Misoginia digital: ¿cómo funciona la androsfera?

Misoginia digital: ¿cómo funciona la androsfera?

Diversos mecanismos, formas y lugares han permitido la organización de la reacción machista en internet y han monetizado el acoso y la polémica.

Texto: Proyecto UNA
19/06/2024

Antes de hablar de machismo en internet es necesario recalcar una cuestión básica pero imprescindible: no existe el mundo digital como algo externo al mundo analógico. No hay un espacio virtual autocontenido y otro espacio que sea la realidad.
Ningún fenómeno humano es ajeno a las reglas creadas por la propia humanidad. El nacimiento de internet tuvo unas características específicas, y el desarrollo de las tecnologías que usamos se lleva a cabo con la óptica de quien las crea, lo cual significa que su visión del mundo, sus sesgos y prioridades les acompañan. Aunque el ciberutopismo de los años 90 nos vendía que en la red podríamos ser cualquier cosa, pronto se comprobó que internet no iba a solucionar mágicamente las diferencias estructurales que llevaban años acompañándonos.

Sí, en internet podías fingir e interpretar un papel diferente al que te asignaban, pero eso no significaba que la realidad cambiase automáticamente. Igual que pasa ahora, con el advenimiento de la web3, sus apologetas defienden que la tecnología solucionará todos nuestros problemas, a la vez que en sus recién nacidos metaversos tienen que enfrentarse a las viejas situaciones de acoso.

En los albores de la popularización de internet ya existía un ambiente hipermasculinizado y hostil. La publicidad del sector tecnológico estaba dirigida a cultivar la identidad friki, de una masculinidad aparentemente subalterna, que encontraba refugio en primitivos foros y portales donde compartía sus aficiones, consideradas todavía un poco contraculturales por aquel entonces. Las célebres reglas de internet establecían que “no había chicas en la web”, o que, en el caso de que las hubiera, “más les valía enseñar las tetas para demostrarlo”.

Estos preceptos ponían en relieve el monopolio de la normalidad que ostentan los hombres. El origen de los mismos se suele atribuir a 4Chan, uno de los foros angloparlantes más importantes en su momento y cuna de conceptos y artefactos que van desde Anonymous a los memes o el troleo. La participación en 4Chan se hacía siempre de forma anónima y, como en tantos otros foros, tras los avatares se daba por hecho que siempre había varones, pues la experiencia masculina siempre se presenta como universal. La cosa, sin embargo, fue cambiando y la palabra escrita fue perdiendo importancia frente a la imagen, permitiendo que otras identidades se hiciesen visibles y dando poco a poco de lado la asunción del masculino como lo neutro. Es entonces cuando se empieza a organizar una reacción machista.

En 2014 estalla el Gamergate, una campaña orquestada y cooptada por la extrema derecha contra figuras femeninas del mundo de los videojuegos, entre ellas Anita Sarkeesian y Zoë Quinn, con acusaciones inventadas y todo tipo de nuevas formas de violencia digital nunca antes vistas ni imaginadas.

A partir de este punto se habla de la manosphere (machosfera o androsfera), una serie de espacios virtuales que tenían en común una reorganización discursiva y proactiva de las masculinidades que se sentían heridas y amenazadas por el avance del movimiento feminista en aquellos años. La reagrupación que suponía la machosfera tenía que ver con el contexto postcrisis y la sensación de derecho agraviado. Dicho de otra forma, de que el avance social logrado por los movimientos de base se hacía a costa del bienestar de los hombres. Michael Kimmel lo desarrolla en Hombres blancos cabreados, donde asevera que la masculinidad no tiene que ver con la experiencia del poder en sí, sino con el sentimiento de merecer ese poder por un supuesto orden natural.

De tal manera, la machosfera y sus diversos lugares, que iban desde subforos en 4Chan o Reddit, pasando por webs como Incel.com, comenzó a elaborar sus hipótesis no desde la misoginia abiertamente, sino desde el antifeminismo, desde la reacción. Casi toda la retórica masculinista está construida desde el rechazo a la obtención de derechos por parte de las mujeres o de identidades minorizadas.

Hay un espectro amplio entre todos los subgrupos que podemos incluir en la machosfera. Los hay que hacen proselitismo abierto, como los MGTOW (siglas inglesas para “hombres que siguen su propio camino”) que abogan por la separación de hombres y mujeres en pos del éxito y la realización personal; las asociaciones por derechos de los hombres, que suelen centrarse en temas de custodias, paternidad o apoyo a hombres en pleitos de violencia de género; los incels (acrónimo en inglés de “célibe involuntario”), comunidad más biologicista y violenta, con varios miembros que han realizado masacres supremacistas; o los artistas del ligue, que se dedican a dar consejos a hombres sobre cómo acercarse a las mujeres que en general, son fantasías de poder mezcladas con manuales de acoso sexual. Lo que une a todas estas comunidades es que se han desarrollado o crecido, algunas íntegramente, a través de discusiones en el ciberespacio, y manejan una retórica muy similar. Carecen de un corpus teórico o de bibliografía seria más allá de publicaciones pequeñas o autoeditadas y no tienen base alguna en la academia ni en ninguna ciencia. Más allá de algún gurú como Jordan Peterson, el lenguaje y las definiciones del mundo que emplean se basan en referencias pop y diatribas online. Su éxito se construye, precisamente, en la movilización de afectos, interpretaciones sesgadas, negacionismos varios e intereses políticos.

Casi todo lo que producen los miembros de la machosfera se sirve de la metáfora de la píldora roja, referencia sacada del filme Matrix. Según ellos, igual que en la película, el mundo está gobernado por poderes oscuros (marxismo cultural, feminismo, progres o wokes (término en inglés que en sus inicios se usaba para quienes habían despertado frente al racismo y que ahora utiliza la derecha para ridiculizar las ideas progresistas), dependiendo del término de moda) y solo tomando la pastilla abres los ojos y te das cuenta de lo que realmente ocurre. Lo que ocurre ya difiere de una comunidad a otra, pero suelen coincidir en el uso de conceptos biológicos erróneos, desfasados o manipulados que aplican al ámbito social o económico. De ahí que categoricen a los hombres de alfa, beta, sigma o cuantas letras griegas les sea necesario para encajar sus definiciones, que se obsesionen con el tamaño de su frente o mentón o que hablen de las relaciones heteros como de un mercado sexual. Obviamente, todas estas malinterpretaciones acaban por acercar a algunos de sus miembros a teorías de la conspiración en algunos casos, o a propaganda racista y atentados fascistas en los peores supuestos.

De Facebook a Telegram y otras plataformas continente

Todos los anteriores fueron puntos de partida e influencias a la hora de desarrollar una machosfera análoga en castellano. Igual que la extrema derecha copió del trumpismo gran parte de sus estrategias, los antifeministas españoles aprendieron de sus homólogos anglosajones. Las comunidades son otras, correspondientes a la idiosincracia del territorio, pero la retórica se mantiene. En la época de esplendor de los foros, Hispachan o Burbuja tuvieron relativa trascendencia, pero Forocoches era el más destacado, y desde ahí se urdieron gran parte de las represalias machistas hacia mujeres que destacaban en internet. Feministas con visibilidad, como Alicia Murillo en 2012, vieron sus datos personales expuestos en el foro, igual que sucedió en 2018 con la superviviente de La Manada. También desde Forocoches se organizaron amenazas y denuncias, como en ocasión del Gaming Ladies, un evento no mixto sobre el mundo de los videojuegos.

La meta real es dificultar o hacer imposible la presencia de mujeres con discurso crítico en el espacio público

Este tipo de ataques, igual que la campaña del Gamergate o cualquier otro acoso masivo en redes, tienen un objetivo disciplinatorio, pues la meta real es dificultar o hacer imposible la presencia de mujeres con discurso crítico en el espacio público. Estas prácticas tienen su traslación directa al mundo analógico. Sin ir más lejos, la sede de Pikara Magazine fue atacada y pintarrajeada, junto a proclamas negacionistas de la violencia de género y el clásico pene, con “ok, charo”, una referencia al meme “ok, boomer” y a un insulto misógino nacido en la machosfera española. La violencia digital disciplinatoria ha seguido sucediendo incesantemente. Tras años de recibir fotopollas y amenazas de todo tipo, algunas personalidades se han visto en la tesitura de tener que dejar las redes por cansancio o salud mental, como les sucedió con Cristina Fallarás o Elsa Ruiz.

En la androsfera española ha habido artistas del ligue que han llevado a juicio (y que han perdido) a activistas que denunciaban públicamente sus técnicas de acoso sexual. A pesar de los escraches feministas y los reportes, las plataformas comerciales siguen dándoles cobijo. Mientras tanto, ellos continúan exprimiendo a jóvenes y no tan jóvenes que se sienten incapaces de ligar pero tampoco hacen el esfuerzo de acercarse a escuchar a las mujeres.

En los últimos años, las páginas de Facebook han mutado en canales de Telegram donde organizar y coordinar hashtags y ataques. Pero para entender mejor los cambios en la androsfera tenemos que entender cómo ha cambiado el paisaje general y nuestra forma de relacionarnos en internet.

Hoy en día, cuando hablamos de internet solemos referirnos, en realidad, a unas pocas plataformas comerciales. Un puñado de apps, servicios de mensajería instantánea, tiendas online y plataformas de streaming completan el paisaje dominado por las que vamos a nombrar “plataformas continente”. El “contenido” sucede dentro de las “plataformas continente”: YouTube, Instagram, TikTok, Facebook, Twitter, Twitch, etcétera. Los continentes se lucran de los anunciantes, que pagan por visualizaciones. En este modelo de negocio, es la masa usuaria la que crea el contenido, y la empresa pone los medios de producción: servidores, algoritmos, gestión de los contratos de publicidad… Internet es, entonces, un espacio muy líquido en el que las plataformas luchan por nuestra atención y, una vez estamos dentro de un continente, empieza la competencia entre creadoras de contenido. Cada vez queda más lejos el internet de comunidades-continente en las que no intervenía ninguna transacción comercial, o estas eran mínimas y no empañaban el contenido.

Para incidir en las plataformas-continente, hay que entrar en su juego y jugar con su algoritmo. Esto significa, básicamente, generar muchísimo contenido, y publicar casi a diario. Esta lógica da lugar a prácticas laborales dudosas y a una exposición brutal de personas que viven en situación de mayor o menor precariedad. Estos son temas en los que no nos podemos entretener en el presente texto, pero queremos apuntarlos porque ayudan a completar el cuadro que estamos describiendo. Es en este espacio líquido, personalista y saturado de contenido se mueve gran parte de la androsfera actualmente, igual que cualquier habitante de internet.

La monetización del odio

Vamos a contar la historia de Juan para ejemplificar cómo funciona la androsfera en este contexto. Juan es un creador que monetiza su contenido. Hace tiempo que ha comprobado como se ve beneficiado por el algoritmo si trata temas controvertidos. Su capacidad de generar un compromiso a la hora de que sus fans consuman su contenido de forma regular, así como de aumentar la conexión emocional con ellos (eso que llaman engagement) se intensifica si alude directamente a alguien famoso. Lo cual se traduce en más visitas y más ingresos. Puede que mucha gente que conoce a la persona famosa objeto del vídeo (a la que vamos a llamar Rosario) entre por ella, aunque no conozca al creador. Si hay suerte y Rosario pica, entrando al trapo, Juan obtendrá atención no solo de sus propios seguidores (los juanitos), sino de los de ella. Además, se le servirá en bandeja más material con el que seguir creando contenido sin demasiado esfuerzo intelectual ni creativo.

Proponemos exigir a las plataformas un compromiso contra los discursos de odio y las dinámicas de acoso

La capacidad de movilizar el fandom propio -a su afición, vaya- como si de un enjambre se tratara es clave en este tipo de estrategia, ya que va a ser difícil para Rosario ignorar una invasión masiva de insultos u otros ataques en sus redes por parte de los juanitos. Si reacciona de algún modo, a Juan solo le va a quedar instrumentalizar su reacción, generando contenido a partir de ella, “invitándola” a debatir a su canal y provocándola para que le dé todavía más carnaza. Juan puede extraer gran cantidad de tráfico de todo esto, que se va a transformar en beneficio económico para él. Este fenómeno es lo que conocemos como la monetización del odio. Además, Juan se podrá desresponsabilizar fácilmente de los efectos de las acciones de los juanitos. Juan señala, ridiculizando a Rosario o puede que hasta deshumanizándola, pero es la gran masa de sus seguidores la que provoca el malestar en forma de cientos de comentarios y memes insultantes. Es una forma de gamificar el acoso y transformarlo en un reto colectivo. Aquí es donde se crea el sentido de pertenencia a la androsfera actual, a través de estos comportamientos compartidos que van desde el troleo o las bromas de mal gusto al acoso y las amenazas, llegando en algunos casos a otro tipo de ataques.

Ante esta violencia organizada y monetizada, proponemos dos caminos que hay que recorrer en paralelo. Por un lado, exigir a las plataformas un compromiso contra los discursos de odio y las dinámicas de acoso, a sabiendas de que no quieren renunciar a los beneficios que les suponen. Por el otro, tenemos que construir, mantener y alimentar infraestructuras feministas que ayuden a generar un ciberespacio al servicio de las personas y no de las grandes corporaciones, con comunidades autogestionadas que decidan cómo moderar lo que allí sucede.

 

Este texto pertenece al monográfico de Odios, que puedes encontrar en nuestra tienda online.
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