Los abusos sexuales a niñas no importan a nadie

Los abusos sexuales a niñas no importan a nadie

La cuenta de Instagram de Cristina Fallarás ha saltado al especio mediático cuando ha surgido el nombre de Íñigo Errejón, mientras los centenares de testimonios de mujeres que relatan los abusos sufridos en casa siendo niñas no han interesado a los medios. “No nos ignoréis”, clama Pau Lluc i Pérez, que acaba de narrar las agresiones de su padre en el libro 'Despulles'.

Imagen de portada del informe '¿Cuánto cuesta mirar hacia otro lado? Los costes de la violencia sexual contra la infancia y adolescencia'.

“Mi historia de abuso comienza desde los cuatro años, cuando mi primo político adolescente me obliga a tocarle en secreto. Yo no entendía nada. A los ocho años mi hermano abusó de mí”.

“Mi historia comenzó con siete años y un hermano de mi madre intentando una noche abusar de mí estando dormida”.

“Mi abuelo cuando yo tendría si acaso cuatro años abusó de mí”.

“Hola, soy hija de un padre maltratador que, además, me realizaba tocamientos escudándose en que estábamos jugando o que era su derecho como padre saber cómo iba cambiando mi cuerpo”.

“El mayor alivio es contarlo sin sentirse juzgadas. Fui abusada por mi hermanastro siete años mayor, desde mis siete a mis diez años”.

Después de más de un año publicando a diario varios testimonios sobre abusos sexuales, el canal de Instagram de Cristina Fallarás ha sobrepasado la barrera de las redes sociales y ha dado el salto al espacio mediático y a la discusión pública cuando los testimonios han salpicado a Íñigo Errejón. Tocar a un hombre conocido, de izquierdas y en cierto modo poderoso (era el portavoz de Sumar) ha sido noticia. Escándalo, más bien. Un hombre con nombre y apellidos, un caso (tal vez un puñado). Eso es lo que importa, lo que trasciende. A nadie le ha parecido noticioso, ni siquiera para una cola de informativos, ni para esos programas que se dedican a publicar sobre lo que pasa en las redes, que miles de mujeres lleven más de un año publicando historias anónimas de abusos sexuales. Muchos, como los ejemplos con los que arranca este texto, sufridos en la infancia. Los abusos sexuales a niñas relatados de manera sincera y cruda no han importado a nadie. A casi nadie.

“El abuso en el seno de la familia es un gran tabú cultural y es el más común y el que menos sale en los medios. El que más sale es de hombres a hombres”

Desde hace unos años, diversos informes y estudios vienen relatando que una de cada cinco niñas, niños y adolescentes en España es víctima de alguna forma de violencia sexual. Es decir, entre un 10 y un 20 por ciento de la población ha sufrido abusos sexuales en su infancia. Sobre todo, niñas: cuatro de cada cinco casos. Y casi en el 60 por ciento de las veces son cometidos por un miembro de la familia (más del 30 por ciento, por el padre) y un 20 por ciento, por conocidos.

Unas cifras abrumadoras que tampoco han abierto informativos ni han llenado horas de tertulia. Bueno, sí, con algunas excepciones. Cuando se aprobó la conocida como ley Rhodes, es decir, cuando se convirtió en paradigmático los abusos sufridos por un pianista mediático, James Rhodes. O cuando, por fin, se ha mirado hacia la Iglesia y cómo muchos de sus integrantes han abusado de niños, durante muchos años y en muchos sitios distintos a la vez.

“El abuso en el seno de la familia es un gran tabú cultural y es el más común y el que menos sale en los medios. El que más sale es de hombres a hombres”, cuenta la psicóloga Mireia Darder.
También tuvo mucho eco mediático el conocido caso de Infancia Libre. Y aquí se desvió el foco de la violencia sufrida por las criaturas para atacar, culpabilizar y criminalizar a las madres. Una villana siempre vende.

Algún medio se ha hecho eco recientemente de un estudio que recoge que la violencia sexual infantil tiene un coste de más de 1.275 millones de euros cada año. Si todas las agresiones fuesen denunciadas en los juzgados (se estima que se hace en uno de cada siete casos) y abordadas de manera eficaz, el Estado debería gastar más de 3.178 millones de euros en atender esta problemática, según el informe de la oenegé Educo y la Universidad Pontificia Comillas.

Espacio literario

Que contar sana o al menos ayuda puede ser una de las razones por las que tantas mujeres escriben a Fallarás para que publique su testimonio. “Cualquier ruptura del silencio siempre es para bien, porque la imposición del silencio es el peor castigo a una sociedad”, ha dicho la periodista en una entrevista a raíz de la publicación del libro No publiques mi nombre, en el que recopila unos 1.500 ejemplos de su cuenta de Instagram.

“El proceso de escritura fue reparador, meter las piernas en la mierda y escribir. Volver a la escena y narrarla sin tapujos, ir al hueso, describir cada detalle fue para mí reparador. Fue una manera de registrar para poder ver lo que pasó, cuál fue el contexto y la estructura que permitió que el abuso suceda y se prolongue, qué mecanismos fueron los que funcionaron para que un silencio durara diez años. Para mí escribir fue recuperar ese dominio que había perdido sobre mi historia y mi identidad”, así explicaba Belén López Peiró lo que supuso para ella escribir Por qué volvías cada verano, un libro en el que relata los abusos cometidos por su tío cuando era una niña.

Ante el silencio mediático, la literatura se ha convertido en lugar de acogida de estos testimonios. Uno de los últimos es el de la escritora francesa Neige Sinno. La editorial Anagrama ha publicado recientemente Triste tigre, que ha vendido más de 300.000 ejemplares en Francia, donde relata los abusos continuados que sufrió por parte de su padrastro y el proceso judicial que llevó al agresor a la cárcel. “Lo extraño en este tipo de violencia es que el silencio no es la consecuencia, sino parte de la agresión”, ha escrito Sinno. “Es muy difícil que un niño o una niña hable, que rompa este silencio, porque tiene mucho que perder, o cree que tiene mucho que perder. Y lo vives… con una parte de negación. Además, está prohibido hablar de ello, así que no hay palabras. Todo el mundo se comporta como si no existiera, el primero, el agresor. Te lo hacen en el cuerpo. Y así funciona”, ha dicho la escritora en una entrevista.

“Soy una entre tantas y os vengo a pedir que rompáis el silencio con nosotras, las víctimas”

A Marta Suria-Vázquez el sistema judicial no la creyó, así que tuvo que inventarse este pseudónimo para publicar su historia, Ella soy yo. “No soy un caso aislado. Así me lo confirman las estadísticas. Soy una de cada cuatro, parte del 23 por ciento de niñas que en España son víctimas de abuso sexual infantil. Soy una de cada cuatro. Sí, has leído bien. Una de cada cuatro”, arranca la novela autobiográfica.

En 2021, Pau Lluc i Pérez escribió un artículo en Pikara Magazine en el que contaba por primera vez públicamente que su padre abusó de ella siendo niña. ‘En el Día del padre’ se titulaba, y narraba que había decidido no callar más porque el silencio del que venía “es tan antiguo, largo y doloroso que necesita proclamarse a los cuatro vientos para buscar una reparación”. Ahora, más de tres años después, acaba de publicar en catalán (saldrá en breve en castellano) Despulles, bajo el pseudónimo de María Babiloni. “Y os vengo a decir, a pedir, a conminar, que, si sentís tristeza, impotencia o rabia, no desfallezcáis, no os paralicéis ni huyáis del tema; no nos ignoréis”, ha escrito sobre su libro. Y añade: “Soy una entre tantas y os vengo a pedir que rompáis el silencio con nosotras, las víctimas. No os avergoncéis, no tengáis miedo, hablad, hablad y no os canséis de hablar. Haced de los abusos un tema en cada casa, en cada escuela, en cada espacio de ocio. Porque la palabra y no el silencio es lo que pondrá coto a los agresores y abrirá una vía de esperanza para las víctimas”.

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