Deporte, “la droga sana” que mejor coloca en prisiones
¿Puede la actividad física estimular la reinserción dentro y fuera de la cárcel? Investigadoras y participantes de este tipo de programas constatan el potencial rehabilitador y reeducador del deporte mientras luchan contra las trabas de la burocracia y la pasividad institucional.
“El estrés en la cárcel no te deja estudiar, relacionarte… al menos el deporte te alivia. Y es que hay dos caminos: la droga o lo que te busques a través de actividades físicas que te relajan y te ayudan a recuperar cosas tan sencillas como que te llamen por tu nombre de pila”. Así se expresaba una de las reclusas que participaron en uno de los programas piloto sobre el uso de deporte como herramienta de reinserción que distintas universidades españolas han llevado a cabo en prisiones durante los últimos años, no sin pasar muchas trabas y sin llegar a poder explotar todo el potencial de esta disciplina sobre la población reclusa y exreclusa.
La Ley General Penitenciaria de 1979 ya recoge la necesidad de práctica deportiva, distinguiendo tres categorías: las de carácter recreativo, las dirigidas a la competición y las de formación y motivación. En el artículo 131, el texto señala que se realizarán las actividades más convenientes para conseguir el desarrollo integral de las personas encarceladas. Algo imposible de alcanzar para una ratio aproximada de tres profesionales como mucho (monitor o monitora con licenciatura en Ciencias del Deporte o título medio en Deportes) por cada 1.500 personas reclusas. Además, desde 2010 no se convocan oposiciones para este puesto, por lo que quien suele ocuparse de este área acaba llegando por promoción interna y sin haber cursado una formación específica. En teoría, las prácticas deportivas de carácter educativo las controla la Subdirección de Tratamiento, pero, en el día a día, la persona encargada decide.
Ante este contexto, la Dirección General de Instituciones Penitenciarias busca paliar la escasez de profesionales mediante convenios con diferentes entidades. Algunas de ellas se trazan a través de oenegés que están en contacto con investigadoras del ámbito universitario. Los estudios de campo se ven truncados, en ocasiones, por la tardanza de hasta dos años en tramitar un permiso para poder realizar actividades de esta índole en la cárcel.
“Parece que nos conformamos solamente con que no haya personas fugadas”, expresa Daniel Martos-García, profesor de Educación Física de la Universidad de Valencia, quien desarrolló una investigación en una prisión valenciana entre los años 2000 y 2003. “La ley recoge todo lo necesario para que la actividad física sea una herramienta que motive la reinserción, pero faltan medios y recursos: algo tan sencillo como que hubiera mayor cobertura de horarios y que se llegue a ofrecer programas hasta en los módulos”, concreta Martos-García.
“Empoderarse en mallas”
La actividad física puede funcionar como herramienta que, “en su mínima expresión, ya genera pautas de organización de la vida cotidiana en una población desestructurada como es la carcelaria”, determina Joaquina Castillo, profesora de Sociología del Deporte de la Universidad de Huelva. También señala su aporte en la lucha contra la drogadicción, aunque esto se confronta con estudios que apuntan hacia una visión de control social, de manera que el uso del pabellón se emplea como moneda de cambio para mantener el orden y la represión. “Parece decir que si os portáis bien, os dejaremos echar la pachanga”, comenta Martos-García.
El deporte genera bienestar, potencia la obtención de hábitos saludables y el refuerzo de la autonomía personal gracias a la socialización fuera del entorno puramente carcelario. Así lo constataron a través de un programa piloto Nagore Martinez y Nerian Martín, investigadoras de la Facultad de Educación y Deporte de la Universidad del País Vasco. “Se daban circunstancias de mujeres que ni se miraban en el módulo, pero que durante el partido hacían piña y se apoyaban mutuamente”, detallan. “Esos momentos nos daban pie a plasmar cuestiones interesantes como la resolución de conflictos, porque el deporte puede ser un excelente transmisor de valores si hay profesionales que velen por ello”, explican.
“La cárcel, pese a ser una institución total, reproduce la sociedad: en las escuelas de fútbol base ganar prevalece sobre educar a los chavales”
La ruptura de tabús o ideas discriminatorias es otro de los factores relevantes que se planteaban en el juego: “Las mujeres se empoderan simplemente vistiéndose con una malla deportiva, demostrándose que pueden ponerse la ropa que quieran sin tener en mente las restricciones impuestas por sus maridos o familiares”, añade Castillo.
“Aún teniendo en cuenta todas las bondades, no debemos olvidarnos de que un programa de deporte, organizado con un equipo multidisciplinar de profesionales (desde un abordaje psicosocial, no solo con alguien que dirija actividades), siempre será un complemento, no la raíz para solucionar los auténticos problemas de la cárcel: la pobreza, la marginación, el analfabetismo…”, sentencian Martinez y Martín.
El deporte se presenta como “un sistema de control que mantiene a la población reclusa ocupada y cansada al final del día”
Por parte de las instituciones, según detalla Joaquina Castillo, “se presume más de las victorias del equipo de fútbol que del potencial de reinserción extraído de la práctica deportiva; pero pensemos que la cárcel, pese a ser una institución total, reproduce la sociedad: en las escuelas de fútbol base ganar prevalece sobre educar a los chavales”. En la misma línea se posicionan Martinez y Martín, evidenciando que el trabajo realizado en su estancia no tenía seguimiento y que ni siquiera fueron preguntadas por apoyo para el caso concreto de alguna de las participantes en los programas de actividad física. Martos-García va más lejos y concluye que desde la entidad perciben el deporte como “un sistema de control que mantiene a la población reclusa ocupada y cansada al final del día”.
El gabinete de prensa de la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias, al ser preguntado por una valoración sobre la importancia de los programas deportivos en prisiones, se ha limitado a remitir a los informes estadísticos que anualmente se publican en la web.
Las mujeres suponen menos de un 10 por ciento de la población reclusa y, en su mayoría, carecen de hábitos deportivos, por lo que necesitan una persona que les guíe constantemente durante su actividad deportiva, lo que no sucede con los reclusos hombres, que “se ponen a jugar a casi cualquier actividad dentro del pabellón”, según detalla Castillo. Su presencia siempre suscita micromachismos, como destaca Martos-García: “Algunos presos comentaban que cómo podían quitarles el polideportivo para que solo jugaran cinco mujeres que ni siquiera sudaban, cuando la realidad es que la mayor parte de los horarios se dedican a ellos”.
“Por muy sorprendente que pueda parecer, algunas mujeres mencionaban que les faltaba tiempo en la cárcel”
A estas limitaciones se añaden las responsabilidades familiares (hay un amplio porcentaje de madres) que las obligan a elegir entre trabajar o hacer deporte. “Por muy sorprendente que pueda parecer, algunas mujeres mencionaban que les faltaba tiempo en la cárcel”, recalcan las investigadoras Martinez y Martín. Ante este panorama, subrayan la necesidad de plantear objetivos a corto plazo y de trabajar de manera muy individualizada buscando la motivación de cada mujer, comprendiendo su situación física y creando grupos por edad, según tipo de actividad. Además, la planificación excesiva puede verse truncada por una burocracia que entorpece: “Podías encontrarte con una situación en la que te aparezca un grupo por error, o que directamente se hubiesen olvidado de llamar a algún módulo para la actividad”, explican las investigadoras.
Burocracia hasta para poner música en aerobic
Precisamente, la cerrazón de las prisiones es una de las causas de que no se lleven a cabo programas estructurados de deporte. Mientras que Nagore Martinez y Nerian Martín esperaron dos años para poder realizar su estudio de campo en España (oficialmente, como voluntarias), en tan solo un mes en Bélgica, Martinez estuvo impartiendo clases de aerobic en una cárcel de mujeres. “Todos los problemas que hemos tenido han sido por una cuestión burocrática: desde algo tan sencillo como que hubiese un permiso para usar el polideportivo o que te dejasen meter el aparato de música en una clase, hasta que una mujer tuviese que esperar tres semanas para incorporarse, tiempo en el que podía haber comenzado a trabajar o incluso haber salido”, comentan las profesionales. Martos-García detalla que toda la parte de tratamiento está estrechamente vinculada al ámbito de seguridad, y que la mínima injerencia provoca el cierre de actividades.
¿Cómo plantear realmente el deporte como un programa eficaz? “Debe adaptarse a las características y necesidades del grupo, pero, sobre todo, debemos rentabilizar los recursos que ya tenemos con algo tan sencillo como estructurar horarios y reorganizar las actividades de tratamiento para que tengan deporte en las tardes, fines de semana… y no solo durante las mañanas”, responde Castillo. “Se trata de una cuestión que podría resolverse, en gran medida, con voluntad por parte de las instituciones, no es cuestión de dinero”, sentencia.
Distintos estudios han dirigido el deporte como contrapunto a la drogadicción. Explica Martos-García que, “a nivel físico, todas las reacciones químicas asociadas al consumo de drogas se parecen mucho a las que se provocan cuando se hace deporte de alta intensidad”. El investigador apunta a esta línea de trabajo individual, caracterizada por actividad física exigente, para la prevención del consumo de drogas (no en vano 13 de las 16 entrevistadas por Martinez y Martín tuvieron relación directa o indirecta con estas sustancias). Por otra parte, aboga por una vertiente colectiva y socializante por medio de deportes de equipo para facilitar la reinserción, empatizar y crear vínculos afectivos.
Este fomento del deporte en equipo es, precisamente, uno de los factores que se valora como clave para potenciar la reinserción. “Soltamos a la presa sin ayudarla a nada, y tengamos en cuenta que hay quien salió de la cárcel sin saber lo que es internet”, dice Daniel Martos-García. En este sentido, Martinez y Martín abogan por una tutorización para que, una vez fuera de prisión, conozcan de qué recursos disponen para continuar la práctica de actividad física en grupos no segregados (mezclándose con personas de otros entornos, no solo expresas), e incluso que se subvencionen cuestiones que pueden ser una barrera, como cuotas de gimnasios, ropa o transporte a cambio de compromiso de participación y continuidad.
Otra vertiente se encuentra en que las propias exreclusas pueden convertirse en propagadoras del deporte gracias a los cursos de capacitación, con lo que se conseguiría un doble propósito, según defiende Joaquina Castillo tras conocer una experiencia similar en Argentina: impulsar los hábitos saludables y dotarlas de una nueva habilidad profesional. Como dicen las propias mujeres que han participado en estos programas, “si me ha servido dentro, lo voy a mantener fuera: el deporte se ha convertido en mi droga sana”.
Ya sabemos en qué tejado está la pelota.