Jare no quiere que se olvide su agresión sexual
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La historia de Jare
Jare es una estudiante de unos 20 años
que salió con sus amigas de fiesta
a una discoteca del centro de Bilbao.
Allí conoció a un chico, se gustaron,
salieron del bar y se besaron.
Esa historia que empezaba bien
acabó siendo una agresión sexual.
El chico obligó a Jare a hacer
varias prácticas sexuales que ella no quería,
como la penetración sin condón.
Aunque ella intentó negarse,
él no paraba y ella se quedó bloqueada.
Así que él hizo lo que quiso
sin el consentimiento de Jare.
Cuando el chico se quitó de encima,
Jare llamó a sus amigas,
que se la llevaron a un sitio seguro.
Luego, sus amigas la llevaron al hospital
y a la comisaría, donde denunció al chico.
Jare no recuerda bien cómo paso todo.
La policía detuvo al chico
y pasó la noche en el calabozo.
Unos días después, la noticia de su agresión
salió en varios periódicos.
El Ayuntamiento de Bilbao también condenó la agresión.
Los periódicos daban muchos detalles íntimos de su denuncia,
pero nadie le había pedido permiso para publicarlo.
De hecho, a Jare todavía le costaba
hablar de lo que había pasado.
Ya que su agresión era pública,
decidió pedir ayuda a Emakunde,
el Instituto Vasco para las Mujeres.
Le dijeron que la llamarían, pero no lo hicieron.
Así es como Jare habló con Pikara Magazine,
para contar su versión de las cosas
y que se escuchara su voz.
Jare quiere hacer visible su mensaje en las redes sociales,
para que la sociedad sepa que las agresiones sexuales
ocurren en nuestras ciudades, a nuestro alrededor.
Jare cuenta en la entrevista que necesita desahogarse.
Le cuesta seguir con su vida diaria:
va a la universidad, pero preferiría quedarse en casa.
Le dan ataques de ansiedad
y, con mucha frecuencia, necesita llorar.
Por las noches le cuesta dormir,
aunque toma pastillas para poder hacerlo.
Ha adelgazado mucho porque ha perdido el apetito.
Jare no quiere que la reconozcan,
porque siente culpa por lo que ha sucedido.
Y también siente asco hacia su agresor
y hacia su propio cuerpo.
Culpa, asco y ayuda de otras mujeres
La culpa y el asco son sentimientos habituales
en las víctimas de agresiones sexuales.
Muchas mujeres como Jare piensan
que no debían haberse ido con su agresor
o que tenían que haber sido más firmes diciendo que no.
Sin embargo, cuando un agresor utiliza
la amenaza o la manipulación para agredir,
es normal quedarse paralizada por el miedo.
Por eso no deben sentirse culpables.
Con el asco ocurre algo parecido.
El asco es una reacción del cuerpo,
no es un pensamiento.
Por eso, muchas víctimas sienten
que deben ducharse todo el tiempo,
para “limpiar” el rastro de su agresor.
La sociedad y la forma de contar las agresiones
en los medios de comunicación
no ayudan a las mujeres a superar estos sentimientos.
Muchas veces, parece que ellas son las culpables
de lo que ha ocurrido.
Pero solo hay un culpable: el agresor.
Por suerte, las mujeres jóvenes son cada vez más conscientes
de lo que es una agresión
y se ayudan entre ellas de diferentes maneras.
Por ejemplo, las amigas de Jare la llevaron
al hospital y a comisaría.
Esa ayuda entre mujeres se llama sororidad.
Es más fácil denunciar desde el anonimato
Cristina Fallarás es una periodista que quiere
hacer visibles las agresiones sexuales a las mujeres.
Cada día publica testimonios en su cuenta de Instagram.
Todos esos testimonios son anónimos,
es decir, no se dice el nombre de la mujer
que cuenta su experiencia.
Y es que denunciar sin decir tu nombre es más fácil.
Ninguna mujer quiere que todas las personas sepan
que ha sufrido una agresión sexual.
Pero, muchas veces, necesita contarlo
y sentir que la escuchan y que la apoyan.
Las redes sociales hacen posible que esas mujeres
sientan el apoyo de miles de personas.
Y, a la vez, no necesitan decir su nombre ni enseñar su cara.
En muchos casos, las agresiones se producen
dentro de las familias.
En esos casos, denunciar es más difícil,
porque significa condenar a tu padre o tu abuelo, por ejemplo.
Cristina Fallarás dice que no se puede
dar una respuesta pública a una agresión
sin preguntar a la víctima.
Si ella no quiere que se sepa,
hay que respetar su voluntad y no forzarla.
Por eso Jare utiliza un nombre falso
y no quiere que nadie sepa quién es.
Su caso se ha hecho público sin que nadie
le haya pedido permiso.
Gracias a las campañas públicas contra el acoso,
a nuevas leyes o a las redes sociales,
cada vez más mujeres saben que han sufrido
una agresión sexual y se atreven a denunciarlo.
Pero ¿qué pasa con los hombres?
Nadie quiere ser un agresor
Los hombres también han visto
las campañas contra las agresiones sexuales
y han escuchado el discurso feminista.
Ahora, los hombres saben que debe haber consentimiento
en cualquier relación sexual.
Por eso, no sirve decir
“pensaba que ella quería”
o “no me daba cuenta de que no quería”.
Muchos hombres han aprendido la lección
y son cuidadosos cuando van a tener relaciones.
Se aseguran de que hay consentimiento,
porque no quieren ser agresores sexuales.
Sin embargo, hay otros hombres, también jóvenes,
que no han aprendido nada
y creen que pueden tener relaciones
aunque su pareja no quiera o no le apetezca.
Esos hombres machistas quieren sentirse
superiores a las mujeres
y, cuando ellas se niegan a tener relaciones,
les echan la culpa diciendo
que son unas “putas” o unas “estrechas”.
Muchas personas dicen que los jóvenes
no han aprendido la importancia del consentimiento.
Esto no es verdad, pero si lo fuera,
las generaciones mayores tendrían la culpa,
por no haber enseñado a respetar a las mujeres,
a través de su forma de actuar.
La mayoría de las agresiones son de personas
que la víctima conoce de antes
y la llevan a su casa o a su coche.
En muchos casos, también se aprovechan de la víctima
si ha bebido alcohol.
Y, en otros casos, los agresores les echan
alguna droga en la bebida para que no se resistan.
Es lo que se llama sumisión química.
Ahora, Jare les dice a sus amigas
que tengan cuidado si salen por la noche
y conocen a algún chico.
Sin embargo, Cristina Fallarás recuerda
que muchas de las agresiones no se producen
entre la juventud, sino entre personas adultas:
matrimonios, jefes y empleadas
o personas mayores.
Por suerte, el feminismo ha avanzado en la sociedad
y la mayoría de las personas saben
que hay que combatir las agresiones sexuales.
Gracias a eso, las víctimas tienen más voz y más apoyos,
y los agresores están cada vez más solos.
Consentimiento: Estar de acuerdo en hacer algo y dar permiso para ello.
Testimonio: Palabras con las que un testigo asegura algo.
Estrecha: Forma de criticar a una persona que tiene muchos límites en el sexo o que no quiere practicarlo.