Fue lesbicidio. Seis meses de la masacre de Barracas
A Justo Fernando Barrientos no lo violentó el desamparo del Estado contra jubilados como él. En cambio, que unas lesbianas pobres se sostuvieran entre sí lo llenó de odio. Cumplió el sueño de exterminio que propone la ultraderecha en Argentina, también a escala global. El fuego que mató a tres y dañó a una extiende sus llamaradas mucho más allá de nuestra geografía.
Foto del entierro de las tres lesbianas asesinadas en Barracas./ Jose Nico
El hombre sale del hotel en pantuflas y camiseta de fútbol. Su pose de dueño lo envalentona. Grita, más bien amenaza: “Les voy a pedir por favor que no pinten las paredes, que no le arruinen las casas a los vecinos”. Se llama Miguel, es conocido por el grupo de activistas a quienes se dirige porque es el tipo que pateó los carteles y las velas que se encendieron como expresión urgente de duelo colectivo al día siguiente de que Justo Fernando Barrientos arrojara una cantidad suficiente de combustible sobre cuatro lesbianas que vivían juntas, para quemarlas hasta la muerte. El ataque fue letal y eficiente. Solo una sobrevivió.
“Ellas eran… ¿Cómo se dice? Lésbicas, ah, lesbianas”, dijo el 7 de mayo pasado a la mañana una vecina en la pantalla de Crónica, un canal de televisión que difunde hechos policiales con buenas dosis de morbo. Esa fue la alarma, la señora no encontraba la palabra, se la dictó otro habitante del hotel. Pero ahí estaba, lesbianas, como si fuera razón para la masacre que se había perpetrado. Pamela Cobbas ya estaba muerta, Roxana Figueroa dejaría de respirar unas horas después, Andrea Amarante viviría siete días más con el 75 por ciento del cuerpo quemado. Sofía Castro Riglos estaba internada, sus heridas no comprometían la vida, al menos no la biológica.
En la puerta del Hotel Canarias se va a colocar una placa que marca el lugar del triple lesbicidio. Es un acuerdo entre la asamblea espontánea de identidades lésbicas que se organizó apenas conocido el hecho y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires
El dolor aquel día fue una corriente desmadrada, ríos subterráneos de rabia y pena que arrastraban la memoria de otras agresiones, la propia historia de miles de lesbianas a lo largo y ancho del país, de otras personas LGTBIQ+ que ya veníamos sintiendo una escalada de violencia en las calles desde que la ultra derecha se había instalado en el poder en diciembre de 2023. Pero ahora la crueldad se había ido de escala. Y sin embargo, todavía quedaba lugar para que el tipo que ahora se preocupa por las paredes echara a la calle los signos del duelo, los rituales espontáneos, las palabras que nos damos: fue lesbicidio.
Pasaron ya seis meses, la causa penal está fría y pronto llegará a los tribunales el receso de verano en este sur. En la puerta del Hotel Canarias; una casona antigua y precaria, 20 habitaciones con baños y cocinas compartidas en tres pisos; se va a colocar una placa que marca el lugar de la Masacre, del triple lesbicidio. Es un acuerdo entre la asamblea espontánea de identidades lésbicas que se organizó apenas conocido el hecho y la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires. Es un acto oficial, Miguel va a tener que callarse. Ornella Infante, una militante política travesti, sostiene en alto un cartel frente a su cara: “La heteronorma mata”. Otros carteles impresos se mantienen en alto contra la luz oblicua del atardecer.
Sofía, las manos enguantadas para proteger las cicatrices de las quemaduras que sufrió en ese mismo hotel, sostiene uno que dice: “Justicia es que no vuelva a pasar”. Cuando se acerque a quitar el manto negro que cubre la placa va a llorar por primera vez en el día, va a acariciar los nombres amados como si se pudiera llegar a esa pequeña comunidad de sostén cotidiano deshecha por el odio, por la lesbofobia. Quienes estamos ahí no sabemos si aplaudir, como piden los actos oficiales, o aullar de bronca.
Los nombres de las asesinadas se dicen de a uno, todes gritamos presente. Como cuando nombramos a les desaparecides en la última dictadura militar. Como cuando se nombra a Pepa Gaitán, asesinada por lesbiana en 2010, un día que ahora en Argentina es el Día de la Visibilidad Lésbica. Presentes en la memoria y en las luchas, porque aún en este tiempo de ultraderecha violenta y recargada en el poder, contra la crueldad organizada como sistema de gobierno, existimos y resistimos.
No es libertad, es odio
Javier Milei, el presidente de Argentina desde el 10 de diciembre de 2023, se presentó al mundo en enero de este año en el Foro Económico Mundial de Davos. Su discurso pasó por todos los lugares que visitan las ultraderechas globales: manifestó su nostalgia por un pasado brillante que nunca existió como tal —él mismo lo sitúa antes del siglo XX, con el inicio del capitalismo—, llamó a quienes concentran la riqueza de manera extrema en desmedro de la mayoría de la población global como “benefactores mundiales”, negó el cambio climático y expuso su chivo expiatorio: “El feminismo y la agenda woke”. A los feminismos los planteó como una fuente de generación “de burócratas que le roban plata al Estado y quieren terminar con la humanidad a través de la agenda sangrienta del aborto”.
Elon Musk, el mil millonario dueño, entre otras cosas, de la red X, festejó su exposición con un posteo en que se veía a un hombre que apoyaba su computadora, con la cara de Milei hablando en Davos en la pantalla, sobre un cuerpo femenino sentado a la altura de sus genitales. “So hot rn”, fue el texto que acompañó la imagen. El presidente Milei se sintió validado, empoderado en su megalomanía que no ha dejado de exhibir en este casi primer año de gobierno y le hace creer que es el presidente más importante del mundo porque dio orden de que Argentina se aparte de la Agenda 2030, le advirtió a occidente de que la justicia social es una “aberración” y fue capaz de hacer crecer la pobreza un 11 por ciento en un solo cuatrimestre sin perder apoyo popular. Además, porque es amigo de Elon Musk.
Este ataque de suma crueldad es motivo de burla entre las granjas de trols libertarios que llegan a decir “cuatro tortas quemadas, algo totalmente normal en cualquier panadería”
Desde entonces, la violencia verbal del presidente Milei no dejó de escalar. Su forma de anunciar sus supuestos logros económicos es decir que le dejó a sus adversarios “el culo rojo como un mandril”. Hace gestos masturbatorios en sus discursos queriendo demostrar potencia. Se jacta, en definitiva, de habitar una masculinidad violenta, homofóbica, lesbofóbica, bifóbica, transfóbica.
Justo Fernando Barrientos, el perpetrador de la Masacre de Barracas, del triple lesbicidio, actuó solo, con alevosía y ensañamiento, tanto que cuando una de ellas quiso escapar del fuego asesino la golpeó y volvió a tirarla a las llamas; pero estaba habilitado por discursos sociales festejados desde el máximo poder en Argentina. ¿Por qué no matar a esos “engendros” —como dicen sus vecinos que llamaba a Pamela, Roxana, Andrea y Sofía— si están robando dinero al Estado con sus demandas de ayuda, con las políticas públicas que debieron haberlas protegido?
Dos días antes del ataque, Nicolás Márquez, biógrafo oficial del presidente, en una larga entrevista en una de las radios más escuchadas en Buenos Aires dijo que las personas de la comunidad LGTBQA+ son “autodestructivas, insanas, desordenadas y peligrosas para la sociedad”. Márquez, junto a Agustín Laje, autores de El libro negro de la nueva izquierda, son habituales asistentes de las cumbres de extrema derecha donde conviven con Santiago Abascal, José Antonio Katz (líder de la ultraderecha chilena), Jair Bolsonaro o Georgia Meloni. Y son ideólogos fundamentales de la “batalla cultural” que se libra contra las disidencias sexuales, los feminismos y transfeminismos, contra las políticas de derechos humanos. Frente a las quejas por los dichos de Márquez, Milei tuiteó: “La verdad es la verdad, ahora si vos odias el problema es tuyo”.
La negación de la misma existencia lesbiana tampoco es nueva, pero nunca fue política de Estado como ahora. Por eso la comunidad de lesbianas y lesbianes se organizó rápido, se pusieron en común las lágrimas entre más de 800 activistas de todo el país
La lesbofobia no es nueva, lo sabemos en el cuerpo quienes encarnamos esta identidad como una declaración política contra el orden heterosexista disciplinador y asesino de nuestras formas de vida. Pero la escalada que propone el Gobierno libertario en Argentina no conoce límites. La eliminación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades, el cierre de las líneas de ayuda contra la violencia patriarcal, el cierre del Instituto contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo; la negación explícita de las estructuras que amparan la violencia contra las mujeres y las disidencias sexuales, se completa con un sistema de comunicación montado por el Gobierno en redes sociales que festeja cada pérdida de derechos. Incluso este ataque de suma crueldad es motivo de burla entre las granjas de trols libertarios que llegan a decir “cuatro tortas quemadas, algo totalmente normal en cualquier panadería”.
Cuando al vocero presidencial, Manuel Adorni, se le preguntó si tenía alguna reflexión o mensaje en relación al lesbicidio múltiple ejecutado en el barrio de Barracas, dijo que no iba “a centrarlo en ninguna identidad, todos los días ocurren violencias, es un hecho como otros”. Después se manifestó en X: “La palabra lesbicidio no existe”. Hasta la Real Academia Española lo desmintió en la misma red, pero la posición del Gobierno quedó expresada: eran muertes menores, problemas entre pobres, cosas de todos los días.
La negación de la misma existencia lesbiana tampoco es nueva, pero nunca fue política de Estado como ahora. Por eso la comunidad de lesbianas y lesbianes se organizó rápido, se pusieron en común las lágrimas entre más de 800 activistas de todo el país y se empezaron a organizar acciones. “No es libertad, es odio”, se gritó en la Feria del Libro de Buenos Aires, uno de los eventos culturales más grandes de nuestro país, una semana después del ataque lesbofóbico. Fue en respuesta a la presentación de la biografía del presidente, firmada por Nicolás Márquez. Se convirtió en consigna. Igual que la insistencia en sentenciar desde la calle: fue lesbicidio.
Vidas precarias
El 6 de noviembre, Sofía fue al cementerio de Chacarita, como cada día 6 desde que recibió el alta. Junto con las organizaciones y personas que se dispusieron para su acompañamiento desde que salió del Hospital del Quemado, ordenó la tierra que cubre las tumbas de sus amigas y de su pareja. La extraña mucho, dice. A veces no puede siquiera pronunciar su nombre sin quebrarse. Su piel apenas resiste el sol después de las heridas, se cubre con mangas largas, anteojos y un paraguas de la luminosidad de la primavera. Sembró plantas aromáticas sobre la tierra ácida de las sepulturas. Se quedó en silencio frente a la cruz de madera que tiene el nombre de Andrea Amarante. En sus relatos, Andrea es la superheroína que la salvó de la violencia que sufrió en los años que vivió en situación de calle desde que en 2016 perdió su vivienda.
Sofía, la única superviviente, era beneficiaria del plan Acompañar del entonces Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades, un salario mínimo para quienes sobreviven a la violencia machista que ya no existe
En 2022, Sofía consiguió que el entonces Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidades le otorgara el plan Acompañar, un salario mínimo para quienes sobreviven a la violencia machista —un plan que ya no existe—. Se lo dieron porque en los paradores nocturnos donde iba a buscar refugio había sufrido acoso y hostigamiento. “Ser mujer ya es difícil si vivís en la calle, pero si estás en pareja igualitaria es todavía peor”, dice. Andrea y Sofía habían pedido ayuda también para poder alquilar un cuarto de hotel, sin embargo, aun con políticas públicas destinadas a las diversidades, la ayuda que les ofrecían requería separarlas. No la aceptaron.
Cuando en 2023, Pamela y Roxana recibieron en su cuarto del Hotel Canarias a Andrea y Sofía el alivio y la certeza de tener un lugar de pertenencia, una pequeña comunidad para sostener la vida cotidiana, llenó de risas esa habitación. Pudieron ir juntas a la Marcha del Orgullo LGTBIQ de ese año, la primera para Sofía. Las llamaban “gordas inmundas”, “engendros”, pero ellas tenían cómo hacer frente común ante la violencia. Cuando Barrientos las atacó con el combustible que literalmente derritió los cuerpos de tres de ella, Sofía perdió todo. Su amor, su comunidad, las pocas cosas que tenía y atesoraba.
Eran lesbianas, eran también pobres; no puede decirse una cosa separada de la otra. Vivían en un espacio golpeado por las políticas de ajuste que empezaban a hambrear a enormes sectores de la población, en un clima de violencia contra las disidencias sexuales y también contra las organizaciones sociales que desafían el hambre con ollas populares. Tener una ayuda estatal se convirtió, con el gobierno libertario, en ser “zurdo de mierda”, “vago”; ladrones de los recursos de otros, de otras. La desocupación, la falta de acceso a la vivienda, el hacinamiento de familias enteras en una misma pieza de hotel; las vidas precarias se cargan de cansancio y ni siquiera encuentran donde reposar. En este clima sucedió este cuádruple crimen lesbofóbico aunque Sofía haya sobrevivido.
¿Qué hacían cuatro lesbianas en una habitación donde había una sola cama? Cuatro lesbianas mayores, además, en torno a los 50 años. Esas risas que se escuchaban generaban sospechas en el hotel, sobre todo en los varones, los que ocupaban las habitaciones de enfrente. “Me van a decir machirulo, pero eran muy desprolijas, no lo trataban bien al compañero”, dijo Miguel, el hombre de la camiseta de fútbol, apenas sucedido el hecho. De algo había que culparlas, aun cuando el crimen fuera aberrante. ¿Por qué tanto jolgorio cuando apenas alcanza para comer?
Para el juez Edmundo Rabbione, se trató de “una pelea entre vecinos” y aunque en la carátula de la acusación figura la premeditación, alevosía y ensañamiento, no aplicó los agravantes de femicidio y lesbicidio; ambos incorporados en el Código Penal
El Gobierno de Milei libra a cielo abierto su batalla cultural contra el “colectivismo”, cualquier forma de vida o de organización en común, su guerra es contra el lazo social necesario para mantener la vida. Y hubo, hay, muchos y muchas que tomaron ese discurso, que creen en un sacrificio redentor. O que apuestan lo que tienen en juegos en línea para tratar de salvarse. La violencia se capilariza en lugar de dirigirse al poder.
A Justo Fernando Barrientos no lo violentó el desamparo del Estado contra jubilados como él. En cambio, que una comunidad de amparo lo excluya, que unas lesbianas se sostengan entre sí, lo llenó de odio. Cumplió el sueño de exterminio que propone la ultraderecha en Argentina, también a escala global. El fuego que mató a tres y dañó a una extiende sus llamaradas mucho más allá de nuestra geografía.
Vivir, insistir
La causa judicial por la Masacre de Barracas tuvo una instrucción defectuosa, al día siguiente del hecho la escena del crimen no estaba cerrada con faja judicial, tampoco el dormitorio del perpetrador. Es un ejemplo. Para el juez Edmundo Rabbione, se trató de “una pelea entre vecinos” y aunque en la carátula de la acusación figura la premeditación, alevosía y ensañamiento, no aplicó los agravantes de femicidio y lesbicidio; ambos incorporados en el Código Penal de la nación. Que estas dos palabras estén en el debate penal no busca aumentar la pena para el asesino, que seguramente será de por vida. Busca inscribir la masacre de Barracas como lo que fue: un crimen de odio. Es también una pedagogía: a Roxana, Andrea, Pamela y Sofía las atacaron por lesbianas, las mataron por lesbianas, por odio a su orientación sexual y también por ser mujeres. Esa inscripción en los archivos judiciales es memoria propia y es lo que busca la querella que representa a Sofía. Justicia es que no vuelva a pasar.
En la misma semana que se cumplieron los seis meses del triple lesbicidio, Sofi se mudó a Casa Andrea, una casa colectiva en la que mujeres, maricas, trans y travestis que atravesaron situaciones dolorosas pero que hicieron de las heridas agencia, acción
Mientras, la sobreviviente reaprende a vivir. Cuando salió de su internación, un equipo terapéutico del Hospital Bonaparte —insignia en salud mental y desmanicomialización, que atiende regularmente como institución pública a personas vulneradas socialmente— la asistió y armó un equipo de acompañamiento con dos organizaciones transfeministas: YoNoFui —colectivo anticarcelario que sostienen trayectorias vitales dentro y fuera de la cárcel— y No tan distintes —acompañan mujeres y trans en situación de calle—. Estas organizaciones, además, formaban parte de la asamblea espontánea de lesbianes que se armó al día siguiente de la Masacre de Barracas. Para Sofía se armaron colectas internacionales, la conmoción movilizó afectos en todos lados. Con esos recursos y en el marco de un estado ausente, Sofi pudo alquilar una vivienda por unos meses, pagar sus gastos, soñar con asistir a otras lesbianas como ella. Sofía no quiere salvarse sola, nadie puede, y lo sabe.
En la misma semana que se cumplieron los seis meses del triple lesbicidio, Sofi se mudó a Casa Andrea, una casa colectiva montada por integrantes de las organizaciones que la acompañan. Mujeres, maricas, trans y travestis que atravesaron situaciones dolorosas pero que hicieron de las heridas agencia, acción. Los lunes se sientan en círculo para pensar colectivamente sobre las cosas de todos los días, las que sostienen la vida en común. Las cacas de los gatos, las grillas para limpieza, la ayuda para terminar de pintar una pieza. Algo de aquellas risas que se escuchaban en el Hotel Canarias ha vuelto a su vida. Esa que está reconstruyendo a fuerza de insistir, no es solo una víctima, tampoco solo una sobreviviente. Es una lesbiana organizada con otras y otres. Vive, resiste, existe.