Los feminismos de “los excesos”
Restar a los feminismos el estatus político de movimiento de liberación colectiva contra una opresión histórica no es baladí, supone usurparles la justificación y la legitimidad de la acción confrontativa.
El 25 de noviembre, Día internacional de la eliminación de las violencias contra las mujeres, se originó para conmemorar al asesinato de Estado en 1960 de las hermanas Mirabal, opositoras al régimen en República Dominicana. Este año, el patriarcado se debe de estar frotando las manos asistiendo al espectáculo dantesco de la batalla entre “bandos” feministas.
Lo que podría ser un debate sobre cuestiones tan interesantes como el de las formas de denuncia de las violencias machistas, incluida la denuncia pública, se está utilizando para atacar la línea de flotación de los feminismos, reprochándoles el promover el moralismo, el ser un producto de clase media o incluso el ser inherentemente autoritarios. En lugar de debatir de forma constructiva, las posturas se expresan con una beligerancia y una demagogia propias del trumpismo, y con base en estereotipos de género de manual, como el de la mujer portadora del mal, que actúa de forma injustificada, desmesurada, vengativa y destructiva.
El denominador común de todas estas críticas es un mensaje de fondo bien sencillo: los feminismos estarían incurriendo en “excesos” y habría que reconducir y ordenar ese desorden.
A primera vista parecería que un puñado de voces individuales, no deberían tener la capacidad de erosionar la solidez de los consensos feministas sobre el abordaje de las violencias machistas, alcanzados en años de construcción colectiva. Pero hoy, el éxito de los discursos no depende del valor de su contenido, sino del altavoz que se les proporciona, y eso es una cuestión de poder.
Resulta irónico, por no decir otra cosa, que se atribuyan “excesos” a los feminismos, que han hecho prueba de autocontención de la rabia colectiva acumulada durante siglos de desigualdad social y violencias cotidianas
Estos discursos están expandiéndose como una mancha de aceite porque navegan a corriente, y, como son funcionales al sistema, el sistema los está privilegiando. Los privilegian los medios de comunicación mayoritarios, el algoritmo de las redes sociales, la academia, las instituciones, algunos espacios políticos y varias personas influyentes socialmente.
En términos sociales, estos discursos también están funcionando muy bien, porque están sabiendo acoger y capitalizar las reacciones emocionales de rechazo de quienes no quieren avanzar hacia la equidad social, si eso les reporta cambios y renuncias personales. Estos discursos proporcionan el mismo efecto balsámico que los eslóganes populistas, porque diluyen la complejidad, nos eximen de repensar cómo está construida nuestra propia identidad, de revisar cómo usamos nuestro poder personal, cómo nos relacionamos y también nos eximiría de tomar partido en la cotidianidad, sea en el trabajo, en el campo de fútbol, en la logística doméstica, en la discoteca, en la crianza, en el partido o en la cama.
Pero lo que está sucediendo en realidad nada tiene que ver con un debate con sentido en sí mismo y en el que se estaría abierta a escuchar y a modificar o matizar la opinión propia. Estas polémicas son botes de humo, distractores del propósito real, que es el de sentar las bases de la agenda de un proyecto político. En este proyecto político se deduce que los feminismos se concebirían como una mera construcción teórica, en lugar de un movimiento emancipador. Restar a los feminismos el estatus político de movimiento de liberación colectiva contra una opresión histórica no es baladí, supone usurparles la justificación y la legitimidad de la acción confrontativa. La acción política se convierte entonces en un “exceso de frenada” arbitrario y censurable.
Resulta irónico, por no decir otra cosa, que se atribuyan “excesos” a los feminismos, que han hecho prueba de autocontención de la rabia colectiva acumulada durante siglos de desigualdad social y violencias cotidianas.
Los feminismos están teniendo la fuerza y la capacidad de actuar por arriba y por abajo
Las propuestas políticas, aunque se vistan de transgresión y de vanguardia, son lo que son si pretenden asegurar el orden social de siempre. Cuando se trata de hacer temblar estructuras de poder, no va de izquierdas ni de derechas, el criterio es el de quien decide ser parte activa de la transformación social.
El momento en el que afloran todas estas críticas a los feminismos tampoco es casual. Nos encontramos ante un momento histórico de cambio de correlación de fuerzas. Los feminismos están teniendo la fuerza y la capacidad de actuar por arriba y por abajo. Están ocupando las instituciones, interpelando a los agentes sociales, haciendo política pública y legislando con leyes referentes a escala internacional. Pero también están autoorganizándose para lograr la consecución de demandas colectivas en sectores masculinizados como el fútbol, contribuyendo a todas las luchas y movimientos sociales de base, y también están consiguiendo erosionar la impunidad histórica de las violencias, haciendo caer torres que antes se pensaban intocables. El monolito de un modelo social basado en la desigualdad y las violencias que nos vino en el pack de un “contrato social” que las mujeres nunca suscribimos está en proceso de agrietarse.
Los feminismos de base nunca vamos a renunciar a la posibilidad de crítica y de desavenencia interna, incluso cuando el fuego amigo se suma al fuego enemigo. Nos importa el fin y también nos importan los medios. Sabemos que hemos cometido errores y procuramos aprender de ellos. A lo que no vamos a renunciar es a que se nos reconozca como movimiento político emancipador. Juzgadnos por nuestros excesos, el día que empecemos a cometerlos.