Queremos llorar a nuestras muertas

Queremos llorar a nuestras muertas

Vivir un duelo en sociedades capitalistas y patriarcales, en las que el dolor y la muerte son tabúes fuertes, supone una enorme cuesta arriba. A la patologización de los duelos y su medicalización se une un oligopolio funerario para saca rédito de esos momentos vulnerables.

08/01/2025
Este reportaje fue publicado en septiembre de 2022, en el Pikara en papel número 10 que puedes conseguir en nuestra tienda online.

Laura Domínguez, se nos ha muerto ama”. Eso le dijo su padre aquella noche. “Fue en el primer confinamiento y mi padre estaba a más de 400 kilómetros de distancia. Sentado en el suelo mientras unos tipos con mascarilla se llevaban el cuerpo de la persona con la que había compartido su vida 39 años. Sujetaba el teléfono y me decía esto. Se cerró la cremallera de aquella bolsa y dentro se fue mi madre. No la volvimos a ver”. El nombre es ficticio, el testimonio, real.

En 2020 se produjeron en España 493.776 defunciones, 75.073 más que en 2019. En 2021 fueron 449.270. Todas dejaron un reguero de personas en duelo. Cada día millones de personas en el mundo se enfrentan a ese proceso con síntomas emocionales, cognitivos, conductuales y fisiológicos que se experimentan durante los meses posteriores a la pérdida y que habitualmente se conocen como “duelo”.

“Nuestra sociedad rechaza el dolor, quiere estar en la alegría y la muerte es un tabú. Nos pone en contacto con la finitud”

Carmen López Vázquez lleva años acompañando estos procesos desde la meditación y dando formación en gestión del duelo. Su visión es que necesitamos normalizar la existencia de la muerte: “Nuestra sociedad rechaza el dolor, quiere estar en la alegría y la muerte es un tabú. Nos pone en contacto con la finitud, nos recuerda que nos morimos todas y eso nos da miedo”. Señala el hedonismo y la superficialidad de nuestra sociedad como algunos de los problemas, porque obligan a seguir, a esconder y a fingir aunque no podamos. “Cuando pierdo a alguien me rompo y me tengo que reconstruir. Es una tormenta emocional y necesitamos un tiempo. Mucha gente, para encajar en el ritmo de vida, lo aparta, pero nuestra mente necesita adaptarse a la nueva realidad”, explica.

A Laura Domínguez frases como “no puedes seguir así”, “para de llorar” o “que la niña no te vea triste” le hacían sentir aún peor y, encima, culpable. “Algo no funcionaba en mí si no sabía reponerme como me exigían”, recuerda. López Vázquez recomienda unirse a grupos de duelo y generar círculos de cuidados o redes de apoyo para hablar sin ser juzgadas y, en algunos casos, parar. Laura pudo hacerlo. Estuvo meses de baja. “Pienso en todas esas personas, mujeres sobre todo, que no pueden permitirse esto porque o bien tienen empleos precarios o porque se arriesgan a un despido… no todo el mundo puede parar para llorar y eso debería hacernos reflexionar“, apunta.

En el Estado español, tras 40 años de dictadura franquista, la violencia y represión ha influido en los duelos de forma determinante, apunta la historiadora Julia Sánchez Cid: “Ha habido un aprendizaje colectivo para no hablar de nuestros muertos políticos porque implicaba revivir la violencia y exponerse a sufrir más violencia política”. Según ella, este impacto en la actualidad sigue es muy vigente. “Es una práctica política que supone no permitir que se hagan duelos colectivos. Las generaciones siguientes aprenden la manera de reaccionar antes estos traumas”, concluye.

“Tenemos que producir y nuestros cuerpos y ánimos deben ser productivos. Cuando fallamos en esta actividad se nos enseña que es un fracaso personal”

Silvia Melero lleva ocho años facilitando talleres sobre la muerte y el duelo a través de Luto en Colores, un proyecto que nació tras la muerte por suicidio de su hermana Esther. En los grupos que dinamiza ha comprobado que en las mujeres el juicio externo pesa mucho y es más fuerte que en los hombres. “También el sentimiento de culpa es fuerte en ellas. Por otro lado, en nuestro caso nos resulta muy fácil tejer una red de mujeres”, subraya. Ella pudo escucharse y cuidarse, “pero mucha gente ni siquiera puede hacer esto porque vive situaciones precarias; sobre todo las mujeres”. Melero considera que el rechazo a escuchar, abrazar y abrirnos al dolor de los demás es un mecanismo de defensa por el efecto espejo. “Pero tenemos capacidad para sostener esto y el tabú y el silencio no ayudan. Esa correa de transmisión se ha quedado coja porque no lo hablamos. Hay que generar espacios donde se pueda hablar y compartir para ayudar a sanar”, comparte.

La tristeza es incómoda, insiste Julia Sánchez, porque tiene mucho que ver con el sistema económico. “Tenemos que producir y nuestros cuerpos y ánimos deben ser productivos. Cuando fallamos en esta actividad se nos enseña que es un fracaso personal. Hay algo de capacitismo, una idea de lo que es un cuerpo capaz. La tristeza conlleva cansancio y necesitas parar para sanar”, explica.

La muerte soberana

El colectivo Soms Provisionals trabaja para vivir la muerte de manera autogestionada y soberana. Desde una crítica al capitalismo y al oligopolio funerario, demandan otras formas de vivir la muerte y ofrecen talleres, charlas y encuentros sobre el sector funerario para informar sobre alternativas y que la gente pueda despedirse de la manera deseada.

“Cuando compartes tu dolor te unes a otras personas y se genera comunidad y fuerza colectiva. Por eso, atacar los duelos, individualizarlos, patologizarlos y aislarlos es clave para el control social”

La madre de Laura Domínguez murió en los momentos más duros de la pandemia. Al shock por la muerte repentina de su madre se sumó hecho anormal de no poder abrazar a su abuela ni a su abuelo cuando les comunicó que su hija había muerto. “No hubo autopsia, no hubo velatorio, ni funeral ni abrazos ni ningún otro ritual”, comparte. Carmen López considera que los duelos en tiempos de aislamiento por la Covid-19 han sido muy complicados porque no ha habido opción de vivir esos rituales que ayudan y hacen sentir acompañadas: “Esos ritos marcan un punto de inflexión a nivel psicológico para que quien se queda pueda empezar a elaborar la pérdida, y es un homenaje para quién se va”.

Hay un poder enorme en los rituales compartidos porque “son momentos muy fuertes que unen y son clave en la vida”, explica Julia Sánchez. “Cuando compartes tu dolor te unes a otras personas y se genera comunidad y fuerza colectiva. Por eso, atacar los duelos, individualizarlos, patologizarlos y aislarlos es clave para el control social”, añade. Cree que durante la pandemia se cometió un grave error al no cuidar las despedidas. Para la historiadora impedir que se realicen procesos de duelo colectivos es una herramienta de control social muy potente y recuerda que se ha visto cuando se ha prohibido la despedida de lideresas con el objetivo de destruir a las comunidades en América Latina.

Capitalismo funerario

La historiadora Julia Sánchez Cid, de Soms Provisionals, lleva años investigando el sector funerario, los duelos y la legislación vigente. Su madre murió hace seis años. En España existe un oligopolio; seis empresas (Parcesa, Funespaña, Albia, Servisa, Grupo ASV y Mémora) se reparten millones de ingresos anuales. Mémora, la más importante, gestiona 130 tanatorios, 28 crematorios y 23 cementerios. Los seguros de muertos se generalizaron tras la guerra civil, hoy más de 20 millones de personas en el Estado tienen una póliza de decesos, un número muy alto si tenemos en cuenta que la organización de personas consumidoras y usuarias OCU desaconseja su contratación. El cóctel entre aseguradoras y funerarias vulnerabilizan a las personas usuarias. “Debería ser un servicio público, gestionado por empresas públicas y sin comisiones”, apunta Sánchez.

La madre de Laura Domínguez llevaba media vida pagando un seguro de vida y decesos. Pero no hubo coche fúnebre, tampoco alquiler de tanatorio porque no se podía velar el cuerpo, ni traslados, ni nada… La aseguradora no se gastó ni la mitad y sin embargo nadie les devolvió un euro de la póliza de decesos. En el tanatorio les dieron la opción de tener unos colgantes para las cenizas: “Estábamos solos mi hermano, mi padre y yo. Cuando nos ofrecieron aquello en medio del shock nadie preguntó el precio. Dijimos que sí porque queríamos llevarla cerca y estábamos aturdidos. Fue mucho dinero. No lo recuerdo. De hecho, me mareé y vomité al salir”. Cuando se pudo celebrar un funeral meses después tuvo que pagar 500 euros por una esquela, a pesar de tanto dinero pagado a la aseguradora.

Ataud, traslados en coche fúnebre, alquiler de tanatorio, el oficio religioso (en caso de haberlo), la incineración (si se opta por ella), una urna, flores, las esquelas, la tarifa del entierro, la lápida, el nicho o las tasas y certificados de defunción, entre otros. Da igual las circunstancias: nunca devuelven la amortización excedente. “El capitalismo lo que hace es quitar la trascendentalidad, se reapropia de rituales los vacía de contenido y los mercantiliza, que es lo que le conviene al consumo”, incide Julia Sánchez.

La muerte es un negocio. En 1996, el Gobierno del PP aprobó un real decreto que liberalizó la prestación de servicios funerarios. Otro negocio redondo son los seguros de vida. “Tú pagas durante tu vida tu entierro, pero pagas mucho más de lo que consumes. Ellos eligen la funeraria y no tienes poder de decisión. Además, la ley fija el tiempo en el que debe hacerse todo y priva así de tiempo para la reflexión. En un momento tan vulnerable van a vendernos lo que quieran. En otros países tienes semanas para decidir qué hacer”, explica la historiadora.

En 1998 la media de un entierro sencillo era de 1.040 euros, aunque entonces se pagaba en pesetas. En 2017 esta media subió a 3.500 euros. En Barcelona, por ejemplo, alcanza los 6.000 euros. La exalcaldesa de la ciudad Ada Colau trató de poner en marcha un servicio público funerario que no prosperó. “Hay gente endeudada para poder pagar entierros. Hay que compartir información y evitar abusos”, aconseja la integrante de Soms Provisionals. Para Julia Sánchez que haya un negocio tan grande y abusador tiene mucho que ver con que no se hable del tema y la gente no se organice y no se queje. “No tendrían tanto poder sin la complicidad de las Administraciones Públicas que han liberalizado el sector y permiten que desde el sector privado se haga dinero con una cuestión que debiera ser gestionada desde lo público o comunitario. Sería fundamental tener más tiempo y más libertad para tomar decisiones, además”, incide.

Las medicadas

Laura Domínguez tuvo suerte: su madre tenía tres hermanas y varias sobrinas, sus tías y sus primas. Durante incontables horas compartían fotos, recuerdos, frases, sentimientos, desolación. Esa red de mujeres fue el cemento para reconstruirse. “Estoy con ellas y es sanador. Nos hemos ayudado. No ha sido igual para los hombres de mi familia que lo han rumiado en soledad”, comparte. Silvia Melero aconseja tejer esas redes naturales que están en el entorno “para sostenernos en el dolor”.

Hay un sesgo de género claro en la expresión de los duelos y en su patologización, en buena parte por cómo se gestionan los cuidados y las emociones

Las mujeres tenemos “una ventaja porque la masculinidad hegemónica tiende a no hablar de sus emociones mientras que las mujeres y la sororidad que nos une ayuda en estos procesos; sabemos acompañarnos y cuidarnos”, explica Carmen López. Todas las entrevistadas coinciden en que hay un sesgo de género claro en la expresión de los duelos y en su patologización, en buena parte por cómo se gestionan los cuidados y las emociones. De cada diez personas que le piden acompañamiento en el duelo a López ocho son mujeres. Lo mismo le sucede a Julia Sánchez: “Son mayoría aplastante de mujeres en los grupos de duelo”.

En Calibán y la bruja, Silvia Federici expone cómo el capitalismo y el colonialismo se ha apropiado de los cuerpos de las mujeres y de sus conocimientos, regularizando todos los conocimientos y prácticas médicas que habían sido tareas y conocimientos relacionados con las mujeres sabias de la comunidad: parteras, doulas, cuidadoras, las sabias de la muerte… Hubo, además, una persecución de las que hacían estas tareas y su sabiduría fue usurpada por los hombres. Se ha masculinizado la industria funeraria. Los trabajadores y jefes son hombres. La activista de Soms Provisionals considera que “no es casualidad que unos conocimientos y prácticas feminizadas se hayan masculinizado en cuanto han tenido monetización: “Cuidamos la vida, a las personas mayores, a enfermos, a dependientes, las que sostenemos los finales de vida y a las personas en duelo”.

La experiencia de Silvia Melero es que los duelos son más visibles en las mujeres que en los hombres. “Las emociones que no se expresan acaban saliendo de forma menos saludable”, subraya. Un año después de la muerte de su madre un psiquiatra diagnosticó a Laura Domínguez depresión y le recetó Prozac.

Un duelo no es una patología, aunque la psicología ha reconocido recientemente el trastorno por duelo en aquellas situaciones en las que se hacen problemáticos o no se resuelven. Según las entrevistadas es habitual que se sobrediagnostique y sobremedicalice a las mujeres en casos de pérdida. Hasta Melero, quien critica la tendencia a patologizar lo que no es una enfermedad, a medicar y a tapar el dolor, llegan mujeres que llevan muchos años medicadas, “porque son ellas son las que con mayor frecuencia piden ayuda”.

Dos años y dos meses después Laura Domínguez ha dejado de sentir un bloque de cemento en la tripa, “como un ancla al dolor”. Ha dejado la medicación gracias a grupos de duelo y a su red de apoyos, compuesto fundamentalmente por mujeres. Leer y escribir fueron también parte de su medicina: “Leer a Joan Didion, por ejemplo, me hizo sentir menos sola. Estas cosas le pasaban a la gente. No solo a mí. Escribí sobre ella, sobre mi madre. Además de ese dolor y esa ausencia que ya siempre van a acompañarme, también se quedan conmigo aprendizajes. La muerte de mi madre me enseñó, desgraciadamente, a vivir mejor”.

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