La tierra gris que añoran está teñida por su maldad
No tiene sentido no reconocer que tenemos miedo. La posibilidad de un Gobierno en España formado por el Partido Popular y por Vox hace temer al colectivo LGTBQIA+ volver a un ostracismo del que nos ha costado décadas deshacernos.
En mi casa, hoy, está izada la bandera del movimiento LGTBQIA+. En la casa en la que vive mi familia, quiero decir. En la mía, en la que pago yo solita, no me he atrevido a ponerla nunca desde que vivo sola. En la medida de lo posible, prefiero que nadie sepa dónde vivo. Por eso, tampoco tengo puesto el nombre en el buzón. Porque Bilbao es una ciudad pequeña y, como en todos lados, hay gente que me odia. No concretamente a mí –que también– sino a las que son como yo. Por eso, no pude evitar que se me saltase alguna lagrimilla cuando mi familia me mandó la foto de la bandera. En lo alto de una farola que funciona de mástil, muy cerca del sauce llorón en el que aún se sostiene –cada vez con más dificultades– la casita del árbol en la que jugaron mi hermano y mi primo, en la que yo estudié tantas tardes, al lado del árbol que ha albergado tantos buenos momentos.
He tenido miedo muchísimas veces por ser bollera. El más profundo de todos los miedos fue el que sentí durante todos aquellos años en los que me empeñé en ocultarlo. Sin apenas referentes y consciente de que salir del armario suponía romper con todas las expectativas que habían alojado inconscientemente en mí, hubo un tiempo en el que creí que era posible olvidarme de aquellos pensamientos intrusivos. Primero, me asaltaban por las noches, pero, con el tiempo, atormentaban cada uno de mis pasos. Aquel miedo acabó transformándose en dolor, al entender que con aquella confesión desaparecería gran parte de mi entorno, pero también en una libertad efusiva que se iba haciendo cada vez más grande. Benditos aquellos años en los que empecé a conocer a muchas de las mías, los años del Enigma, del Sildabia, del Bizitza, del Lamiak, de Mamiki, del Badulake, de El Balcón de la Lola y de tantos otros espacios de libertad. Entonces, entendí que había un tipo de miedo del que podría librarme de la mano de otras que eran como yo, pero que no podíamos soltarnos nunca porque el peligro seguía intacto en las calles.
Pero lo olvidé durante unos años. Quizá en un acto de inconsciencia, llegué a creer que podía habitar el mundo con la misma libertad que lo habitan el resto. Si echo la vista atrás y soy honesta con mis recuerdos, lo cierto es que nunca han dejado de sucederse las situaciones violentas. Esos gritos de “bollera”, esas insinuaciones, los golpes, de los que siempre nos hemos defendido, los insultos, que no siempre hemos sabido identificar; las miradas de desaprobación, los aspavientos… siempre han estado ahí. En mayor o en menor medida, en las redes sociales o en las calles, de día o de noche, con más o con menos violencia, pero han estado ahí.
Me atrevo a decir que, últimamente, han sido más sutiles. No creo que esa sutileza sea fruto de la buena voluntad de una sociedad más inclusiva sino de unas políticas públicas que se han esforzado por devolver a la comunidad LGTBQIA+ la dignidad que se nos ha arrebatado históricamente. Quienes no han dejado de pensar nuestra manera de vivir y de disfrutar de nuestros cuerpos y de nuestros placeres son una desviación moral parece que no encontraban espacios de legitimidad para vomitar su odio. Pero eso ha cambiado ya. Empezaron llamándolo “la tiranía de lo políticamente correcto” y han acabado en los parlamentos.
Estos días se ha hecho viral, al menos en mi entorno digital, una imagen en la que puede leerse: “Ojalá nunca sepas el miedo que da que tus derechos fundamentales se negocien cada vez que hay elecciones y que no sientas el dolor que se experimenta cuando tus amigos y seres queridos votan en contra de tu derecho”. A mí me resulta inevitable hacer un paseo mental por mi gente más cercana: ¿Será que Fulanita, que el otro día compartió no sé qué en internet, pueda votar al PP? ¿Será que ese conocido de mi familia, que siempre dice barbaridades, pueda ser de Vox? ¿A quién votará este primo? ¿Y aquel? ¿Y el novio de Menganita, que siempre está muy callado? Porque no se trata solo de temblar pensando que, tal vez, en unas semanas, se vean en peligro muchos de nuestros derechos, sino de sufrir pensando quiénes son realmente los responsables. Un aplauso desde aquí a Belén Esteban por reconocer públicamente que no votará a quién propone limitar los derechos de muchos de sus amigos y amigas y una petición concreta a quiénes nos quieren: No votéis en contra de nosotras.
¿Estamos preparadas?
Es complicado encontrar el equilibrio entre la prudencia, entre estar atenta para poder actuar a tiempo y que el miedo no paralice nuestras vidas. No sé cuántas veces lo he hablado con muchas amigas: “Si hay que irse en algún momento, ¿lo sabremos a tiempo?”. ¿Se atreverá la extrema derecha española a llevar a cabo iniciativas como las que ya han llevado a cabo en Italia? La Fiscalía de la ciudad italiana Padua ha impugnado el registro de más de treinta hijos e hijas de parejas lesbianas. ¿Qué pasaría entonces con todas las criaturas de nuestras amigas? ¿Qué vamos a poder hacer para protegerlas? ¿Estamos preparadas para algo así?
Ellos ya nos están advirtiendo de lo que pretenden. Santiago Abascal ha asegurado que nada de matrimonio igualitario, que podremos, eso sí, llevar a cabo algún tipo de “unión civil”, que, además, podrá darse también entre amistades o familiares. Miguel González explica en el El País que “se trataría, por tanto, de una especie de sociedad limitada, sin que esté claro si sus miembros tendrían derecho a heredar los bienes respectivos, a tener días libres en caso de enfermedad o fallecimiento del otro o a decidir sobre qué tratamiento médico recibiría su asociado en caso necesario”. De adopción, por supuesto, ni hablar; ni de educación sexual en las escuelas; ni de prohibir las mal llamadas terapias de reconversión. Este tipo de terapias, que se practican hoy en el Estado español, se defienden aludiendo a la libertad personal de querer cambiar. Basadas, principalmente, en el trabajo de Richard A. Cohen, se dividen en cuatro etapas de “sanación”: “La transición [aquí tratan de evitar el comportamiento sexual homosexual, buscan desarrollar una red de apoyo, trabajar el autoestima y reforzar la relación con dios]; el ‘enraizamiento’ [más dios, desarrollar nuevas habilidades, trabajar con el niño interior]; en la tercera etapa se centran en curar las heridas “homoemocionales y homosociales” y, por último, buscan sanar las heridas “heterosociales y heteroemocionales”. El abogado gallego Saúl Castro ha analizado este fenómeno en Ni enfermos ni pecadores. La violencia silenciada de las terapias de reconversión en España.
Últimamente está muy de moda hablar de la vulnerabilidad. Parece más fácil decir que me siento vulnerable, pero lo cierto es que tengo miedo. Porque las consecuencias de un posible Gobierno de PP y Vox, más allá de las políticas que impongan o las leyes que deroguen, van a dejar una huella en nosotras difícil de salvar. No sé cómo vamos a poder entender qué personas de nuestro entorno han apostado por devolvernos al ostracismo, no sé cómo vamos a poder superar que nuestras amigas mamás bolleras se enfrenten a un Estado que no las reconoce, ni cómo vamos a recoger a las personas trans que vean anulados sus tratamientos; no sé cómo vamos a poder protegernos.
Eso sí, sé que encontraremos rincones de libertad que, si hace falta, volveremos a proteger con contraseñas y con timbres. Sé que volveremos a salvarnos como nos hemos salvado en otros momentos históricos, que encontraremos alianzas con otros colectivos que apuestan por nuestras vidas y que, cada pequeño paso que pretenden dar hacer atrás, se encontrarán con un muro de resistencia imposible de demoler sin usar la fuerza. Y sé también que, sí apuestan por la fuerza, seremos cada vez más; porque esa tierra gris que añoran solo está teñida por su maldad. Si nosotras elegimos los colores del arcoíris para que nos representen creo que es, en parte, porque sabemos que su aparición es inevitable. Eso sí, no podemos confiar solo en la meteorología. Votad, por favor.
No te vayas, que está el panorama ahí fuera….