Una primavera cada vez más silenciosa
No conocemos los pájaros que cantan ni los árboles que vemos. Frente a la pérdida de la biodiversidad, la construcción de alternativas comunitarias nos permiten pensar que la primavera no está perdida.
Ilustración de alazur (iStock).
“Cuanto más claramente podamos centrar nuestra atención en las maravillas y realidades del universo que nos rodea, menos gusto tendremos por la destrucción”. Así habla Rachel Carson en el Sentido del asombro sobre la belleza de lo que no percibimos en la naturaleza. Y es que es más común de lo que imaginamos desconocer qué árboles habitan tu calle o ignorar las especies de aves que cantan a diario en los sitios por los que transitamos. Esto afecta directamente nuestra percepción de la crisis climática y nuestra reacción ante ella porque, ¿cómo nos va a importar que las especies desaparezcan si no somos conscientes de su existencia? Es evidente que existe una ceguera ambiental y urge quitarnos las vendas de los ojos, abrirlos para conocer la interconexión de la crisis ecosocial a la que nos enfrentamos en todas sus dimensiones y formas con el fin de generar resistencia colectiva.
En esta línea numerosos colectivos llevan poniendo el cuerpo y denunciando las prácticas ecocidas a las que llevamos acostumbradas demasiado tiempo. Un ejemplo de ello lo encontramos en las movilizaciones en todo el Estado de esta misma primavera convocadas por Juventud por el Clima con el objetivo de exigir que se tomen medidas frente a la sequía que, además de favorecer la pérdida de biodiversidad, es potenciadora de la desigualdad y la vulnerabilidad social.
Estas protestas responden a las numerosas actividades llevadas a cabo por empresas e instituciones que ponen en peligro la naturaleza, como si nuestra salud no dependiera directamente de ella.
Uno de los proyectos más recientes es el de la empresa Altri, que prevé construir una nueva industria para la generación de fibras textiles, celulosa y lyocell con idea de ubicarla en Palas de Rei, en la provincia de Lugo. El proyecto, apoyado por la Xunta de Galicia, supondría la extracción de agua del embalse de Portodemouros y un posterior vertido. Se pretende disminuir el caudal actual del río en un dos por ciento. También habría efectos indirectos en un área más amplia, ya que se emitirían gases y partículas a la atmósfera. Según algunos estudios, la cantidad total de sustancias emitidas en 24 horas va a ser muy elevada, debido a los volúmenes procesados por esta gran fábrica. Estos gases pueden convertirse en ácidos, cayendo sobre la vegetación y el suelo, mientras que las partículas podrían volverse problemáticas para la salud pública. Además de la presión que esta contaminación puede suponer sobre las especies y ecosistemas. “Este es un proyecto que prioriza un uso industrial del río frente al sentido común y a nuestro futuro como sociedad. Va en contra de los modelos socioeconómicos que impulsan tanto el interior de Galicia como la ría de Arousa, que están estructurados y arraigados y que son transversales, ya que activan otros sectores de la economía”, concluye Xaquín Rubido, de la Plataforma en Defensa da Ría de Arousa.
En la ampliación en curso del tranvía de Sevilla encontramos otro ejemplo del poco valor que conferimos al mantenimiento de la biodiversidad, así como la distinción antropocéntrica que se hace entre el ser humano -el yo con derecho a crear un mundo a mi medida- y la Tierra -objeto de conquista y a nuestro servicio-. Esta ampliación, vendida como una mejora para el transporte sostenible, prioriza el espacio dedicado al tranvía y automóviles sobre el carril bici y el arbolado preexistente. Se calcula que la obra ha acabado con unos 400 árboles maduros en perfecto estado, cuyo único “delito” ha sido dejar de ser lo suficientemente útiles para un sistema que cada vez prioriza menos la vida, humana y no humana. La queja popular, encabezada por grupos como Salva Tus Árboles, recibe la respuesta de que tras la obra se han plantado nuevos árboles, árboles jóvenes que no darán sombra hasta dentro de muchos años, si consiguen llegar a la madurez sin suponer una “molestia” para la colonización de espacios naturales que observamos cada día más claramente.
“El pensamiento ecológico tiene aún problemas para movilizar a la población”
Desgraciadamente, esta inatención por el deterioro de nuestra Tierra no se limita a casos particulares; ya en 1964 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) creó la Lista roja de especies amenazadas, gracias a la cual sabemos que actualmente el 28 por ciento de las especies que han sido evaluadas están amenazadas. A escala nacional, 193 especies están catalogadas como en peligro crítico, 418 como en peligro y 493 como vulnerables. Sin embargo, cuando comparamos las especies designadas como amenazadas por la Lista roja con aquellas que hoy en día están protegidas por el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas, solo coinciden en un 35 por ciento, lo que nos muestra que aún queda mucho trabajo por hacer.
Otro indicador del estado de la biodiversidad en el Estado español proviene de las Áreas Claves para la Biodiversidad (KBA), zonas cuyas características particulares juegan un rol decisivo en la conservación de especies. Sin embargo, en España, un análisis de la UICN muestra que más de un tercio de la superficie designada como KBA no se encuentra entre los Espacios Naturales Protegidos especificados.
Pese a estas señales de alerta que la ciencia nos brinda, el pensamiento ecológico tiene aún problemas para movilizar a la población. Y es que sabemos que aquello que no se nombra no existe, de ahí que en cualquier movimiento social -feminista, queer, antirracista…- encontremos la visibilización del problema como la piedra angular de sus esfuerzos. ¿Cómo evitar la pérdida de especies naturales si ignoramos su presencia y variedad? ¿Cómo evitar su destrucción si no les concedemos derecho a la existencia? El ecologismo pasa por la aceptación de nuestra interdependencia con el resto de especies, y con la Tierra misma.
La inatención hacia la naturaleza que nos rodea se denomina “ceguera vegetal” y, como mencionan McKim y Halpin en un artículo al respecto, “si nos detenemos, pensamos y apreciamos cómo las plantas enriquecen nuestras vidas, aprenderemos a respetar y gestionar nuestro patrimonio agrícola y hábitats naturales”. Así, la humildad se descubre esencial como acto transformador del pensamiento antropocéntrico, una mudanza que puede cambiar la dirección hacia la que nos movemos.
Elegir proteger la biodiversidad es declarar que el sentido de la vida va más allá del beneficio económico
Un cambio radical en la forma de entender nuestra relación con el resto de la naturaleza solo es posible en el marco de la lucha contra el sistema capitalista y consumista, que prioriza el beneficio económico de unas pocas personas por encima de la vida. Este modelo político-económico nos hermana a todos los movimientos sociales, surgidos para denunciar la invisibilización de los cuidados, de la Tierra, los animales y las personas.
Nadie protege lo que no conoce. De una autopista puede señalarse su utilidad, pero nunca nadie dirá que le proporciona alegría, tranquilidad o felicidad; como sí se dice de los espacios naturales una vez los hemos disfrutado de manera consciente. Elegir proteger la biodiversidad es declarar que el sentido de la vida va más allá del beneficio económico y que pasa por la armonía con el resto de especies, así como poner el foco en la dimensión emocional de los territorios.
La literatura mundial ha sabido recoger estas preocupaciones ambientales, y no son pocas las autoras que han convertido sus demandas en libros y poemarios que han tenido gran impacto en la creación de imaginarios comunes, muy necesarios para conquistar las luchas.
sin memoria
así puedes maldecir un lugar
y despoblarlo
pero una rabia silenciosa
siempre nacerá de los vestigios
de la historia
Este es un fragmento del Fuego la sed, el poemario de María Sánchez, donde la autora habla a partir de historias familiares del arraigo a la tierra, la despoblación y el olvido sistémico del campo y la vida. Las madres y abuelas que han sido invisibilizadas ocupan un lugar central en su obra como en Tierra de mujeres donde Sánchez nos invita a pensarlas desde las luces y sombras de una historia de abandono.
Es necesario hablar sobre los éxitos de los proyectos que se construyeron a los márgenes del sistema liberal y extractivista
Otros nombres como Alicia Puleo, Yayo Herrero o Marta Tafalla resuenan en las librerías del mundo. Estos libros nos han servido a muchas jóvenes para inventar nuevas realidades más justas con la naturaleza y la vida donde los cuidados estén en el centro. Estas escritoras y pensadoras del ecofeminismo han creado sendas por las que caminar donde las ecotopías pueden prescindir de lo irrealizable para pasar a ser lugares posibles en una demostración de que antes de crear las ideas, alguien escribió sobre ellas. En un momento histórico plagado de ideas catátrofistas y colapsistas sobre el devenir del mundo, y donde el desconcierto se cuela por cada rendija, se vuelve necesario hablar sobre los éxitos de los proyectos que se construyeron a los márgenes del sistema liberal y extractivista.
La literatura puede servirnos como herramienta para aumentar la conciencia social de nuestra interdependencia con la naturaleza y ayudarnos a imaginar nuevas formas de vida más respetuosas con todas las especies, en las que la mirada antropocentrista se deje de lado. Este cambio de perspectiva, que resulta imprescindible para afrontar la crisis climática que nos atraviesa, debe darse no únicamente en el seno de los colectivos ecologistas, sino en todas las capas de la sociedad, ya que es una lucha que nos afecta a todos, en la que todos debemos participar para que el cambio sea posible.
Pero sobre todo, esta toma de conciencia tiene que darse en los altos cargos de las instituciones, que deben cambiar un modelo basado en el interés económico por uno que ponga el cuidado de los seres vivos en el centro. Ese modelo económico es el que lleva a empresas y gobiernos a despreciar el lugar donde vivimos, poniendo en peligro miles de especies. Por ello, los cuerpos ocupan espacios en resistencia, como estamos viendo en las manifestaciones y acampadas en apoyo a Palestina, para imaginar otras formas de construir en colectivo frente al extractivismo y la expulsión de territorios.