‘Blondi’: el punk no ha muerto, son las madres
El debut en la dirección de Dolores Fonzi se inserta de forma brillante en esa tradición del cine argentino de narrar la cotidianeidad y las historias sencillas con mucho humor y diálogos afinados y afilados.
Fotograma de 'Blondi'.
Blondi es el debut en la dirección de Dolores Fonzi. Esta película, que también protagoniza y coguioniza junto a Laura Paredes, es una historia muy alejada de algunos de sus trabajos como actriz. Nada tiene que ver el personaje de Blondi con la Paulina que interpretó en La patota (Santiago Mitre, 2015) o con la Carola que encarnó en la película Distancia de rescate (2021), de Claudia Llosa.
Blondi se inserta perfectamente en esa tradición del cine argentino de narrar la cotidianeidad y las historias sencillas con mucho humor y diálogos afinados y afilados, llenos de verdad, a los que no les falta ni les sobra una coma. Y lo hace de forma brillante.
La película de Fonzi es un filme divertido, tierno y esperanzador que deconstruye los vínculos maternofiliales -y familiares, en general- y que muestra otras formas de maternar y también de ser hije, hermana, tía, sobrina… Formas muy apartadas de los arquetipos que aún hoy abundan, por desgracia, en la ficción audiovisual y mucho más próximas a las infinitas posibilidades de complejidad que nos ofrece la realidad, la propia vida.
En un momento crucial de la peli, el personaje de Dolores Fonzi lanza una pregunta: “¿Qué soy yo? ¿Una madre boluda como todas las demás?”. Y, en realidad, la pregunta nos rebota en el cerebro a muchas: ¿qué quiero ser yo?, ¿seré una madre imperfecta -como todas, a fin de cuentas-, pero consciente de serlo?, ¿seré de las boludas que fingen que saben lo que hacen?, ¿seré de las que construyen vínculos desde la autonomía mutua, el respeto y el reconocimiento?, ¿seré de las que vuelcan sus frustraciones y miedos sobre sus criaturas?, ¿seré…?
A pesar de que la relación entre Blondi y su hijo Mirko está atravesada por una maternidad precoz, no elegida, y por la escasa diferencia de edad entre ambos, la directora argentina no se sumerge en el drama ni en ninguna suerte de rencor, sino que nos ofrece un interesante desvío para hablarnos de sueños aplazados, pero no rotos.
Blondi dinamita esa adultez castrante que nos priva del disfrute y de la amistad con nuestres hijes
La película, narrada a golpe de secuencias cortas donde la luz y la música juegan un papel central del relato, está llena de paradojas que nos confrontan con todos los prejuicios que cargamos, con la culpa, con nuestras propias historias familiares, con nuestra propia forma de criar. Porque Blondi dinamita esa adultez castrante que nos priva del disfrute y de la amistad con nuestres hijes y, entre porro y porro, nos habla también de abortos frustrados por la mala praxis médica, de partos, de paternidades ausentes o irresponsables, de comunidad, de apego y desapego, de la descentralidad de la pareja, de complicidades, de soledad, de la insatisfacción frente a una vida aparentemente perfecta y de la realización personal dentro de otra supuestamente anodina.
Habrá quien diga que en Blondi no hay conflicto y que presenta una maternidad que no es real -de hecho, hubo quien así lo manifestó hace unas semanas en el coloquio posterior al pase de la peli en la Muestra Internacional de Cine y Mujeres de Pamplona-, pero, en mi opinión, no han entendido nada. Blondi es un relato intergeneracional repleto de conflictos que pueden parecer ordinarios (la rivalidad entre hermanas, la autoafirmación y la necesidad de salir del nido de Mirko respecto a su madre, la carga de los cuidados, la precariedad laboral y económica…), pero que nos constituyen y que, abordados con humor, como hacen Fonzi y Paredes, pueden resultar sumamente reveladores.
Esta entrañable historia que transita entre amaneceres diarios es una joya que sacude sin dañar
Y así, con miradas encubridoras, mucha sorna, guiños metacinematográficos a la madre de Norman Bates y mucho afecto hacia los personajes, la película avanza y se convierte también en un viaje iniciático para la protagonista, para Mirko y para Martina. Es una suerte de road trip que inicia con una copla popular de Jujuy recitada por Blondi y Mirko y que pone palabras al profundo vínculo que les une:
“— Te amo con profundo ardor. Nada puedo sin ti, ya. Avisa por caridad si correspondes mi amor. ¿Correspondes?
— Correspondo. ¿Tú correspondes?
— Sí, correspondo”.
En ese viaje, donde todo cobra aún más sentido, cada personaje carga con sus propios silencios y encrucijadas, con su propia estatua que escalar, con su necesidad de desmelenarse.
No he hablado en este artículo de Pepa (inconmensurable matriarca interpretada por Rita Cortese que me daría para páginas y páginas) ni de Eduardo (el cuñao muy cuñao que encarna Leonardo Sbaraglia), porque no quería hacer spoilers.
Solo me queda añadir una cosita: esta entrañable historia que transita entre amaneceres diarios es una joya que sacude sin dañar y solo por eso, ante una realidad que nos convulsiona, ya es un regalo.