Gais, maricones y travestis en Drag Race España

Gais, maricones y travestis en Drag Race España

La edición del concurso que termina este domingo nos deja una muestra significativa sobre el momento de la G del colectivo.

Las reinas de la cuarta temporada de Drag Race España./ Atresmedia

11/12/2024

“Quita, gay”. Esta frase, pronunciada de manera jocosa cuando una de las travestis de la cuarta edición de Drag Race España se abría paso apartando a otra, encapsula una de las tramas que ha tenido el concurso: una que ha expuesto las diferencias a la hora de entender el ejercicio del drag y que, como ocurre en otros ámbitos del colectivo, ha dividido a las concursantes entre las que se entienden como “gais” y como “maricones”.

Mariana Stars, Vampirashian o la Niña del Antro han marcado una distancia entre quienes buscan en el travestismo una forma de entretenimiento y quienes encuentran en este arte una manera de ver el mundo

La inclusión en el plantel de la temporada de Megui Yeillow, una drag que había formado parte del pit crew (azafatos en ropa interior marcadamente cachas) en anteriores ediciones, fue el inicio de una serie de conflictos que se trasvasaron al propio concurso, donde varias de sus rivales achacaban a la participante sevillana no formar parte de la escena drag realmente. Aunque a lo largo de la competición Yeillow se fue ganando la simpatía de sus compañeras, el debate deja una interesante estampa sobre el memento identitario de la G del colectivo.

Mariana Stars, Vampirashian o la Niña del Antro han expresado en el programa cómo el drag, más allá de ser una profesión o un ejercicio artístico, representa para ellas una forma de entender la vida. “Yo no hago drag, yo soy drag”, declaraba en un momento dado la segunda, poniendo distancia entre quienes, a su manera de entender, solo buscan en el travestismo una forma de entretenimiento y quienes encuentran en este arte una manera de ver el mundo.

Desde esa óptica, el cauce que habría llevado hasta el concurso a Megui Yeillow –bailarín profesional que ya participó en otro– sería una consecuencia de la popularización de este universo, y concretamente del formato Rupaul’s Drag Race que adapta Drag Race España. Que el drag esté de moda y que llegue a personas que antes no se interesaban por esta forma de arte es en principio una buena noticia, pero el debate en torno a Yeillow ha crecido hasta una reflexión más grande sobre las experiencias vitales de personas hasta ahora leídas como pertenecientes al mismo espacio identitario.

Es así cómo se ha etiquetado a la drag sevillana como “gay” mientras otras concursantes se han enunciado como “maricones”. Con esta diferencia, estas últimas quieren poner sobre la mesa el hecho de que su expresión de género, en la que incluyen su identidad artística –una identidad artística en la que entran y salen de un alter ego que precisamente revela lo permeable de la expresión de género–, las expone a una serie de opresiones y violencias que sí podría esquivar alguien que, consideran, encarna una normatividad y masculinidad de las que ellas quedan relegadas.

Que la distancia entre lo gay y lo marica haya llegado a un concurso de televisión es una muestra de lo asentada que empieza a estar la diferencia entre aquellas personas del colectivo que se contentan con vidas más cercanas a la heteronorma y quienes apuestan por un replanteamiento continuo de identidades y experiencias

La propia Yeillow, aunque no se identifica con la visión de sus compañeras, explicaba en un momento dado que, dependiendo del momento, puede ser una persona más masculina o “la más loca”, lo cual no deja de ser revelador de cómo funcionan cierta clase de privilegios, porque la capacidad de camuflaje de muchos cuerpos disidentes simplemente no existe. Esto, sumado a su escasa trayectoria anterior al concurso y la posición económica que se le supone –ha lucido algunos de los looks más ambiciosos de la edición–, ha incidido en la distancia respecto a sus contrincantes con que ha sido percibida.

Como síntoma del estado de la identidad homosexual, esta trama de Drag Race España da cuenta de la aparente quiebra en lo que antes se entendía como una sigla más bien uniforme. Los gais normativos, adinerados y cuyo modelo vital se acerca a la heteronorma –Yeillow luce en redes sociales a su pareja y a la hija que han tenido por gestación subrogada– son vistos como una parte de la G que ya poco tiene que ver con los maricas de clases populares, cuya expresión de género queda lejos de la masculinidad hegemónica y cuya estructura familiar no tiene por qué ser monógama y reproductiva.

Desde luego, esta separación no es nueva. La tensión entre asimilación o ruptura con la norma heterocentrada se puede rastrear hasta los inicios del pensamiento activista, y ambas vertientes han sido valiosas a la hora de lograr según qué objetivos. Que la distancia entre lo gay y lo marica (que podemos englobar en lo queer o lo Q+) haya llegado a un concurso de televisión es una muestra de lo asentada que empieza a estar la diferencia entre aquellas personas del colectivo que se contentan con vidas más cercanas a la heteronorma y quienes apuestan por un replanteamiento continuo de identidades y experiencias.

Con su simpatía y buen hacer, Megui Yeillow ha logrado meterse en el bolsillo a buena parte de la audiencia de Drag Race España. Y más allá del resultado que ha obtenido en la competición, su paso por el concurso ha servido para seguir planteándonos desde qué perspectiva leemos a los demás y a nosotros mismos. Es algo que debemos agradecer a las travestis, que siempre nos han mostrado los siguientes pasos desde sus escenarios.

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