Me cago en las ‘apps’ de ligar

Me cago en las ‘apps’ de ligar

Las aplicaciones están muy bien para aumentar el capital sexual tan deseado hoy en día. Pero ¿y para las que buscan una conexión real? ¿Y para las que no quieren que el capitalismo manche también sus relaciones?

Fotograma del capítulo sobre 'apps' y popularidad 'Caída en picado' de la serie 'Black Mirror' (Netflix)

11/09/2024

Las apps ya no funcionan, ahora lo moderno es volver a ligar en el bar como se ha hecho toda la vida —esta idea no es mía, pero no recuerdo dónde la he escuchado, quizás sea ya cultura popular—. Me quejo de que los buenos están ya cogidos. Están ya casados, es mi teoría, pero se lo digo a mi tía y me dice: “No pasa nada, luego tienen crisis y se empiezan a divorciar”. Mi tía es sabia y me da esperanza, así que estoy esperando pacientemente a que llegue esa etapa. Se lo cuento a mis amigas, la buenísima deducción consanguínea, y me responden: “¡No, qué mala idea! Después del divorcio ya estarán quemados y se volverán unos adolescentes con miedo al compromiso”. Pero no, amigas, no, porque ahí es cuando se dan cuenta, ahí es cuando entran en un pozo en el que sacan todos sus patrones oscuros y tienen miedo a quedarse solos y van a terapia. Esto es correlativo: primero divorcio, luego terapia, luego yo.

Yo siempre pido que vengan ya trabajaditos de casa y que la primera pregunta en una cita sea: ¿tú has ido a terapia? ¿Que no? Pues me voy. Esto una exageración, es un superlativo cómico, pero no tanto. Yo no tengo que hacerles de terapeuta para que nuestra relación encaje, a ver cuándo llega el momento en que los hombres vayan tanto a terapia como las mujeres. Ergo, espero a la fase del divorcio.

Queremos buscar pareja como si fuéramos a comprar un producto que deba cumplir con todos nuestros requisitos y satisfacer todas nuestras necesidades; luego lo probamos y, si no nos gusta, lo devolvemos

Bromas y conversaciones entre amigas aparte, me preocupa seriamente que las apps de citas ya no se rijan por el encuentro de personas que busquen lo mismo (si es que en algún momento fue así realmente), sino que se rijan por el principio básico capitalista de que sigas usando la app. Las apps son una buena herramienta para conocer gente nueva cuando llega una edad, un momento de la vida o simplemente una sociedad en la que es tan difícil encontrar personas fuera de tu círculo, personas que estén dispuestas a socializar y que estén abiertas a una interacción. Los humanos somos seres sociales y a veces formar vínculos en la sociedad individualista se nos hace cuesta arriba.

Las aplicaciones se aprovechan de eso. Cuando te abres un perfil o te desinstalas y te vuelves a instalar la aplicación, te salen los perfiles más jugosos, los que tienen más me gusta y así te deja una sensación de que hay todo un mundo ahí fuera, un regusto positivo y esperanzador de que quizás encuentres lo que estás buscando. Pero, una vez que llevas un tiempo, los perfiles más preciados van desapareciendo y comienza a mostrarte el resto. Como un capítulo de Black Mirror en el juego de la popularidad. No utiliza un algoritmo para emparejarte con quien tengas más posibilidades de compatibilidad, utiliza un algoritmo para el consumo. Te va socavando poco a poco, desgastándote, generando la ilusión de que quizás el siguiente, quizás dentro de diez a la izquierda más y ahí empieza una dinámica como de videojuego, como de pasarte todos los niveles, coger un par de estrellas y llegar a la recompensa final. Se crea una pequeña adicción a la esperanza y al ansia de una conexión, a la necesidad humana de vincularnos y compartir, y todo ello con la sensación de estar haciendo algo sin moverte. Las empresas incluso crean perfiles falsos que te dejan de hablar, para generar esas dinámicas de enganche, y al final todas nos quedamos hastiadas y cansadas ante un “hola” desconocido más. Seguimos dándole a izquierda y derecha para no perder la esperanza, pero sin ganas reales porque para qué, otro chasco más. Estamos resignadas.

Me parece puto asqueroso —para usar una metafórmula lingüística posmoderna, guiño guiño— que pretendan sacar provecho de algo tan vulnerable como las relaciones íntimas, que intenten enriquecerse, como todo en el capitalismo, como si fuera una especie de relationship washing. Vomitivo. La parte más baja del ser humano posmoderno: el capitalismo de los apegos.

Se vende el sexo acumulativo como la cúspide de la felicidad, como el estado jubiloso de la productividad, cuando no es más que un ego inflado. Yo me niego.

En la novela gráfica No siento nada, la historietista sueca Liv Strömquist analiza cómo se desarrollan las relaciones amorosas en el siglo XXI, en una era, como ella la califica, de narcisismo extremo. Según Strömquist, estamos en la era de la racionalidad y, en cuanto al amor, tomamos la decisión de comenzar relaciones amorosas según lo que nos vayan a aportar, lo que me vaya a dar un mejor resultado. Queremos buscar pareja como si fuéramos a comprar un producto que deba cumplir con todos nuestros requisitos y satisfacer todas nuestras necesidades; luego lo probamos y, si no nos gusta, lo devolvemos sin ninguna repercusión, como el culmen del consumismo y de la sociedad de usar y tirar. Strönquist lo explica muy bien con la ayuda de sus dibujos:

“Como ha rellenado una lista de deseos, desde el principio ha ido al encuentro con la otra persona COMO SI FUESE UN CONSUMIDOR que ha pedido un producto. Y esto hace que se tome todo el proceso COMO un consumidor. Él ha hecho un pedido de ciertas cosas, y si estas no coinciden con la realidad, se siente como se sentiría un consumidor descontento”.

La misma idea la desarrolla Juanpe Sánchez en su ensayo sobre el amor Super-emocional:

“[…] se propone un yo que puede elegir en pos de su propia productividad —un yo convertido en mercancía que puede encontrar una mejor versión de sí mismo a través de esa elección y que tiene, por tanto, una profunda conexión con las estructuras socioeconómicas—”.

Sin embargo, sigue analizando, tanto este tipo de relaciones ligadas al consumo como las habituales del amor romántico sirven para el buen funcionamiento del sistema tardocapitalista:

“Las primeras otorgando la promesa de un yo capaz de encontrar una mejoría de sí mismo a través de la productividad y una relación de consumo con los otros; las segundas negando u ocultando su conexión con el sistema económico, ofreciendo un espacio relacional que se cree capaz de superar las propias barreras y diferencias sociales y económicas”.

Me parece muy interesante y muy acertada esa reflexión, pues creo que hoy en día convivimos con esa contradicción; es decir, con las dinámicas relacionales basadas en el consumo causadas por las apps, por la sociedad y por una libertad sexual que no responde al menor cuidado ni a la responsabilidad afectiva que se contraponen frontalmente con todos los referentes del amor romántico que forman nuestro imaginario: las comedias románticas, los anuncios, el marketing, la estructura familiar, las fotos de pareja que alaban que entre dos siempre es mejor. Queremos nuestro cuento de hadas, pero por las vías actuales del consumo. Anna Pacheco lo resume muy bien en esta cita de Listas, guapas, limpias: “Cuando [la relación] se rompe hay que decir lo siento por haber conducido al otro a una inversión fallida. Buscamos amores rentables”.

En No siento nada también se da una de las claves de esta desafección en las relaciones actuales a través de la teoría de la socióloga Eva Illouz. En ella explica, refiriéndose principalmente a las relaciones heterosexuales, cómo los hombres han tomado el poder en la sexualidad en el siglo XXI a través del desapego (aunque el mundo homosexual, según este artículo de Enrique F. Aparicio, parece que tampoco se libra de esta contradicción y de la búsqueda del capital sexual). En Por qué duele el amor, Illouz declara:
“Entre los varones, la sexualidad era una marca de estatus en función de la capacidad para competir contra otros varones a fin de obtener la atención del sexo femenino: ‘Las mujeres dotan a los hombres heterosexuales de validación sexual, y ellos compiten entre sí por esa validación’. Es más, los varones transfirieron al sexo y la sexualidad el control que antes ejercían en el hogar, por lo que el campo sexual se transformó en el ámbito donde podían expresar y exhibir su autonomía y su autoridad”.

Es decir, si follas, es que eres muy macho; si follas, es que puedes chulear ante tus amigos de que eres apto como pareja sexual. Muy bien, machote. Check para tu estatus social masculino, muy bien. Me parece muy clarificador que los hombres en este posmodernismo hayan adoptado el estatus de poder a través de no vincularse sentimentalmente y a través del sexo y que, por tanto, nosotras hayamos adoptado el papel de querer tener hijos.

Así, si nosotras hemos asumido actualmente el papel deseante de hijos y familia y el hombre ostenta la posición de poder desde el desapego, no nos queda otra que aceptar la impotencia… O igualarnos al poder. Desde el sistema de consumo y el “empoderamiento”, se nos cuenta que también podemos optar a ese poder, que debemos llegar a ese desapego y todo gracias al consumo de cuerpos y de apegos o a la sexualidad acumulativa, como la llama Liv Strömquist. Yo me niego. Y reniego. Se vende el sexo acumulativo como la cúspide de la felicidad, como el estado jubiloso de la productividad, cuando no es más que un ego inflado. La distracción para no ver qué hay más allá.

Ya llevo demasiado tiempo viendo a gente “ser feliz” contando sus anécdotas sexuales y ser tremendamente desdichada si no tiene una, dos o tres parejas en el momento. La búsqueda de la aprobación y del valor personal a través del sexo. Totalmente inconsciente, totalmente capitalista. Para eso las apps están muy bien, para aumentar el capital sexual que tan bien visto está hoy en día, que tan deseado es. Pero ¿y para las demás? ¿Y para las que buscan una conexión real? ¿Y para las que no quieren que el capitalismo manche también sus relaciones? Qué cansado buscar un vínculo que no se encuentra, qué cansado lidiar con la contradicción, qué cansado rebuscar en esa sexualidad acumulativa en busca de la conexión real. Qué cansado el amor hoy en día, qué cansadas las putas apps.

App o no, qué mejor que interactuar desde el cariño, vincularnos desde el cuidado. Hacer uso de las apps, si decidimos usarlas, como una herramienta más, intentando no caer en las premisas que nos imponen, no dejar de responder, entender que ahí detrás hay una persona y que luego nos digan, como el mayor piropo de todos: “es que tú no juegas”. No, yo no juego. Ya me parece demasiado cruel y hostil todo, tan cínico, tan cosificante, como para jugar, simple y llanamente, con la necesidad de querer y que te quieran. Qué hay más humano que necesitar que te quieran.

El cuidado como la forma última de liberar al amor del capitalismo, para darle realmente la realidad y el sentido que tanto me gustaría, que fuera desde un prisma amable, de desearle realmente lo mejor a la otra persona, de respetar, de cuidar. Otra cita de Super-emocional, que ojalá fuera un mantra, que ojalá todos pudieran: “Amar no es optimizarse para el mercado sino entregarse a los demás. Amar no es rendir sino rendirse”.

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