“El sistema necesita que las mujeres del sur global estemos aquí trabajando con los mínimos derechos”

Fernanda Callejas

“El sistema necesita que las mujeres del sur global estemos aquí trabajando con los mínimos derechos”

Activista feminista, antirracista y decolonial, Fernanda Callejas es parte de la Red de Migradas y Racializadas de Euskal Herria, del movimiento Regularización Ya y de Feministas por Nicaragua. Pero sus luchas van más allá: Palestina, el acceso a la vivienda, el padrón, el racismo en las escuelas, las agresiones machistas a mujeres migrantes.

Imagen: J. Marcos

Fernanda Callejas, durante la entrevista en la redacción de Pikara Magazine.

18/12/2024

El estallido social de abril de 2018 cambió la vida y los horizontes de Fernanda Callejas, como para muchas nicaragüenses. Militante feminista desde la infancia, la herida del exilio la ha empujado al antirracismo y a un sinfín de luchas conectadas. Integrante de la Red de Migradas y Racializadas de Euskal Herria, del movimiento Regularización Ya y de Feministas por Nicaragua, su activismo ocupa múltiples escenarios. Desde calle, donde ha recogido miles de firmas y crea bloques antirracistas para las manifestaciones del 8M, el 25M o del primero de mayo, por ejemplo, a los juzgados, en los que acompaña denuncias de violencias machistas, hasta espacios de debate y discusión. Como las jornadas ‘Derecho al trabajo y a la salud desde el antirracismo’, organizadas por Pikara Magazine el pasado mes de noviembre.

Natural de Matagalpa, la militancia de Fernanda Callejas suma cicatrices: “Poco a poco he ido tratando de estar en los movimientos mixtos, pero ha sido a raíz de mi propia sanación y de poder explotar mi rabia; porque, cuando tenemos tantas heridas, en lugar de apoyar solemos herir y eso debilita más los tejidos”.

Llega puntual a la redacción de Pikara Magazine para hablar de antirracismo, uno de sus principales luchas ahora: “Asociamos el ser racista con ser buena o mala persona, como algo individual cuando es sistemático”. Y responde sin tapujos, sin eludir preguntas ni discusiones: “El Gobierno hace lo que muchas organizaciones, simple y sencillamente ocupar el dinero sin que haya transformación real. Muchas veces sentimos que el antirracismo está en venta; ahora se puso de moda hablar de mujeres racializadas porque te dan puntos en los proyectos”.

Nicaragua, que tuvo que abandonar en diciembre de 2018, sale en la conversación. Allí su militancia era otra, del “feminismo hegemónico”, recuerda: “Nos centrábamos más en el tema del género que en otro tipo de violencias que allá también se vivían”. Ahora su perspectiva de lucha está ampliada: la situación del pueblo palestino y la responsabilidad vasca, el acceso a la vivienda, las dificultades para conseguir el padrón, el racismo en las escuelas y en el sistema sanitario o las agresiones machistas a mujeres migrantes. También la cooperación.

“Hicimos una investigación profunda de la cooperación al desarrollo y las líneas por las que te dan puntos nacen desde aquí, desde Europa, desde lo que necesito que vayas a sacar de allá, pero no de lo que se necesita allá para poder transformar las realidades”, comparte. Apunta que se ha sentido instrumentalizada, por eso dejó el primer colectivo feminista al que se acercó al llegar a Bilbao. “Hice entrevistas para gente que estudia másters y me preguntaban cosas que me dolían en ese momento y que me dejaban las heridas abiertas y nunca más la volví a ver. Luego miraba esas mismas personas en puestos de técnicas de no sé qué y mis compañeras de la Red que tienen la misma formación o más siguen luchando con el paro o con tres empleos de media jornada. Y eso pone un poco más rabiosa”, dice con una leve sonrisa.

¿Ha variado entonces tu militancia?

Mi herida, por decirlo así, para entrar al feminismo fue a muy temprana edad. Luego aquí surge otra herida: el antirracismo y la decolonialidad. Como dice la Yuderkis [Espinosa] en uno de sus libros, darte cuenta de que sos parte de ese monstruo no es fácil; te crea una herida muy dura y mucha rabia. Ha cambiado totalmente mi activismo, nunca allá tuve que defenderme simplemente por existir. Ha sido totalmente diferente el proceso de militancia, aunque en los dos momentos ha existido una ruptura. El hecho de darse cuenta al entrar al feminismo de que siendo niña fui abusada dentro de la misma familia fue duro. Y luego estar aquí y darte cuenta de que en Nicaragua también viví mucho racismo, pero yo no lo había analizado o tal vez no lo había reconocido como tal.

El racismo es un brazo más del sistema capitalista, que es explotador

El duelo migratorio, porque además saliste por la situación política, se junta con esta nueva herida, que dice Yuderkis Espinosa.

A Nicaragua la mirábamos como esa mujer maltratada, la que siempre estaba en ese ciclo de violencia, y cuando salí y trabajarme el antirracismo y la decolonialidad también ha cambiado mi perspectiva de lo que pasa en Nicaragua: es parte de una maquinaria colonial más profunda y que atraviesa a todo el sur global y que se sigue alimentando desde territorios como el que yo ahora habito. Mi perspectiva de Nicaragua y de la situación sociopolítica se ha ampliado y eso me conecta con otras compañeras que hemos tenido que migrar por diferentes razones. Siempre me gusta decir que la migración económica va entre comillas, porque la migración económica de la mayoría de mujeres, sobre todo de Centroamérica, es política. Esas razones económicas te hacen preguntarte para qué necesitas ese dinero y te das cuenta de que es para una casa, para educación, para salud, que son derechos fundamentales que todos los ciudadanos en sus países deberían de tener, pero que conviene que no se tengan porque los países como Nicaragua son exportadores de mano de obra barata, semiesclavizada que necesitan los nortes. Esas migraciones son políticas, pero jamás se van a reconocer como tal y por eso la ley de extranjería hace lo que hace, necesitan que las mujeres estemos aquí trabajando, pero con los mínimos derechos o sin derechos. El racismo es un brazo más del sistema capitalista, que es explotador.

¿Te consideras persona migrante, migrada, o exiliada? Porque pediste el asilo político y te lo denegaron.

Sí, como pasa casi siempre. A mí “migrante” me suena como voluntario y “migradas” como forzado. Sabemos que la migración siempre ha existido en el mundo, pero actualmente no hay voluntariedad en las migraciones, sobre todo de mujeres. Y me enfoco más en las centroamericanas porque son con las que más cercanía tengo y cuyos datos he tratado de estudiar, analizando los informes de Ikuspegi [Immigrazioaren Euskal Behatokia / Observatorio Vasco de Inmigración], que por cierto es muy racista y colonial y ahí se van los fondos que se supone que el Gobierno vasco asigna al trabajo con las personas migrantes. En las migraciones hay mucho miedo, mucha necesidad y mucha violencia. Hay violencias que ni siquiera se reconocen, por ejemplo, la que viven las mujeres que están enviando dinero a sus hijas e hijos y los familiares que han quedado a cargo les manipulan con estos niños estas niñas e incluso les impiden poder tener algún tipo de ocio por esa culpa que les cargan de haber abandonado, de ser abandonadoras. Hay tantas violencias acumuladas dentro de esas migraciones que no me gusta hacer distinción entre exiliadas y migradas porque somos las mismas.

¿Cómo sigues la situación de Nicaragua?, ¿empujas desde aquí para que haya cambios?

Es muy complicado. Desde Feministas por Nicaragua estamos más enfocadas en trabajar el tema de la sanación, que fue una tarea pendiente después de la revolución del Frente Sandinista y que ha sido una herida que ha estado ahí, que se ha infectado y es lo que ha reventado y no ha dejado que el país salga adelante. Queremos dejar de repetir esos mismos errores y dejar de caer en ese ciclo de violencia. Las compañeras que aún están en el territorio se han enfocado en la sanación. Para mí el cambio va a estar en la niñez, en las chavalas y los chavalos, pero es muy complicado llegar a ellos por el nivel de manipulación mediática que tiene ahorita mismo el régimen y el tipo de sociedad que se está creando; el régimen arma a las personas desde sus mentes para que sean incapaces de ir contra él. Y luego está el tema de los miedos: el yo te exilio, yo te quito la nacionalidad, te quito tu casa, no vas a trabajar más nunca en lo que estudiaste o no tenés el título. Con todos esos castigos es complicado que la sociedad quiera sacar a este hombre o esta familia. Estos seis años desde el movimiento feminista nos hemos enfocado en hacer trabajo de la unión de la sociedad, de los movimientos sociales, y ha sido muy complicado. Una de las cosas que salió de nuestro último encuentro es volver a hacer esa oposición que siempre hemos sido, no desde 2018 sino desde mucho antes, incluso dentro de la revolución. La Dora María [Téllez] decía de hacer la revolución dentro de la revolución. No es solo sacarle del poder, hay muchos colores dentro de esa oposición, muchos ni siquiera aceptan un feminismo dentro de sus líneas, y todo lo que huela a izquierda da miedo porque se piensa que Daniel Ortega y Rosario Murillo representan los ideales de izquierdas. Siento que van a faltar dos o tres generaciones para que Nicaragua pueda ser un país justo y que sea habitable para todas las personas. Daniel Ortega y Rosario Murillo armaron a los barrios, donde antes tenías redes de apoyo ahora tenés redes de conflicto y es muy inseguro vivir. Por eso la apuesta que tenemos desde los movimientos, tanto fuera de Nicaragua como adentro, es ocuparnos de cómo vamos a poder vivir en el conflicto y cómo podemos sanarnos para no seguir cayendo en esas prácticas violentas que nos han llevado a donde estamos.

Fernanda Callejas, en el sofá morado de Pikara Magazine.

Dices que a Daniel Ortega y Rosario Murillo se les ha considerado de izquierdas, ¿crees que se ha conseguido romper esa retórica que les acompaña?

Es bastante divertido. Por ejemplo, Bildu no es algo que va a defender públicamente, pero tampoco va a decir que Daniel Ortega es un violador, un dictador y que está cometiendo delitos de lesa humanidad. Esa izquierda europea es bastante incoherente; la izquierda en general ha sido muy machista. El 25 de noviembre de 2019 fuimos expulsadas por Bilbo Feminista Saretzen de la manifestación con la excusa de que podíamos herir sensibilidades y porque no querían politizar un 25N; nos parecía absurdo. En espacios de solidaridad internacional hemos sido agredidas y amenazadas. La complicidad machista, patriarcal y racista está llevando sus tentáculos muy lejos. Seguimos amenazadas, seguimos teniendo delirios de persecución, seguimos teniendo ansiedades y seguimos tirándonos al piso si escuchamos algo que suene como un disparo o que no esperemos, como los fuegos artificiales o cuando tiran un petardo si gana el Athletic. Lo que para uno es considerado una distracción u ocio para otro significa muerte y destrucción.

¿Qué lectura haces del cambio en el reglamento de extranjería?, ¿es una manera de cooptar vuestra lucha o silenciarla?

La reforma sí que va a beneficiar a algunas personas, no a todas. No es lo que se ha pedido, pero también es un logro por la incidencia que el tejido migrante y racializado ha hecho. La reforma es básicamente ser un poco coherentes con las necesidades reales que tienen en el Estado español con respecto a su déficit demográfico y a su crisis de cuidados. Han rebajado mínimamente el tema del arraigo social, no vas a esperar tres años, pero sí dos. Y ahora todo el tiempo que se pase como solicitante de asilo no cuenta dentro del tiempo que necesitas para poder demostrar esos dos años. Todas las fuerzas políticas están retrasando la aprobación [de la Iniciativa Legislativa Regularización Ya] para sacar su reforma y para vender que la regularización ya no es necesaria. Pero nosotras seguimos siendo positivas y esperamos que sí se logre aprobar. No va a ser lo que pedimos, ya lo sabemos, ninguna de las regularizaciones que han existido en el Estado español han sido realmente sin condiciones, pero por lo menos abrir un poco más el abanico de oportunidades para más personas.

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