¡Chonguitas!
La niña masculina que fui se ha sentido totalmente reivindicada, nombrada, sacudida y viva con cada uno de los relatos de las compañeras que participan en este proyecto
A la nati, con cariño.
Cuando recibí la propuesta del Proyecto Chonguitas sentí que se dibujaba en todo mi cuerpo y específicamente en mi panza una sonrisa de esas amplias de emoticón.
Una oportunidad inesperada. Esa niña que no había tenido palabras para expresar lo que sentía porque si lo nombraba parecía nombrar todo lo incorrecto y “malo” del mundo, estaba radiantemente feliz. Aunque no creo que l* adult* que soy hoy haya cumplido las expectativas de esa niña chonguito, el relato lo hicimos en colaboración, junt*s. La fotografía se eligió por descarte, entre la distancia y las pérdidas no tuvimos la oportunidad de poner nuestras mejores galas. Pero sí, estoy absolutamente segura de que se sintió total y absolutamente reivindicada, dicha, nombrada, expresada, sacudida, afectada, viva con cada uno de los relatos de las compañeras que participaron en el proyecto. Y de repente así, todo ese mundo que en mi caso se había mantenido sin palabras colectivas apareció ante mí y ante tod*s y fue un regocijo saber que todo sucedió.
¡Todo sucedió! Éramos muchas las que teníamos nuestros refugios sobre los árboles, a las que nos aburrían las muñecas, las que no queríamos ser mujeres, las que sufríamos el color rosa o lo usábamos como capa de invisibilidad, las que teníamos sólo amigos varones, las que teníamos fuerza física y éramos orgullosas, mandonas, jugábamos a la guerrita y nos gustaba besar chicas.
¡Incluso los piojos nos unen! Éramos de las que teníamos piojos, y de las que se nos acusaba de actividades ilegales como el hurto, de performances y actividades de género no correspondientes con nuestro diagnóstico sexo-genérico…
Y el llanto. Y el llanto “sin sentido”, también. Mi mamá me preguntaba: “¿Pero qué te pasa?” Y yo no tenía palabras: “Cosas. Estoy triste”.
¡Sandokan! Salgari, Poe, Doyle, Asimov, y en mi caso también Ágata Christie y Bradbury. Los libros nos ayudaron a sobrevivir a varias.
Durante mucho tiempo, en las típicas charlas sobre la infancia, yo sentía que no tenía mucho que contar e incluso llegué a pensar que me había olvidado de casi todo. Con el tiempo comprendí que lo que estaba allí en el lugar del olvido era lo que no debía ser nombrado.
Había una amenaza constante del significante. Eran varias frases las que estaban al acecho de herir la fragilidad de nuestros cuerpos. Significantes que siempre iban conjugados con parecer(te) “La raulito” (Una hincha del club de fútbol Boca Juniors), “un indio/india/chaguanka/o” (“lo rústico”), “el chavo del 8” (torpeza, bruteza), “corky” (discapacidad, incumplimiento de roles etarios correspondientes con una feminidad “bien” definida), “Maradona” (fútbol, corporalidad, sospechas), “ la gorda matorras” ( otra hincha de fútbol famosa pero esta vez de River Plate además de la implicación sobre el volumen no correspondiente a una feminidad “bella”) “He-man” (esto es personal y me hace mucha gracia, mi corte de pelo y mi porte corporal pre- adolescente se ganaron este apodo) En mi casa, en mi barrio, en mi escuela, se insistía con la sanción simbólica de cualquier rastro de masculinidad en lo que debía ser la feminidad benéfica que yo debía encarnar, o morir bajo la maldición del significate.
Con el tiempo me di cuenta de que también esas comparaciones me permitían aparecer, nombraban la visibilidad irreductible de mi subjetividad y mi cuerpo enrarecido contra el paisaje heteronormativo y binarista obligatorio.
Así lo explica Andrea Lacombe: “Proyecto Chonguitas introduce directamente una de las claves de la inteligibilidad social: la dupla dicotómica varón-mujer entendida como un combo de contigüidades obligatorias que va desde la subjetividad hasta la genitalidad, pasando por los cuerpos y su apariencia. Es aquí donde reside el carácter político de la propuesta: reclamar espacios de comprensión, diálogo, significación y por lo tanto de legitimación de ciertas prácticas de nuestra infancia y de ciertas discursividades a través de las cuales logramos enunciarlas en la narración actual. En la explosión de estos binarios las expresiones de género no hegemónicas irrumpen para desarmar estas visiones y percepciones que tan naturales nos parecen. ¿Qué cuerpo es el referido cuando hablamos de ‘masculinidades de niñas’? ¿Qué tipo de corporeidad nos referencian las palabras, chonga, camionera, bombero, marimacho, la raulito? ¿En el sentido y el uso de estos términos se juega, como se pregunta Virginia Cano, tanto “la posibilidad de dar con alguna lengua provisoria, sino también con un ethos, un modo de ser y de habitar el mundo”? Es la posibilidad, responde Cano, de articular una primera persona del plural, de un “nosotras” inestable.”
Para mí ese nosotras inestable tuvo su santo y seña en Aguaray, al norte de Salta, yo era nueva en el pueblo, ella estaba subida a un árbol y desde abajo le grité: ¡hola!,
– Hola…
– ¿Vos te querés casar?
– No.
– Yo tampoco.
– Ahí bajo, esperá.
– Viste, es que parecen merengues gigantes con esos vestidos…
Ella veía ‘Verano Azul’, una telenovela española que pasaban con retraso en Argentina. A mí no me dejaban verla. Ella me contaba los capítulos y jugábamos a representarlos. Su preferido era el capítulo en que la protagonista, una chica rubia de pelo largo, tenía su primera menstruación, “la regla”. Jugábamos en la habitación de sus padres. Yo siempre hacía del chico rubio, el otro protagonista. Este capítulo también se volvió mi preferido. Ella me decía: “ahora ya soy una mujer” sentada en el borde de la cama y yo le tenía que tomar la mano y caminábamos y luego corríamos por toda la casa que era la playa y mirábamos el mar. Luego yo le tenía que dar un pico.
No he googleado nunca el capítulo.
Escribe valeria flores: “Chonguitas opera como un archivo de prácticas disidentes de género, un archivo del “mal” que almacena impresiones y cifra las inscripciones de la censura y la represión, la supresión y la lectura de registros desobedientes del género asignado. Lejos de ser un acto administrativo de guardar o coleccionar, funciona como archivo de tránsitos, migraciones, huellas diaspóricas e identitarias a través de las cuales se hacen y deshacen los cuerpos de “niñas”, en el que la masculinidad de niña tiene un lugar, articulado por una escena de enunciación en que la infancia es protagonista del propio deseo”.
Observar, esa era mi táctica. Yo miraba, insistentemente, y aprendía lo que sabía que no debía aprender. En casa se permitía pensar, eso sí. Esa cosa de hombres que mi mamá hacía y hace muy bien. Por eso estudié filosofía. Esa cosa de hombres que me podía permitir hacer. Pero yo quería hacer más cosas, por eso observaba a mi padre de lejos. Lo miraba arreglar las pequeñas cosas de la casa, deambular a la siesta bajo el sol, con tarros de pinturas, hachas, llaves inglesas, motores… Miraba y lo anotaba todo en las últimas hojas de los cuadernos de la escuela, a escondidas. En ese lugar donde aún escribo lo que más me importa. Luego memorizaba los pasos, arrancaba las hojas y las tiraba cortándolas en tiritas.
Así me pegué un verano observando y anotando como mi padre y mi madre conducían. No me querían enseñar e intuía que seguramente le enseñarían a mi hermano pronto, yo tenía 12 años y opinaba que debía saber, ya que siempre cuidaba de mis hermanos y que era importante por si había alguna urgencia. Entonces les robé el auto una tarde que no estaban, un Fiat 128 gris. Subí a mis hermanos y me fui a dar vueltas por el pueblo, siguiendo mis anotaciones memorizadas. Se enteraron, claro; lo negué, claro. Así también aprendí como se rompe una caja de cambios y me sentí orgullosa por primera vez de mi “maldad/mala/maldición” y de mentirle a mi padre. La hazaña y el triunfo eran todos míos. ¡He-man!
“Ojalá ningúnx niñx tenga que ser el campo de batalla donde la guerra del patriarcado se juega, ojalá que en un futuro no muy lejano cada niñx pueda ponerse la ropa que mejor le calza, y que del arroz con leche solo quede “abrir la puerta para ir jugar” escribe fabi tron en Chonguitas: masculinidades de niñas.
Ojalá.
Las editoras:
fabi tron: activista, lesbiana, feminista, maestra
valeria flores: escritora, maestra, activista, lesbiana, feminista, heterodoxa, cuir, masculina
Dónde leerlo y compartirlo:
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