Limpiadoras y cuidadoras que escriben haikus
Las enfermedades propias de los trabajos de hogar, cuidados, limpieza y camareras de piso están catalogadas como enfermedades comunes. Luchamos para que esto cambie.
Protagonistas del calendario sin nosotras. / Foto: cedida
Nos conoces. Somos las que limpian los hoteles en los que duermes cuando viajas por ocio o por trabajo. Las que aspiran la oficina o la escalera de tu portal. Las que cuidan de tu madre con Alzheimer o le limpian los mocos a tu peque a la salida del colegio. Trabajamos en lugares públicos y en casas particulares, para empresas y para familias. A pesar de la disparidad de nuestras tareas, tenemos cosas importantes en común: nuestros trabajos están feminizados y precarizados y tienen un estatus que, por ahora, haciéndonos las ingenuas, llamaremos “extraño”. Extraño porque, siendo lo que hacemos trabajo, no se considera plenamente como tal y, por ende, no está en igualdad de condiciones con otros trabajos.
Si eres lectora de Pikara Magazine seguro que mucho de esto te suena. Pero tal vez no te has parado a pensar qué supone en concreto. Cosas que desde lejos pueden parecer detalles, pero que desde cerca te cambian la vida. O te la truncan. Hoy te vamos a hablar de uno de esos detalles: las enfermedades propias de nuestra profesión, por ese estatus extraño de tantas tareas feminizadas, están catalogadas como enfermedades comunes, es decir, enfermedades que se contraen en el parque o en tu casa, pero no por hacer lo que haces para ganarte un salario. Sí, a nadie se le cruje el cuerpo por hacer la cama, pero algo diferente es hacer 120 camas en un día o escurrir 300 bayetas cada lunes. Enfermedades profesionales catalogadas como comunes suponen menos seguimiento, menos baja laboral, menos prestaciones, menos pensión: detalles.
La deuda verdadera es de la sociedad con las cuidadoras y limpiadoras
Luchamos para que esto cambie. No se trata de un cambio baladí: implica reconocer que las condiciones en las que ejercemos nuestro trabajo, la sobrecarga de tareas, las largas jornadas, la repetición infinita de los mismos gestos, la presión para que hagamos más, más rápido, más perfecto, nos acaba rompiendo el cuerpo y un poco el alma. Implica desnaturalizar que así sea y, por lo tanto, cambiar el sector para que podamos acceder a medidas preventivas, terapias y adaptaciones, bajas laborales adecuadas y pensiones dignas. Implica constatar que, por más que nos hayamos endeudado, para migrar, para acceder a una vivienda digna, para pagar los estudios de nuestras hijas e hijos, la deuda verdadera es con nosotras: de la sociedad con las cuidadoras y limpiadoras.
Desde el principio tuvimos claro que sostener nuestra lucha requería de alianzas amplias. Sin embargo, no es fácil transmitir y contagiar unas reivindicaciones cuando lo que está en el centro son los cuerpos, no en su esplendor, sino en sus roturas, sus cicatrices, sus hartazgos. No queríamos la compasión o la conmiseración de nadie, lo que queríamos era interpelar a muchas en aquello que tenemos en común: nuestra vulnerabilidad, esa que nos hace al mismo tiempo dignas, finitas y humanas. Tocaba salir de caminos trillados.
Decidimos hacer un calendario, así, para empezar. Un calendario bonito, para colgar en el frigorífico o en la puerta del salón. Un calendario con el que compartir nuestras historias, nuestras reivindicaciones, nuestros sueños. En la búsqueda de un lenguaje fiel a nuestra vivencia, empezamos a compartir experiencias, a ponerlas sobre el papel. Las entrelazamos. Las pelamos de todo lo anecdótico, para quedarnos con el corazón vibrante de lo que en ellas latía. Las hicimos rimar, para que pudierais escucharnos cantar, bajito, por debajo de las letras, acunando las almas de las que seremos cuando todo esto cambie. Decimos que lo que salió son haikus, así, por darnos importancia tal vez, o más bien por jugar un poco: limpiadoras y cuidadoras que escriben haikus, sí, eso también somos nosotras. Y muchas cosas más. Cosas que ni alcanzamos a imaginar.
A modo de adelanto, y solo por ser vosotras, os dejamos cuatro de nuestros haikus, uno por cada estación del año, uno por cada eje que vertebra nuestras historias: el viaje, pero también el desarraigo, las fronteras, el racismo; el trabajo, con sus pesos, sus repeticiones, sus ritmos atosigantes; los cuerpos fracturados, intoxicados, reventados; los vínculos combativos que nos nutren y nos sostienen. Cuatro haikus para abrir boca.
1.
De esperanza lleno la maleta
un nudo en la garganta, temblor
sueños, lágrimas, cabeza alta,
Actitud –por dos
Me sentí valiente al subirme al avión
pero nada es
lo que parece
2.
Sin ayuda técnica
pongo todo mi esfuerzo
en sujetar el peso de unos cuerpos
que hace tiempo también sostuvieron otros pesos
Otra mujer vendrá a mover mi peso
y tendrá que hacer un gran esfuerzo
3.
Amoniaco, lejía, xileno, isopropanol
Un día acabé en urgencias
alergia o intoxicación,
dijo el médico
pero acá dentro sabemos
que es mi piel
que ya se ahogó
4.
Al otro lado de las penas
al otro lado del día y la noche
danzando sobre nuestros pendientes de aro
creció nuestra fuerza