¿Qué tiene que ver el aborto con las lesbianas?

¿Qué tiene que ver el aborto con las lesbianas?

Los derechos reproductivos de las lesbianas suelen enfocarse en la consecución del embarazo y en la obtención de la maternidad legal y la custodia, mientras que el acceso al aborto se considera más como un derecho de las mujeres heterosexuales para interrumpir embarazos no deseados.

Texto: Kika Fumero

Ilustración de Budi Priyanto (iStock).

24/04/2024

Desde que nació el movimiento Mi Voz Mi Decisión y comenzáramos, Cristina Fallarás y yo, a contactar con agentes claves de la sociedad con el fin de que se unieran a la iniciativa, esta pregunta me persigue: “Pero, ¿qué tiene que ver el aborto con las lesbianas?”. Resulta algo inquietante a estas alturas de la película. Cuando menos, merece un análisis. ¿Por qué tantas lesbianas se hacen la misma pregunta?

Antes de que se aprobara el matrimonio igualitario en España (2005), la lucha por este derecho no fue un camino de consenso en el seno del propio movimiento LGBTI. Entre las feministas LGBTI, hubo quienes se mostraron en contra de formar parte de una institución hegemónica tan opresora como era el matrimonio. Como feministas, somos conocedoras de las opresiones que las mujeres hemos sufrido a lo largo de toda la vida en el seno de dicha categoría jurídica. Sin embargo, a pesar de las resistencias, finalmente fuimos todas a una, ya que sabíamos que, más allá de que nuestro ideal era alcanzar la libertad y liberarnos de las raíces misóginas y patriarcales del matrimonio, necesitábamos dejar de ser ciudadanas de segunda y que la ley nos reconociera en igualdad de condiciones en la unión de parejas de nuestro país. Consistía en entrar en el sistema para poder dinamitar el propio sistema. De lo contrario, carecíamos de las herramientas y del estatus para luchar en primera línea.

Entonces, nos llamaron de todo y la (extrema) derecha del PP proliferó toda clase de insultos contra lesbianas y gais: se abriría la veda para casarnos con perros y gatos; nuestras uniones eran cualquier cosa menos un matrimonio; unión civil sí, pero bebés no; resistencia ante la entrada de nuestras familias en los materiales didácticos; y un largo etcétera. Bajo toda esa sarta de descalificaciones, se demonizaban nuestras vidas y se dibujaba una imagen degradante de nuestras identidades y orientaciones sexuales, atentando así contra nuestra dignidad como seres humanos.

Recuerdo cuando los medios comenzaron a hacerse eco de los primeros divorcios y las reacciones de los más feroces protagonizaban las principales noticias: ¿para eso queríamos casarnos?, ¿para qué exigimos el matrimonio si luego acabábamos disolviéndolo? Muchas de nosotras –yo entre ellas– alargamos nuestros matrimonios por vergüenza a defraudar a quienes finalmente nos habían aceptado en el seno de su sistema normativo. Con el tiempo, mantuve conversaciones y confidencias con lesbianas de mi alrededor y nos dimos cuenta de que albergábamos una suerte de temor a decepcionar a la sociedad, a que pudieran pensar que no éramos merecedoras de aquel derecho. Lo que nos sucedía era, sin ir más lejos, que habíamos crecido sabiéndonos la otra, la rara, la enferma, lo malo, lo defectuoso… Todos esos mensajes recibidos desde la infancia habían instalado en nuestra manera de mirarnos un rechazo hacia nosotras mismas. Y el rechazo hace que no nos sintamos merecedoras de este derecho si no hacíamos un buen uso del “regalo” concedido. Ahora sabemos que todo ello era producto de una educación que nos situaba como ciudadanas de segunda y que se llama “lesbofobia interiorizada”. Esta lesbofobia asumida ha hecho que en muchas ocasiones vayamos pidiendo permiso o dando las gracias cada vez que hacemos uso de un derecho otorgado, sin ser conscientes de que todo derecho de que disponemos ha sido luchado y conseguido a costa de mucha sangre y muchas vidas que se han quedado por el camino hasta alcanzarlo. Como sucedió con el derecho al matrimonio igualitario.

Lo mismo ocurrió con el derecho a la maternidad. Entrar en el sistema nos hace sentir protegidas. El camino de acceso por la puerta grande ha sido tan duro y largo que caemos presas en sus garras. Tenemos que ser perfectas, más perfectas que nadie, con el fin de proporcionarnos un rincón en el mundo de los derechos del que seamos merecedoras a los ojos de la sociedad. Contribuimos así a la construcción de la “homonormatividad”, definida por Ángel Moreno y J. Ignacio Pichardo en el artículo ‘Homonormatividad y existencia sexual. Amistades peligrosas entre género y sexualidad’, publicado en 2006 en la Revista de Antropología Iberoamericana, como el hecho de “pensar que no existe nada entre la heterosexualidad y la homosexualidad; que ambas son las únicas y verdaderas; esenciales, naturales e inmutables y que solo quien encaja en estos parámetros merece reconocimiento social, siquiera sea subalterno”.

Comenzamos a habitar lugares desde los que, como lesbianas, damos las gracias por dejarnos entrar en lo normativo a cambio de acatar las normas y no hacer ruido para no convertirnos en la imagen de esa “lesbiana perversa” que Beatriz Gimeno describió en 2008 en su libro La construcción de la lesbiana perversa. Al ocupar de este modo un derecho que, durante tanto tiempo, fue una utopía (matrimonio, maternidades lésbicas reconocidas, …) reconocemos inconscientemente la heteronorma como lo deseable y nos ubicamos, como lesbianas, en un lugar subordinado, reproduciendo lo que Adrienne Rich llamaba la “heterosexualidad obligatoria”, esa estructura de poder que es el cimiento del patriarcado y la base de nuestra invisibilización, ya que lleva aparejada la presunción de la heterosexualidad en todas las esferas de la vida social.

La escritora y profesora norteamericana Ruthann Robson hace referencia a la “domesticación de la existencia lesbiana”, entendiendo la “domesticación” como el proceso mediante el cual se interioriza la cultura dominante (la hegemónica, es decir, la heteronormativa) hasta llegar a considerarla “sentido común” y un “lugar de protección más que de restricción”. En palabras de la propia autora, “cuando hablamos de las normas legales como base para las elecciones lésbicas, creo que estamos domesticadas”.

El feminismo es la única herramienta que nos permite analizarnos, deconstruirnos y reinventar otras formas lésbicas de mirarnos

El mismo mecanismo que nos lleva a concebir nuestra unión matrimonial como una suerte de “favor” que nos otorga el propio sistema (como un lugar de protección) provoca que nos haya costado tanto aceptar los divorcios entre lesbianas, viviéndolos como si estuviéramos faltando al mismo sistema que nos concediera lo que antaño fue un privilegio heterosexual. Este mecanismo hace que, ante el ejercicio de las maternidades lésbicas homonormativas, nos cueste asimilar que el derecho al aborto tenga algo que ver con nosotras. En su artículo ‘Lesbians and abortion’ , publicado en 2011 en New York University Review of Law & Social Change, Robson cita al teórico esloveno Slavoj Žižek para explicar que “el derecho al divorcio, aborto y matrimonio igualitario” son, en realidad, “permisos disfrazados de derechos”, algo que, si bien puede hacer la vida más fácil (que no es poco), no modifica un ápice las estructuras de poder, ya que no “da acceso al ejercicio de un poder [divorcio, aborto o matrimonio], a expensas de otro poder” (el heteronormativo).

Tal y como señala la autora, los derechos reproductivos de las lesbianas suelen enfocarse en la consecución del embarazo y en la obtención de la maternidad legal y la custodia, mientras que el acceso al aborto se considera más como un derecho de las mujeres heterosexuales para interrumpir embarazos no deseados.

¿Cuál es la clave para desarticular esta dinámica homonormativa? Sin duda, radica en el feminismo. Es la única herramienta que nos permite analizarnos, deconstruirnos y reinventar otras formas lésbicas de mirarnos, forjando nuestra libertad lesbiana para construir nuevas maneras de habitar el mundo y de formar nuestras familias, nuestras tribus. Esto incluye el aborto como un derecho más al control de nuestros cuerpos y a la conquista de nuestros derechos sexuales y reproductivos. Y es que, controlar nuestros cuerpos lesbianos y decidir sobre ellos está estrechamente relacionado con el acceso a la reproducción asistida y a poder decidir en cada momento cómo y hasta dónde. Solo así seremos libres. Tú, yo y todas.

Download PDF

Artículos relacionados

Últimas publicaciones

Download PDF

Título

Ir a Arriba