus juguetes. Yo no tuve juguete ninguno, tuve que jugar en una cuadra solita y con siete años ya estaba trabajando, lavando botellas de gaseosa. Después quería dinero y me presentó a un zapatero que me hizo pasar muchísima pena, porque lo más bonito que me decía ese hombre era que si él hubiera tenido un hijo maricón lo habría matado.
Al final te tuviste que ir de Arcos…
Ya no podía estar más tiempo aquí, era imposible; por cualquier cosita ya estaba en la cárcel. Cuando la Guardia Civil venía a detenerme mi madre se hincaba de rodillas y se agarraba a sus piernas diciéndoles: “¡No llevarse a mi Manolo, mi Manolo qué ha hecho!”. Ellos le decían que seguían órdenes, que tenían que quitarme de la calle para que los turistas no me vieran. Todo era porque yo movía el culo, no era otra cosa. Yo iba andando muy femenina y por eso me metían en la cárcel, el día de la patrona, el día del patrón, el día del toro… el día que a ellos les parecía.
¿Cuándo fue la última vez que fuiste presa?
Hace 20 años, por culpa de mi exmarido Francisco Barroso López, con el que estuve 28 años casada. Cuando nos casamos yo tenía hoteles y restaurantes aquí y en Bornos, pero él no quería trabajar en hostelería, entonces le puse un invernadero de gladiolos y de clavellinas para exportar a Holanda. Yo no sabía que él vendía cocaína, nunca me lo imaginé, y lo digo de corazón. Si no fuera verdad también te lo diría. Cuando le cogieron me inculpó y estuve once meses en la cárcel. Cuando llegué a la cárcel les dije a los funcionarios que me hacía cargo de la enfermería, de todos los chicos que cruzaban el mar para quedarse en España. Les cuidaba y les daba sus pastillitas, a los que se morían los amortajaba. El director no quería que me fuera de la cárcel, me pedía que me quedase allí, pero a mí me hacía falta venirme a mi casa. Tenía tres negocios que sacar adelante.
¿Cómo empezaste tu etapa como empresaria?
En Arcos no me dejaban poner nada, pero cuando murió Franco puse un cabaret con mariquitas de Arcos. Yo quería mariquitas de Arcos, ni de Sevilla ni de Jerez, de mi pueblo. Puse tres locales: Los Faroles, El Camborio y El Rincón de Manolita. Esa época fue muy feliz para mí, la gente hacía cola para verme a mí y a las niñas que enseñé a actuar, porque yo ya venía de vedette de los teatros.
¿Ya eras Manolita Chen?
Yo me llamaba Juan de Ronda y después me puse la Bella Helen. Manolita me lo pusieron mis vecinas cuando era pequeña porque hacía circo como Manolita Chem con los poquitos niños a los que les dejaban jugar conmigo. Ya más adelante estábamos las dos en la Feria de Sevilla, yo con mi teatro y ella con el teatro chino de Manolita Chen [el más famoso de los teatros ambulantes de tradición sicalíptica que vivió su época dorada en los años cincuenta por el que pasaron artistas como El Fary, Fernando Esteso o Florinda Chico] y tuvimos que cerrar e ir a los juzgados porque ella denunció. Me pedía 10 millones de las antiguas pesetas, pero como no teníamos el nombre registrado ninguna de las dos llegamos a un arreglo con los abogados. Pusimos dos papelitos para echar a suertes quién se quedaba con el nombre, en uno ponía Manolita Chem y en otro Chen. A mi me tocó con la N.
Nadie es perfecto…
Tenemos fallos todas ¿Quién hay perfecta? La perfección no existe, qué aburrido sería ser una persona perfecta, ¿no? Yo no quiero ser perfecta, yo quiero ser buena. Yo quiero ser amable. Yo quiero, por lo menos, hacer feliz a los demás, porque tengo 23 familias a las que tengo que ponerles todas las semanas un plato de comida.
¿Te queda algo por hacer?
He hecho de albañil, de zapatero, de pintora, de vedette… he hecho de todo, hija. Mi ilusión ahora es que estos chicos que vienen huyendo no sean maltratados ni tengan que vivir solos. Yo digo que soy su madrina, su madre no, porque muchos ya tienen, otros no. Esta semana pasada una chica perdió a sus padres casi a la vez y la pobre no ha podido ir a despedirse porque todavía hay países en los que no podemos existir. Y no solamente pasa en el extranjero, ocurre dentro de las familias en España, que se dice muy pronto en el siglo XXI.
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