Elaine Vilar Madruga: “La historia reciente de Cuba la marca un incremento enorme de los feminicidios”

Elaine Vilar Madruga: “La historia reciente de Cuba la marca un incremento enorme de los feminicidios”

La autora cubana ha publicar en España su última novela, “El cielo de la selva” (Lava, 2023), tras consagrarse como una de las voces caribeñas más destacadas de nuestros tiempos.

Elaine Vilar Madruga. | Foto: cedida.

Para quienes no la conozcan, Elaine Vilar Madruga (1989) es una prolífica escritora originaria de La Habana cuyos textos escarban en lo más profundo de la psique humana desde la ventaja de la narración: no hay límites y, de haberlos, pueden ser perfectamente trasgredidos. “El cielo de la selva” (Lava, 2023), su obra más reciente publicada en España, da buena cuenta de ello: un relato de terror cuyo escenario es una selva que exige, para poder vivir en ella, que se la alimente con la carne de los niños que nazcan en sus lindes.

Al inicio del libro, justo debajo de los créditos editoriales, encontramos un epígrafe que dice: “Este es un libro sobre maternidades. En plural. Como todas y cada una de las distintas madres que hay, ha habido y habrá en el mundo. Todas unidas y, al mismo tiempo, separadas por el acontecimiento fundamental de la vida, uno que solo puede ocurrir en su cuerpo. Y es que también es un libro de cuerpos, de miedos y de hambre”. Vaya si lo es. Pero no es que estos sean los temas del libro, no, más bien son abstracciones concretadas en las voces de las personajes (porque esta es una historia de mujeres) que, entroncando con sus propias personalidades, dialogan con la ferocidad sanguinaria de la selva.

Cada una de las figuras que aquí aparecen son mujeres con problemáticas propias, pero todas tienen algo en común: están obligadas a gestar y parir ¿De dónde surge la idea de crear este libro?

El tema de los cuerpos de las mujeres y su lugar geopolítico es algo que me ha interesado mucho, y ya llevaba tiempo pensando en construir una historia que abordase en profundidad el arquetipo de la mujer-útero. Para mí era importante narrar la historia desde las voces de las mujeres y que la cuestión de la capacidad gestante estuviese presente en toda la obra, atravesándola y conectándola así con la vivencia de mis propias ancestras y también con la mía. Si te fijas, el libro está dedicado “para mis bisabuelas, que parieron demasiado, y para mis tías, que decidieron no parir”. Cuando conocí la historia de mis bisabuelas, que tuvieron diez hijos (una, además, crió otros cuatro), quedé impactada. Toda una vida dedicada a ser madre. Yo ahora me encuentro en un momento (tal vez una edad) en el que me replanteo todo esto y pensé en mis tías, en cuando una de ellas me dijo que “no tenía hijos porque no le gustaban los niños”, y desde ahí conecto con la memoria familiar, la mía, porque mis tías cometieron unos actos revolucionarios de los que yo soy heredera. Me siento conectada a ellas a través de lo espiritual de esa memoria, porque, además, ambas vivieron en esta casa que hoy es el lugar donde yo vivo, y me gusta sentir que la literatura es el vínculo que tengo con mis ancestras.

El libro nace de un viaje que hice desde La Habana a Santiago de Cuba, al otro lado del país. Fueron catorce horas de autobús (que se convirtieron en dieciséis) en las que fui narrándole a mi esposo las diferentes protohistorias que me rondaban. Tenía claro que quería articular una historia en torno al culto ancestral de las deidades más allá de lo humano —aquí en Cuba es frecuente encontrar cultos al monte o al bosque, aunque no hay selvas—, y también que quería trabajar con las maternidades, de forma amplia. Construí el personaje de la selva en torno a ello. Digo que la selva es un personaje porque, para mí, no se trata únicamente del espacio o de las fronteras que marca, sino que es también un personaje hembra, poderoso y feroz, en cuyo útero se encuentra el escenario de la vida y la muerte.

Dices que concibes la selva como un personaje más, y es algo que también yo percibí al leer la novela. Sin embargo, me pasó lo mismo con la hacienda, el otro espacio donde se desarrolla: siento que también es un personaje con carácter y esencia propios. Ahora que lo mencionas, creo que también sería un “personaje hembra”. Por su parte, los personajes que sí son humanos son, en su mayoría, personajes femeninos. ¿Cuál es, para ti, la importancia de escribir desde las voces de las mujeres?

La historia reciente de Cuba está marcada por un incremento enorme de las tasas de feminicidios y violencias machistas. En lo que va de año, en un país cuyas estadísticas no demostraban tanta violencia, se han registrado 31 feminicidios aquí. Trabajar con la mujer como sujeto biopolítico no es solo un posicionamiento que he decidido adoptar, sino también algo que se hace urgente en esta realidad cubana y, en general, en Latinoamérica. Mi personaje favorito es Romina, cuando ella aparece en la historia siento que, de alguna forma, ha cerrado un círculo. ¿Sabes esa sensación cuando estás escribiendo y dices: ahora sí? Pues eso me ocurrió.

Además, algo que me parece muy importante es el uso político del lenguaje: Romina es puta (que no prostituta, no mujer de compañía) y lo que ella emplea es su coño. Romina llega al corazón de la selva y no siente miedo, porque todo lo que ha visto fuera de ella es una realidad peor.

Sí, eso que señalas es importante también para mí, y creo que en el libro está claro. Romina es puta y a ella la acompaña una manada de putas muertas [“todas las putas son hermanas, estén rotas o enteras, estén muertas o vivas”] que tampoco sienten miedo. Nombrar es reconocerse. Las putas a las que el polvo blanco y los chulos condenan encuentran, entre las fauces de la muerte, donde por fin están todas juntas hermanadas, el verdadero cielo de la selva. La línea entre la vida y la muerte no es difícil de cruzar y ellas lo saben.

Otro de los rasgos más presentes en la novela es la locura. Es frecuente que unas personajes recuerden a otras que “aquí te acabas volviendo loca”, así como lo son los comportamientos marcados por esa locura. ¿Nos quieres hablar sobre esto?

Algo que me interesa mucho abordar en mi escritura, casi a modo de leitmotiv, es eso que se ha venido a nombrar como locura: cuál es la frontera que separa la locura de la no-locura, cuáles son los límites que la configuran, qué es lo que determina que se psiquiatrice a alguien y se le someta a electroshock y se le cebe a pastillas y qué es lo que ampara, desde el marco social, la conducta normativa y por qué es así.

Sí, vaya, cuestionar la hegemonía de la cordura desde lugares anticapacitistas.

Claro, porque ¿qué es lo que hace que una persona pase a estar loca? Un personaje que también me gusta mucho es el de la perra, animal encerrado que encarna esta locura de la que hablamos —siempre cobijando los huesitos de su perro-hijo— y que, en su ser muchacha devenida perra, cuestiona las fronteras entre lo que el mundo ha considerado “loco” y lo socialmente válido. Y esto, si comparamos el comportamiento instintivo de este personaje con el de Santa, se entiende mejor, porque Santa presenta una locura mucho más sádica y macabra, se podría decir que hasta malvada pero, como se comporta dentro de los límites de la convencionalidad, la loca es la muchacha que deviene perra. Ananda es una muchacha que deviene perra, pero los perros son inofensivos. Son los humanos quienes son realmente peligrosos, aunque su comportamiento esté más permitido.

Santa y Ananda son madre e hija. Me interesa mucho cómo abordas, a lo largo de toda la obra, el tema de las maternidades, muy fuera del canónico discurso idealizante y, por el contrario, dibujando figuras que rechazan abiertamente la maternidad y la crianza.

Este es un tema que me viene preocupando en mis últimos proyectos (de hecho, lo exploro más en otro libro que está por publicarse), decidí que atravesase la novela porque para mí es un tema importante. Cuando conocí las historias de mis bisabuelas quedé impactada, y he vuelto varias veces a ellas. Quiero decir, si pienso que llevar en tu vientre a una criatura durante nueve meses ya es algo increíble, imagínate que son diez, o sea, casi diez años de tu vida embarazada, me resulta asombroso. Es algo que he hablado frecuentemente tanto con otras autoras como con amigas, familia, personas del día a día que están haciendo público que la maternidad no es ese lugar floreciente que nos vendieron, que es otra cosa, que cansa, que causa malestares, que genera incertidumbres.

Yo soy de las que piensa que es importantísimo recoger un discurso que legitime la decisión de no ser madre por el mero hecho de no querer serlo, sin necesitar más argumentario. En este sentido, me gusta mucho cómo problematizas la maternidad en El cielo de la selva.

Nos han enseñado a ser madres, a querer ser madres. Pero no nos han enseñado que no tenemos porqué querer serlo, es más, lejos de eso, se han colgado muchos estigmas sobre las mujeres que han rechazado la maternidad. Me interesaba la idea de la mujer-útero cuya única función es la reproductiva para, así, hacer un desdibujamiento de la mujer-madre. En la novela, las mujeres paren pero no crían, no son madres, son máquinas de parir. Los propios niños también lo saben, que no son niños, que son comida.

En La tiranía de las moscas ya vimos tu interés por las infancias, y aquí lo recuperas de manera muy distinta. Los niños y niñas, como bien dices, saben para qué han nacido y constituyen un grupo homogéneo que sobrevive a su función vital hasta que vienen a buscarlos. ¿Qué supone, para ti, abordar la niñez?

Yo creo que este podría ser otro leitmotiv. La infancia es una etapa de la vida que me interesa muchísimo, que, además, se suele entender como una etapa en la que no estamos completos. Para mí no. Para mí la infancia es poderosa porque es aquí donde nos creamos como individuos, no me interesa nada un lugar adultocéntrico que le quite a la infancia su propia agencia, me interesa complejizarla y sacarla de los ojos adultos. No creo que los niños no puedan sentir emociones como el rencor o la rabia, de hecho, creo que es un error creer que solo pueden abarcar los marcos de inocencia donde se les suele meter. La ira, la venganza, son emociones que también les pertenecen a ellos, y en el caso del libro he querido abordar el miedo, que es una emoción primitiva que se ha solido relacionar con la infancia. El miedo es lo que ha perfeccionado nuestra inteligencia y lo que nos ha permitido sobrevivir como especie. Y los niños de la novela se cohesionan como grupo a través de él. De hecho, salvo Ifigenia (que toma su nombre de la princesa trágica hija de Agamenón y Clitemnestra, que fue pedida en sacrificio para que a Agamenón le fuera permitido continuar su viaje a Troya), que es la niña rara que vive alejada del grupo, el resto de niños habita conjuntamente en la hacienda y en el miedo. Comentabas antes que la hacienda era también un personaje, y sí, creo que lo es y que tiene un papel fundamental en el mantenimiento y la reproducción del miedo que hablamos, pues, aunque sea una casa, no es un sitio seguro y eso los niños lo saben. Es “un lugar en el que no se puede ni dormir”. El sitio donde la selva guarda su comida y los cuchillos que la desmenuzan.

 

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