Cárceles
Violencias entre los frutos secos y el champú
Hablemos de economatos, economateras, violencias institucionales invisibles y trabajo esclavo (que no forzoso, ¡eso no sería nada democrático!).
Imagina que una caja pequeña de tampones, –de esas de tipo “viaje” que vienen cinco o seis–, costase el dos por ciento de tu sueldo. Imagina que la pasta de dientes, la verde que sabe a Pirineos o la azul que sabe a Polo Norte, te supusiera un 4,5 por ciento del salario, y la crema hidratante ascendiese al 10 por ciento de tus ingresos mensuales.
Vamos a ponerlo en cifras: en un sueldo de 1.000 euros, cinco tampones te cuestan 20 euros, un tubo de pasta de dientes 45 euros y una crema hidratante 100.
Si solo nos paramos a pensar en el resto de productos que usamos en el baño –jabón, gel, champú, suavizante, cepillo de dientes, maquillaje tal vez–, es probable que completásemos el cien por cien.
Imagina gastar el cien por cien de tu sueldo en el baño. Solo en el baño. Sería una mierda (qué apropiado).
Sin embargo, el sueldo de una de las presas de la macrocárcel de Zuera (Zaragoza), donde la crema hidratante cuesta 13 euros, no es de 1.000, sino de 121,57 euros, según denunció en un campaña CAMPA (Colectivo de Apoyo a Mujeres Presas en Aragón). Poco más de un centenar de euros por trabajar nueve horas en horario partido. Dicho de otra forma, su salario se sitúa en más del 89,3 por ciento por debajo del salario mínimo interprofesional estipulado actualmente por el Estado español en 1.134 euros al mes por una jornada de ocho horas.
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“El economato es el centro de ocio de la cárcel, es el primer sitio al que van cuando no están en la celda. Siempre, diariamente, o depende del dinero que tenga cada una, claro… Pero hasta llegan tarde a la medicación por estar esperando turno en la cola del economato”, explica Noelia (nombre ficticio), funcionaria de prisiones, para tratar de transmitir la relevancia de este servicio. Noelia cuenta que este establecimiento funciona como centro neurálgico de la prisión: “El economato es como un kiosko, ¡y es donde se toma el café! También nosotros, los funcionarios. Hay un bulo que dice que nos lo ponen más rico. A veces me dicen, ‘Hombre si llego a saber que es para ti…’. No sé si será verdad. Pero el café siempre es motivo de disputas: ‘Es que tu café no vale nada, lo haces mal, el del módulo tal está superbueno, al módulo no sé qué no vayáis que está malísimo’”.
“El economato es vital porque te da esa posibilidad de decidir, te da sensación de autonomía”
“En el economato encuentras azúcar, cafeína y tabaco, ¡imagina el papel que cumple! Sin estos productos habría grandes problemas”, dice Almudena (nombre ficticio) también trabajadora de prisiones desde hace varios años. Aunque para una persona no privada de libertad pueda resultar irrelevante, estos pequeños colmados cumplen grandes funciones: “Aunque las prisiones han mejorado mucho, el horario es uno, la comida es una, todas tus decisiones están marcadas desde que te levantas hasta que te acuestas. El economato es vital porque te da esa posibilidad de decidir, te da sensación de autonomía”, explica Almudena que cree que tras la cuarentena la gente se ha vuelto más empática con las personas presas. “Creo que esa limitación de espacio, ese contacto con personas con las que en ese momento no te apetece contactar, esa sensación de no tener dónde huir… genera mucho estrés. El economato es el único lugar en el que tomar decisiones en algo, al menos: compro esto o compro lo otro”.
Pero aunque el economato parezca un oasis dentro de la cárcel, es en realidad un espejismo. Depende de cada centro e incluso de cada módulo, pero, en general, se pueden encontrar productos como frutos secos fritos, jamón envasado, conservas, atún, a veces pavo, refrescos, bollos, galletas. “Te garantizan lo básico: cada mes te dan un lote con productos de higiene marca blanca, y cada día tres comidas, pero es comida barata, sin muchos sabores, sin especias y sin sal, todo lo demás lo puedes comprar en el economato”, cuenta Lisa, que actualmente, y tras cumplir seis años de condena, se encuentra en libertad condicional.
Teresa Rando es una mujer expresa que trabajó en el economato y recuerda que en su tienda el tema de comida estaba limitado a chorizo, jamón y salchichón: “A veces pavo, pero como lo dividen todo entre los módulos pues cuando llegaba, llegaba y si no, pues nada”. Ante esta insulsa dieta, muchas recurren a estos productos en conserva o con alto contenido en grasas saturadas y/o azúcares. “No hay alternativas, no hay frutos secos normales o galletas de maíz. Es muy importante que dejen de alimentarse con la comida del economato porque son todo guarrerías, pero sí pedimos algo sano, que se ha planteado, la respuesta siempre es la misma ‘Es que no lo van a comprar’”, explica Noelia. “Puedes gastar un máximo de 100 euros a la semana, pero hay gente que tiene que vivir con 50 o 100 euros todo el mes, ¿qué ocurre? que muchas acaban ‘alimentándose’ solo de tabaco, café, Coca-Cola”, asegura Lisa.
Lisa es uno de los nombres más pintados en las paredes barcelonesas, de los más reclamados en manifestaciones y más tintados en pancartas. “Lisa Libertad” o “Llibertat Lisa” es una demanda que ha acompañado marchas feministas y anarquistas desde que fuese detenida en el marco de la Operación Pandora I. junto a otres seis compas. Lisa pasó “como un mes y medio” en preventiva. El caso se archivó, pero un año más tarde la detuvieron por una expropiación de un banco, el Pax Bank, propiedad de El Vaticano, en Aachen. “Había sido años antes, pero me reclamó Alemania para el juicio y me condenaron a siete años y medio”, recuerda.
Durante su condena, pasó “cuatro o cinco meses” en Régimen FIES [Ficheros de Internos de Especial Seguimiento], y tres años y medio en módulo cerrado: “En principio, en la cárcel, no te pueden restringir el acceso a comprar, pero si tienes un parte disciplinario o te llevan a las celdas de castigo o estás en FIES no puedes ir presencialmente al economato”. Tienes que anotar lo que quieres en una lista para que te lo hagan llegar. “¿Que no sabes lo que hay y pides cosas que no te pueden traer? Es tu problema”, relata Lisa. “Además en Soto –añade– las celdas de aislamiento no estaban en el módulo de mujeres, y en el módulo de hombres no vendían ni compresas ni tampones. Con suerte algún economatero se iba al módulo de mujeres y te compraba las cosas que necesitabas con tu tarjeta, pero si no igual te tardaban una semana en llegar”, añade.
Los tampones son de los productos más caros del economato, exceptuando algún producto de electrónica
Rose (nombre ficticio) es trabajadora en la cárcel y explica que no hay muchas cárceles de mujeres, que lo habitual es encontrar módulos de mujeres en cárceles de hombres: “La población reclusa femenina es mínima. Las cárceles están organizadas para los hombres y ahí las mujeres sufren unos sesgos de género increíbles. El acceso a las formaciones y a los trabajos es mayor para ellos. También el economato está pensado para ellos. A veces solo hay una talla de tampones, y mientras el café vale 30 céntimos, los tampones son de los productos más caros del economato, exceptuando algún producto de electrónica”, se queja.
En el documental Cárceles bolleras de Cecilia Montagut, Katia Reimberg narra cómo, mientras los hombres pedían revistas eróticas en el demandadero (una suerte de economato por catálogo con muchos productos que no puedes encontrar en el economato) sin mayor problema, a una compañera se le rechazó la compra de un dildo argumentando que era un agravio comparativo. “Lo que decía Katia es que a través del servicio de demandadero se ejercía un control y se ponía un límite como diciendo, ‘tú vas a llegar hasta dónde yo te deje que llegues’”, explica Montagut.
Las trabajadoras del economato, aparte de tener un salario bajo, se enfrentan cada semana a un control
A las cárceles no les gustan las personas, así que, por supuesto, no les iba a agradar la diversidad. Aunque en muchos centros penitenciarios se entregan preservativos en el pack mensual, ni rastro –entre las personas consultadas en este reportaje– de toallitas de látex a pesar de que “son supercomunes las relaciones entre mujeres en la cárcel”, asegura Rose. Además solo se puede encontrar maquillaje en el módulo de mujeres, algo que a Almudena le parece impensable hoy en día. Por otro lado, los productos también tienen sesgo racial: “El tinte gratis que nos entra se adecúa a las necesidades generales de las blancas, soy negra y mi pelo requiere otro cuidado”, relata otro de los testimonios recogidos por CAMPA. El problema es que los economatos salen a concurso público y se presentan varios proveedores, y por lo que Rose cuenta “solo se prioriza el precio en la ley de contratos, y no debería ser así”. Ni la calidad de los productos, ni las diversas necesidades de las internas, solo se valora el precio.
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Almudena explica el trabajo de economatera como una “gran responsabilidad para la presas. Es su puesto, su tienda, ellas la gestionan. Es su lugar seguro”. “Hay mucho trapicheo en el economato: ‘No tengo dinero, yo te peino’ y, a cambio, me compras cafés en la semana’. Se dan trueques: ‘Te pago algo con paquetes de tabaco’”, cuenta Rose. Teresa recuerda que “en el recuento semanal siempre faltan cosas, aunque no falten, siempre faltan cosas”. Y es que esta “gran responsabilidad” tiene muchas aristas: las trabajadoras del economato, aparte de tener un salario bajo, se enfrentan cada semana a un control. Se lleva a cabo una especie de inventario en el que se comprueba qué se ha vendido y qué no. Si falta algo se les descuenta del sueldo. “La prisión se está beneficiando de todo el trabajo superbarato y de explotación laboral de los presos y las presas”, asegura Lisa.