“Las trabajadoras del hogar y de cuidados son el nuevo ejército de reserva del siglo XXI”
La activista feminista Txefi Roco, una habitual en las luchas y en las calles bilbaínas, incide en la importancia de los cuidados como una necesidad vital, un derecho colectivo y una responsabilidad, en un contexto de mercantilización y ausencia de derechos.
Txefi Roca, en la zona de Bilbi, en Bilbao.
El reloj marca las siete de la tarde cuando Josefina Roco, Txefi, cruza el puente de San Antón. Viste de la tierra al cielo: zapatos negros, jeans ajustados, chaqueta con motivos florales, sonrisa rebelde y mirada suave. Hablando rigurosamente, la mochila de esta feminista de origen argentino está cosida de luchas y activismos, de idas y venidas desde que salió con pocos años de su Salta natal y hasta que en 2008 aterrizó en su Bilbao adoptivo: “Desde muy chiquitita siempre fui migrante, no por decisión propia, sino porque tengo unos padres un poco inquietos”. El recorrido hacia este encuentro lo recita de memoria porque al final del viaducto está situado el bar donde sirvió de camarera mientras cursaba una maestría en la Universidad del País Vasco. Vino con una beca y, “trabajos precarios” mediante, terminó doctorándose con una investigación sobre mujeres latinas migradas y sus presencias en los espacios urbanos de la capital vizcaína. Entre medias, desde el principio y hasta hoy, su compromiso social la ha llevado a participar en procesos de educación popular, en espacios barriales, en escuelas de economía feminista, en proyectos e investigaciones, en luchas colectivas… “Siempre he estado en espacios de militancia, sobre todo, vinculados a conflicto, a desigualdades, a injusticias”. Trabajadoras No Domesticadas es desde 2016 su principal trinchera, aunque no la única y, ahora, está liberada en el área de acción del sindicato LAB.
¿Cuál es la importancia de militar en varios frentes al mismo tiempo y cómo se teje ese activismo múltiple?
Este tipo de colectivas nos permite fortalecernos, aprender juntas y abordar la lucha concreta desde una perspectiva mucho más integral o multidimensional. También sirve para cuestionarnos los lugares que ocupamos, desde esas diversidades, en términos de privilegios, de opresiones y de evasión de responsabilidades. Luego todos esos activismos se conectan. Implicarse en esta sociedad, que a las mujeres en general y a las migradas en particular nos quiere en un rol más pasivo de estar al servicio de, significa habitar y construir territorialidad.
“Hay que saber cuáles son derechos que hemos conseguido y cuáles privilegios”
En esas colectividades, ¿cómo moverse en la frontera que separa los derechos de los privilegios, incluidos los propios?
A veces evadimos abordar el tema de los privilegios y cómo esos privilegios están presentes todo el tiempo. Es muy importante que cada una y que cada uno sea consciente del lugar y de la posición que ocupa en el marco de una estructura social que se basa en asimetrías y en jerarquías, que sea consciente de que muchas veces, desde ese lugar, está reproduciendo desigualdades. También es verdad que muchas veces, por nombrarnos blancas, privilegiadas, no nos damos la autoridad de abordar determinadas problemáticas que también nos atraviesan y que estamos reproduciendo. Hay que saber cuáles son derechos que hemos conseguido y cuáles privilegios. Tal vez en algunos casos, y no es por evadir mi rol de mujer privilegiada, lo que tenemos que hacer es pelear por el acceso a esos derechos de muchas compañeras e intentar repartirlos, siempre desde un lugar de humildad, de escucha activa y flexible y de respetar los ritmos de compañeras que están en otras condiciones materiales.
“Los cuidados ahora mismo son la expresión de unos gobiernos y de una sociedad bastante hipócritas”
En las V Jornadas Feministas de Euskal Herria Salda Badago, desde Trabajadoras No Domesticadas reivindicasteis “cambiarlo todo”. ¿Qué alcance tiene esa pretensión transformadora?
Si cambiamos algunas cosas pero otras no, va a seguir habiendo situaciones de desigualdad. Hay algunos diagnósticos que son un poco miopes. En Argentina decimos “el síndrome de la frazada corta”, que te tapas y te quedan los pies al aire, donde quedan flancos muy importantes. Y no solo es tener esa capacidad de nombrarlo, sino también de transformarlo y de aplicar cambios que realmente sean radicales, que vayan a la raíz de estos pilares. No queremos tiritas, no queremos parches.
Acabas de mencionar los cuidados. ¿Qué son para ti?
En todos los sitios se habla de cuidados: la derecha habla de cuidados, las izquierdas hablan de cuidados… los cuidados se renombran de muchas maneras, pero también se vacían de sentido y de contenido. Los cuidados pueden significar muchas cosas y no ser nada a la vez. Para nosotras es superimportante darles contenido. Definirlos es muy difícil porque, como son tantas cosas a la vez y como históricamente han sido invisibilizados, infravalorados y no reconocidos, parece que una nace ya cuidada. Los cuidados son un reto como sociedad y también son una deuda histórica. Los cuidados son una necesidad vital, un derecho colectivo y una responsabilidad.
“Los cuidados son condición de posibilidad para vidas emancipadas, pero también son una jaula para muchas mujeres”
En muchas ocasiones se habla de los cuidados sin hacer referencia a las negatividades que sufren quienes los sostienen.
Los cuidados son condición de posibilidad para vidas emancipadas, pero también son una jaula para muchas mujeres. Son un eje de opresión, de desigualdad, de violencia, de reproducción de sesgos de clase, de colonialismo, de racismo, de machismo… Ahí tenemos una contradicción, pero también una oportunidad de cambiar las cosas de verdad. Esto no se resuelve solo con dinero: es importantísimo mejorar las condiciones materiales, laborales, salariales, que se respeten los descansos, que una inspección de trabajo verifique las condiciones. Pero no se trata solo de eso. Por fuera del mundo y del circuito de lo monetario hay un montón de trabajos de cuidados, de tiempos, de esfuerzos, de procesos, que se están reproduciendo cotidianamente, garantizando la sostenibilidad inestable de esta sociedad. Y si eso no lo repartimos, por más que mejoremos todo lo otro, ahí vamos a tener un contrapeso importante.
O sea, que el abordaje de los cuidados va inextricablemente unido a atajar toda una serie de vulneraciones.
La Europa fortaleza se reafirma en unos determinados modelos de progreso, a la vez que profundiza en los hilos transfronterizos de desigualdad que, al tiempo que expolian y saquean comunidades, territorios y bienes comunes en el sur global. Y generan una expulsión masiva como estrategia de supervivencia de muchas mujeres que llegan a Euskal Herria en particular y a Europa en general a proveer unos servicios y a cubrir unas necesidades que desde la sociedad local se están evadiendo. La migración internacional objetualiza a las mujeres migradas como un instrumento que viene a resolver una crisis profunda que está en los pilares de esta sociedad.
“Las mujeres migradas que están en el empleo de hogar tienen muchas cadenas, pero también mucha fuerza”
Las mujeres migradas que trabajan en los cuidados en el hogar están en el foco de tus reivindicaciones. ¿Cuál es la realidad de esas trabajadoras en tu contexto más cercano?
Nos estamos encontrando con trabajadoras que han vivido todo el confinamiento encerradas, controladas, compañeras que están en situación de calle, que han quedado despedidas, sin vivienda, sin acceso a alimentación. Por ejemplo, trabajar en una fábrica en el turno de noche tiene un plus, pero a las trabajadoras internas se las descuenta porque la propia normativa lo permite. Son situaciones realmente terribles en las que hablamos realmente de racismo, de clasismo, de despotismo. Compañeras que viven en una situación de violencia permanente y múltiple que se vincula con lo sexual, con lo racial, con lo clasista, con lo económico… Es una violencia que reciben en su centro de trabajo por parte de las personas que las emplean, pero también con una violencia que reciben sistemática por parte de las instituciones, del sistema sanitario, de la Ley de extranjería, de Lanbide [Servicio Vasco de Empleo], de la inspección de trabajo. Las mujeres migradas que están en el empleo de hogar tienen muchas cadenas, pero también mucha fuerza porque son quienes están sosteniendo, en muchos casos, los cuidados de las familias. Los cuidados ahora mismo en el País Vasco son la expresión de unos gobiernos y de una sociedad bastante hipócritas. Por otro lado, la capacidad organizativa en Euskal Herria es histórica, por ejemplo, con las redes barriales de cuidados.
Abogas por una red de cuidados pública y comunitaria.
Los cuidados tienen diferentes dimensiones: la pública-estatal de las administraciones, que tiene muchísimos déficits. Pero también operan en el contexto de los barrios y en los espacios comunitarios de los entornos cercanos, de la militancia. Hay una relación de complementariedad importante y se ha visto con la emergencia de la pandemia. Estamos justo ahora en un proceso de construcción de una propuesta que tiene un montón de palabras clave supercomplejas: sistema-público-comunitario-vasco-de cuidados. Cada uno de estos elementos está en disputa, se está redefiniendo.
La Covid-19 ha supuesto una paradoja: por un lado, ha evidenciado la centralidad de los cuidados, sobre todo en los primeros meses de la pandemia; por otro lado, la salida propuesta conduce a su reprivatización.
Los cuidados, al haberse reprivatizado o retraído al ámbito de la esfera privada, de lo doméstico, se han fagocitado como una mercancía más. Quien puede acceder a determinados niveles adquisitivos compra cuidados y además existe el imaginario de que, mientras más puedas pagar, mejores van a ser esos cuidados, lo que en muchos casos no es así. La mercantilización de los cuidados está teniendo ya un nivel tal que son un nicho de negocio. Hay fondos buitre que ahora mismo están especulando, comprando residencias y centros de día. Este capitalismo, que está demostrando su insostenibilidad y su incapacidad de reproducir acumulación, ya no sabe de dónde más extraer plusvalor. Está viendo que los cuidados son un elemento muy importante y que las personas no podemos prescindir de ellos. La mercantilización de los cuidados es un problema muy gordo que tiene que ver con cómo hemos perdido el rumbo como sociedades.
Los cuidados siempre aparecen como un elemento colectivo en tu discurso.
Desde Trabajadoras No Domesticadas lo vemos como el derecho colectivo al cuidado. Nos cuesta muchísimo pensar en clave individual, nos resistimos. De hecho, por más que una pueda tener sus condiciones resueltas, eso nunca va a terminar de ser así porque vivimos en una dinámica de constante interdependencia material, emocional, afectiva, relacional.
La entrevista comenzaba con tus múltiples activismos. ¿La evolución cronológica de tantas luchas tiene un balance positivo?
Con el confinamiento y la crisis de la sindemia es verdad que, por primera vez, se ha reconocido un seguro de desempleo que era parte de las medidas de emergencia del Gobierno central. Pero esas medidas fueron de urgencia y no fueron parte de la primera batería de respuesta. Además, solo cubren a entre un 50 y un 60 por ciento de las trabajadoras dadas de alta en la Seguridad Social, pues más o menos el 40 por ciento está en la economía sumergida. Desde ese punto de vista, la cosa no solo no ha mejorado, sino que ha empeorado, hemos ido pasos atrás como sociedad. Pero, por otro lado, los procesos de organización colectiva están siendo algo muy potente. Las trabajadoras de hogar y mis compañeras en particular son unas peleonas.