Lo que queda de mi casa
Las dinámicas inauguradas en Canarias tras la empresa colonial moderna europea parecen llegar a nuestros días prácticamente intactas. El turismo sería tan solo la expresión más reciente de un modelo históricamente basado en la explotación intensiva del cuerpo-territorio.
Logo de la campaña Canarias se agota.
El pasado 17 de abril, la compañía teatral canaria Abubukaka compartía un vídeo en las redes donde proponía una hipótesis en torno al origen del término “turismofobia”. Su uso lo ubicaba al menos cinco siglos atrás, cuando un guanche sugiere a sus compañeros esclavizados que la colonización europea del territorio no tiene buena pinta. Los otros dos guanches, confiando en mantener ciertos privilegios precoloniales, le tildan de “turismofóbico”.
Este vídeo era uno de los tantos contenidos que se generaron en las islas en las semanas previas al pasado 20 de abril, día en el que unas 150.000 personas inundaron las calles de todas las islas bajo el lema “Canarias tiene un límite”. Dicen que se trata, en realidad, de la manifestación más grande de la historia del archipiélago, pues nunca tanta gente en tantas islas distintas gritó lo mismo a la vez.
La pregunta que algunas personas se estarán haciendo es la siguiente: ¿qué tiene que ver la turismofobia con la colonización? Y, ¿cómo se vinculan ambas con la idea de límite? Para explicarlo me serviré de distintos versos de una canción inédita de Los Coquillos, banda canaria de los años 80, titulada Nuestra casa. La canción fue compuesta a finales de los años 90 para arropar las movilizaciones en contra de la destrucción del barranco de Veneguera, en la isla de Gran Canaria.
El modelo de organización social y político del territorio está marcado por desigualdades estructurales y por un desarrollo económico y cultural al servicio de las necesidades de las metrópolis
Si la canción empieza con la frase “es mi casa, lo que queda de mi casa” lo mismo se puede decir ese barranco y de la isla y del archipiélago. Canarias está al límite, Canarias se agota, porque el deterioro es obsceno. No se me ocurre mejor título para contextualizar.
Una maldición escrita en el viento
Cuando una persona o un pueblo sufren calamidades de gran envergadura a menudo estas se atribuyen a una maldición. En el caso de Canarias las migraciones ininterrumpidas durante cinco siglos, con especiales picos de calamitosidad, podrían dar fe una condena inscrita sobre el territorio. Estas dinámicas podrían vincularse, en una clave menos mágica, con el modelo de organización social y político del territorio, marcado por desigualdades estructurales de todo tipo y por un desarrollo económico y cultural al servicio de las necesidades de determinadas metrópolis.
Las dinámicas inauguradas tras la empresa colonial moderna europea parecen llegar a nuestros días prácticamente intactas. El turismo sería tan solo la expresión más reciente de un modelo históricamente basado en la explotación intensiva del cuerpo-territorio. Primero encontraríamos la explotación de los cuerpos canarios esclavizados en el contexto de la trata. Segundo (una vez sustituidos estos por cuerpos del continente), la explotación del cuerpo-tierra forzado a la agricultura intensiva para la exportación. Y tercero, la explotación del cuerpo-tierra abocado a los servicios en el contexto del turismo de masas.
En el contexto actual, la tierra seca está forzada a las piscinas y los campos de golf y los cuerpos secos forzados a podar jardines frondosos y limpiar mierdas bien hidratadas de turistas. Hay quienes hablan de un nuevo monocultivo: el del turismo, el del cemento, que desnutre aún más que la platanera. Dicen Los Coquillos: “Está cayendo la noche y hay una maldición escrita en el viento”. La maldición original, que no deja de recrearse.
El cemento, África y el ocaso
A las personas desafiantes de este modelo, como señala Abubukaka, se las ha tildado de muchas cosas y una de las últimas, importada también de otros territorios devastados por el turismo de masas, es la de “turismofobia”. El propio presidente del gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, despreciaba con este calificativo las manifestaciones populares previas al 20A.
Mientras unas personas llegan fácilmente, viven fácilmente, se enriquecen fácilmente, otras no encuentran donde vivir o incluso se tienen que ir o incluso mueren llegando
Una de las interpelaciones que recibió, probablemente la más extrema de todas, fue esgrimida por el colectivo Canarias se agota. Se trataba de un grupo de personas en la isla de Tenerife que había optado por una forma de protesta límite, como la situación: la huelga de hambre. Su lema rezaba “nuestros cuerpos por nuestra tierra” y así le señalaban en un comunicado público: “Sí, hemos tenido que recurrir a concienciar a turistas de lo que ocurre porque nuestra propia clase política hace oídos sordos. Sí, hemos tenido que subirnos a grúas y palas para que se nos vea, porque nuestra clase política nos invisibiliza. Y sí, hoy jueves 11 de abril nos hemos visto en la obligación de dejar de comer, a ver si poniendo nuestra vida en riesgo, ustedes deciden parar toda esta muerte”.
En un contexto de emergencia hídrica y emergencia habitacional como el que se vive en Canarias hablar de muerte no parece una exageración. Mientras unas personas llegan fácilmente, viven fácilmente, se enriquecen fácilmente, otras no encuentran donde vivir o incluso se tienen que ir o incluso mueren llegando. Una de cada tres casas en Canarias es comprada por un extranjero de alto poder adquisitivo. Cada día mueren 16 personas en nuestras aguas africanas: la ruta migratoria más letal del planeta. Ni todo el cemento del mundo podría sepultar el dolor de esta maldición.
Okupas en nuestra propia tierra
Si los campos de golf siguen verdes mientras a ti te cortan el agua, si te tienes que marchar de tu casa para que la habite un nómada digital, si te niegan los papeles para trabajar mientras otros explotan sin siquiera cotizar, quizá la idea de ser “okupas en nuestra propia tierra”, que decían Los Coquillos, no parezca tan descabellada.
“Las personas que emigran a Canarias haciendo uso de sus privilegios perpetúan una larga tradición de extractivismo”
Hace poco escribía que el colonialismo no es solo una palabra sugerente para señalar nuevas versiones de viejas dinámicas: también se recrea al modo tradicional, a través de la colonización física del territorio. “Las personas que emigran a Canarias haciendo uso de sus privilegios (mayor poder adquisitivo, mayor capital cultural) perpetúan una larga tradición de extractivismo (de la tierra, de los cuerpos y de las cosmovisiones) y contribuyen a una tradición de epistemicidio, infravaloración y explotación. […] Las personas que emigran para sobrevivir (física y ontológicamente) recrean una larga tradición de colonialidad ejercida por el archipiélago, siendo sus aportaciones económicas y culturales marginalizadas y/o perseguidas, y enfrentando todo tipo de dificultades para poder asentarse en este territorio”.
La convocatoria Canarias tiene un límite, coordinada por decenas de colectivos de todas las islas, tuvo la osadía de cuestionar, como el guanche esclavizado de Abubukaka, los más arraigados mitos en torno a la ocupación del territorio. ¿Quiénes son “okupas”? ¿En qué consiste en “problema migratorio”? Las movilizaciones abren la puerta a cambiar el foco del discurso clasista, machista y racista que sustenta al actual modelo. Un de las formas en que lo hace es invirtiendo la afirmación “Canarias vive del turismo” y sugiriendo que “es el turismo el que vive de Canarias”, explotando una serie de cuerpos en particular: empobrecidos, feminizados, racializados.
Las propuestas recogidas por las organizaciones convocantes están encaminadas a regular los flujos humanos y los usos del espacio, sí, pero cambiando el punto de vista. Las medidas que proponen intentan, de hecho, limitar los usos extractivistas que socavan la dignidad del cuerpo-territorio. Se trataría de poner en el centro “nuestra pequeña alma”, la de estas pequeñas islas africanas.
El mensaje sería algo así: el archipiélago ha llegado a un extremo de malestar como espacio geográfico y como espacio emocional
Nos están vendiendo
Entonces, ¿qué pone sobre la mesa el lema “Canarias tiene un límite”? Atendamos a la definición de límite: “Extremo que pueden alcanzar lo físico y lo anímico”. El mensaje sería algo así: el archipiélago ha llegado a un extremo de malestar como espacio geográfico y como espacio emocional. El cuerpo-territorio no soporta más abusos. Y ya no es una minoría social (el guanche protestón) la que lo piensa.
Una muestra de ello es el llamado que la comunidad investigadora de Canarias (incluida la de la diáspora) hizo para acudir a las manifestaciones del 20A. Más de 500 personas provenientes de distintas ramas del conocimiento firmaron un manifiesto para ratificar un consenso. El manifiesto causó impacto mediático, pues “la colonialidad del saber” hace que los discursos académicos tengan más impacto que el diagnóstico que activistas, desde ecologistas a camareras de piso, llevan compartiendo desde hace tiempo. En cualquier caso, ante esta declaración el presidente del gobierno de Canarias ya no pudo reducir el asunto a turismofobia o reprochar que el debate debía ser serio (obviamente por serio entendía académico).
En respuesta la comunidad investigadora recalcó que existen décadas de bibliografía “que redunda en la idea de que el archipiélago está marcado por un esquema de organización social y político depredador del suelo, contaminador de las aguas, destructor del patrimonio cultural y perjudicial, en general, para todas las especies que habitamos las islas”. Se señala explícitamente que el modelo turístico “se ha revelado poco ventajoso incluso para su población humana, sometida mayoritariamente a condiciones de vida precarias y cada vez más insalubres en sentido físico y mental”. Nada que no hubiera dicho la canción: “Nos están enloqueciendo, nos están comprando, nos están vendiendo”. ¿Quiénes?
Los que huelen a metal
Canarias se agota tuvo la iniciativa de plantear una hoja de ruta hacia el cambio que comenzara con hechos concretos. Para detener su huelga de hambre exigía una moratoria turística y la paralización inmediata de dos de los proyectos ilegales que más han movilizado a la población de Tenerife en los últimos años, La Tejita y el Puertito de Adeje. Además, exigía que estas y el resto de medidas coreadas en las calles el pasado 20 de abril (como la implantación de una ecotasa, la regulación del alquiler de la vivienda o una transición energética sostenible de verdad) fueran discutidas y decididas por la ciudadanía a través de asambleas vinculantes.
Como era de esperar, ante estas exigencias el presidente del Gobierno de Canarias, Fernando Clavijo, solo mostró desprecio. Desprecio absoluto en la reunión que mantuvo con representantes de la huelga de hambre, con quienes no adquirió un solo compromiso y por cuya salud ni siquiera se interesó. Y desprecio absoluto al día siguiente, al votar en el pleno del Parlamento el rechazo a prácticamente de todas las reivindicaciones sociales y medioambientales exigidas en las calles.
A nadie le extraña demasiado, Clavijo es solo una pieza de un engranaje de siglos de poder masculino. Los Coquillos dicen que “nos van despeñando sin nada que guardar, sin razón, sin identidad”. La maldición se recrea a lo largo del tiempo, como un eco de las primeras batallas de la llamada conquista, donde los cuerpos caían hasta el fondo de los barrancos. Parece que Abubukaka ha atinado con el paralelismo, pues bien podrían salir los siguientes versos de Nuestra casa de la boca de nuestro ancestro, el guanche rebelde: “Estaría bien que te apartaras de los que huelen a metal”. No le hicieron caso y de aquellas aguas, estos lodos. Algunos siguen soñando con la armadura y la espada.
Un reto, una herida, una promesa
Sería injusto, no obstante, hablar únicamente de la maldición original y del metal, ocultando los siglos de resistencia. No me refiero a solo la cantidad de personas que se han organizado para desafiar sus opresiones estructurales, sino a la cantidad de seres de todas las especies que han resistido, contra todo pronóstico. Una supervivencia ontológica que es patrimonio cultural y natural, y es lucha, y es afecto. Tal y como reza la consigna estrella: “Canarias no se vende, se ama y se defiende”.
Afortunadamente, existen multitud de alternativas a tanta muerte. Deshacer la maldición consiste, por una parte, en empujar aquellas propuestas que estén, como dice el manifiesto de la comunidad investigadora, “basadas en las necesidades concretas del conjunto del archipiélago (y no en el enriquecimiento de una minoría)”. Ello implica impulsar propuestas políticas y sociales “descentralizadas y diversificadas, ajenas a las macroinfraestructuras y coherentes con la realidad geográfica e histórica del territorio”. Dicho de otro modo: se trata de descolonizar.
Por otra parte, deshacer la maldición consiste en conjurar de otra manera, a través de mutaciones metafísicas que rememoren el vínculo con el territorio. El cuerpo-tierra, nuestro cuerpo-tierra, está ahí, “a la intemperie, al cielo raso”, gimiendo y riendo. Se revela cada vez que sentimos la pala mecánica como si estuviera excavando nuestras propias entrañas. Se revela cada vez que renacemos en las aguas del mar, aún anegadas de residuos.
Nadie dijo que fuera sencillo, pero, al mismo tiempo, es inevitable. Se lo debemos: nos lo debemos. Si me preguntaran qué es “Canarias tiene un límite” diría que es el acto de poner sobre la mesa, retomando a Los Coquillos, que esto “no es el destino”. Diría lo mismo que ellos cantaron sobre el barranco de Veneguera: “Es un reto, una herida, una promesa”.