Una entre tantas. Los abusos sexuales contra la infancia
Claro y alto os lo digo: yo fui víctima de abusos sexuales cuando era niña y no soy un caso raro, soy una entre cinco. ¿Se entiende? Y si se entiende, ¿qué pensamos hacer al respecto?
Portada de Despulles, el libro que ha publicado Pau Lluc i Pérez con el seudónimo María Babiloni
Yo soy, parafraseando al poeta Vicent Andrés Estellés, una entre tantas y no un caso aislado, extraño o anómalo. Desgraciadamente no. Soy una entre tantas; en concreto, según el Consejo de Europa —y otras organizaciones de reconocida solvencia, como Save The Children—, soy una de cada cinco. Soy una de este 20 por ciento de criaturas que ha sufrido, sufre o sufrirá abusos sexuales contra la infancia.
Soy una de cada cinco invisibles, porque esta realidad es tan dolorosa que es mejor esconderla, allá donde nadie la pueda encontrar y sacarla a pasear. Que la infancia, ya se sabe, es feliz y la familia un lugar maravilloso donde crecer y sentirse querida y protegida, y todo esto y aquello. Y que nadie diga que el cuento no es así. Pues sí, siento estropearos la fiesta, porque muchas criaturas no tienen la suerte de vivir esta realidad.
Las víctimas de abusos tienen que encontrar una comunidad organizada en pro de los derechos de la infancia y la adolescencia, protectora contra cualquier tipo de maltrato
La realidad no es siempre como queremos y la única opción posible de cambiarla es mirándola a la cara. Y la terrible y fea realidad nos dice que el 85 por ciento de los abusos se cometen en entornos familiares y de confianza, el 65 por ciento entre las paredes de la casa y en tres de cada diez denuncias de violencia sexual contra la infancia, el agresor es un padre. Así es, esto no es Disney, de hecho, se asemeja más a una película de terror.
Pero soy también aquella a quien llaman Pau y que ha venido para no callar más, porque aquí me parieron y aquí estoy y como me pasan (y nos pasan) ciertas cosas, aquí las escribo y aquí las digo. Y como repite mi compañera Inma García, presidenta de Asociación Contra los Abusos Sexuales en la Infancia (ACASI), hemos empezado a hablar y ya no podemos parar de hacerlo. Claro y alto os lo digo: yo fui víctima de abusos sexuales cuando era niña y no soy un caso raro, soy una entre tantas, una entre cinco. ¿Se entiende? Y si se entiende, ¿qué pensamos hacer al respecto?
Yo soy una de tantas que han dejado de callar. Soy una entre tantas que necesitamos toda una sociedad detrás. O, tomando prestado una frase a la escritora y feminista Gemma Pasqual sobre las mujeres maltratadas, “cada vez que una víctima de abusos abre la puerta tiene que encontrar una comunidad”. Y añado, una comunidad organizada en pro de los derechos de la infancia y la adolescencia, protectora contra cualquier tipo de maltrato y abuso.
Soy una entre tantas, la voz de las invisibles, para hacernos visibles, para nos veáis, para que toméis partido, para que digáis basta. Basta de alimentar y de alimentarse de esta sociedad patriarcal que perpetúa las desigualdades de género, que a ellos los quiere agresivos y a nosotras, las mujeres, sumisas. Y difunde, por todos los altavoces de que dispone —música, cine, publicidad, moda, redes sociales…— una cultura sexista y una cultura de la violación que se transmite y perpetúa de generación en generación.
Solo un dato para ilustrarlo: el 90 por ciento de los agresores en delitos contra la integridad sexual de las criaturas son hombres. Y no, no son monstruos, no tienen cuernos ni cola; viven entre nosotras, a menudo de manera bien normativizada y exitosa. Son hijos de la educación patriarcal que pica-piedra, pica-piedra, esculpimos cada día, sin pudor ni vergüenza.
Tenemos que reconocer que la sobreprotección, la dependencia, la manipulación, la directividad, el engaño, el chantaje, la coerción o el desprecio forman parte de la cultura de la violencia contra la infancia.
Basta de esta sociedad adultocéntrica que se instaura sobre un marco de jerarquías y considera a las infantes personas inferiores, posesión de las personas adultas, y justifica, e incluso promueve, todo tipo de malos tratos y de abusos de poder sobre la infancia y la adolescencia, a menudo en nombre de la educación e, incluso, del amor. Las palizas, los golpes, las agresiones sexuales, los castigos desmesurados, los insultos sonoros, generalmente, reciben el rechazo y la condena de la mayor parte de la sociedad. Venimos de siglos de maltrato a la infancia y en algo hemos avanzado. Pero no es suficiente, y tenemos que reconocer que la sobreprotección, la dependencia, la manipulación, la directividad, el engaño, el chantaje, la coerción o el desprecio forman parte de la cultura de la violencia contra la infancia.
Por eso, hemos de reinventarnos y persistir en la cultura del buen trato. Porque las criaturas no son objetos pasivos sino sujetos activos de sus propias vidas. Y en este marco de respeto, entender que los cuerpos de las niñas y de los niños no son juguetes, son cuerpos que tienen que ser respetados y que también tienen derecho al consentimiento. Sus deseos no pueden ser manipulados. El afecto que dan o reciben no tiene que ser impuesto. Las decisiones que toman pueden estar equivocadas, pero para crecer hay que decidir, asumir riesgos y, también, equivocarse; no podemos continuar instaladas en la cultura del error como problema y convertir el aprendizaje en frustración. Tenemos que repensar la educación que hemos recibido y pasar de la cultura de la obediencia a la cultura de la libertad, si queremos que las niñas, los niños y adolescentes crezcan con confianza, seguridad y determinación.
Soy una entre tantas y os vengo a pedir que rompáis el silencio con nosotras, las víctimas. No os avergoncéis, no tengáis miedo, hablad, hablad y no os canséis de hablar. Haced de los abusos un tema en cada casa, en cada escuela, en cada espacio de ocio. Porque la palabra y no el silencio es lo que pondrá coto a los agresores y abrirá una vía de esperanza para las víctimas. Y hablad con las niñas, los niños y adolescentes de los buenos tratos y de la sexualidad positiva, pero también de los abusos de poder y de las agresiones, porque, como dice Pepa Horno, “el hecho de no hablar a los niños de maltrato – y el abuso sexual no es sino una forma de maltrato – es, en sí mismo, una forma de ponerles en riesgo de sufrirlo”.
Soy una entre tantas, una de cada cinco, que ha sufrido abusos sexuales contra la infancia. Y os vengo a decir, a pedir, a conminar, que, si sentís tristeza, impotencia o rabia, no desfallezcáis, no os paralicéis ni huyáis del tema; no nos ignoréis. Llorad, gritad, pegad golpes en el suelo o pagaos ayuda psicológica. Pero, sobre todo, sobre todo, indignaos y transformad vuestra tristeza, vuestra impotencia, vuestra rabia, en acción política y colectiva contra los abusos sexuales y en favor de los derechos de la infancia.