Genealogías del periodismo feminista en el Estado español
Desde el siglo XVIII diversas publicaciones, promovidas por mujeres, recogen ideas de crítica al sistema y de búsqueda de la igualdad.
Beatriz Cienfuegos, según las investigaciones hasta la fecha, es la primera periodista del Estado español. Esta gaditana, de la que se tienen pocos datos biográficos, puso en marcha el 12 de julio de 1763 La Pensadora Gaditana, cabecera que se editó semanalmente hasta julio de 1764 y que se considera opuesta al periódico El Pensador, del periodista José Clavijo y Fajardo, donde se podía leer contenido altamente misógino y visceral. Es por ello que en las páginas de La Pensadora encontramos un contenido protofeminista: se critica la subordinación de las mujeres en la sociedad por el mero hecho de serlo, los prejuicios sociales y las jerarquías existentes y se busca la reforma de las costumbres.
Catorce años después, más concretamente el 16 de marzo de 1777, apareció una cabecera que sigue la línea editorial de La Pensadora, nos referimos a La Pensatriz Salmantina, en la cual Escolástica Hurtado Girón y Silva de Pico, desde Salamanca, escribía a las mujeres y reivindicaba el papel de las mismas en la sociedad.
Desde finales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XIX también hubo mujeres que escribieron en prensa generalista y pusieron en marcha periódicos femeninos con contenido dedicado mayormente a mujeres: poesía, sociedad, moda, hogar; también aparecían artículos que criticaban el papel de la mujer en la sociedad. Es el caso de la Gaceta de las Mujeres, fundado en 1845 y que luego pasó a llamarse La Ilustración. Álbum de las Damas, bajo la dirección de la poeta Gertrudis de Avellaneda. En él se publicó, por ejemplo, el artículo ‘Capacidad de las mugeres para el gobierno’, de la misma Avellaneda, donde se reivindicaba la igualdad de entre los sexos. También se recogían biografías de mujeres importantes en el mundo de las artes, la cultura y la sociedad. Había una clara reivindicación: la necesidad de la educación para la mitad de la población que no tenía acceso a ella. En este periódico escribieron Carolina Coronado, Amalia Fenollosa, Rosa Butler, María Tardea Verdejo y Josefa Moreno y Nartos, entre otras.
En 1856, aparecerá El Pensil Gaditano, considerado, este sí, el primer periódico de corte feminista y social del Estado español, continuador del ya citado La Pensadora Gaditana. Bajo la dirección estaban las socialistas utópicas Josefa Zapata y Margarita Pérez de Celis, que daban un salto más allá y no solo pedían la educación de las mujeres sino que hacían una crítica social de corte obrerista a las pésimas condiciones de vida de las clases populares, y más concretamente de las mujeres, proyectando la necesidad de una sociedad más justa y digna. De hecho se enfrentaron en varias ocasiones a la censura debido a sus posicionamientos alineados con el fourierismo de la época: crítica a la familia burguesa, a la industrialización y a la civilización urbana, y reivindicación de un sistema económico, social y cultural en igualdad. Fue en El Pensil de Iberia —cabecera que pusieron en marcha tras la censura y cierre de la antes mencionada— donde se publicó en varios números —y posteriormente como un folleto que recopilaba todos los textos— el que podemos considerar como primer manifiesto feminista hasta la fecha: ‘La mujer y la sociedad. Breves consideraciones sobre la participación de la mujer en la sociedad’, firmado por Rosa Marina y en el que se puede leer “donde la mujer es esclava, el hombre no puede ser libre”. La autoría está aún sin descubrir, hay hipótesis que apuntan a que es posible que fuera un pseudónimo usado como estrategia frente a la censura. En El Pensil escribieron autoras como Rosa Butler, Ana Mª Franco, Ángela Arizu, Adela de la Peña o Joaquina García de Balmaseda.
“El periodismo seguirá siendo, durante el último tercio del XIX, el camino más transitado por las atrevidas para incorporarse al mundo de la política y de lo social”
Había mujeres que colaboraban en diversos periódicos, tanto exclusivamente femeninos como más generalistas, y tanto en prensa liberal como obrera. El libro Rebeldes periféricas del siglo XIX, de Ana Muiña, hace un recorrido más exhaustivo del papel de las mujeres en la prensa en este periodo y acerca a figuras como la espiritista Amalia Domingo Soler o la internacionalista Guillermina Rojas y Orgi, así como al contexto social de aquellos años y a cabeceras con fuertes tintes emancipatorios. Apunta Muiña que “el periodismo seguirá siendo, durante el último tercio del XIX, el camino más transitado por las atrevidas para incorporarse al mundo de la política y de lo social” y afirma que “la reseña de estas mujeres no es anecdótica” ya que mientras el movimiento sufragista de Estados Unidos e Inglaterra se empezaba a organizar, en España las mujeres iban arrancando derechos gracias a “su acción social organizada, su presencia pública y su capacidad de sumar fuerzas, propiciando el encuentro entre las variantes emancipatorias [cursivas en el original] para hacerlas converger”.
Será en 1867 cuando entren las ideas de la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) en la península y con ellas un revuelo organizativo y social. Esto implicó que el obrerismo se dotó de estructuras de organización propias más allá de las del republicanismo en las que se había escuadrado anteriormente. De hecho, en 1870 se funda la delegación de la AIT, creándose poco después la Federación Regional Española. Una consecuencia clara de esto fue la puesta en marcha de publicaciones periodísticas para propagar las ideas internacionalistas y, más concretamente, anarquistas. Esto abrió un canal nuevo de expresión en el que muchas mujeres, debido a los principios de igualdad que se promulgaban desde la AIT y el anarquismo, vieron el lugar en el que expresar sus ideas y esperanzas de igualdad.
Esas cabeceras, que si bien no fueron medios exclusivamente puestos en marcha por mujeres, sí que dieron lugar a debates y discusiones que han sido abordados por el movimiento feminista en años y décadas posteriores. Un ejemplo es La Revista Blanca, que se editó de 1898 hasta 1936, era de tirada quincenal y de corte anarquista individualista principalmente. Pretendía difundir entre las clases populares los temas de actualidad relacionados con nuevos avances científicos, literatura, sociología y arte. En sus páginas escribieron, y abrieron debates, mujeres como Teresa Mañé —también conocida por su pseudónimo Soledad Gustavo—, su hija Federica Montseny o la pedagoga Antonia Maymón. Ellas escribían sobre amor libre, maternidad, educación, el papel de las mujeres en la nueva sociedad del porvenir o las nuevas tendencias neomalthusianas, con las que eran críticas. Estas nuevas ideas neomalthusianas analizaban las pésimas condiciones de vida de la clase trabajadora provocadas, entre otros factores, por la descendencia numerosa de las familias obreras; por lo tanto empezaron a dar soluciones para que las familias obreras no tuvieran tanta descendencia y pudieran ejercer un control mayor de sus vidas y de su sexualidad.
Aquí jugaron un papel muy importante cabeceras como Salud y Fuerza, que se publicó de 1904 a 1914, o Generación Consciente, que posteriormente pasó a llamarse Estudios y se publicó de 1924 a 1937. En ellas se divulgaron las ideas del anarquista francés Sebastian Faure y de la feminista radical Nelly Roussel relativas a esta cuestión, así como textos de muy diversos autores y autoras entre los que estaban los médicos Isaac Puente, Felix Martí Ibáñez o Amparo Poch y Gascón. Entre los temas que abordaban estaban la procreación obrera consciente, la abolición del matrimonio, la coeducación de los sexos, la anticoncepción, la higiene sexual, una vida saludable o la eugenesia.
En las páginas de Periódico Feminista, de Progreso Social, de Cultura y Orientación Profesional de la Mujer se pedía igualdad jurídica, la reforma de las leyes o el acceso de las mujeres al mercado laboral
De forma paralela, las mujeres de la burguesía pedían sus espacios y abrazaban las ideas que llegaban de las sufragistas. Es el caso de la cabecera fundada por Celsia Regis La Voz de la Mujer, con el subtítulo a Revista Mensual Dedicada a la Defensa de la Mujer —y que en 1927 se modifica a Periódico Feminista, de Progreso Social, de Cultura y Orientación Profesional de la Mujer—. Se editó de 1917 a 1931 y fue portavoz del Instituto de Cultura de Madrid, del Lyceum Club Femenino y de la Unión del Feminismo Español. En sus páginas pedían igualdad jurídica, la reforma de las leyes o el acceso de las mujeres al mercado laboral.
Una cabecera imprescindible y pionera será Mujeres Libres, que se editó por primera vez en mayo de 1936, contando en su equipo de redacción con Lucía Sánchez Saornil, Mercedes Comaposada Guillén y Amparo Poch y Gascón. Este proyecto nacerá como publicación anarquista, de las tantas que proliferaron en la época, pero con un análisis de género e interseccional mucho más profundo. Ya en 1935 Sánchez Saornil anunciaba en Solidaridad Obrera, periódico confederal, la idea de crear un medio exclusivamente femenino en el que se abordasen las cuestiones relativas a la emancipación de la mujer trabajadora desde su propia visión. El proyecto se vio modificado en su cuarto número debido a la sublevación fascista en julio de 1936, si bien siguió editándose hasta 1939 y fue un altavoz de la organización homónima Mujeres Libres, que animó a la puesta en marcha una verdadera revolución social con la que aspiraban a que las mujeres superasen su triple esclavitud: por ser mujer, por ser obrera y por no tener educación.
En el contexto de guerra contra el fascismo, hubo otras organizaciones femeninas que utilizaron la prensa para difundir y divulgar sus ideas. Es el caso de la Asociación de Mujeres Antifascistas (AMA), organización del Partido Comunista, a pesar de la pretendida unidad antifascista de las mujeres y la integración de otras organizaciones femeninas como Unión de Muchachas o Unió de Dones de Catalunya. La AMA contó con diversas cabeceras, la más importante fue Mujeres, editada en Madrid (1936), Valencia (1937) y Bilbao (1937); también publicaron la revista Pasionaria: Revista de las Mujeres Antifascistas de Valencia (1937). Estas cabeceras se centraron en el esfuerzo de guerra de las mujeres en retaguardia, de hecho entendían que este contexto desmoronaba la familia y al hogar tradicional. Ahí escribieron Dolores Ibárruri, Encarnación Fuyola y Aurora Arnáiz.
Después de la pérdida de la guerra vino el silencio interior, la represión y el exilio. A pesar de ello, se continuó con la lucha —tanto en el interior como en el exilio— para destruir el régimen fascista español. Desde el exilio tanto las mujeres anarquistas como las comunistas pusieron en marcha revistas para seguir difundiendo sus ideas, aunque lo cierto es que aún hay mucho que investigar de estas publicaciones. En el caso de las mujeres del Partido Comunista, desde el exilio francés, y encuadradas en la Unión de Mujeres Españolas (UME), editaron de 1946 a 1950 el boletín Mujeres Antifascistas Españolas, órgano femenino de expresión del partido dirigido a mujeres. Por su parte, las anarquistas, desde el exilio inglés y francés, editaron la revista Mujeres Libres. Portavoz de la Federación de España en Exilio, la cual contó con 47 números desde 1967 hasta 1976; Suceso Portales, Sara Berenguer o Mercedes Comaposada son algunas de las que escribieron en sus páginas.
En los últimos coletazos del franquismo, desde la clandestinidad en el interior, se (re)movían cosas, entraban publicaciones del exterior y se empezaban a editar pasquines y pequeños folletos. Será con la muerte del dictador cuando en España empiece a otearse un horizonte nuevo, ideas en tensión con las diferentes corrientes ideológicas que querían romper con el régimen, unas más rupturistas que otras. Desde el sindicalismo de diferentes corrientes, el feminismo, el ecologismo… empiezan a organizarse. Ajoblanco, Vindicación Feminista, La Mujer Feminista o, la continuadora 41 años después, Mujeres Libres, que se editó en Barcelona, serán algunas de las cabeceras en las que se darán intensos debates por la construcción de ese horizonte por venir.