En la violencia vicaria no hay una sola víctima
El reconocimiento que va adquiriendo esta expresión para describir la violencia machista dirigida contra las niñas y niños por parte de las parejas o exparejas de sus madres nos provoca cierta inquietud a quienes defendemos el enfoque de derechos de la infancia con perspectiva feminista e interseccional.
Foto: chameleonseye / istock
Hoy, 20 de noviembre, es el Día Internacional de los Derechos de la Infancia, es un buen momento para reflexionar sobre la expresión “violencia vicaria”, acuñada por la psicóloga argentina Sonia Vaccaro, que en menos de una década ha logrado visibilizar este tipo de violencia machista contra la mujer cuando un hombre, que es su pareja o fue su expareja, asesina a los hijos de ella, muchas veces comunes y fruto de su relación.
Sin embargo, la expresión, cuya utilidad social es innegable, tiene el riesgo de olvidarse de dos aspectos clave: uno, que la víctima directa y principal en esta manifestación de esa violencia de género no es la mujer; y el otro aspecto, que la instrumentalización de esa violencia -lo que la hace vicaria- no tiene por objeto solo a las hijas e hijos, sino que también se puede dirigir contra un familiar, una mascota, una amistad. Por tanto, resulta inexacto asimilar el término de “violencia vicaria” a la violencia machista que sufren las hijas e hijos de las mujeres víctimas de violencia de género.
La instrumentalización de esa violencia también se puede dirigir contra un familiar, una mascota, una amistad. Por tanto, resulta inexacto asimilar el término de “violencia vicaria” a la violencia machista que sufren las hijas e hijos de las víctimas de violencia de género.
Esa identificación se va asentando desde el mismo momento en que el propio Pacto de Estado (2017) la incluyó como “el daño más extremo que puede ejercer el maltratador hacia una mujer: dañar y/o asesinar a los hijos/as”. Por extensión, el reconocimiento que va adquiriendo la expresión para describir la violencia machista dirigida contra las niñas y niños por parte de las parejas o exparejas de sus madres nos provoca cierta inquietud e incomodidad a quienes defendemos el enfoque de derechos de la infancia con perspectiva feminista e interseccional.
A mi juicio, se corre el riesgo de condicionar en exclusiva la protección de las niñas, niños y adolescentes que viven en contextos de violencia de género a la protección de sus madres y simplificar la violencia machista que sufren mientras estos no estén en riesgo de ser asesinados o lo sean.
La protección de la infancia que vive en contextos de violencia de género en el ámbito familiar debe darse sí o sí como algo independiente a la protección de sus madres. Esto no significa que haya que desvincular ambos tipos de medidas, pero sí que han de establecerse judicialmente de forma diferenciada, pues se tratan de sujetos de derechos distintos. Solo de esa forma se comprenderá la adopción de medidas como la suspensión de visitas o de la patria potestad del agresor, desde la protección a las niñas y niños al margen de la “rivalidad” que quiera hacer ver el hombre maltratador entre la mujer víctima y él.
La protección de la infancia que vive en contextos de violencia de género en el ámbito familiar debe darse como algo independiente a la protección de sus madres. Esto no significa que haya que desvincular ambos tipos de medidas, pero sí que han de establecerse judicialmente de forma diferenciada.
Entender única y exclusivamente la violencia vicaria como otra forma de violencia contra la mujer tiene el riesgo de invisibilizar a la víctima de esa violencia, que mayoritariamente son las y los hijos de las mujeres víctimas, y pasar por alto el reconocimiento que estas y estos tienen como víctimas de violencia de género desde 2015 .
De esta forma, cuando con la aprobación de la LOPIVI (2021) se añadió un nuevo apartado al artículo 1 de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (2004)* para incluir la descripción de la violencia vicaria (aunque sin mencionarla), se puso al mismo nivel a las y los familiares que son agredidos al ser instrumentalizados para hacer daño a las mujeres y a sus hijas e hijos, pareciendo que dejan de ser en ese momento sujetos de derechos para pasar a ser el objeto a través del cual se daña a la mujer, es decir, para ser una modalidad en la violencia que el hombre ejerce contra ella, como si ella fuera la víctima verdadera de la violencia machista y la protección a sus hijas e hijos pasase por la protección a ella. Algo que, aunque real, no es cierto desde un enfoque de derechos de la infancia y de la adolescencia.
Es necesario Comprender que ese mismo patrón de crueldad también lo ejerce el hombre sobre sus hijos e hijas al golpear a su madre, que es lo que más pueden querer.
Obviamente, llegadas a este punto de concienciación sobre la gravedad de la “violencia vicaria”, no se trata de impugnar el término sin más. Gracias a este se ha podemos comprender el patrón de crueldad que despliega un hombre sobre la mujer que maltrata, sobre “su mujer”, para golpearla haciendo daño a lo que más puede querer: sus hijos. Sin embargo, es necesario reclamar también, en ese grado de sensibilidad y concienciación, que se dé un paso más para comprender que ese mismo patrón de crueldad también lo ejerce el hombre sobre sus hijos e hijas al golpear a su madre, que es lo que más pueden querer estas niñas y niños.
Cada uno de los 65 asesinatos de niñas y niños cometidos desde 2013 por las parejas o exparejas de las mujeres víctimas nos trasladan un mensaje de violencia machista y patriarcal en la que el hombre quiere hacer el máximo daño posible contra esa unidad familiar que conforman las mujeres y sus hijos de forma independiente a él. Tanto los feminicidios como los asesinatos de las y los hijos de las mujeres son crímenes de poder, son crímenes del patriarcado que se rebela ante la posibilidad de que la mujer y sus hijas e hijos dejen de estar bajo su control.
Es esta lógica la que llevó a que en 2015 se reconociera que las niñas y niños que viven en contextos de violencia de género en el ámbito familiar tuvieran el reconocimiento de víctimas de violencia machista al margen de si habían sido víctimas directas o indirectas. Eran víctimas sí o sí de violencia machista, que no de violencia doméstica ni intrafamiliar. Lo eran por vivir en un núcleo familiar o de convivencia, por el daño psicológico que tiene en ellas y ellos la violencia contra sus madres, de la que muchas veces son testigos directos. Supone afirmar que esta violencia les daña en su estabilidad emocional, en su desarrollo personal y en sus aprendizajes y actitudes ante la vida.
Ese reconocimiento de las niñas y niños como víctimas de violencia de género venía, y viene, a corroborar que estamos ante un problema estructural, un problema de magnitudes sociales que, si no se erradica, se transmitirá de generación en generación. “Dicha violencia tiene consecuencias inmediatas y traumáticas para las víctimas y consecuencias a largo plazo para el desarrollo de mujeres y niños y para la perpetración de nuevas violencias en el seno de la familia y la sociedad en general” decía un estudio del Defensor del Pueblo en 1989, mucho antes de aprobarse la Ley de 2004, sobre la “mujer maltratada”.
Quizá le falte por comprender al feminismo que garantizando los derechos de la infancia y de la adolescencia se podrá proteger más y mejor a sus madres.
Pensando en el nuevo Pacto de Estado, es necesario que desde los feminismos reivindiquemos medidas de protección tanto para las mujeres como para sus hijas e hijos que puedan evitar que sean asesinados por los maltratadores. Y es necesario que, al hacerlo, en el caso de las niñas y niños, pongamos en el centro sus derechos y se les trate como otra víctima más de la violencia machista. Ellas y ellos son sujetos de derechos y las medidas de prevención, atención, protección y reparación que se adopten deben darles respuestas a estos. De esa forma, también se protegerá a sus madres.
Quizá esta es la parte que le falte por comprender al feminismo, que garantizando los derechos de la infancia y de la adolescencia y dando cabida a la idea de que también las niñas y niños son víctimas, se podrá proteger más y mejor a sus madres, a las mujeres. De esta forma podrá verse con mucha más claridad lo problemáticos e inadecuados que son los Puntos de Encuentro para los casos de violencia machista o las graves deficiencias que existen en los juzgados de violencia de género para determinar el interés superior del menor, por no hablar de la falta de especialización de los equipos psicosociales en materia de infancia cuando con sus informes avalan todo tipo de estereotipos de género y adultocentristas que impactan de forma muy negativa en la integridad de las niñas y niños.
Nunca es tarde para aprender, y quizá ha llegado el momento de hacer frente a las violencias machistas con un enfoque de derechos de la infancia que tenga perspectiva feminista e interseccional. Un enfoque de derechos humanos en el que los derechos de las mujeres y los de la infancia no tienen que estar necesariamente vinculados, porque hacer frente a la violencia machista patriarcal es defender que las mujeres son mucho más que esposas (y madres) y que las niñas y niños son mucho más que hijas e hijos del hombre. Ante la violencia machista, son mucho más que objetos e instrumentos al servicio del hombre.