Jare no quiere que se olvide su agresión sexual

Jare no quiere que se olvide su agresión sexual

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27/11/2024

La historia de Jare

 

Jare es una estudiante de unos 20 años

que salió con sus amigas de fiesta

a una discoteca del centro de Bilbao.

Allí conoció a un chico, se gustaron,

salieron del bar y se besaron.

Esa historia que empezaba bien

acabó siendo una agresión sexual.

 

El chico obligó a Jare a hacer

varias prácticas sexuales que ella no quería,

como la penetración sin condón.

Aunque ella intentó negarse,

él no paraba y ella se quedó bloqueada.

Así que él hizo lo que quiso

sin el consentimiento de Jare.

 

Cuando el chico se quitó de encima,

Jare llamó a sus amigas,

que se la llevaron a un sitio seguro.

Luego, sus amigas la llevaron al hospital

y a la comisaría, donde denunció al chico.

Jare no recuerda bien cómo paso todo.

La policía detuvo al chico

y pasó la noche en el calabozo.

 

Unos días después, la noticia de su agresión

salió en varios periódicos.

El Ayuntamiento de Bilbao también condenó la agresión.

Los periódicos daban muchos detalles íntimos de su denuncia,

pero nadie le había pedido permiso para publicarlo.

De hecho, a Jare todavía le costaba

hablar de lo que había pasado.

 

Ya que su agresión era pública,

decidió pedir ayuda a Emakunde,

el Instituto Vasco para las Mujeres.

Le dijeron que la llamarían, pero no lo hicieron.

Así es como Jare habló con Pikara Magazine,

para contar su versión de las cosas

y que se escuchara su voz.

 

Jare quiere hacer visible su mensaje en las redes sociales,

para que la sociedad sepa que las agresiones sexuales

ocurren en nuestras ciudades, a nuestro alrededor.

 

Jare cuenta en la entrevista que necesita desahogarse.

Le cuesta seguir con su vida diaria:

va a la universidad, pero preferiría quedarse en casa.

Le dan ataques de ansiedad

y, con mucha frecuencia, necesita llorar.

Por las noches le cuesta dormir,

aunque toma pastillas para poder hacerlo.

Ha adelgazado mucho porque ha perdido el apetito.

 

Jare no quiere que la reconozcan,

porque siente culpa por lo que ha sucedido.

Y también siente asco hacia su agresor

y hacia su propio cuerpo.

 

Culpa, asco y ayuda de otras mujeres

La culpa y el asco son sentimientos habituales

en las víctimas de agresiones sexuales.

 

Muchas mujeres como Jare piensan

que no debían haberse ido con su agresor

o que tenían que haber sido más firmes diciendo que no.

Sin embargo, cuando un agresor utiliza

la amenaza o la manipulación para agredir,

es normal quedarse paralizada por el miedo.

Por eso no deben sentirse culpables.

 

Con el asco ocurre algo parecido.

El asco es una reacción del cuerpo,

no es un pensamiento.

Por eso, muchas víctimas sienten

que deben ducharse todo el tiempo,

para “limpiar” el rastro de su agresor.

 

La sociedad y la forma de contar las agresiones

en los medios de comunicación

no ayudan a las mujeres a superar estos sentimientos.

Muchas veces, parece que ellas son las culpables

de lo que ha ocurrido.

Pero solo hay un culpable: el agresor.

 

Por suerte, las mujeres jóvenes son cada vez más conscientes

de lo que es una agresión

y se ayudan entre ellas de diferentes maneras.

Por ejemplo, las amigas de Jare la llevaron

al hospital y a comisaría.

Esa ayuda entre mujeres se llama sororidad.

 

Es más fácil denunciar desde el anonimato

 

Cristina Fallarás es una periodista que quiere

hacer visibles las agresiones sexuales a las mujeres.

Cada día publica testimonios en su cuenta de Instagram.

Todos esos testimonios son anónimos,

es decir, no se dice el nombre de la mujer

que cuenta su experiencia.

Y es que denunciar sin decir tu nombre es más fácil.

 

Ninguna mujer quiere que todas las personas sepan

que ha sufrido una agresión sexual.

Pero, muchas veces, necesita contarlo

y sentir que la escuchan y que la apoyan.

 

Las redes sociales hacen posible que esas mujeres

sientan el apoyo de miles de personas.

Y, a la vez, no necesitan decir su nombre ni enseñar su cara.

 

En muchos casos, las agresiones se producen

dentro de las familias.

En esos casos, denunciar es más difícil,

porque significa condenar a tu padre o tu abuelo, por ejemplo.

 

Cristina Fallarás dice que no se puede

dar una respuesta pública a una agresión

sin preguntar a la víctima.

Si ella no quiere que se sepa,

hay que respetar su voluntad y no forzarla.

 

Por eso Jare utiliza un nombre falso

y no quiere que nadie sepa quién es.

Su caso se ha hecho público sin que nadie

le haya pedido permiso.

Gracias a las campañas públicas contra el acoso,

a nuevas leyes o a las redes sociales,

cada vez más mujeres saben que han sufrido

una agresión sexual y se atreven a denunciarlo.

Pero ¿qué pasa con los hombres?

 

Nadie quiere ser un agresor

 Los hombres también han visto

las campañas contra las agresiones sexuales

y han escuchado el discurso feminista.

Ahora, los hombres saben que debe haber consentimiento

en cualquier relación sexual.

Por eso, no sirve decir

“pensaba que ella quería”

o “no me daba cuenta de que no quería”.

 

Muchos hombres han aprendido la lección

y son cuidadosos cuando van a tener relaciones.

Se aseguran de que hay consentimiento,

porque no quieren ser agresores sexuales.

 

Sin embargo, hay otros hombres, también jóvenes,

que no han aprendido nada

y creen que pueden tener relaciones

aunque su pareja no quiera o no le apetezca.

 

Esos hombres machistas quieren sentirse

superiores a las mujeres

y, cuando ellas se niegan a tener relaciones,

les echan la culpa diciendo

que son unas “putas” o unas “estrechas”.

 

Muchas personas dicen que los jóvenes

no han aprendido la importancia del consentimiento.

Esto no es verdad, pero si lo fuera,

las generaciones mayores tendrían la culpa,

por no haber enseñado a respetar a las mujeres,

a través de su forma de actuar.

 

La mayoría de las agresiones son de personas

que la víctima conoce de antes

y la llevan a su casa o a su coche.

En muchos casos, también se aprovechan de la víctima

si ha bebido alcohol.

Y, en otros casos, los agresores les echan

alguna droga en la bebida para que no se resistan.

Es lo que se llama sumisión química.

 

Ahora, Jare les dice a sus amigas

que tengan cuidado si salen por la noche

y conocen a algún chico.

Sin embargo, Cristina Fallarás recuerda

que muchas de las agresiones no se producen

entre la juventud, sino entre personas adultas:

matrimonios, jefes y empleadas

o personas mayores.

 

Por suerte, el feminismo ha avanzado en la sociedad

y la mayoría de las personas saben

que hay que combatir las agresiones sexuales.

Gracias a eso, las víctimas tienen más voz y más apoyos,

y los agresores están cada vez más solos.

 

 

Consentimiento: Estar de acuerdo en hacer algo y dar permiso para ello.

Testimonio: Palabras con las que un testigo asegura algo.

Estrecha: Forma de criticar a una persona que tiene muchos límites en el sexo o que no quiere practicarlo.

 

 

 

 

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