Libertad, altruismo, dignidad, moralidad y otros enredos
Publicamos un adelanto de 'Sueños y vasijas. Análisis feministas en torno a la gestación por sustitución', de June Fernández, editado por consonni. En este primer capítulo, repasando discursos teóricos de distintas corrientes feministas y entrevista a dos profesoras de filosofía y militantes feministas vascas: Josebe Iturrioz y Tere Maldonado.
Portada de Sueños y vasijas, editado por consonni e ilustrado por Andrea Ganuza
¿Es la gestación por sustitución éticamente aceptable? ¿Lo es pagar a una agencia para que una mujer de otro país geste un bebé para mí? ¿Es éticamente más aceptable si lo hago sin intercambio económico y si la gestante es mi amiga o pariente? ¿Hemos de estar las mujeres dispuestas a hacer trabajo reproductivo gratis, para otra familia, en nombre del altruismo? ¿Pero qué es trabajo y qué explotación? ¿Qué es la maternidad? ¿Qué nos convierte en madres o padres?
No es casualidad: muchas de las feministas que se han movilizado en el Reino de España contra los llamados vientres de alquiler, son doctoras en Filosofía, como Amelia Valcárcel, Alicia Miyares o Victoria Camps. Las que vienen de otros campos del conocimiento también han dado una gran importancia a las implicaciones simbólicas, éticas y existenciales de esta práctica o negocio.
En el ámbito internacional, las pioneras en la crítica a la gestación por sustitución fueron las integrantes de la fundación FINRRAGE (acrónimo en inglés de la Red Internacional Feminista de Resistencia a la Ingeniería Reproductiva y Genética): ya en el año 1984 relacionaron las técnicas de reproducción asistida con el control patriarcal de las mujeres. Vieron en la entonces emergente gestación por sustitución una nueva forma de esclavitud, contraria a la salud y la dignidad de las mujeres, en tanto que nos reduce a meras vasijas.
De esta manera, cuestionaron la teoría tecnooptimista de la feminista radical Shulamith Firestone, quien confiaba en que los avances biotecnológicos en reproducción humana trajeran una revolución que neutralizase las diferencias sexuales, y liberasen de esta forma a las mujeres de la tiranía de la reproducción obligatoria.
Las académicas feministas españolas que lanzaron en 2016 el manifiesto «No somos vasijas» dieron continuidad al argumentario de FINRRAGE. Su discurso sigue condensando las claves de la posición mayoritaria en los feminismos también en Euskal Herria: los vientres de alquiler se basan en la cosificación de las mujeres y en la comercialización de las criaturas.
Otra corriente especialmente crítica con la industria de la reproducción asistida es el ecofeminismo, por considerar que inserta la creación de la vida en las lógicas capitalistas. En palabras de Alicia Puleo, hablar de alquiler de vientres «es referirse críticamente a una escisión entre una mujer como totalidad psicofísica y una parte de su cuerpo que entra en el mercado con un precio, como cualquier otro recurso». Por su parte, María Mieres explica que estas tecnologías «han intercedido en el proceso creativo humano espontáneo que es la fecundación, la gestación y el parto, para convertirlo en un acto artificial, enormemente medicalizado, que no tiene en cuenta los impactos sobre la salud de las mujeres».
Las abolicionistas de los vientres de alquiler recuperan las tesis de feministas de la diferencia como Luce Irigaray o Luisa Muraro: el patriarcado se basó en un «matricidio», es decir, en el asesinato simbólico de la madre. Eva nació de la costilla de Adán; Dionisio del muslo de Zeus, y Atenea de la cabeza del dios griego. Muchos pensadores de la Grecia clásica, incluido Aristóteles, sostuvieron la lógica androcéntrica de que el semen es el principio activo que genera vida, mientras que el cuerpo de la mujer se reduce al horno que cocina el embrión.
Estas autoras señalan que los cuerpos femeninos se han convertido en nuevos espacios de inversión para el capital y la ciencia, cuyo objetivo de fondo no es la función terapéutica, sino mantener su modelo de crecimiento y de progreso. Además, algunas ecofeministas también mencionan la explotación reproductiva tecnificada que sufren las hembras en la ganadería industrial.
Las abolicionistas de los vientres de alquiler recuperan las tesis de feministas de la diferencia como Luce Irigaray o Luisa Muraro: el patriarcado se basó en un «matricidio», es decir, en el asesinato simbólico de la madre. Eva nació de la costilla de Adán; Dionisio del muslo de Zeus, y Atenea de la cabeza del dios griego. Muchos pensadores de la Grecia clásica, incluido Aristóteles, sostuvieron la lógica androcéntrica de que el semen es el principio activo que genera vida, mientras que el cuerpo de la mujer se reduce al horno que cocina el embrión.
Según Patricia Merino Murga, referente del movimiento de maternidades feministas, en estos relatos subyace la pulsión primaria del patriarcado: apropiarse de la capacidad reproductiva de las mujeres. Observa la misma lógica en la gestación por sustitución, en la que (de cara a establecer la filiación de las criaturas) se concede más poder al espermatozoide que ha fecundado un óvulo en el laboratorio que a la mujer que ha gestado y parido a esa criatura: «No es casual el hecho de que, en general, las criaturas producto de madres de alquiler solo tengan filiación paterna al llegar a este mundo: son criaturas nacidas del padre. Los padres contratantes, cual Zeus postmodernos, son, al llegar al país de destino, los únicos creadores de su descendencia».
Por eso la psicóloga perinatal Ibone Olza reivindica el valor existencial de dar a luz: «Un cuerpo que se convierte en dos también necesita ser comprendido desde la filosofía», afirma en su ensayo Parir. Reivindica el parto como un rito de paso ancestral de las mujeres, que hacemos guiadas por la Madre Tierra y por nuestras ancestras. A medida que el bebé desciende por el canal de parto, la mujer se va convirtiendo en madre.
La socióloga queer Gracia Trujillo repasa las potencialidades políticas de la gestación por sustitución: desnaturalizar la maternidad, desestabilizar la familia y capitalizar los trabajos feminizados
En el otro extremo, las feministas con un discurso más favorable hacia la gestación por sustitución se ubican mayoritariamente en la teoría queer. La utopía que reivindica Sophie Lewis en Otra subrogación es posible. El feminismo contra la familia remite a los úteros artificiales de Firestone y al Manifiesto cíborg de Donna Haraway. En palabras de Lewis, «es urgente reevaluar a la subrogada gestacional comercial como una reproductora cyborg». Sin embargo, lejos de defender una industria capitalista, su propuesta se basa en controlar los medios de producción a través de cooperativas de trabajadoras gestantes (cita intentos de este tipo en India) al tiempo que promovemos una «comuna gestante» que permita liberar la reproducción tanto de «la alienante miseria del statu quo» como del «absolutismo dorado de la tecnología»: «Creemos las condiciones de posibilidad de una gestación de código abierto, plenamente colaborativa; seamos hospitalarias unas con otras, acabemos con las nociones del parentesco hereditario y multipliquemos solidaridades reales y amorosas; construyamos una comuna de cuidados basada en la camaradería, un mundo basado en la amistad y la amabilidad más que en el parentesco. Por lo que respecta al embarazo, dejemos que todos los embarazos sean para todo el mundo. En resumen, acabemos con “la familia”».
La socióloga queer Gracia Trujillo repasó en el congreso de Bilbao las potencialidades políticas de la gestación por sustitución:
– Desnaturalizar la maternidad: se puede ser madre sin parir, y parir sin que eso te convierta en madre. Por tanto, la maternidad no se fundamenta sobre la contribución biológica o física, sino sobre el deseo. Trujillo cita a autoras como Orna Donath y Eleonora Lamm, que cuestionan el instinto maternal y afirman que este es una invención occidental para fortalecer la fundación de la familia nuclear.
– Desestabilizar la familia: la socióloga critica que en países como Portugal o Ucrania solo los matrimonios heterosexuales puedan acceder a procesos de gestación por sustitución. Sin embargo, subraya que esta práctica sí que tiene potencial para ampliar los marcos de crianza. Defiende las comunidades reproductivas que propuso Paul B. Preciado en su Manifiesto contrasexual (como también Sophie Lewis), en las que la crianza se basa más en relaciones colaborativas que en vínculos biológicos.
– Capitalizar los trabajos feminizados: según la socióloga, las trabajadoras sexuales y las gestantes «ponen en jaque al patriarcado y pueden revertir los ejes de dominación», porque cobran por aquellos trabajos que históricamente las mujeres hemos tenido que hacer gratis, como tantos otros relacionados con la crianza, el hogar y los cuidados.
En el otro extremo, no es casualidad que varias de las impulsoras del manifiesto «No somos vasijas» sean las mismas feministas académicas que han arremetido contra la Ley Trans. Tanto ellas como las jóvenes tránsfobas militantes de movimientos autodefinidos como feministas radicales promueven un pack ideológico a favor de la abolición de la prostitución, los vientres de alquiler y el género, como si fueran caras de la misma moneda.
Tirando del hilo del lema «Contra el borrado de las mujeres» que emplean para oponerse a la autodeterminación de género, identifican en el alquiler de vientres el borrado social, cultural y jurídico de las madres. También en el lenguaje: llaman la atención sobre el uso del término «gestante», más neutro en cuanto al género que «madre».
Una de las defensoras de esta tesis es la filósofa María José Binetti, autora del artículo «Extractivismo reproductivo en tiempos de ideología queer», publicado en el monográfico sobre gestación por sustitución de la revista feminista Atlánticas. Desde su punto de vista, es la «ingeniería simbólica del patriarcado queer neoliberal» la que ha permitido «normalizar el extractivismo reproductivo de los empobrecidos pero fértiles úteros globales».
Esta filósofa sostiene que la teoría de la performatividad de Judith Butler es el soporte ideológico de la gestación por sustitución, ya que permite afirmar que lo que constituye a una persona como madre o padre no son los actos de concebir, gestar o parir, sino su subjetividad. Binetti también critica la utopía de Preciado en la que las personas compartirían fluidos y células reproductivas mediante acuerdos libres y consentidos. Ante esos discursos, concluye en Atlánticas: «A diferencia del patriarcado tradicional, sostenido por la ideología dualista de un Falo trascendente, ordenador y legislador de todas las cosas, el neopatriarcado contemporáneo se sostiene por fragmentación socioconstructivista y diseminación identitaria».
Sin embargo, Binetti omite las partes del discurso de Preciado y Lewis que chocan con el activismo de las familias por gestación subrogada: las propuestas queer llaman a renunciar a todo derecho de propiedad sobre las criaturas nacidas mediante nuestras prácticas reproductivas.
En todo caso, a nosotras no nos convencen los packs ideológicos. Por ello, contamos en este capítulo con dos profesoras de filosofía y militantes feministas que rompen las lógicas de esos bloques: la activista queer Josebe Iturrioz ‘Itu’ (una de las fundadoras del colectivo transfeminista Medeak) y Tere Maldonado, seguidora del feminismo ilustrado e integrante de FeministAlde.
Trabajo sexual y reproductivo en el capitalismo
Hemos dicho que son las abolicionistas de la prostitución quienes se han movilizado contra los vientres de alquiler, con argumentos similares. Ese nexo no es nuevo: en 1983, la feminista radical Andrea Dworkin empleó la expresión «burdeles reproductivos» para significarse contra estos mercados. En la misma línea, Carole Pateman publicó en 1988 el ensayo El contrato sexual, en el que argumentaba que estos dos negocios se basan en «el patriarcado de consentimiento», es decir, en una estrategia liberal que legitima las relaciones de subordinación a través del contrato.
En el otro extremo, Gracia Trujillo también fundamenta su discurso sobre la gestación por sustitución en la analogía con el trabajo sexual. En Un diálogo sobre gestación subrogada, el libro que recoge su diálogo con la escritora Lola Robles, argumenta lo siguiente: «Igual que las trabajadoras sexuales defienden que no están alquilando su cuerpo, sino que lo que hacen es ofrecer y vender servicios, aquí, estemos de acuerdo o no, nos guste más o menos, las gestantes lo que están es poniendo su capacidad reproductiva al servicio de otras personas, sea por motivos altruistas o económicos». Por tanto, considera que en ambos fenómenos cabe defender la autonomía corporal de las mujeres y reconocer el trabajo que hacen. También critica el paternalismo de las posturas abolicionistas: «Se repite en ambos casos el hablar en nombre de ellas, el no escucharlas, saber lo que está bien siempre mejor que ellas».
Sin embargo, la escritora Layla Martínez destaca en su ensayo Gestación subrogada. Capitalismo y poder un salto fundamental: a diferencia de las relaciones sexuales, la gestación ocurre dentro del cuerpo de manera ininterrumpida: «Esto hace que nos preguntemos si lo que adquiere la persona que encarga la gestación no es tanto la fuerza de trabajo como el derecho a utilizar y controlar un cuerpo durante un periodo de tiempo». En ese sentido, recuerda la clave que propuso el filósofo Giorgio Agamben para diferenciar al sujeto trabajador del sujeto esclavo: «El cuerpo de los esclavos está siempre a disposición de la voluntad del amo».
Tere opina que lo problemático no es la gestación por sustitución, sino la mercantilización de la reproducción que promueve el capitalismo biotecnológico. En cambio, Itu no cree que la gestación por sustitución sea una práctica más dentro del capitalismo, sino un negocio estratégico y nuclear dentro del mismo.
Josebe Iturrioz apoya los movimientos de trabajadoras sexuales y defiende la autodeterminación de género. Sin embargo, ya en 2017 argumentó en Radio Euskadi y en el blog de Medeak que le parece más acertado comparar la gestación por sustitución con el comercio de órganos, porque en ambos casos resulta imprescindible limitar el «ansia capitalista». Aunque reconoció la libertad de gestar para otras personas, se preguntó por qué no es aceptable vender un riñón y sí un embrión. Más aún, señaló que a las gestantes no se les reconoce el derecho a arrepentirse en el último momento que sí que tienen quienes donan órganos.
Tere Maldonado contestó a Itu entonces a través de un artículo en Pikara Magazine: «¿Por qué lo que nos parece bien aquí (vender servicios sexuales) resulta que no está bien ahí (vender servicios gestantes)? ¿Dónde está, cuál es la gran diferencia?». Seis años después, entrevistada para LISIPE, Tere sigue sosteniendo la necesidad de «coherencia discursiva».
En cambio, Itu responde señalando una diferencia fundamental: en la gestación por sustitución, el sujeto protagonista no es la mujer, sino el bebé: «La persona con útero ya está expropiada en el sistema capitalista, ya sea en el marco de la prostitución, de la familia nuclear o de la gestación subrogada. Pero en este último, lo que está en juego son las criaturas que se ponen a la venta y la propia continuidad de nuestra especie». A la activista queer le parece interesante la analogía con el trabajo de hogar y de cuidados en régimen de interna que propone la socióloga Sara Lafuente Funes: «Me parece fundamental denunciar esas cadenas globales de cuidados y reproducción, así como denunciar esas categorías de esclavitud».
Hablemos pues de capitalismo. Tere opina que lo problemático no es la gestación por sustitución, sino la mercantilización de la reproducción que promueve el capitalismo biotecnológico: «Vivimos en una sociedad de mercado sin límites, y eso lo pudre todo. Todas las prácticas sociales se dan en este marco globalizado, donde se va a materializar todo aquello que sea tecnológicamente factible».
En cambio, Itu no cree que la gestación por sustitución (en su versión actual, tecnificada y globalizada) sea una práctica más dentro del capitalismo, sino un negocio estratégico y nuclear del mismo. En ese sentido, recuerda que la filósofa Eulalia Pérez Sendeño ya alertó en los años ochenta de que las tecnologías de reproducción asistida tenían tasas de éxito tan bajas que el auténtico negocio se basaría en la transferencia de las capacidades reproductivas.
«La ciencia no es aséptica: tiene relevancia política dónde pone su mirada, qué investiga y qué no, en qué líneas del conocimiento invierte y en cuáles no. El sistema del conocimiento y, en concreto, las investigaciones experimentales, crean realidad y la legitiman. Eso no se puede disociar del sistema capitalista. Mientras no se investiga apenas sobre la realidad trans, la gestación subrogada se presenta como un nicho epistemológico clave». ¿Por qué? Según la transfeminista, porque refuerza el afán eugenésico de la familia nuclear heteronormativa en el capitalismo patriarcal.
Añade también que la estrategia para legitimar socialmente estas prácticas de reproducción ha sido revestirlas de avances del conocimiento científico-tecnológico. Ante ello, esta profesora de Filosofía concluye: «No podemos sostener éticamente que el sistema capitalista produzca la propia vida de una forma fordista. No es solo un dilema ético, también es un conflicto político, social y epistemológico. El debate tiene también un componente metafísico, porque determina nuestra existencia; transforma a la propia humanidad. Deberíamos preguntarnos en qué condiciones queremos parir nuestra especie».
Voluntad y altruismo
El argumento estrella de quienes abogan por legalizar la gestación por sustitución en España es que gestar para otras personas se enmarca en los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres. Yarnelis M. Malfrán, feminista cubana-brasileña, doctora en Humanidades, defendió en el congreso de Bilbao el potencial emancipador de protagonizar proyectos basados en la autonomía reproductiva. En su opinión, son las abolicionistas quienes han azuzado el «pánico moral» ante estas prácticas, hablando de «venta de bebés» o de «explotación de las mujeres».
Trujillo recuerda que «“Mi cuerpo es mío” es uno de los gritos de la batalla histórica por la autonomía de nuestros cuerpos, nuestras vidas, que queremos libres de violencias y de injerencias eclesiásticas y estatales, es una pelea por nuestra libertad». Y pregunta: «Entonces, ¿cómo hacemos desde los feminismos para estar defendiendo esto y, al mismo tiempo, estar diciendo a estas mujeres que quieren gestar por motivos altruistas o económicos que no lo hagan, que son siempre víctimas, que no son soberanas sobre su propio cuerpo, que no están eligiendo ellas?».
Tere coincide con esa argumentación: «No podemos negar en un tema los principios discursivos que defendemos en otro». Aunque su análisis sobre el papel de la prostitución y de la gestación subrogada en el capitalismo patriarcal es crítico, discrepa con arremeter contra las estrategias de supervivencia para las mujeres: «¿Cómo vamos a decir a una mujer que puede vender servicios sexuales pero no puede alquilar su vientre?». Desde su punto de vista, la alternativa para desenredar esa contradicción sería abandonar en todo caso la lógica neoliberal de considerar el cuerpo como una propiedad privada.
Cabe matizar que la mayoría de las gestantes a las que recurren las familias de intención españolas viven en países cuya legislación establece una serie de condiciones para garantizar el consentimiento informado: entre ellas, no tener necesidades económicas graves y haber gestado y parido anteriormente. Sin embargo, Layla Martínez cuestiona el discurso del libre consentimiento: «Se basa en una visión profundamente neoliberal de la libertad, en la ficción de que la sociedad es igualitaria y no está atravesada por ejes de poder y dominación».
Sara Lafuente Funes ve en la estrategia del altruismo una forma de disciplina de género
Desde su punto de vista, existe una clara asimetría entre las gestantes y los padres y madres de intención: las primeras firman los contratos para cubrir sus necesidades y las segundas para materializar sus deseos. Además, critica que, según esa ideología neoliberal, «la libertad ya no es algo que se construye colectivamente, sino una capacidad individual para actuar en el mercado».
Los sectores que reclaman la legalización también relacionan esta reivindicación con el derecho al aborto; de hecho, emplean la consigna «Nosotras parimos, nosotras decidimos». Lola Robles subraya en el diálogo con Trujillo una clara diferencia: «En el derecho al aborto, la mujer decide sobre su propio cuerpo, sobre un embrión que forma parte de su propio cuerpo. Pero hete aquí que en la gestación subrogada ese embrión no es suyo, es propiedad jurídica de otra/s persona/s». En ese sentido, hace referencia a que las cláusulas de los contratos de gestación por sustitución limitan la capacidad de decisión de las gestantes.
Una estrategia para legitimar el patriarcado del consentimiento es el argumento del altruismo: es decir, que la motivación principal de las gestantes no es la económica, sino la realización emocional, ética o espiritual que les aporta esta práctica. De la misma forma que ocurre en España con la donación de óvulos, en muchos países se presenta el pago a las gestantes como una «compensación» para agradecer el tiempo y las molestias que ocasiona esta participación altruista. De esta manera, el altruismo se convierte en un eufemismo que abarata el proceso y precariza a las mujeres que ponen el cuerpo. En los países con un modelo totalmente altruista, las gestantes participan de estos procesos como una forma de activismo.
Según el manifiesto «No somos vasijas», «la recurrencia argumentativa al “altruismo y generosidad” de las mujeres gestantes, para validar la regularización de los vientres de alquiler, refuerza la arraigada definición patriarcal de las mujeres como “seres para otros” cuyo horizonte vital es el “servicio dándose a los otros”». Añade el texto colectivo: «La supuesta “generosidad”, “altruismo” y “consentimiento” de unas pocas solo sirve de parapeto argumentativo para esconder el tráfico de úteros y la compra de bebés estandarizados según precio».
Sara Lafuente Funes ve en la estrategia del altruismo una forma de disciplina de género. Menciona la expresión «trabajadora-madre» que emplea la investigadora india Amrita Pande para describir la exigencia hacia las gestantes, que tendrán que potenciar o reprimir su implicación emocional para ajustarse a las expectativas de los clientes y de la industria: «Por un lado, se debe mostrar una actitud maternal, de atención y de cuidado hacia la criatura que se está gestando, pero al mismo tiempo esta vinculación ha de ser medida y ajustada a un rol concreto: el rol que terminará en el momento de dar a luz».
Itu y Tere coinciden en criticar el marco del altruismo. A la integrante de FeministAlde le parece muy cuestionable fundamentar la legitimidad de esta práctica en la ausencia o limitación del pago: «¿Qué problema tenemos con el dinero?». La activista queer, por su parte, tacha de «pura hipocresía» la retórica del altruismo y señala que su función es convertir esta práctica en más accesible económicamente, a costa de limitar la capacidad de negociación de las personas gestantes: «Si entramos en la lógica capitalista, si puedo vender bebés, quiero fijar yo el precio».
En el congreso de Bilbao se debatió largo y tendido sobre los marcos altruistas. Por una parte, varios participantes reconocieron la eficacia de esa estrategia, es decir, que la ciudadanía española tendrá menos resistencias en normalizar esta práctica si se limita el factor de la mercantilización. Sin embargo, consideraron injusto que, entre todos los actores involucrados, sean precisamente las gestantes las que renuncien a cobrar por su trabajo, siendo el más intenso y peligroso de la cadena.
La antropóloga Ariadna Ayala expuso las conclusiones extraídas de sus entrevistas a gestantes estadounidenses. Explicó que, aunque en California esté afianzada la modalidad comercial, a las mujeres interesadas en gestar para otras familias también se les impone la retórica del altruismo. De hecho, las agencias no seleccionarán a aquellas candidatas que expresen en la entrevista inicial que su principal motivación es tener una fuente de ingresos.
No obstante, Ayala destacó que las gestantes entrevistadas (si bien reconocían tener motivaciones económicas como ahorrar para los gastos universitarios de sus hijes o emprender un negocio) reivindican los beneficios emocionales y sociales que les reportan estas experiencias, mediante afirmaciones como «ha sido gratificante», «me ha hecho sentir bien» o «me he sentido capaz». La ponente concluyó lo siguiente: «Genera orgullo, disfrute, validación positiva, autorreconocimiento y nuevas relaciones. Sus hijos e hijas les dicen “eres alucinante, el día de mañana quiero ser como tú”».
Juicios morales
Los modelos altruistas suelen recibir respuestas escépticas: ¿cómo va a estar alguien dispuesta a pasar por tres in vitros, un embarazo, un parto y un puerperio, por el ingenuo motivo de ayudar gratis a unas personas desconocidas? ¿Quién va a estar, además, feliz con la idea de entregar a esas personas el bebé que ha gestado durante nueve meses en su vientre? Esas voces contemplan dos explicaciones: la coacción y la alienación.
La investigadora israelí Elly Teman lleva décadas analizando los estudios psicológicos que se realizan sobre las gestantes de ese estado (genocida), encaminados a identificar posibles rasgos patológicos para entender por qué no desarrollan apego hacia los bebés que entregan a otra familia. Además de las hipótesis patologizadoras, la otra teoría suele ser que deben tener «razones de mucho peso» para acceder a tal acuerdo, como podrían ser las penurias económicas.
Anna María Morero Beltrán expone en su tesis doctoral sobre gestación subrogada que, mientras que la infertilidad despierta una gran empatía social, las mujeres dispuestas a ceder su capacidad reproductiva resultan sospechosas para la sociedad: «En los procesos de gestación subrogada son las mujeres gestantes quienes deben justificar su deseo de participar en él».
¿Cómo se transforma entonces el estigma de la mala madre? Pues bien, construyendo discursos que encajen en el modelo de feminidad tradicional: las gestantes se convierten en «ángeles» capaces de hacer tales sacrificios para ayudar a cumplir los sueños de otras personas. «Son altruistas porque los marcos morales en los que se construyen sus narrativas lo imponen», sentenció Ayala en Bilbao. En todo caso, frente a la falsa dicotomía de monstruos o ángeles, esta antropóloga presentó a las gestantes como mujeres fuertes y empoderadas: «Estamos ante mujeres felices, que tienen apetencias, que se consideran fuertes. Mujeres que tuvieron hijos jóvenes, sin problemas en los embarazos, que valoran su vida familiar y les gusta ser madres. ¿Cómo vamos a denostarlas? ¿Cómo vamos a construirlas desde posiciones de vulnerabilidad estructural? ¿Cómo no vamos a creerlas cuando hablan de sus experiencias positivas?».
Decíamos que la sociedad es más comprensiva con las familias de intención, porque se da tal peso al deseo de maternidad o paternidad, que se entiende que alguien recurra a estas prácticas con tal de lograr ese objetivo. Sin embargo, el feminismo abolicionista ha construido un discurso más implacable, que las caricaturiza como personas narcisistas que compran bebés en un mercado de explotación de mujeres. Encontramos aquí otro paralelismo con la prostitución: la reprobación moral hacia los clientes.
Itu no está de acuerdo con criminalizar a las familias de intención: «No creen que hayan hecho nada malo. Han recurrido a una solución que les ofrece la ciencia, y además lo han hecho con el objetivo de parir una familia».
Itu no está de acuerdo con criminalizar a las familias de intención: «Son personas que tenemos muy cerca, que no creen que hayan hecho nada malo. Han recurrido a una solución que les ofrece la ciencia, han hecho un proceso limpio, basado en la ritualización del conocimiento científico, y además lo han hecho con el objetivo de parir una familia».
Por ello, la activista transfeminista aboga por sustituir las interpelaciones directas a esos padres y madres por un cuestionamiento radical de la familia como institución heteropatriarcal: «Preciado explica que la familia heterosexual es, en sí misma, un sistema de reproducción asistida, porque no funciona de forma tan natural como se presupone. ¡Muchas personas empiezan los procesos reproductivos a los 40 años! Mientras no promovamos cambios de raíz, las familias seguirán recurriendo a soluciones privatizadas para resolver problemas sociales».
Tere aporta que en los debates éticos y políticos se recurre mucho a tachar de inmoral al otro o a la otra, y a sostener esa valoración sobre ejercicios de caricaturización: «Si escucho la palabra putero, se me vendrá a la cabeza un tipo que no me cae nada bien, pero los hombres que compran servicios sexuales no encajan necesariamente en ese arquetipo». Le pasa lo mismo en el caso de la gestación por sustitución: «Es fácil juzgar a un Miguel Bosé, y es verdad que fueron las familias adineradas las que promovieron esta práctica. Pero luego escucho a un tipo majo, que cuida bien a su criatura, que también ha respetado a la gestante, que reconoce las contradicciones del tema… Y le ves muy humano. ¿Qué deberían hacer las personas que tienen la voluntad de ser madres o padres y se plantean esta opción? ¿Esperar a que se resuelva el debate moral?».
La integrante de FeministAlde conoce a personas cercanas que han llevado a cabo procesos de gestación por sustitución de una forma responsable y concluye que el debate social no debería vertebrarse sobre la moralidad. Claro que, reconoce, la ética y la política no se pueden disociar. Y aquí aparece otro nudo:
Deseos individuales versus consensos sociales
Si estás en contra del aborto, no abortes.
Si estás en contra de la eutanasia, no recurras a ella.
Si estás en contra del matrimonio homosexual, no te cases con alguien de tu mismo género.
Pero no ataques mis derechos, no me impongas tu marco moral.
Es habitual escuchar este tipo de argumentaciones como respuestas a los sectores conservadores. Pero, entonces, ¿qué pasa cuando las madres y padres de intención defienden esa premisa, aplicada a la gestación por sustitución? «Si no os gusta, no lo hagáis, pero dejad en paz a nuestras familias».
«Entre las cosas que pueda hacer mi vecina y que tengan implicaciones morales, ¿cuáles son privadas y cuáles afectan al bien común? ¿Qué podemos exigirnos mutuamente?»
Dicho de otra manera, entre las prácticas que generan controversia moral, ¿cuáles tiene que garantizar el Estado y cuáles debe prohibir? Tere opina que el quid de la cuestión está en cómo se establece ese perímetro: «Entre las cosas que pueda hacer mi vecina y que tengan implicaciones morales, ¿cuáles son privadas y cuáles afectan al bien común? ¿Qué podemos exigirnos mutuamente? Tenemos que aceptar el convivir con prácticas que nos desagradan, pero la ley tiene que ser la misma para todas las personas. Debemos reconocer que el capitalismo y el patriarcado ha cosificado históricamente a las mujeres, pero en Occidente habitamos un suelo liberal, en el que todo lo que sea tecnológicamente posible se va a materializar, si no lo prohibimos. Y, al mismo tiempo, sabemos que ilegalizar algo tampoco implica su erradicación. Para que las prohibiciones tengan un mínimo de éxito, tienen que estar respaldadas por un consenso social mínimo».
Tere tampoco comparte la posición abolicionista que niega la condición de trabajo a las actividades relacionadas con la sexualidad y la reproducción, por ser contrarias a la dignidad humana: «Hay infinidad de trabajos deleznables, y siguen siendo trabajos. Ya lo dice la maldición del Antiguo Testamento: “ganarás el pan con el sudor de tu frente”».
Sin embargo, coincide con Itu en la necesidad de defender el consenso social de mantener la donación de sangre y de órganos libre de la mercantilización, más aún ahora que políticos ultraliberales como el presidente de Argentina, Javier Milei, se atreven a cuestionarlo: «Si la sangre entrase en el mercado y se convirtiera en un bien para quien pueda pagarla, eso demostraría que vivimos en una sociedad desastrosa. Pero ¿deberíamos aplicar ese principio a todo material genético? ¿Y también a la transferencia de la capacidad reproductiva?».
La integrante de FeministAlde no encuentra una respuesta clara, más aún desde la perspectiva de la efectividad política: «Que estemos en contra de una práctica no implica necesariamente que creamos en su prohibición. ¿Lo mejor sería erradicar la gestación por sustitución? Probablemente. Pero, mientras tanto, ¿conviene mejorar las condiciones de las mujeres? ¿Revolución o reforma? Yo quiero una revolución que termine con el capitalismo, pero no creo tampoco que las reformas sean incompatibles con los cambios radicales; son males menores y pasos que nos puedan acercar a esa meta de poner fin a la ultramercantilización generalizada, incluida la de los cuerpos». Intuye también que probablemente la mejor solución no esté en un extremo (legalizar o penalizar), sino en los matices: «Habrá que ver qué fórmulas pueden minimizar los daños, teniendo en cuenta lo difícil que es sostener las prohibiciones en un contexto de capitalismo salvaje; mira lo que ocurre con las drogas».
Un elemento de ese capitalismo salvaje es que el mercado ofrece a las personas respuestas para satisfacer todos sus deseos. En ese sentido, Morero recoge en su tesis doctoral la siguiente cita de les sociólogues Elisabeth Beck-Gernsheim y Ulrich Beck: «Una especie de filosofía universal se ha apoderado de las personas, instándolas a hacer lo suyo, y su influencia va tan lejos como su capacidad para mover el cielo y la tierra con el objetivo de mezclar sus esperanzas con la realidad que les rodea».
El asunto es el siguiente: ¿dónde está el límite entre deseos y derechos? Tere responde mediante una idea que aprendió de Simone Weil: «El lenguaje de los derechos es el lenguaje de la guerra. Es decir, cuando pongo encima de la mesa que tengo derecho a algo, estoy exigiendo como ciudadana que se me garantice la posibilidad de cumplirlo». Por ello, la integrante de FeministAlde es partidaria de hacer interpretaciones restrictivas del concepto de «derecho». Por ejemplo, formar una familia podría ser un derecho, pero eso no implica garantizar que la vía sea la reproducción biológica. En todo caso, concluye que la prioridad debería ser limitar la voracidad del capitalismo: «Mientras tanto, las feministas seguiremos moralizando los debates, y el resto de las mujeres seguirán haciendo lo que quieren, o lo que pueden».
Itu se muestra optimista sobre la posibilidad de alcanzar consensos en este debate intrafeminista, pero echa en falta abordarlo con la seriedad y profundidad que merece, para ir deshaciendo todos los nudos. En ese camino, subraya que la polarización del debate nunca es de ayuda: «Por favor, ¡no repliquemos el nivel de violencia al que hemos asistido con la prostitución o los derechos trans!».