No es que no te crea, es que no eres creíble
Las investigadoras norteamericanas Sarah Banet-Weiser y Kathryn C. Higgins analizan en el libro ‘Credibilidad’ (Ed. Barlin Libros) las estructuras que impiden que se crea el testimonio de toda aquella persona que no sea hombre blanco cis y cómo el capitalismo saca provecho económico de esta duda.
Hace poco más de 20 años, la concejala de Ponferrada Nevenka Fernández denunció al alcalde de esta localidad Ismael Álvarez por acoso sexual. Tanto Nevenka como Ismael pertenecían al PP, que apoyó sin ambajes al edil que afirmaba que estaba siendo difamado. La campaña de descrédito y acoso hacia ella, víctima de su depredador, fue infernal. La sociedad española en general no daba pábulo a su testimonio porque era guapa y joven y, anteriormente, había tenido una relación con él. No cabía que después de terminarla le denunciara porque no quería continuarla. Si has dicho sí una vez, por lo visto es para toda la vida. El entonces fiscal jefe del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León, José Luis García Ancos, le espetó en pleno juicio: “Usted no era una empleada de Hipercor que tuviera que dejarse tocar el culo para asegurar el pan de sus hijos. Podría haber dejado su trabajo”. ¿Quién estaba siendo juzgada entonces? Nevenka Fernández se exilió por motu proprio a Reino Unido. El documental Nevenka, dirigido y producido por dos periodistas, Maribel Sánchez-Maroto y Ana Pastor, respectivamente, recoge la historia de la que se puede considerar precursora del Yo también en España .
Cinco años después, en 2006, la activista estadounidense Tarana Burke lanzó en redes sociales el hagstag #MeToo para que las chicas y mujeres negras pudieran compartir los abusos sexuales que habían sufrido. Su repercusión fue muy limitada hasta que en 2017 la actriz Alyssa Milano se hizo eco de esta etiqueta y dio paso al movimiento #MeToo que ahora conocemos. Por un lado, le ofreció la visibilidad y, por ende, la credibilidad a las denunciantes. Pero, por otro, la visibilidad que dio al testimonio de las actrices de Hollywood arrinconó a las personas más vulnerables a la hora de sufrir agresiones como son las mujeres racializadas, encarceladas o en régimen de pobreza, las personas queer y trans o las trabajadoras sexuales, según analizan Banet-Weiser y Higgins en el libro Credibilidad (2023).
Esta falta de confianza en el relato siempre recae en la misma parte: en la denunciante. Si es más pobre que su agresor, es por dinero; si es menos famosa, busca notoriedad; si estaba borracha, no sabe lo que dice; si fue hace muchos años, no recuerda con claridad lo que pasó; si fueron pareja anteriormente, fue consentido y ahora se arrepiente; si era un poco menor que él, sabía lo que hacía; si tenía muchos menos años que él y estaba bastante por debajo de la mayoría de edad pero era negra, era consentidora porque las mujeres negras son mucho más maduras que las blancas; si era una trabajadora sexual, es inviolable y así un largo etcétera de excusas para poner en tela de juicio el testimonio de la víctima. ¿Quién se atrevería a día de hoy a denunciar sabiendo que lo que le espera es una revictimización constante y verse una y otra vez atacada y acusada de mentir? Incluso cuando después de toda la campaña de acoso y descrédito a la que se enfrenta, un juez (porque pocas veces por no decir nunca la sociedad es unánime a la hora de creer a la víctima) reconoce la veracidad de su testimonio, tiene que oír que su agresor estaba bajo los efectos del alcohol o las drogas como motivo exculpatorio, que no la quería dañar e, incluso, que está destrozando la brillante carrera o el futuro prometedor de una estrella del deporte o de la política o de la música. Siempre la vida de la víctima vale menos que la del agresor.
Cuando los futbolistas del Eibar Sergi Enrich y Antonio Luna grabaron y difundieron un video sexual sin el consentimiento de la víctima, fueron condenados a menos de dos años de prisión cada uno que no cumplieron, así como a indemnizar a la víctima. No recibieron ni un solo reproche de sus respectivas aficiones y clubes. Cuando Enrich iba a fichar por el Schalke 04, la hinchada alemana se enteró de este delito y se opuso frontalmente a su fichaje, por lo que continuó jugando en equipos españoles. Menos mal que nos queda Alemania porque en España, Ana Rosa Quintana no ha perdido la oportunidad de entrevistar al exjugador del Barça Dani Alves desde la prisión donde está, a la espera de juicio por un delito de agresión sexual. Tanto la veterana presentadora como el resto de contertulios no dudaron en posicionarse a favor del deportista afirmando que su relato es más creíble que el de la víctima. Recordemos que Alves ha cambiado su versión de los hechos en cada comparecencia en el juzgado.
La falta de credibilidad hacia las mujeres no solo se circunscribe a las denuncias por agresiones sexuales o acoso. Un claro ejemplo de ello es la política valenciana Mónica Oltra. Si recordamos el caso, Oltra fue acusada de maniobrar para beneficiar la situación de su exmarido, Luis Ramírez Icardi, cuando ella misma dirigía la Conselleria de Igualdad y Políticas Inclusivas. Ramírez fue condenado por abusos a una menor tutelada por la Generalitat Valenciana. Oltra repitió hasta la saciedad que no supo nada del asunto hasta que su exmarido se lo comunicó tras recibir una orden de alejamiento de la menor. Tras haber sido acusada de encubrimiento, vilipendiada y apartada de la política, una investigación de la policía judicial probó que no existe indicio alguno que contradiga la versión ofrecida por la exvicepresidenta. Ahora resuenan en nuestros oídos las palabras de Oltra cuando, en rueda de prensa, se defendió de estas acusaciones y dijo que se sabría la verdad pero que entonces ya sería tarde para ella, y sus oponentes habrían ganado la vendetta política.El informe policial que exculpaba a Oltra estaba preparado antes de las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo, pero se guardó a buen recaudo y se hizo público días después.
¿Qué es necesario entonces para que nos crean? No basta con nuestro testimonio; se necesitan pruebas. Estas pruebas que aportemos, además, serán retorcidas para sacarlas de contexto, serán poco concluyentes, serán “nuestra verdad” donde cabe otra: la posverdad. Este odioso término no es más que un hecho objetivo pasado bajo el tamiz de las estructuras patriarcales y desmenuzado por los puntos de vista y las opiniones personales hasta despojarlo de todo significado y convertirlo en una mentira. Pero posverdad suena mejor mentira.
El ensayo explica también cómo el capitalismo siempre está ahí para echarnos una mano en forma de productos que podamos adquirir, previo pago de su importe, para nuestra defensa: espráis de pimienta con diseños “cuquis” y mucha purpurina para defendernos del asaltante sin rostro, por ejemplo, olvidando que en la mayoría de casos las agresiones vienen del entorno más próximo de la víctima; también aplicaciones de móviles en las que podemos suscribir el contrato de consentimiento sexual que, en todo caso, protegerá al posible violador cuando nos neguemos a realizar alguna práctica sexual concreta porque “ya habíamos firmado un contrato previo vinculante”, por citar dos de los productos más llamativos que se mencionan en el libro.
Tras reflexionar sobre el foco de la credibilidad que, a día de hoy está basado en el supuesto de “verdad” o de “subjetividad”, las investigadoras concluyen su análisis de esta cuestión abogando por desplazarlo hacia cómo “la crisis de la posverdad puede entenderse también como un desafío a aquellos que han estado históricamente autorizados a decir (y a hacer) la verdad. Es dentro de esta orientación ambivalente hacia nuestra situación de posverdad donde podernos permitirnos pensar en la violencia sexual y la credibilidad de nuevas maneras, y volver a reimaginar una economía de la credibilidad comprometida con la tarea de la liberación feminista”.
En definitiva, debemos apoderarnos del relato como se apoderan los denunciados (como vimos en el juicio de Johnny Depp vs. Amber Heard o en tantas denuncias como se le presenta por delante al expresidente de los Estados Unidos Donald Trump, por citar dos ejemplos en un mar lleno de ellos) a fin de alcanzar la justicia que merecemos.
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