“La nostalgia es el privilegio de los vencedores”

“La nostalgia es el privilegio de los vencedores”

Esther López Barceló recupera en su ensayo 'El arte de invocar la memoria' las voces sepultadas por la represión franquista y por un Estado anómalo que sigue sin perseguir los delitos de lesa humanidad

Esther López Barceló./ Foto: Eva Mañez

17/07/2024

La posición de los huesos, los objetos que aparecen en las fosas, las paredes de los antiguos penales son hilos rojos de los que tiran las investigadoras para reconstruir parte de la historia reciente del Estado español que el poder quiso ocultar. Esther López Barceló es historiadora, arqueóloga, divulgadora cultural y escritora. Ha pasado por Bilbao para presentar su último título, El arte de invocar la memoria (Barlin Libros), un ensayo que recorre una a una las distintas grietas que permiten ir recuperando la memoria de las vidas que segó el fascismo. Esta entrevista es parte de la transcripción de su presentación en La Sinsorga.

“Estamos a años luz de Argentina, donde se ha vuelto a juzgar a los torturadores por el delito específico de violación a las presas”

Mencionas al comienzo del libro a “la generación de la conjura”, con la que te identificas.

La generación de la conjura es como llamo a esa generación de nietas que hemos nacido y crecido en democracia, en mejores condiciones que nuestros padres y madres para poder encarar sin miedo todas estas voces sepultadas y que son, sobre todo, de mujeres. De quienes tenemos que recuperar de forma prioritaria la memoria es de las mujeres que nunca valoraron realmente su experiencia como algo que debía de ser contado. Mi abuela, cuando contaba todo lo que había padecido, siempre lo hacía prácticamente riéndose, porque banalizaba su experiencia. Estas cosas que para ella son anécdotas, son las experiencias femeninas de vidas truncadas. Creo que estamos en el mejor momento de recuperación de esas memorias que por fin tienen una categoría prioritaria en el discurso público.

Hay un pasaje que cuentas en este ensayo con el que da la sensación de que llevas puestas las gafas de la memoria el cien por cien del tiempo.

Lo que me obsesiona es el hecho de que las condiciones materiales de las personas que estamos hoy en este lugar vengan determinadas por el lugar que les tocó vivir a nuestros ascendientes en el franquismo. Cuando se conquistó la democracia se debería haber paliado esa desigualdad si no hubiéramos vivido en un país anómalo, que es lo que considero que somos teniendo en cuenta que somos el único país en el que ningún torturador, ningún violador, ningún secuestrador de bebés y ningún asesino que cometiera esos delitos en la dictadura ha pasado por el banquillo de los acusados. Es tremendo. Sobre todo, cuando tenemos en paralelo el caso de Argentina, donde el año pasado estaban volviendo a juzgar a criminales que ya habían sido juzgados y condenados, porque se reconocen nuevos delitos, como el de violación. La violación ya no está dentro de torturas, así, en genérico, sino que se les ha vuelto a juzgar por el delito específico de violación a las presas. A las presas clandestinas, a las mujeres secuestradas. Estamos a años luz de eso. Estamos volviendo a tener que dejarnos la energía en reivindicar lo básico, que es recuperar los huesos. Es lamentable.

En el Estado español muchas familias han excavado para recuperar cuerpos, literalmente a mano, durante la transición, en secreto y por las noches, porque pasaron más de 30 años hasta que la ley permitió hacerlo. También hablas de la importancia de que las exhumaciones estén supervisadas por profesionales, precisamente para no borrar las huellas del crimen. ¿Cuánta información hemos perdido?

No tanta. Cuando se muere Franco, del 75 al 77, se producen muchísimas exhumaciones espontáneas. Hay un momento en el que las autoridades se dan cuenta de que, si siguen permitiendo que se produzcan estas exhumaciones a las bravas, eso iba a ser el germen de una reivindicación mucho más amplia que tocara a esa transición “ejemplar y modélica”. Así que se empieza a prohibir que en esas exhumaciones haya banderas, reivindicaciones que vayan más allá de la propia exhumación, hay que ir en silencio… Se sacan los huesos y se llevan a un nicho, como si se acabara de morir la persona en su casa de muerte natural. Después empiezan las amenazas a las personas que capitaneaban y llega un momento en el que las exhumaciones se paran porque la gente empieza a tener miedo.

“Cuando ves el esqueleto, los huesos te hablan, si sabes preguntar”

Señalas el 2000 como punto de inflexión, por ser el año en el que se realizó la primera exhumación a manos de personal científico.

En el 2000 se da un punto de inflexión cuando Emilio Silva se da cuenta de que la exhumación que él quiere hacer, de 13 personas entre las que se encuentra su abuelo, tiene que hacerla un arqueólogo. Era un momento en el que se hacían las cosas sin saber muy bien hacia donde había que ir. Emilio Silva explica de hecho que en aquel momento la palabra exhumación no se usaba, entonces se habla de “levantar” los cuerpos. A partir de ahí se hizo más evidente aún que si se seguían produciendo exhumaciones por las bravas íbamos a perder todas las huellas del crimen. Esto no es una necrópolis romana que acabamos de encontrarnos al hacer una autovía. Esto es un crimen del que no se ha hecho investigación penal y del que por tanto hay que dar cuenta. Nunca acude ningún juez a dar ningún tipo de validez a encontrar a una persona asesinada por la dictadura. En la ley de amnistía los jueces han encontrado la excusa perfecta. Nunca una norma interna de un país puede estar por encima del derecho internacional. Y el derecho internacional nos dice que tenemos que perseguir los crímenes de lesa humanidad que se produzcan. ¿Nosotros qué hacemos? Pues somos un país tan anómalo que ponemos por encima del derecho internacional una norma que se votó antes del 78, o sea preconstitucional. Flipante.

¿Cuáles son esas pruebas del crimen?

Cuando ves el esqueleto, los huesos te hablan, si sabes preguntar. Y los huesos te dicen todas las torturas que haya podido padecer esa persona en el momento perimortem, o sea, alrededor de la muerte. En el caso de Paterna, hemos podido constatar que iban todos maniatados. Puedes documentar que estaban maniatados, puedes documentar las palizas y puedes documentar cuál es la causa de la muerte.

Cuestiones que serían importantes si esto se fuera a juzgar.

Exacto, si se fuera a juzgar. Francisco Echevarría, que es el principal referente en Antropología Física y Forense, hizo un protocolo que salió en el BOE y en el que se dice cómo tenemos que operar en caso de una exhumación de un crimen franquista. Todo lo que se recoja en documentación durante ese proceso arqueológico es susceptible de ser utilizado en una investigación penal como prueba. Eso es lo fundamental. Yo siempre digo que los arqueólogos son el CSI de la memoria y que lo bueno que tenemos en nuestro país es que gracias a ellos no hay negacionismo de los crímenes franquistas; hay justificación y hay fascismo, pero no hay negación. En el caso del cementerio de Paterna, que es el que tengo cerca y del que sé más, son 2.238 personas las asesinadas en tiempos de paz, estamos hablando de la eliminación sistemática del oponente político en tiempo de paz; que la paz no llegó, lo que llegó fue la victoria. Lo que pasa es que ahora, de los 1.900 cuerpos que se han recuperado en el País Valencià, solamente 206 han sido identificados. Porque llegamos tan tarde, tan tarde, que no quedan descendientes en primer grado, y los match de ADN cuanto más cercana tengas la filiación, mejor. Si eres la sobrina nieta, a lo mejor el match no sale.

“¿Cuántas abuelas no fueron fusiladas, pero jamás vivieron la vida que habrían querido?”

Has inventado un concepto: la alteralgia.

Bautizo este concepto porque creo que la nostalgia es el privilegio de los vencedores y quienes han tenido vidas atravesadas por la dictadura no han podido tener nostalgia de ese tiempo, han tenido alteralgia. Lo he querido llamar así porque quería de alguna forma nombrar a esa ensoñación por todo aquello que no pasó y que podría haber pasado. Y esto siempre lo asocio a estos zapatos de tacón de la cubierta del libro, y que son los zapatos que a mí me llevaron a pensar este ensayo, porque los ligaba con los que siempre le había visto a mi abuela en todas las fotos en blanco y negro. Y eso me hacía pensar siempre que mi abuela podría haber sido esta mujer: si hubiera sido ella, yo no habría sido. ¿Cuántas abuelas no fueron fusiladas, pero jamás vivieron la vida que habrían querido? Como dice Alfredo González Ruibal, uno de los principales arqueólogos contemporáneos, donde encontramos la humanidad es en los objetos, porque no estamos acostumbrados a mirarnos de hueso a hueso. Estos zapatos nos están contando que esta mujer decidió que se los trajeran para ponérselos el día que la iban a matar.

Las paredes de los centros de represión o de encierro son también una fuente de información.

Me fascinan los grafitis. Es una escritura prohibida y en un lugar en donde las condiciones no las puedes transformar. Hay veces que la escritura, aunque sea en el muro, es una forma de transformación de tu realidad porque la capacidad de representación por sí misma que tiene la palabra escrita es tremendísima, y más en esos momentos.

Hay una argentina maravillosa a la que, en un tiroteo durante la dictadura militar, la disparan, cae al suelo y ella cree que va a morir, cree que es su último aliento de vida. Afortunadamente sobrevivió y al año siguiente le cuenta a un periodista cómo se sorprendió a sí misma, porque pensaba “con el último hálito de vida, voy a coger sangre con el dedo y voy a escribir el nombre de mis asesinos”. Pero se unta el dedo con la sangre y, en vez de escribir el nombre de estos tipos, escribe “papá, mamá”. ¿En qué momento tus funciones vitales, que están programadas para garantizar tu supervivencia, deciden que lo que necesitas en ese momento es escribir papá y mamá? Otras veces los grafitis son de alguna forma una comunicación de una persona que está viviendo una situación angustiosa y que escribe a alguien del futuro.

Los cuadernos de Manolita del Arco guardan el lenguaje encriptado de presas comunistas para pasarse información y hacer política

Mencionas ejemplos de prácticas cotidianas, a las que nadie mira por ser cosas de mujeres, que se transforman en códigos indescifrables para el resto, y que les sirvieron para comunicarse, como en el caso de las cárceles de Ventas y de Segovia.

En la novela La memoria del frío, escrita por Miguel Martínez del Arco, que es el hijo de Manolita del Arco, la presa política que más años pasó en las cárceles franquistas (19), aparecen unos cuadernos que yo creía que guardaban un texto de ficción. Pero un día, en su casa, me dice: “¿Quieres ver los cuadernos de mi madre?”. Son unos cuadernos en donde escribían las abreviaturas que servían para tejer con cuatro y con cinco agujas. Todo son abreviaturas, pero no son las estandarizadas, Miguel toda la vida tuvo esos cuadernos como de labores. Las presas políticas, cuando llegaba la madrugada, que era el único momento del día que tenían, hacían pañitos bajo la única luz que había, que era la del retrete de la celda, y sus familiares los vendían para sacar dinero. Y en estos cuadernos es donde integraron, dentro de esas abreviaturas, un lenguaje secreto. Y ese lenguaje secreto servía para cuando a Manolita, por ejemplo, le llegaba información del partido desde fuera ―todas eran presas comunistas―; se inventaba el patrón y, no tenemos ni idea de cómo, en algún momento metía la información. Pero no solamente metía la información que venía de fuera. Ellas elaboraban política, o sea, ellas llegaban a tal conclusión y a lo mejor decían: “intentemos sabotear esto”. Las guardianas [de las cárceles] eran mujeres y sabían que eso servía para tejer, entonces pasaban desapercibidos, y así se iban pasando la libretita. Esto es un testimonio brutal del lenguaje encriptado, de cómo un rol que te han asignado de forma completamente misógina, tú lo reviertes y lo conviertes en arma de resistencia.


Los gobiernos de derecha y ultraderecha de las Comunidades Autónomas están aprobando las llamadas leyes de la concordia para sustituir a las leyes de memoria democrática. Cierras el libro, sin embargo, con cierto optimismo, porque entiendes que este ejercicio de recuperación de la memoria es imparable.

La ley de Zapatero cargaba de toda la responsabilidad a los familiares; tenían que informarse, organizarse, conformar una asociación, pedir una subvención, contratar a una empresa de arqueología y que exhumen. Eso es lamentable pero, afortunadamente, desde 2022 tenemos una ley de memoria democrática que planifica y que además estataliza esa obligación. Estas leyes de concordia son como un remember de la ley de amnistía; da igual que haya remember o no, porque la ley de amnistía sigue impidiendo el acceso a la justicia, que es en lo que yo pondría todas mis energías. No quiero poner las energías de nuevo en reivindicar que se exhume, me parece tan de cajón… Con dinerito público hemos repatriado a los nazis españoles desde Rusia hasta España, o sea, a los de la División Azul, que cuesta bastante más que exhumar una fosa en un pueblo. Y aquí los únicos que hicieron una memoria completamente de parte fueron los de la dictadura. Resulta que, desde el 36, en las zonas conquistadas por Franco ya empezaron a emitirse decretos para regular la exhumación de los suyos y prohibir las otras hasta el 75. Con lo cual, el 98 por ciento de los [franquistas] que cayeron en tres años de guerra estaban recuperados ya y nos quedaban los miles y miles que asesinaron ellos.

Por eso es necesaria la memoria. Políticas de memoria públicas. ¿Por qué el cierre es optimista? No se puede hacer lo mismo de la transición, porque en la transición no habíamos visto los huesos enmarañados en las fosas. A partir de ese momento ya es imparable, porque tú no le puedes decir a una persona que se olvide de lo que ha visto. Por eso digo: “Puede que nuevamente nos dejen sin presupuesto para que no podamos seguir haciendo memoria desde las instituciones. Pero se han equivocado si creen que así se nos detiene. Venimos de una genealogía que salió adelante con la única fuerza de sus manos. Somos las bisnietas de los fusilados, las nietas de las planchadoras, las descendientes de toda una estirpe de brujas y muertas de hambre que, a pesar de todo y contra todos, insospechadamente, siguió avanzando hasta traernos al mundo. Así que, por mucho que ladren, no nos vamos a olvidar de dónde venimos nosotras ni de dónde vienen ellos”.

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